14 octubre 2012

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina (V Parte)


    - Abdul…Abdul Bagud del oasis de Baghera Yijad…-gruñí nuevamente  -.

Le agarré del  amuleto que colgaba de su cuello. Y le dije:

     -  O me dices toda la verdad de tu presencia aquí, o te arranco tu amuleto y lo tiro a la hoguera.

     -  No Tony Pashá, a la hoguera no, y por favor no pongas esta cara que me asustas.

Debo decir, porque es relevante para la compresnsión del relato,  que lo que contenía el amuleto que colgaba del cuello de Abdul, era la más preciada de sus posesiones.  Para que me entiendan: era similar al contenido de  la caja de madera del Club de la Peluca custodiado en el Museo de la Universidad de Saint Andrews. ¿Cómo, que no saben de qué hablo? Pues les diré que esa caja de madera del Club de la Peluca es venerada por todos sus miembros por contener el vello púbico de las amantes de Carlos II de Inglaterra. Y el amuleto de Abdul también contenía el vello púbico de sus seis mujeres.

     - Te lo advierto hay un monstruo dentro de mi y mas vale que no lo despiertes. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás aquí? ¿Y quién te ha enviado aquí? -dije muy serio-.

    -  Verás, ha sido todo muy extraño, no te lo vas a creer, Tony Pashá….

    -  ¿No me digas que aún estás con esa maldita disritmia circadiana o síndrome de los husos horarios y conmocionados por ver que las azafatas del avión que te ha traído a la Patagonia no llevaban velo?

     - Jajaja, siempre tan bromista, Tony Pashá. Por cierto, ¿Qué es la disritmia circadiana?

     - Es lo que conocemos como Jet lag.

     -  No Tony Pashá, no es eso. ¿Sabes que no he muerto de sed y de frio  porque el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él,  me ha guiado hasta esta cueva donde estas bellas señoritas me han cuidado y reanimado con infusiones de té chino?

     - Con Infusiones de té chino…y masajes con aceites de  Lavanda y Eucalipto que muy gustosamente mis hermanas Tokha, Meneha y Chuppa  te realizaron -dijo Methe con una pícara sonrisa-.

    -  Ejem…ejem…Bueno-balbuceó Abdul-,  es que…verás…yo…

     - Ah, y yo le di un masaje japonés con aceite de Bergamota –añadió ella, sonriendo todavía más, si cabe- porque Abdul me insistió que en su país la Bergamota era muy apreciada por sus innumerables  propiedades terapéuticas.

    -  Ejem...Bueno qué te parece Tony Pashá si te cuento como he llegado hasta aquí, ¿eh?… ¿Tienes un momento ahora, no? -Preguntó Abdul desviando la conversación de manera alevosa-.

     - Vamos a ver que piense-dije yo-. Los lunes los dejo para la resaca, el martes toca corte de pelo, manicura, pedicura…cosas de hombre ya sabes… el miércoles me reúno con mi médico para hablar de mi colonoscopia, el jueves como también sabes voy a ver a mi gestor para tratar de mi plan de pensiones, y los viernes… Coño, ¿qué tengo los viernes? Ah, sí,  me los reservo para escuchar a los sinvergüenzas como tú.

     - ¡A qué es genial, Tony Pashá! ¡Hoy es viernes!

Le agarré de la chilaba para soltarle un guantazo cuando un perfume extraño me llamó la atención.

    -  Oye, por cierto, ¿y ese aroma frutal de tu cabeza?

     - Es el acondicionador de coco, evita que mi  pelo rizado se encrespe con la humedad de la cueva.

Sonreí por no llorar.

     - Me alegro saber que el té chino no te ha hecho perder la coquetería, Abdul.

     - ¡Oh, Tony Pashá,  creo que los hombres deben cuidarse y ser autosuficientes!

    -  En eso estoy de acuerdo contigo. Yo con Ginebra,  la tele y una hermosa asistente sobreviviría hasta en una cueva como esta….con internet, claro.

    - Jajaja, siempre tan divertido Tony Pashá.

     - Sí, y ahora quiero preguntarte algo, Abdul…

No me dejó terminar la frase y dijo rapidamente tapándose la cara, por si le soltaba un manotazo:

     - De acuerdo, me ha enviado Lola.

     - Me cagoen...Lo sabía…lo sabía. Solo podía ser ella. Es la única que sabe como cabrearme.

