29 febrero 2012

Todo empezó con una manzana.


Puede que vivamos en un universo con más dimensiones de las que alcanzamos a ver. El Universo es mucho más extraño de lo que nos imaginamos. Hoy en día la teoría armonizadora se ha convertido en la quimera de la física moderna. Según la teoría de cuerdas, podríamos estar viviendo en un universo donde la realidad coincide con la ciencia ficción. Un mundo de 11 dimensiones con universos paralelos muy cercanos.
Ahora bien: ¿Qué nos hace pensar que podemos comprender la complejidad del universo y podamos resumirlo en una teoría para todo? ¿Nada verdad? Pues yo voy a intentar explicarles cómo funciona; no es fácil pero lo voy a intentar.
Tenemos R mi Ni menos un medio de g mi Ni R (ya saben cómo va esto) igual a 8 Pi GT.
¿Y como lo obtenemos me preguntarán ustedes? ¿Porque me lo iban a preguntar, no?
Muy simple: variando la acción de Einstein y Gilbert y dando con las ecuaciones necesarias para este período. ¿Se acuerdan como se llama esto? No, no es la curvatura escalar. Esto es el tensor de Richie. ¿Es que no lo han estudiado? Está visto que por mucho que lo intente no puedo enseñar a incultos. Vuestros cerebros no son capaces de entenderlo. ¿Como van a ser ustedes capaces de comprender las complejas leyes del Universo? La física moderna asegura que sí, pero veo que no. Visto lo visto, voy a recoger yo solo el testigo que Einstein nos legó en su búsqueda de la unificación. ¿Qué no saben que es la unificación? ¿Pero saben ustedes algo? Ya veo que no. La Unificación supone formular una ley que una todo lo que conocemos en este universo, a partir de una sola idea…una ecuación única. Y creo que dicha ecuación puede existir. ¿Y por qué dirán ustedes? Pues porque en el transcurso de los últimos 200 años nuestros conocimientos acerca del universo nos han aportado toda una serie de explicaciones que apuntan en la misma dirección. Todas parecen converger en un único y valioso concepto que aun estamos buscando. La unificación es la clave. Supone nuestro objetivo.

No perdamos más tiempo y vayamos al meollo.

Muchos años antes de que viviera Einstein la búsqueda de la unificación comenzó con el accidente más famoso de la historia de la ciencia. La anécdota cuenta que un día de 1665 un joven estaba sentado bajo un árbol cuando de repente vio como cayó una manzana de él. El desprendimiento de aquel fruto sirvió para que Isaac Newton revolucionara nuestro concepto del Universo. Una apuesta ambiciosa en su época. Newton aseguró que la fuerza que atraía a la manzana hacia el suelo y la que mantenía a la Luna en órbita terrestre no era sino la misma. En un solo paso Isaac Newton había unificado el cielo y la tierra en una teoría que llamó gravedad. La unificación de lo celestial con lo terrenal. Una ley única que rige los movimientos de los planetas, las mareas y la caída de la fruta, supuso una unificación fantástica para nuestra imagen de la naturaleza. La gravedad fue la primera fuerza que llegamos a comprender científicamente y le seguirían otras. A pesar de que Newton descubrió la Gravedad hace más de 300 años, las ecuaciones que la descubrían realizaban predicciones tan exactas que las seguimos utilizando hoy en día. De hecho gracias a estas ecuaciones los expertos de la Nasa lograron diseñar la trayectoria del cohete que aterrizó en la Luna. Pero había un problema. A pesar de descubrir la fuerza de la gravedad con una gran exactitud Newton ocultaba un bochornoso secreto. No tenía ni idea de cómo funcionaba. Durante casi 250 años los científicos miraban hacia otro lado a la hora de enfrentarse a este misterio…hasta que a principio del siglo pasado un anónimo empleado de una oficina de patentes suiza lo cambió todo. Pero de esto hablaremos otro día…

20 febrero 2012

Una tarde de domingo.


…Ayer domingo me ocurrió algo curioso (Ya saben ustedes que cuando comienzo una nota o un comentario con esas palabras es que lo que voy a relatar es cierto). Estaba en lo mejor de mi alegre siesta dominical cuando sonó el carillón de la puerta. Me sobresalté, esa es la verdad, porque no tenía prevista ninguna visita. Bueno - pensé para mí- eso solo puede ser el capullo de Josep (ese que se acostó con la segunda mejor amiga de su ya ex mujer. Creo que lo he comentado alguna vez). Estará cabreado porque no le dejé el coche y vendrá a darme la murga - volví a pensar para mis adentros-. Sí queridos amigos cuando ese merluzo no se sale con la suya me suele visitar para echármelo en cara. Me dirigí a la puerta con celeridad, pasando primero por la cocina para mirar la nevera. ¿Para qué se preguntarán ustedes? Muy simple: para esconder las cuatro latas de cerveza que quedaban. No… no es que sea un mal amigo, o un mal anfitrión, que va, solo que cuando Josep está cabreado, es mejor abreviar su visita, y si no hay cerveza, eso ayuda bastante. Abrí, y con la mejor de mis sonrisas le dije:

-¡Qué hay…no te esperaba!

Entró sin mirarme y, como imaginaba, se metió en la cocina y abrió la nevera.

-¿Joder, no hay cervezas?
-Pues creo que no, pero…

Tampoco me escuchó, salió de la cocina y se metió al salón. Abrió el mueble bar y se sirvió una copa de Whisky, luego finalmente me miró y dijo:

-Por tu culpa Ton… ¡Por tu culpa mi cita de ayer fue una mierda! Yo sabía que no podía presentarme con mi Seat Ibiza, y tú también lo sabías. Pero te dio igual. Claro, tu coche es sagrado, nadie lo toca, solo tú, ¿eh?
-Venga siéntate y cuéntame. ¿Qué pasó?
-¡Y una leche te voy a contar yo a ti! ¡Ya te puedes imaginar lo que pasó! Pasó lo que tenía que pasar, que me mandó a paseo, y eso antes de poder follar con ella ¿Vamos a ver Ton, cuantos años hace que nos conocemos?
-Diez años-dije yo- fue lo que me dijiste tú el otro día. ¿Por qué?
-Y dime, ¿desde que nos conocemos te he fallado yo en algo?
Me quedé mudo. Sí, ya sé que no está bien quedarse mudo ante semejante pregunta. Pero enmudecí.
- ¡Venga, contéstame! -Exclamó él-.