Levantó la barbilla con dignidad y me dijo:

     -Yo te lo explicaré todo, Tony Pashá…el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él, es testigo que ella me obligó a venir aquí.

    - Está bien, Abdul, de eso hablaremos luego, ahora hay una cosa que me preocupa todavía más. Vamos a ver, Methe -dije volviendo la mirada hacia ella que estaba sentada cerca de sus hermanas-.

     - Dime Ton -contestó sonriente-.

La miré sorprendida.

    - ¿Como sabes que me llamo Ton? Eso solo lo saben mis amigos.


    - Yo soy tu amiga. También sé que eres investigador privado, aventurero, busca tesoros. Te gusta  el gin-tonic con tres cubitos de agua de manantial, eres soltero y tienes en tu mesita de noche una edición ilustrada, firmada por Daisetsu Teitaro Suzuki,  del kamasutra, y...

Vi como sus hermanas me miraban mientras cuchicheaban entre ellas, riendo disimuladamente.

     - Vale, vale…no sigas…

     - Y de eso quería hablarte; cuando un hombre llega a tu edad y no se ha casado suele ser por dos razones: que es un golfo o es gay.

     - Muy interesante…


     - Tú no eres marica, eso está claro-añadió ella-.

     - Gracias. Tampoco soy un golfo-repliqué yo-. Hay una tercera posibilidad que has olvidado.

     - ¿Una tercera posibilidad? ¿Cual es?


     - Que a veces un hombre tarda en encontrar su alma gemela, y cuando la encuentra, resulta que esa alma gemela no se entera de la película.

     - ¿Alma gemela?

    -  Sí. Oye, Methe,  volviendo a lo importante, si sabes quien soy sabrás porque estoy  aquí, ¿verdad?

     - Efectivamente, has venido en busca del profesor Alejandro Alberto José Hernán Cortés de Villanueva.

    -  Así es. Y dime Methe, ¿por qué no me explicas qué haces aquí junto a tus hermanas, en esta cueva perdida en el fin del mundo?

    -  Es una historia muy larga, Ton.

     - Muy bien, hoy va a ser un día entretenido,  empecemos entonces por tu historia, luego Abdul me contará la suya, ¿verdad Abdul?

     - Claro Tony Pashá -contestó él agarrando fuertemente su amuleto con su mano-.

Methe se acercó a mí y, sin más, me cogió la mano y me sentó a su lado.

      - Está bien -repuso ella, cruzando las piernas-, seré franca y te diré que mi padre no es Sobáh Meláh, miembro de la tribu de los tehuelches, sino el profesor Alejandro Alberto José Hernán Cortés de Villanueva. Él es mi auténtico padre y él me trajo aquí para salvarme. 

La miré pensativo y sorprendido.

   -  ¿Es eso cierto?

    -  Sí. Hace un año, una incontenible epidemia se apoderó del pueblo dónde vivía junto a mi familia adoptiva. Murieron casi todos atacados por la fiebre Kirchno-peroniana, los efectos son como los de la peste bubónica, ¿sabes?  Fue todo muy rápido, como en Constantinopla, en aquel fatídico verano de 1334. Atravesó las calles, las alcantarillas; las ratas chillaban también en la noche mientras morían, y finalmente dejó el pueblo en un carro de bueyes,  para seguir matando a media Patagonia. Para combatir la enfermedad el profesor Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva, mi padre,  necesitaba  grandes cantidades de Ritalina el único antídoto conocido  para la fiebre. Su especialidad es la paleontología, no era experto en antitoxinas, pero había detectado suficiente Ritalina pura en la cueva de las Manos. Así fue como venimos aquí, buscando retirarnos del rastro de muerte sembrado por esa terrible enfermedad.

La miraba, y a pesar de tanto aturdimiento por lo desconcertante de la situación y de la historia, sentía que mi cuerpo respondía ante su roce, y me pregunté cómo era posible que la naturaleza permitiera que un hombre pudiera sentir desconcierto y deseo al mismo tiempo.

     - ¿Y como es que el profesor Cortés de Villanueva tuvo una hija, fuera del matrimonio, y en medio de la Patagonia argentina?

      - Él llegó a la Patagonia  a finales de los años 80 huyendo de los infiernos personales, necesidades interiores…huía de  la bestia del instinto.

La miré a los ojos.

     - No comprendo  ¿Puedes ser más explícita?

     -  Estando en España, tuvo una desafortunada aventura amorosa con una estudiante de la Universidad de Salamanca dónde él impartía clases,  y eso provocó un gran terremoto en el mundo académico y científico de la época.  Dicen que todo fue una encerrona maquinada por uno de sus colaboradores para desacreditarle ante el comité que le había propuesto para el premio internacional Fabio Frassetto. 

Methe se dio cuenta de que la miraba muy interesado y se apresuró a seguir con su historia.

     - Como los seres humanos, así son las cosas. Ser humano es ser complejo, es también buscar el mal de los demás, no se puede evitar un poco de fealdad del interior. Entonces buscó refugio espiritual y paz interior, aquí, en la Patagonia, y fue también aquí que se casó con Fulgencia Eleonor de Bordecillas,  la rica heredera del magnate de los yacimientos mesotermales de oro de la región de Neuquén, Fulgencio Andrés de Bordecillas.

     - Comprendo se enamoró y se casó-dije yo-.

    -  No, no comprendes nada -contrarrestó ella con un suspiro-. Se casó con Fulgencia Eleonor, pero no la quería.

     - Ah, ¿no la quería?

   -No, mi padre no la quería, y a las pocas semanas de casarse conoció a mi madre de quien se enamoró perdidamente.

Lancé un silbido.

     - ¿Quieres decir que se casó con Fulgencia Eleonor sin quererla, y que luego tuvo una historia de amor con tu madre, y que de esa historia naciste tú?

Ella frunció el ceño.

     -Eso es. Veo que has recuperado tu proverbial perspicacia. Sabes, Ton, cuando un hombre de la edad del profesor Cortés de Villanueva se enamora perdidamente de una mujer, él  ya era mayor entonces,  descubre de repente la soledad de su vida. Antes de conocer a mi madre su corazón solo palpitaba ante los huesos y fósiles de dinosaurios de nombre impronunciable,  solo podía hablar de ellos, el intelecto lo era todo para él, cultivarlo era lo primero,  luego al conocerla, no veía nada mas que a mi madre.

    -  Interesante. Ahora háblame un poco de ti.

Ella suspiró.

     - Yo  como mi padre -vaciló ella-,  también soy una enamorada de la ciencia, sobre todo de la física.

Sonreí  brevemente mientras la miraba de arriba a abajo.

    -  ¿Ah, sí? Pues  he de admitir que no te pareces en nada a una rata de biblioteca.

    -  Sabes, a veces sueño con encontrar un hombre que me quiera y poder hablar de física subdimensional con él,  tratar de la densidad de campo y de su relación con los fenómenos de la gravedad.

    -  ¿De verdad? Me encanta ese tema, ¿verdad Abdul? Es uno de mis preferidos -dije yo con rapidez-.

Abdul tosió discretamente.

    -  ¡No te burles! –replicó ella sonriendo con malicia-.

    -  En serio, me encanta el tema. ¿Y qué más te interesa a demás de los fenómenos de la gravedad?  ¿La totalidad del universo, todo el saber?

Vi como sus hermanas me miraban divertidas. Estaba claro que nadie me creía.

    - ¡Casi todo, menos la traición del intelecto! Soy  consciente de que el intelecto no lo es todo, pero cultivarlo es lo primero, o el individuo comete errores, pierde el tiempo en ocupaciones improductivas y cae finalmente en manos de la codicia. Existen muchos, aunque no lo creas,  que se sienten como yo, digamos incomodos con todo lo que se ha creado. Es casi una rebelión biológica, un profundo rechazo hacia la comunidad planificada, programada esterilizada y artificialmente equilibrada.  Mantener la armonía es más importante que el dinero. Los que nos sentimos así anhelamos una nueva vida.

Asentí comprensivo.

     - Todos la anhelamos,  Methe, pero sin tener que vivir en las cavernas.

     - Supongo que eso es cierto –murmuró ella-.

     - Y dime, Methe: ¿No te sientes sola aquí?

Ella me miró sorprendida y sonrió.

     - No sé... en este lugar he vuelto la espalda a la confusión, pero  ¿Qué es para ti la soledad?