En ese momento diez mil imágenes pasaron a la velocidad de la luz por mi red neuronal, y como en un flash back cinematográfico, mi visión se distorsionó, me encontré sin yo quererlo en un bucle espacio-temporal ondulante y, al mismo tiempo,  acompañado de una música de un instrumento musical que identifiqué como el de una lira. Sí queridos lectores y también amigos, ya sé que es preocupante, pero lo realmente inquietante fue volver a visualizar el momento del encuentro. Fue terrible. A veces es mejor olvidar el pasado, créanme. Pero vayamos al grano sin perder más tiempo. Les voy a hacer participes de ese momento antológico ya que personalmente creo que se lo debo a ustedes, y de ese modo podrán juzgar.

El momento “sublime” de nuestro encuentro. No, no se vayan ustedes, no es muy largo, y servirá para que me comprendan…

… ¿Como empieza una pesadilla? Para mí al regresar de un viaje de trabajo,  una mañana de un martes perdido ya en el tiempo,  mientras buscaba un informe de la cámara de comercio, que nunca encontré. Todo empezó con la lectura de un e-mail que invitaba a una taza de café caliente. Pero estaba redactado en inglés, y yo demasiado cansado para traducirlo. Así que me lo salté y pasé al siguiente. Era de un agente de Import-Export con contactos en China que me pedía una entrevista para hablar de un tema que me podía interesar. Lo firmaba un tal  Josep Capdevànols i Masdecavall. Le llamé y quedamos para vernos. Él eligió el lugar del encuentro: un restaurante chino en la avenida de Aragón. En los siguientes años, arrepentido y pesaroso regresé a ese punto de partida para intentar rectificar, muchas veces. No funcionó.
Llegué puntual, a las 14 horas. El lugar parecía tranquilo y poco concurrido. Eché una rápida mirada buscando la referencia que él me había dado para facilitar la identificación: un crisantemo en el ojal. Efectivamente, ya sé que ese detalle de por sí me tendría que haber alertado, pero yo por entonces era todavía muy cándido. Fui inspeccionando los clientes uno a uno. Todos parecían normales, ninguno llevaba un crisantemo. Entonces mi mirada se  detuvo en una figura sentada cerca de una gran palmera decorativa. No me lo podía creer. Vestía un traje de lino blanco, camisa burdeos, zapatos de charol bicolor, blanco y negro, y lo que me llamó más la atención, calcetines de colores distintos: uno rojo, y el otro verde. Puede que sea la moda, pensé para mí, pero como canta el pájaro ese. Y fue en ese momento, al subir la vista, que lo vi. Vi el crisantemo en su ojal. Lo sé amigos. Sé que en ese instante debí salir corriendo…pero no lo hice. ¿Y por qué se preguntaran algunos de ustedes? Yo mismo llevo diez años haciéndome esa pregunta. No tengo ni idea, de verdad. Seguramente pensé que ya que estaba allí, debía rematar el asunto, la cuestión es que me acerqué a él y dije:

-¿El señor  Josep Capdevànols i Masdecavall…..?
-Sí, yo mismo-contestó sonriendo. ¿Buena idea verdad?
-¿Cómo? Pregunté todavía aturdido por cómo iba vestido ese individuo.
-¡El crisantemo! Dijo señalándolo.
-Ah sí…muy buena idea. Sin él no le hubiera reconocido-repliqué yo con tímida  ironía.
-Pero siéntese-dijo al mismo tiempo que con un gesto llamaba al camarero chino. Voy a pedir la carta. ¿Sabe usted chino?
-No, lo siento, no lo hablo.
-No se preocupe, yo sí.

El camarero chino se acercó, y entonces él le dijo:

-¡Xin bao!
-Jomí pantón-contestó el camarero.
-¡Xin bao! -repitió él.
-Jomí pantón-replicó de nuevo el chino, y añadió ¿No habla usted español?
-Sí por supuesto, ¿pero no entiende cuando hablo chino? preguntó él sorprendido.
-Es que Usted habla cantonés, y yo solo mandarín -contestó el camarero
-Ah, bueno. Tráiganos la carta por favor.

Yo le miré desconcertado, confundido, y le pregunté:

-¿Donde aprendió usted el chino?
-En la cama…-me contestó-.

La copa de agua que estaba en mis manos y a punto de llegar a mis labios retembló y derramé parte de líquido sobre el mantel.

-Mientras dormía -añadió él, supongo que para tranquilizarme-. Por hipnotismo. Por el método de la subconsciencia…Ya sabe… Cd’s, todo tipo de material audiovisual…y todas esas cosas. Pero desafortunadamente escogí el otro lado del Cd.
-Ya entiendo ¿De modo que escogió el lado del Cantonés?
-Exactamente, el de atrás. Bueno, ¿qué le parece si empezamos a hablar de negocios?

En fin queridos amigos, lo acaban de ver,  no es necesario que reproduzca toda la conversación, tiempo habrá, pero sepan que así fue como le conocí. Y como dijo alguien de cuyo nombre no me acuerdo: Hay tres clases de amigos: unos buenos, otros malos, y otros, en fin, que no son ni lo uno ni lo otro. Deben ustedes procurar la amistad de los primeros; ganaran mucho huyendo completamente de los segundos; en cuanto a los últimos, tratadles cuando les sea completamente necesario, evitando sobre todo quedar con ellos en un restaurante chino.

18 febrero 2012

La verdad...con las mujeres.