Me la quedé mirando fijamente, gratamente sorprendido de  descubrir que empezaba a sentirme a gusto hablando con ella... y no era solo por sus tetas. Sus palabras de alguna manera me resultaban familiares, y  recordé que a su edad yo disfrutaba de los errores sin perjuicios  y que también me consideraba como alienígena en mi propio mundo. Entonces contesté:

      - Es ser una flor muriendo en el desierto.


(Continuará...)

10 octubre 2012

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina (IV Parte)


Al penetrar en la antesala de la  cueva, no sin cierta desconfianza,  sentí como un escalofrío recorría mi espalda. El escenario era oscuro, pero el resplandor tembloroso, procedente sin duda de una pequeña  hoguera ubicada más al interior, permitía vislumbrar la gama de colores, rojo, ocre, amarillo, blanco, negro,  y la multitud de siluetas de animales, principalmente guanacos y choiques, y las famosas manos que daban nombre a la cueva. También había motivos geométricos, líneas, puntos y mandalas de los cuales se desconocían su significado. Siempre he sido un apasionado de las culturas diferentes, de los países exóticos, y había leído que  esos dibujos se confeccionaron con frutos, plantas y rocas molidas, pero también, por magia contagiosa,  se había utilizado la sangre de los animales cazados y la grasa de los mismos como aglutinante. ¡Un asco!
Entramos más adentro de la cueva, a través de una estrecha hendidura, y llegamos a un espacio más amplio  en cuyo centro,  entre el claroscuro que la tenue luz de una pequeña hoguera brindaba, destacaban las siluetas de  las hermanas de Methe: Chuppa, Tokha y Meneha.
Al acercarme, la intensidad de la llama me permitió verlas en todo su esplendor. Las miré fijamente y el corazón me dio un vuelco. Eran idénticas, trigemelas. Sí, lo sé, se trata de un hecho rarísimo, pero ocurre créanme, aunque las probabilidades son muy escasas: sólo en uno de cada 16 millones de partos. El caso es que eran  unas mujeres muy guapas y altas,  de aire lánguido, piernas fuertes y largas. Sus hombros eran de una anchura insólita y poco habitual en las féminas patagonas. Iban envueltas en una tela de algodón, rayada, guarnecida de flecos, que cubría unos vestidos simples,  de piel de ciervo pampeano,  y un resplandor de salvajes ornamentos rompía la uniformidad. Lo que la indígena indumentaria pretendía ocultar era, sin embargo, de todo punto encantador. Sus bustos opulentos y poderosos; con senos que atirantaban provocativamente la piel de la prenda que los cubría  y parecían pedir a gritos libertad.
Ellas mantenían la cabeza erguida. Tenían los cabellos negros como el cordobán, rozándoles los senos. Resplandecían como el pelaje de una pantera negra e iban sujetos con una cinta de cuero que les daba un aire a medio camino entre lo romántico y lo étnico. Llevaban anillos en todos los dedos, pulseras de bronce hasta casi los codos, e innumerables collares de abalorios en el cuello, que brillaban como las pléyades. Las chica eran preciosas y tenían unas piernas que valían un imperio y ningún inconveniente en mostrarlas. Eran tan hermosamente exóticas que al mirarlas el corazón parecía querer  salirse de su ubicación natural, y tocarme el paladar.
Una de ellas se acercó a mi con paso airoso. Bajo una frente límpida, enmarcados por los arcos simétricos de oscuras cejas de tonalidad natural, resaltaban llenos de vida, unos hermosos ojos, negros como el alma del ángel caído,  sombreados por largas pestañas, y en cuyo brillo  hubiera cabido imaginar la presencia de una diosa Inca.
Su silueta, así realzada por su vestido, era soberbia y, ciertamente, exacta de lo que en principio imaginé. Su esbeltez y lo estrecho de su cintura daban aun mayor relieve a la amplitud de sus hombros. Los senos, firmemente asentados, tenían, en verdad, vida propia. Sus piernas, fuertes y de torneado perfecto,  iban enfundadas en unas botas de cuero de Pecarí que le llegaban  más arriba de las rodillas.
El conjunto de este examen lo realicé en no más tiempo que los dos segundos precisos que necesitó para  llegar a mi.

Methe por su parte me escudriñó con una insistente mirada. La fijación en sus pupilas me hizo pensar que reflexionaba. Aunque dudo que ella percibiera cambio alguno en mi expresión. Pero de lo que estaba seguro es que, de haber adivinado las cosas que en aquel momento me venían a la imaginación mirando a su hermosa hermana, me habría echado a patadas de la cueva.

Te presento a mi hermana Chuppa -me dijo Methe- . Y allí sentadas cerca de la hoguera -añadió con un gesto de su mano- están Meneha y Tokha.

Debo reconocer que en ese momento me sentí un poco aturdido. Por mi cabeza pasaron mil pensamientos y ninguno bueno...o malo, según se mire. Y recordé que accedí a investigar la extraña desaparición del profesor Alberto Alejandro José Hernán cortés de Villanueva porque estaba seguro de que el caso no me llevaría mucho tiempo y podría dedicarme a cosas más importantes como descansar o leer los evangelios apócrifos... pero ahora tenía claro que me había equivocado… en lo referente al caso y en lo referente a descansar. Tendría que emplearme a fondo y  desempeñar el papel de héroe.
Me senté en el borde de una banqueta de madera que estaba cerca del fuego e hice una mueca. No comprendía nada, eso estaba muy claro, y no me gustaban las situaciones que no dominaba y aún menos saber que había sido lo bastante estúpido o desafortunado para creerme toda esa historia de aquella extraña desaparición del profesor que me había contado la señora Fulgencia Eleonor de Bordecillas. Así que respiré cuidadosamente, fruncí el ceño, y dije:

¡Un momento! Vamos a ver chicas, creo que ha llegado el momento de tener una charla. Primero contigo, Methe. ¿Me puedes explicar porque eres rubia y blanca como la nieve del Kilimanjaro y tus hermanas morenas y cobrizas como una moneda de cuproniquel?

Oh, ahora pareces de mal humor y eso es porque estás cansado-contestó ella-. Todo a su debido tiempo. Lo que necesitas ahora es un poco de descanso.  Necesitas una buena comida casera y un ambiente relajante. En resumen, nos necesitas a nosotras.

—No me digas ¿Tienes algún plan especial en mente?  

—La verdad es que sí —repuso ella sonriendo pícaramente-.

-Pues apárcalo por ahora y contestame la pregunta.

-Está bien. Como quieras. Pero la historia es muy larga, que lo sepas.

—No tengo prisa, y si quiere la puedes resumir.

—Está bien. La historia comienza al finalizar la II guerra mundial . Una de las asistentes del doctor Josef Mengele, "El ángel de la muerte" de Auschwitz, Frau Hohenau,  una belleza aria de tez clara y cabellos rubio oro, huyó de Alemania y, como muchos otros nazis, encontró refugio en Sudamérica. Frau Hohenau, concretamente aquí, en la Patagonia argentina. Después de un tiempo,  se enamoró y se casó con un  apuesto oficial alemán que también había huido de la persecución del caza nazis,  Simon Wiesenthal , y tuvieron una hija, mi madre, rubia y aria como las Valkirias. Mi madre al cumplir los veinticinco años se enamoró a su vez de un apuesto jefe de una tribu cercana, Sobah Meláh, y me tuvieron a mi. Las circunstancias, y la fuerza genética, se impusieron e hicieron que prevaleciera, por encima de todo, la herencia genética de mi madre...y aquí está el resultado-dijo señalandose-. Finalmente, hace diez años, en un trágico y misterioso accidente fallecieron mis padres, y Tomáh Meláh, el hermanastro de Sobáh Meláh, me adoptó y me educó junto a sus hijas naturales: Tokha, Meneha y Chuppa. ¡Bien, ahora ya sabes por qué soy tan rubia y mis hermanas no!

-Bueno, supongo que tengo que creerte. Además, no creo que te hayas podido inventar una historia así en dos segundos.

-Créeme, no tengo tanta imaginación, soy rubia, ¿no lo ves? Ahora sígueme, quiero enseñarte algo. Mejor dicho: al alguien.

Me guió hasta el fondo de la cueva, y allí, tumbado y durmiendo boca abajo en un camastro de madera, en la penumbra, había el cuerpo de lo que parecía ser un hombre. Methe acercó una antorcha y entonces le ví la cara. No me lo podía creer, me froté los ojos repetidamente de forma compulsiva y grité:

-¿Abdul!  ¿Abdul bagud del oasis de baghera yihad! ¿Qué coño haces aquí? –añadí agarrándolo por la chilaba-. Por cierto ¿Y tu camello? ¿Donde está tu camello que no lo he visto en la entrada de la cueva?