...Hoy me ha pasado algo divertido (ya saben que cuando empiezo una nota o un comentario con esas palabras es que lo que voy a relatar es cierto y verídico). Estaba desayunando unos molletes con manteca colará en el bar de manolo, cuando vibró mi teléfono móvil (Sí, lo tengo con vibrador, lo prefiero a la música, es más excitante). Era mi amigo Josep (os recordaré que es el capullo que se folló a la segunda mejor amiga de su ya ex mujer), no podía ser otro, es único para ser inoportuno. Y no se crean ustedes que lo digo por decirlo, no, lo digo porque es la verdad. Hay gente en este mundo que tiene el don de la elocuencia, de la oratoria, otros el de la ubicuidad, Josep tiene el don de la inoportunidad. Pero ese no es el problema que hoy quiero comentar, ojalá, de lo que quiero hablarles es de la conversación mantenida con él. Ya verán que no tiene desperdicio. Bueno, ninguna conversación con mi amigo Josep tiene desperdicio. El desperdicio es él. Empecemos pues, y juzguen ustedes:
-Dime Josep, ¿qué te pasa? Estoy desayunando, lo digo para que seas breve.
-Hola Ton (Bueno por si no lo saben, Ton es como me llama mi ex y este capullo) ¿cómo estás?
-Bien, desayunando, ya te lo he dicho.
-Ya…Verás es que tengo que pedirte un favor…
-Al grano Josep, al grano.
-Sabes que el otro día conocí a una chica, ¿verdad?
-No, no la conociste, ella se enrolló contigo porque le mentiste y le dijiste que eras piloto de Air Europa, ¿o lo has olvidado?
-Pues por eso te llamo justamente. El rollete va viento en popa, resulta que he quedado con ella esta noche y quería pedirte algo.
-Si es que me quede con Drácula (Es su perro pequinés, realmente se llama Confucio pero yo le llamo Drácula, por los colmillos que sobresalen por encima de su morrito) ya sabes que no hay problema, hoy no salgo.
-No… bueno eso también, pero es otra cosa la que quiero pedirte.
-Josep, te recuerdo que estoy desayunando y…
-De acuerdo…de acuerdo iré directo. Necesito que me dejes tu coche.
-¿Qué pasa, que el tuyo está averiado?
-No, pero no me puedo presentar a la cita con mi Ibiza de segunda mano, ¿lo entiendes verdad? No olvides que ella se cree que soy piloto de Air Europa.
-¡Alto ahí! ¡Vamos a ver Josep, no puedes seguir así!  No puedes seguir mintiendo a todas las mujeres que conoces.
-Coño, pues no es lo que me dijiste la otra noche en aquel local de la calle Aribau, o ya lo has olvidado, eh?
¡Este tío es idiota! (eso lo pensé para mi, aunque debería de habérselo dicho a viva voz)
-Vamos a ver capullo, la otra noche estábamos en el Pub 240 de la calle Aribau…y aquello es un…bueno, ya sabes lo que es, capullo. Allí todos mienten, empezando por las mujeres. Allí nada es lo que parece, ni el whisky. En esos sitios hay que mentir por necesidad, casi por obligación. ¿O te crees que la rubia de tetas siliconadas que te dijo: “Hola guapo, me invitas a un trago”, te lo dijo porque eres guapo? ¡Eres un merluzo Josep! ¿No comprendes que cuando te dije, allí, que mintieras hasta en el nombre lo hice como la excepción que confirma la regla? ¿Hay que explicártelo todo?
-Vale, vale…pero del coche que me dices… ¿me lo prestas?
-Escúchame mameluco, que me pones de los nervios. No puedes seguir mintiendo a las mujeres de esta manera tan burda e infantil. Así nunca podrás rehacer tu vida con nadie decente. Tienes que cambiar Josep. Vamos a ver, ¿cuantos años hace que nos conocemos?
-Creo que diez años, más o menos, ¿Por qué?
-¿Y en esos diez años no has aprendido nada? ¿No has visto como me comporto yo con el género femenino? ¿Me has oído alguna vez decirles que soy rico? No señor, al contrario. Siempre digo que soy pobre, y que tuve que estudiar de noche porque procedo de una familia desestructurada; que la vida ha sido cruel conmigo; que nadie me ha regalado nada y que mi mujer me dejó por un viejo asqueroso que tenía un yate.
-Sí, lo sé, pero es que tu follas igualmente, y yo tengo que mentir o no me como un roscón ¡joder!
-Ya estamos…follar, follar… ¿es que solo piensas en eso?
-¡Claro, cada cual piensa en lo que no tiene!
-Ay ay ay…ya no sé qué hacer contigo. ¿Como tengo que decirte que a las mujeres hay que respetarlas, y que no hay mayor respeto que no engañarlas? ¿Como tengo que decirte que una mujer fue la que te dio la vida, o lo has olvidado? Hay algo más sagrado que una madre, eh?
-Pues tú siempre dices que tu madre es una bruja y una mala pécora y…
-Vale vale vale… Tal vez el ejemplo no ha sido el más acertado, en mi caso, pero recuerda que las mujeres son como el Sol, el día que desaparezcan, ese día la humanidad se extinguirá. En fin que lo que quiero que comprendas es que lo mejor es que a esa chica le digas la verdad, que trabajas  para comer, no por hobby, y que eso de ser piloto de Air Europa ha sido un lapsus. ¡Además mira que eres merluzo! ¿No podías haber escogido otra profesión? ¡Ja! Piloto de Air Europa… si tú lo más cerca que has estado de un avión fue el día que me recogiste al aeropuerto de El Prat. Mira que eres capullo. Tú hazme caso, deja de mentir y ves con la verdad por delante. ¡Blándela como si fuera un pendón!
-¿Un pendón?
-Sí ignorante… un pendón es un estandarte.
-Ah…
-Josep, dime una cosa… ¿conoces la famosa cita de Martin Niemöller?
-No, ¿por qué?

-Ya me lo imaginaba. Pues mira dijo más o menos eso: Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar. Pues a ti te puede pasar lo mismo como no cambies. Mientes a tu mujer; mientes a tus amantes; mientes a tus amigas; mientes a cualquier cosa que lleve falda…y para cuando quieras decir la verdad, ya no habrá nadie para escucharte. Oye, ¿sigues ahí? ¿Me has entendido? ¿Has comprendido lo que te quiero decir?
-Sí claro, tampoco soy tan tonto.
-¿Y lo harás?
-claro que sí, ya me conoces, siempre te hago caso… ¿pero me dejarás el coche esta noche?

Bueno queridos amigos, ya lo ven, Josep no tiene enmienda. ¿Y por qué le sigo dando buenos consejos que sé no seguirá, se preguntarán ustedes? Pues muy sencillo… porque ese cabrón solo tiene un amigo, y ese soy yo.

17 febrero 2012

¿Las mujeres son todas iguales?


...Hoy me ha ocurrido algo curioso (Ya saben que cuando empiezo una nota, o un comentario, con esas palabras es que lo que voy a relatar es cierto y verídico). Los jueves, y hoy si no me equivoco es jueves, suelo ir a comer con mi amigo Josep (ya saben a quién me refiero, al que se folló a la segunda mejor amiga de su ya ex mujer), y normalmente hablamos de lo que más nos interesa (ya saben… El Cosmos, la Relatividad de Einstein, la teoría de la evolución de Charles Darwin, la teoría de cuerdas, y… de las mujeres). Como soy consciente (a veces me pasa eso…de ser consciente) de que si les hablo de Einstein, Darwin y física cuántica no me va a leer ni la “Choni”, he decido hablar de las mujeres. Vayamos pues al tema que nos ha tenido acalorado (eso...y el Rioja) a mi amigo y a mi durante la comida.
Él muy imbécil me decía:

-Las mujeres son todas iguales, unas brujas manipuladoras y egoístas.

Yo por el contrario defendía la teoría que corre por internet y todas las redes sociales, que no todas son iguales. Que algunas son de fiar y que además son más hermosas que nosotros, y eso ya de por sí es motivo de análisis, ¿no?

-Mira Josep –dije yo-, eres un resentido. Que tu mujer te haya dejado tirado de ese modo tan salvaje, sin tan siquiera darte la oportunidad de decirle “Cariño, no es lo que parece”, eso no te da derecho a acusar a todo el colectivo femenino. Dentro de ese colectivo hay mujeres sufridoras, entregadas, honradas, trabajadoras, solidarias, cariñosas y desprendidas, ¿sabes?

-Sí, como la tuya, ¿no? Esa que me llamó al poco de separarse de ti para decirme: “Ton es un hijo de puta, y tú Josep también por seguirle la corriente y taparle todo”.

-¿Eso te dijo la bruja aquella? ¿Y me lo dices ahora cabrón?

-Pero si te lo dije, ¿o no lo recuerdas? Pero no me creíste, estabas demasiado encoñado…y lo sigues estando.

-Ah, sí, es verdad. Pero no me cambies de tema, que te conozco. Aquí de lo que tratamos es de si las mujeres son todas unas brujas, o no…ese es el tema. Y yo defiendo que no todas lo son.
Sí, ya sé que poner a las mujeres en cuestión y llevarlas al cadalso es el sueño de todo hombre que se precie. Pero te has preguntado, ¿Por qué? ¿Por qué hay tantos hombres que disfrutan con eso? ¿Es porque quieren castigar así a la mujer que dicen llevamos dentro? ¿Acaso seguimos albergando el resentimiento en nuestros civilizados corazones? En el mío no, desde luego. ¿Pero es que no te das cuenta capullo que la diversión empieza cuando hay una mujer?

-Ton, que solo llevan veneno, y lo usan como nadie.

-Eso es solo machismo basado en tu poca inteligencia. Me explicaré. Ya sabes cuánto sé de historia, ¿verdad? Lo que dices es solo una reminiscencia del renacimiento. Entonces todas Las mujeres cocinaban y tenían a su disposición toda clase de veneno. Por eso lo dominan tanto ¡Escúchame y aprende, capullo! He venido a comer contigo para que cambie tu opinión sobre ellas. En cuanto a eso que dicen de mí de que siempre defiendo a las mujeres, a decir verdad, es mentira. Me gustan las mujeres, sí. Y procuro respetarlas y amarlas. A mí no me deprime eso. No creo que el mundo este poblado de brujas y psicóticas, porque no lo está. Más bien lo contrario. Está poblado con mujeres encantadoras como muchas que conozco. No obstante no quiero que pienses que siempre las defiendo, porque no es así. Y te diré algo más, incluso alguna de las brujas y psicóticas que conozco, también me parecen encantadoras. Me caen bien… y hasta me causan respeto, no por como son, eso no admite duda, pero sí por lo que hay en ellas de inteligente, de extraño, o de simpático. Porque todo el mundo tiene algo bueno, aunque solo sea un poco, créeme Josep. Y para terminar recuerdas estas bellas palabras de Jean Baptiste Alphonse Karr:”La mujer en el paraíso perdido, mordió el fruto del árbol de la ciencia diez minutos antes que el hombre; y ha mantenido después siempre estos diez minutos de ventaja.

16 febrero 2012

Armand Lagadère y la Mesa de salomon (II)


…Llevaba caminando unos minutos en dirección al hotel, cuando de repente, me pareció que me estaban siguiendo. No tenía evidencia alguna de ello, a no ser por mi fe ciega  en mi  instinto y mi sexto sentido, por lo que me paré de repente delante del escaparate que tenía a mi lado y miré hacia atrás como por casualidad, recorriendo con los ojos la calle. Nada, aparte de la mezcla de gente moviéndose sin prisas en las aceras, la mayoría por el mismo lado que yo, el lado que estaba protegido del sol. No percibí ningún movimiento repentino a mí alrededor, nadie se secó el sudor del rostro con el pañuelo para evitar ser reconocido, nadie se arrodilló para atarse los cordones de los zapatos. Examiné con naturalidad el escaparate, y continué caminando. Tras unos cuantos metros me detuve de nuevo. Todavía nada. Seguí y doblé la esquina, parándome después en el siguiente escaparate. Era una tienda de ropa interior femenina. Disimulando  examiné las bragas de encaje negro de un maniquí particularmente realista. Luego miré a mi izquierda, a mi derecha,  con aire despreocupado, pero observando con atención. Todo parecía normal. Volví a mirar el escaparate, y de repente como surgido de la nada algo me agarró el brazo derecho y una voz me dijo:

-Muy mal Armand, te has dejado sorprender.