-¡Oh, Tony Pashá!  Qué alegría verte, bendito el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él. Mi camello, murió en el camino, no encontré agua para él y no le gustaban las infusiones de té verde que le preparaba.

(Continuará…)

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina (III Parte)

Todos los niños conocen esta fábula: La liebre se confía y la tortuga gana la carrera. Yo no quería ser la liebre, sino la tortuga, y aunque pensara que esta loca rubia tetona parecía la mujer más normal y común con la que me había tropezado hoy, no me fiaba del todo de ella. Cuando su figura resplandeciente surgió de aquella cueva en medio de ese territorio estéril, con sus andares de gata salvaje, su belleza arrolladoramente celestial, sus cabellos rubios y dorados como la estrella Sirio, su piel clara como la luna, sus ojos del color de la llama, su voz dulce como la de una niña,  presentí que algo no iba bien. Pero yo soy un hombre y como todo hombre en una situación similar,  pensé ¡Qué demonios! La vida son momentos, oportunidades, quizás no habrá amor, pero seguro que habrá sexo. Si dijéramos que no es pecado comer lo que alimenta, pero sí lo que no alimenta, entonces esta rubia tetona estaba a punto de acercarme más  al infierno que una hamburguesa con patatas fritas. Además, en mi defensa diré que estar en la tierra de los patagones hace que se te hielen los cojo…las ideas,  y un poco de calor no venía mal. Así que como hombre acostumbrado a pieles pasionales, la abracé como quien abrazaría a una doncella inexperta y mirando en el abismo de sus ojos llameantes le pregunté:

-¿Quién eres, como te llamas?

-Me llamo Methe, hija adoptiva de Meláh, el jefe más valiente de los guerreros de la tribu Tehuelche. Vivo en la cueva de las Manos con mis hermanas: Chuppa , Tokha y Meneha.

Me quedé pensativo unos segundos, componiendo mentalmente esos nombres tan musicales . Luego rebusqué en mis bolsillos, pero no encontré ninguna aspira ni tan siquiera medio vaso de vino tinto para templar el sistema nervioso. Finalmente le dije:

-Así que tú eres Methe Meláh y tus hermanas son Chuppa Meláh y Tokha Meláh...

-Sí,  aunque mi nombre completo es Methe Meláh Sinkeré y mis hermanas,  que son de otra madre, se llaman Chuppa Meláh keriendòh y Tokha Meláh Keriendóh.

Al verme un poco aturdido me dijo:

-Te has quedado mudo, ¿no tienes nada que decir?

Yo miraba a aquella chica preciosa sonriéndome y me era imposible. ¡No podía acordarse de ninguna paradoja matemática que proponer para epatarla!  En cambio, me venían a la cabeza miles de maneras de darle un revolcón.

-Bueno, normalmente tengo respuestas para todo pero…pero…ejem…no sé…déjame pensar un poco…

-Está bien, pero entremos a la cueva estamos cerca del círculo antártico y aquí hace tanto frío que mis pezones podrían cortar el cristal -dijo con la impasibilidad de un Sol que asciende nuevamente a su trono del Tiempo-. Sabes -añadió mientras me guiaba agarrado de la cintura- no teníamos previstas visitas hasta dentro de varias semanas y no creo que nadie más aparezca por aquí.

El roce de su piel deslizándose entre mis deos, sentir su suavidad,  enervaba mis pasiones, y con lágrimas de felicidad en los bolsillos anduve el camino que me conducía a aquella misteriosa caverna, y, aunque no se lo crean, y sé que no me van a creer, me resigné a la posibilidad de que sus hermanas Chuppa, Toka y Meneha fueran como ella, y por consiguiente poder peregrinar por nuevas pieles. En cualquier caso, probar cosas nuevas es sano –pensé para mí-. De lo que depare el futuro me encargaré cuando llegue,  que esta noche el crepúsculo ha señalizado con una estrella mi particular odisea emocional.

Aunque no es tan fácil de explicar como parece, así fue mi primer encuentro con Methe Meláh Sinkeré, mi primer cara a cara, y créanme si les digo que lo que sigue es aún más increíble.

(Continuará…)

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina(II parte)

 Siguiendo las instrucciones de la señora Fulgencia Eleonor de Bordecillas seguí el rastro del profesor Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva, Paleontólogo de renombre mundial, hasta  esta  zona inhóspita donde se ubicaba el yacimiento llamado: Aucamahuevo. Ocupaba más de 24 Km, tenía unos  noventa millones de años, y estaba  rodeado en cientos de kilómetros sólo por el constante rumor del viento patagónico. Y así, después  de largas horas de soledad y penurias llegué finalmente hasta el Cañadón del río Pinturas, un edén en medio de la nada, cuya ubicación, solitaria, en medio de esta estepa santacruceña le había permitido conservarse casi intacto, tal cual lo pisaron los Argentinosaurus 100 millones de años atrás. ¡Qué extraña es la vida! –Pensé para mis adentros-. El planeta  nunca verá una criatura terrestre mayor, y sin embargo  su vida comenzaba en unos huevos poco  más grande que un pomelo. En fin, la vida tiene estas cosa. Levanté la vista y allí, entre los pliegues de sus altos paredones, se encontraba la Cueva de las Manos, donde pobladores de 9.000 años atrás sellaron con pinturas rupestres su arte y su testimonio de vida.  El pueblo más cercano, Perito Moreno, de donde venía yo, estaba a 170 kilómetros de allí. Y más allá, ya cerca de la cordillera, se encontraba Los Antiguos, que era, según me dijeron, el lugar de descanso de los ancianos de la desaparecida tribus indígena de los tehuelche.
Toda esta zona y no sólo la Cueva,  era y es un riquísimo sitio arqueológico y paleontológico debido a que los valles, cañadones, lagos y ríos que la componen cobijan celosamente pinturas rupestres y distintos tipos de yacimientos arqueológicos de hombres que caminaron sus campos 14.000 años antes de Cristo. Y  así es que entre las hierbas se encuentran fósiles que testimonian la existencia de un mar en esta región mucho antes que el hombre la habitara. Allí fue dónde un ranchero, aficionado a la paleontología, la ciencia de la vida antigua,   había encontrado un hueso sorprendentemente grande y había informado al gran paleontólogo argentino el Dr. José Fernando Bonaparte, quien vio enseguida que el hueso superaba a todos los demás huesos de dinosaurios que había visto en su larga carrera y dio cuenta rápidamente a su gran amigo el profesor Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva del increíble hallazgo.


Cuando finalmente llegué a la Cueva de Las Manos, de unos 24 metros de profundidad, 15 metros de ancho en la entrada y alrededor de 10 metros de altura, me sentí un héroe. Un héroe  silencioso que quiso darse un último gusto,  sentándose para repasar uno a uno los gestos, las miradas y  las últimas palabras que mantuve al otro lado del mundo con la señora Fulgencia Eleonor de Bordecillas. Recordé sus ojos que esquivaban la mirada hacia el suelo, sus manos que  jugaban con una punta de tela mientras no se atrevían a confesar que no deseaban hablar más de la cuenta. Recordé sobre todo una conversación de comerciantes fenicios en la que ambos jugábamos a ver quién podía mentir más.  Recordé toda la charla… y el horizonte iba tragándose el sol mientras seguía sentado, abrumado por los acontecimientos,  en medio de aquel paraje yermo y deshabitado.

Entonces me levanté, giré mi cabeza a ambos lados  y me dije: Señora Fulgencia Eleonor de Bordecillas, usted calla más de lo que sabe.

Y justo en ese momento, y soy consciente que no se lo van a creer, apareció de dentro de la cueva, saltando de alegría, una chica rubia. Iba vestida con pieles de animales y se ceñía con una liana trenzada...y tenía unas tetas enormes. Parecía feliz y dichosa. Se paró frente a mí, y me abrazó con mucha fuerza, y yo, de la emoción, mirando aquella maravillosa puesta de sol por encima del hombro de ella solo pude dejar escapar un suspiro, y recordar esas bellas palabras de Carmen Conde: ¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia! Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo sin haberlo soñado.


(Continuará…)

07 octubre 2012

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina.