Me giré lentamente y por un momento no pude hacer otra cosa que mirar atónito al rostro de François; era mi ayudante en el B.R.T.P
-Así que me estabas siguiendo -dije, mirando con extrañeza su rostro satisfecho y triunfador- ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Y qué demonios estás haciendo comportándote como un imbécil con este calor?
-Armentierres me ha ordenado seguirte, ya lo conoces, te aprecia como a un hijo y no quiere que te pase nada hasta que cojas el vuelo para Zúrich. Dime Armand, ¿qué te ha parecido Charlize Bretón, nuestra nueva aliada en esta misión?
- Vamos, espía de pacotilla –dije cogiendo su brazo-, de eso quiero hablar…y de la mesa de Salomón. Vamos a mi hotel, está aquí a la vuelta de la esquina.

 Llegamos al hotel Van Gogh cerca de La Conciergeríe. Yo seguía pensativo y subimos los escalones en silencio. Dejé a François sentado en una de las mesas de la cafetería, y me dirigí al servicio a lavarme las manos. Era una excusa perfecta para hacer un recuento de mis impresiones de lo vivido desde mi llegada la noche anterior a Paris. Había pasado ya un año desde la muerte de Lidia en aquel trágico accidente de coche provocado por los sicarios de Dumesnier, y mi mente seguía dando tumbos dentro de un torbellino de sensaciones confusas. Por un lado mi sentimiento de culpabilidad, y por otro mi deseo de venganza. Si bien había vencido a Dumesnier en el terreno profesional recuperando el tesoro de Jonathan Peers, el coste había sido altísimo. Había fracasado triste y dolorosamente en mi obligación principal de proteger la vida de la persona que más había amado: Lidia. Y esa maldita cicatriz no terminaba de curar. Tenía sed de revancha. Necesitaba enfrentarme con los fantasmas de mi pasado reciente y satisfacer mi ansia de cobrador implacable. Dumesnier me debía algo muy caro, algo que no tenía precio para mi, y me lo iba a pagar con parte de su vida, o con su vida entera. La muerte nos acompaña siempre. Desde que nacemos nos vigila, esperando la ocasión propicia para mostrarse tal como es: oscura y traidora. Cuando viene a por nosotros, la sentimos llegar, porque es directa, descarada, y huele a azufre;  pero cuando su trofeo no es uno mismo, sino  un ser querido, entonces es más sigilosa y cautelosa, y en consecuencia más peligrosa e imprevisible. La muerte se llevó a Lidia, y era consciente que nada podía hacer ya. Pero quien forzó ese trágico desenlace, a diferencia de la Parca,  tenía sangre y era mortal; su nombre: Charles Dumesnier. Prometí arrodillado ante la tumba de Lidia que no descansaría hasta acabar con él, y el motivo de mi vuelta al servicio activo en el B.R.T.P  (Agencia secreta encargada de buscar tesoros perdidos) tenía como  prioridad absoluta encontrar y destruir al monstruo que me había arrebatado lo más querido y preciado para mí. Philippe Armentierres, mi jefe superior en el B.R.T.P,  lo sabía, pero también conocía mi profesionalidad, y esto fue decisivo para que me diese esta nueva misión: recuperar la Mesa del rey Salomón. En cuanto a mí, lo decisivo fue saber por boca suya que Charles Dumesnier iba también  detrás del mismo tesoro.
Terminé de refrescarme la cara y  lavarme las manos en los servicios, y volví a la cafetería. Miré a François. No había cambiado nada desde la última vez que lo vi en el entierro de Lidia, aquella tarde lluviosa de verano. Seguía igual de delgado, aunque parecía estar en buena forma. Sus ojos pequeños tras sus gafas metálicas seguían liberando un halo de traviesa bondad. Su sonrisa era cálida, y su mirada parecía querer animarme en mi particular conflicto interior. Él había vivido en primera fila, mi gran dolor por la pérdida de Lidia. Sobre la mesa me estaba esperando un gin-tonic con los tres cubitos reglamentarios de agua de manantial. Sonreí ante su buena memoria. Me senté y lo probé. Era excelente. Pero no era Séphora etiqueta azul.

-Está hecho con Beefeater –me explicó él-. No tenían tu marca preferida. ¿Te gusta?
- No está mal François -contesté sonriendo-. Ahora, antes de que lo termine, será mejor que me cuentes todo lo que sabes-añadí encendiendo un cigarrillo y reclinando mi espalda hacia atrás.
- Armand, como ya te habrá dicho el jefe, la chica que acabas de conocer se llama Charlize Breton. Lleva trabajando con nosotros desde que tú desapareciste tras resolver el  caso del tesoro de Jonathan Peers. Conoce todas las organizaciones que trafican con los objetos de arte. Ella misma trabajó para Cobra Negra, una de las más peligrosas.
- ¿Y por qué ha abandonado el lado de los malos? ¿Se le ha aparecido la virgen?-pregunté dando un largo trago a mi copa-.
-Mataron a su mejor amiga. Pensaron que así la forzarían a hacer un trabajito que ella había rechazado.

Tomé otro sorbo de mi gin-tonic con aire pensativo.

-Una chica con carácter… lo he notado esta mañana-dije-. Ahora dime algo sobre ese tipo… Van Haneggen… y dime  por qué se supone que está en posesión de la Mesa de Salomón.
-¿Conoces la leyenda de ese objeto?-me preguntó -.

Me incliné hacia él, le señalé mis ojos, y le dije:

-Mírame bien, ¿con quien te crees que estás hablando, eh? ¿Has olvidado quien soy? ¿Ya no recuerdas que no existe una sola leyenda, un solo objeto sagrado o místico que Armand Lagardère no conozca?
-Perdona Armand si…
-Calla François –interrumpí yo-,  y escucha. Seguro que algo aprenderás. Cuentan los viejos textos sagrados, que hace casi 3000 años, el rey Salomón recibió por mandato del mismísimo Dios la tarea de construir un templo en la tierra de Israel, donde se reflejara todo su poder y grandeza,. En él  custodió  tres objetos de poder; el candelabro de siete brazos; el arca de la alianza;  y un tercero, quizás más desconocido, o más inquietante. Uno de los objetos más importantes de la antigüedad, la mesa del poder, o mesa de Salomón, donde se reflejaba el nombre de Dios. Hay quien cuenta que esta mesa estaba construida en oro macizo, otros hablan de piedras preciosas, y hay quien apunta que había un mapa o espejo que permitía ver el futuro y el pasado.  Dicen que sobre una de sus patas estaba escrito el nombre de Dios, una palabra que según la tradición judía, podía aplacar todos los males que asolan la tierra, o dependiendo de quien la poseyera, amplificarlos. De aquella edificación resurgida siglos  más tarde de sus cenizas,  tan solo queda hoy el muro de las lamentaciones.