Era una lejana y fría mañana de Otoño. Un Sol tímido y en fuga perfilaba mi silueta sobre el  suelo árido, seco y erosionado. El verano se había acabado y la noche polar se acercaba, cautelosa.Ya se sabe que, en las regiones cercanas al antártico, como en la provincia de Huesca, el ejercicio físico es imprescindible para combatir el frío y ayudar a la circulación de la sangre. Y eso hacía yo, caminar para no morir congelado. Caminaba solo por la inmensidad de la llanura de la provincia de Neuquén en la Patagonia argentina. Amigo sólo de mi propio saber y del camino que hace el andar, la mirada vacua y cansada, observaba en derredor un mundo solitario, misterioso, y recordé que 250 millones de años atrás  toda la tierra del mundo estaba unida en un solo supercontinente colosal llamado Pangea y había un solo océano inmenso el Pantalasa. Algunos aventurados imbéciles en su día me calificaron de hombre solitario por gustar de perderme en parajes remotos e inhóspitos, pero yo estaba por encima de cualquier adjetivo o convención social, simplemente no compartía los ideales de un mundo decadente y moribundo rodeado de edificios tan grises como las vidas de sus inquilinos. No los voy a criticar, los tontos están en este mundo para proporcionarnos algún entretenimiento, eso hace la vida menos tediosa. Yo era diferente, es verdad, sobre mi  tez se habían deslizado todos los vientos del mundo, del siroco a los alisios, y prefería lo intangible, la aventura, lo desconocido. Ahora estaba aquí, en el fin del mundo, buscando las huellas del último gigante de la Patagonia,  uno de esos herbívoros de cuello largo y cuatro patas que resultan tan familiares, el argentinosaurus. Todo empezó tan solo dos días antes, cuando estando en casa  llamó a mi puerta Fulgencia Eleonor de Bordecillas. Fulgencia era una mujer madura, pequeña, de aspecto enfermizo, que me expuso su problema con ciertas dificultades. Parecía ser que desde hacía unos días sentía escalofríos, dolores de cabeza y musculares,  mareo, dolor de garganta y moqueo nasal.
Si bien al principio los síntomas me dejaron confuso enseguida pude reaccionar y, después de administrarle un preparado a base de bayas de Goji, muy veneradas en Asia central y China por su poder de recuperar el Chí o energía vital, le aconsejé que se fuera a tomar por el culo y que la próxima vez que tuviera un resfriado se fuera al médico del seguro, que lo mío era buscar tesoros y vestigios de civilizaciones perdidas o como mucho solucionar alguna incógnita relacionada con el origen de las especies.

-Por eso he venido-me dijo-.

-Ah, ¿no era por la gripe entonces?

-No hombre, para eso tomo Bisolgrip, lo que pasa es que no me ha dejado terminar de exponerle mi problema. ¿Sabe cuál es la respuesta al mayor problema de la vida, del universo y del todo?

-Si me da un par de minutos le contesto.

-Es usted irónico, y eso es signo de inteligencia. Verá. Mi marido es un paleontólogo muy famoso, el Dr.  Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva, lleva más de veinte años investigando al respeto y ha desaparecido mientras estudiaba las huellas del argentinosaurus en la Patagonia argentina.

-Argentinosaurus? Vaya, vaya… no me diga más… Eso es un dinosaurio, ¿verdad?

-Es usted asombrosamente perspicaz. Sí, el Argentinosaurus es un género representado por una única especie de dinosaurio saurópodo titanosauriano que vivió a mediados del período Cretácico, hace 95 millones de años, en el Cenomaniano. Es el  animal terrestre más grande del que se tiene conocimiento actualmente, pudiendo llegar a medir 30 metros de largo y a pesar 60 toneladas. Sin embargo mi marido me escribió hace una semana diciéndome que había encontrado vestigios de un dinosaurio que podría ser aún más grande, el Amphicoelias fragillimus.

-Ya veo, ¿El Amphicoelias fragilimus dice usted?

-Sí, pero me dijo que los restos fósiles eran aún incompletos, y que me diría algo...que me llamaría.

-Y desde entonces no ha tenido noticias suyas, ¿es eso?

-Exactamente, veo que es usted muy sagaz, por eso he venido a verle. Necesito su ayuda. Quiero que vaya a la Patagonia y encuentre a mi marido, el profesor Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva. Ah, y no se preocupe por el dinero, soy una mujer muy rica.


Decía Pascal que toda la desgracia de los hombres proviene de no saber estarse quietos en su casa, y Schopenhauer que en general, la gente suele llamar destino a sus propias tonterías. Cuanta razón llevaban esos dos desgraciados, sino lean esta nueva aventura en la que me acabo de tirar de cabeza y que tan solo  acaba de empezar.



(Continuará…)