François seguía sentado en su silla. Parecía mirarme desde abajo, como si hubiera empequeñecido.

 -Esta es la leyenda, -dije golpeando la mesa con el encendedor que tenía en mi mano-, y ahora explícame lo que te he preguntado: ¿Qué sabes de Van Haneggen , y  como es posible que tenga la mesa del poder?... Si es que la tiene. ¿Hay pruebas de algo? –Pregunté secamente-.

El pobre, se rascó la cabeza  y empezó a balbucear. Era típico de François, su carácter apocado no estaba acostumbrado  a según que tonos de voz. Y eso que me conocía, y sabía de mi aprecio por él.  De jovencito  ya marcaba maneras. Mi jefe en el B.R.T.P,  Armentierres, me explicó  una noche que salimos de copas, que de jovencito, François,  había sido monaguillo en la parroquia de San Bernabé en el barrio de los artistas, en Saint Germain des prés,  y que  jamás se había llevado  nada del cepillo de la capilla. Ni tan siquiera robó nunca el vino  que el párroco guardaba en la sacristía… ¡Qué… No me dirán ustedes que eso es normal!! ¿A que es un santo?  Tenía que serlo…solo un santo puede ser tan honrado.

-No…no… sabemos mucho sobre él-empezó a balbusear François-… solo…solo … que Van Haneggen, al igual que Charlize Breton, ha pertenecido a la organización Cobra Negra. Hace una semana contactó con nosotros para ofrecernos la mesa de Salomón a cambio de seis millones de euros y la promesa formal y oficial de enterrar su pasado delictivo bajo el peso del olvido judicial.

- “Bajo el peso del olvido judicial” ...¿? ...François, ¿no puedes dejar la poesía de lado cuando hablamos de cosas serias?

-Si...si... claro Armand-respondió él-.
.Ah, y eso que acabas de decirme no es ninguna prueba.
-Lo sé Armand, pero es que…es que …no tenemos ninguna prueba que nos asegure que posee tal objeto, únicamente un indicio.
-Un indicio… vaya, algo es algo –dije con ironía-. ¿Y puedes decirme qué indicio es ése?
-Bueno…yo…yo sé que…Según me dijo el viejo (el viejo era como cariñosamente nos referíamos a Phillipe Armentierres, el jefe del B.R.T.P),  Monseñor Rassinsky jefe de la secretísima sección  del Vaticano, “Opus Julius II” le llamó hace unos días para comunicarle que uno de sus agentes, el mejor  según él, había localizado el lugar donde estaba escondida la mesa del poder. Unas marcas de cantería que descubrió en una cueva cerca del monte Sinaí, así lo aseguraban…
-¿Y?
-Pues que…ahora…ya verás,  viene lo más preocupante y extraño del caso.
-Soy todo oídos, François.

Haciendo alarde de su condición de espía de pacotilla, se acercó a mi, me apretó el brazo, con la fuerza que le caracterizaba, que era muy poca, y me dijo casi susurrando para que nadie más que yo pudiera oirle:

-Armand… el padre Luciano Santini, después de llamar a Rassinsky para informarle del hallazgo, ha desaparecido sin dejar rastro ni pista alguna, como si se lo hubiera tragado el mismísimo diablo.

Al oír el nombre del padre Luciano Santini, mi cara se iluminó como hacía tiempo que no ocurría. El padre Luciano Santini , era seguramente uno de los mejores expertos en arte religioso y en leyendas antiguas, pero era también mi gran rival profesional, y aunque en mi último caso, el del tesoro de Jonatahn peers, me había ayudado con reservas, el hecho de oir que había desaparecido me pareció casi una buena noticia. Seguramente porque en el fondo, sospechaba que nada malo le habría ocurrido. Luciano Santini tenía habilidades más que suficientes para lidiar cualquier tipo de situacion, por muy complicada que fuera esa. Eso es lo que pensaba de él, porque aunque rivales, le admiraba, lo mismo que él a mi.

-¡Gracias a Dios!-exclamé-.  Bueno, ese si que es una buena noticia,...y un buen  indicio -añadí carraspeando ligeramente-. y ahora te entiendo François. Tres mil años sin saber nada sobre el paradero exacto de la mesa de Salomón, y en quince días se ha puesto de moda y de actualidad. No puede ser casualidad, es evidente. Bien amigo-dije levantándome de la silla-, voy a descansar un rato a mi habitación. Esta noche tengo una cena con Charlize Breton  y quiero estar fresco. Tú ves ahora al B.R.T.P (Bureau de Recherches de Tresors Perdus) y averigua todo lo que puedas sobre los movimientos de Charles Dumesnier en los últimos meses. Estoy seguro que si  Van Haneggen tiene realmente la mesa de salomón, Dumesnier intentará hacerse con ella.
-De acuerdo, Armand-dijo François eufórico,  levantándose también-.

A él le gustaba que le mandara trabajo. No era un hombre de acción, era más bien un ratón de biblioteca. De ahí su euforia.

-Ah, otra cosa, averigua también si Chantal Lemoine sigue con él.

Al oír el nombre, François que no era tonto del todo, cambió el semblante. Sabía que si estaba interesado en Chantal Lemoine era también porque ella junto a Dumesnier participó indirectamente en la muerte de Lidia.

-Armand, recuerda lo que dijo Confucio: que una persona que quiere venganza mantiene sus heridas abiertas-replicó con el tono de voz que empleaba siempre que sacaba su lado Zen a pasear-.
-Lo sé. Pero eso no lo dijo Confucio,  lo dijo Francis Bacon, y él no tenía ni idea del dolor que provoca perder el gran amor de tu vida.

(Continuará…)

15 febrero 2012

El erotismo es cuando la imaginación hace el amor con el cuerpo.
Emmanuel Boundzéki Dongala
La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.
Jorge Luis Borges
Cada una de mis prendas nace de un gesto. Un vestido que no refleja o no hace pensar en un gesto no es acertado. Sólo después de haber encontrado ese gesto, se puede elegir el color, la forma definitiva.
Yves Saint Laurent
No hay nada, sin duda, que calme el espíritu tanto como el ron y la verdadera religión.
Lord Byron
Pronto irás por ahí como el converso y el predicador: reprendiendo a la gente por los pecados de los que tú ya te has cansado.
Oscar Wilde
¿De dónde surgen las pasiones repentinas de un varón por una mujer, las pasiones hondas, entrañables? De lo que menos, de la sola sensualidad; pero cuando el varón halla juntos en una sola criatura el desamparo, la debilidad y, a la vez, la altanería, en su interior es como si su alma quisiera desbordarse: queda conmovido y ofendido en un mismo instante. En ese punto brota la fuente del gran amor.
Friedrich Nietzsche
Lo respetaba, pero no le hacía ninguna concesión y, algunas veces con un deleite especial y maligno, le hacía sentir que él también estaba en sus manos.
Iván Turguénev

Armand Lagardère y la Mesa de salomon (I)

Llegué a las diez en punto. Siempre me ha gustado ser puntual. Abrí la pequeña verja del jardín, y después de cortar una rosa roja para adornar el ojal de mi chaqueta, me dirigí a la puerta principal. Noté, en mi espalda la mirada del jardinero. No dijo nada, supongo que una rosa más o menos no debía importarle. Tras la puerta se escuchaba música. Reconocí la canción: “La vie en rose” de Edith Piaf. Llamé al timbre, y casi sin tiempo para apagar el cigarrillo oí:

-Adelante, está abierto.

No había duda de que me estaba esperando. Entré en el recibidor, y cerré la puerta tras de mí.

-Acomódate en el salón  -ordenó la voz desde la distancia-,  termino de vestirme y vengo.

Hice lo que me decía aquella voz grave y seductora; entré en el salón y me situé en el centro. Una de las puertas estaba abierta y daba a una habitación. Miré y vi la chica, medio desnuda delante del tocador, sentada con las piernas cruzadas en una silla, contemplándose en  el gran espejo de estilo rococó. Se estaba subiendo una de las medias, con parsimonia, casi con deleite. Su espalda estaba ligeramente arqueada, y de la postura resultante se desprendía un cierto aire de descarado atrevimiento. Los lazos del corpiño negros cruzando su espalda desnuda, el diminuto encaje negro de sus braguitas y  la perfección de sus piernas sacudieron mis sentidos.
Ella alzó los ojos del reflejo de su rostro y me examinó, con altanera brevedad a través del espejo.

-Supongo que eres Armand Lagardère; Armentierres me avisó ayer noche de tu llegada -dijo con voz solemne- Siéntate y disfruta de la música. Es Edith Piaf, supongo que la conoces...
- ¡Quién no conoce a Edith Piaf! ¿Te importa si fumo? -pregunté, sacando mi paquete de tabaco y encendiendo un cigarrillo.
- Me importa… pero ya es tarde, ¿verdad?-contestó mirando mi pitillo humeante.

La chica siguió con su silenciosa puesta en escena de mujer descarada subiendo la otra media hasta tres cuartos de muslo, y contemplándome  en el espejo mientras se terminaba la canción. Luego, con actitud estudiada flexionó las caderas y se levantó de la silla. Giró ligeramente la cabeza y su hermosa melena rubia cayó sobre sus hombros, balanceándose con el movimiento y reflejando la luz.

-Si quieres una copa, sírvete -dijo señalando una botella de Bourbon que estaba sobre la mesa-. Estaré contigo enseguida…

…Y cerró la puerta de la habitación; lo justo para dejar un espacio suficiente para que yo pudiera seguir admirándola. Me serví un buen trago, y recorrí con la mirada la estancia. Todo parecía estar hecho a la medida de aquella mujer. Desde la música hasta la decoración. El ambiente entero parecía pertenecerle, tenía su misma sensualidad descarada. La casa poseía el sabor fuerte de su personalidad y el patetismo de su mirada melancólica que había percibido a través del espejo.
Me senté en uno de los sillones para esperarla. No sabía casi nada de ella, ni tan solo su nombre, solo que Armentierres me había dicho que se apellidaba Breton y que sería mi sombra hasta Gastad. Por mi parte había dado por sentado que se trataría de una mujer de vuelta de todo, un canto rodado que había pasado por todo en la vida, y cuyo cuerpo estaba cansado y hastiado de conocer camas de todo tipo. Su mirada aunque luminosa, era triste, tanto como sus gestos, pero cualquiera que fuese la historia de su cuerpo, su piel seguía brillando bajo la luz de su temperamento.

¿Cual es su nombre? -pensé para mí-. Me levanté del sillón y me dirigí hacia una maleta que había visto cerca de la puerta. El asa llevaba atada una etiqueta de Air France. Decía: Señorita C. Breton. ¿C? Miré el techo buscando inspiración... ¿Carla?, ¿Carmen?, ¿Catalina?, ¿Catherine?,... No, ninguno parecía irle bien. Desde luego no Carmen, ni catalina.
Seguía entretenido con el problema cuando ella apareció en silencio en la entrada de la habitación, permaneciendo con un codo apoyado en el marco de la puerta y la cabeza inclinada sobre la otra mano. Me miró pensativa.
Dejé mis tribulaciones y  le devolví la mirada. Iba vestida para salir. Lucía un elegante vestido negro por la rodilla, con un escote justo, medias de color ceniza y zapatos  negros de tacón de aguja que daban la impresión de costar una fortuna. Llevaba en una muñeca un precioso reloj de pulsera de plata con correa negra, y en la otra un ancho brazalete cincelado. Un gran piedra azul llameaba en uno de los dedos de su mano derecha y unos pendientes de oro trenzado asomaban entre su precioso cabello, de un tono dorado brillante.
Era preciosa, y lo sabía. Poseía atractivo y le gustaba mostrarlo, sin importarle lo que los demás pensaran de ella. Había algo especial en sus grandes ojos grises. Algo que me atraía y me subyugaba. Tenía la piel algo bronceada y muy poco maquillaje, excepto  el rojo vivaz de sus labios, suaves y carnosos, con un aire caprichoso y pecador.
Esos ojos me observaban con mirada escrutadora.

-Así que tú eres Armand Lagardère –me dijo.

Su voz era seductora y atractiva, pero con un deje de condescendencia.

-Sí –repuse yo-. Y me he estado preguntando qué nombre corresponde a la C.

Ella pensó por un momento, buscando entenderme. Miró la maleta.

-Ah, ¿te refieres a mi nombre? Solo tenías que preguntármelo -dijo-. Corresponde a Charlize.

Se dirigió hacia la botella de Bourbon. Se sirvió una copa, y se volvió hacia mí.

-Pero es solo para mis amigos -añadió con frialdad.

No hice caso a su respuesta y me senté sobre el alféizar de la ventana con las piernas cruzadas.
Mi impasibilidad pareció irritarla. Lo hice expresamente. Luego la chica se sentó en un sillón.

-Bien -comenzó con un tono cortante-, hablemos de trabajo. En primer lugar, ¿por qué te han enviado a ti?
-Me gustan los relojes de Cuco… esquiar…y las mujeres. Creo que donde me van a enviar, hay las tres cosas.
-Oh -exclamó ella con mirada intensa-. Me habían dicho que lo tuyo era el sarcasmo y la ironía. -Hizo una pausa-. ¿Qué tipo de mujeres?
-Rubias, morenas…Mientras el vestido esté a juego.
-Veo que no eres de los difíciles.
-No creas…cuesta encontrar una mujer bien conjuntada.

La chica cambió de tema.

-¿Sabes dónde nos vamos a meter? ¿Tienes idea?
-No, pero tú me lo dirás, ¿verdad?

Se levantó en silencio por un breve momento, reflexionando. Después cogió un pedazo de papel y un lápiz-. ¿En qué hotel estás hospedado? -preguntó sin sonreír.

-Se llama Van Gogh, como el pintor -respondí con la misma seriedad-. Lo conoces, ¿no?

Sin hacer ningún comentario, ella apuntó el nombre. Luego me miró.

-¿Tienes pasaporte?
-Sí, lo tengo -admití- pero la foto no me hace justicia.
-De acuerdo -dijo ella sin hacer caso de mi sarcasmo-. Ahora presta atención.  Te hospedarás en el Helvetia, en Zúrich. Allí contactarás con Van Haneggen, es miembro de Cobra negra, una organización que trafica con objetos de arte robados -me explicó la chica -. Solo para que lo sepas, este hombre es peligroso, y no es de fiar, no sabemos si la información  que nos ha dado es cierta. Dice estar en posesión de la mesa del rey salomón, pero todo es muy confuso, y poco creíble -añadió con seriedad.

No pude evitar sonreír.

-Él no es nada divertido  -dijo la chica escuetamente.

Luego abrió el cajón del escritorio y sacó un fajo de billetes de doscientos francos suizos sujetos por un clip metálico. Los contó con rapidez, y me lanzó el fajo.

-Ahí tienes diez mil francos suizos. Reserva habitación en el Helvetia. Tomarás el vuelo de Air France a Zúrich pasado mañana, miércoles. Yo salgo mañana para allá, te  estaré esperando en el aeropuerto. ¿De acuerdo?
-Porque no viajamos juntos-pregunté extrañado-.
-Es posible que nos estén vigilando. Toda precaución es poca-contestó ella.
-Por eso mismo no me parece conveniente que viajes sola. No quisiera que te pasara nada-dije con aire protector.
-Tonterías -repuso ella, desdeñosa-. No te preocupes por mí. Puedo cuidar de mí misma. Te sorprenderías. Puedo hacer cualquier cosa tan bien como tú, no te preocupes, y deja de ser tan  protector por un segundo. Nos encontraremos en Zúrich.

Me levanté y me alejé del alféizar de la ventana, sonriendo a los brillantes ojos grises de la chica, que se oscurecían por momentos.

-Lo decía solo por tu bien...y para conocerte mejor.

Ella me gustaba, era evidente, y la chica lo sabía. Me miró pensativa por un momento y sus ojos perdieron, poco a poco, el tinte oscuro. Sus apretados labios se relajaron entreabriéndose. Había un asomo de balbuceo en su voz cuando dijo:

-Yo, yo... esto…. -Se alejó un poco-. ¡Está bien! –exclamó-. Estoy libre esta noche. Supongo que podemos cenar juntos. En el Club Café cantante, en la avenida de los Campos Elíseos.  Todos los taxistas lo conocen. A las ocho en punto. -Se volvió para mirarme-. ¿Te va bien?
-Perfecto –dije yo.

Luego,  rápidamente, como si acabase de recordar algo, me dijo-:

-¿Qué hora es?

Consulté mi reloj.

-Las once menos diez.
-Uy, que tarde, tengo que darme prisa –dijo ella.

Con un gesto de despedida se dirigió hacia la puerta. La seguí.  Con la mano en la llave, se volvió hacia mí. Me miró con un aire diferente, casi de ternura en sus ojos.

-Hasta la noche entonces-dijo despidiéndome-.
-Nos vemos en ese sitio tuyo, el Café cantante -dije.

Quería añadir algo más, encontrar cualquier excusa para irme con ella, con la muchacha solitaria que conocí hacía tan solo un rato escuchando “La vie en rose” y contemplando su imagen en el espejo. Pero ahora la expresión de la chica había vuelto a cambiar, era distante. Como si yo fuera un desconocido.

-Claro -repuso ella, indiferente.

Me miró una vez más, cerró la puerta, lenta pero firmemente, y se alejó hacia la pequeña verja del jardín que daba a la calle. Yo me quedé unos instantes pensativo, plantado en el pórtico de la casa, admirando su figura tallada en suficiencia y altiva  naturalidad. Finalmente salí tras sus pasos, y al pasar cerca del jardinero que seguía recortando los setos, le guiñé un ojo y dije:

-Creo que me acabo de enamorar de tu patrona.

(Continuará…)