22 junio 2012

Amor a las bibliotecas.

 “No creo en los colegios ni en las universidades. Creo en las bibliotecas, porque la mayoría de los estudiantes no tienen dinero”, dijo en alguna ocasión Ray Bradbury.

Otro angelino célebre, Charles Bukowski, lo resumió en este bello poema:

(…) Yo era un lector entonces/que iba de una sala a/otra: literatura, filosofía,/religión, incluso medicina/y geología./Muy pronto/decidí ser escritor,/pensaba que sería la salida/más fácil/y los grandes novelistas/no me parecían/demasiado difíciles./Tenía más problemas con/Hegel y con Kant./Lo que me/fastidiaba/de todos ellos/es que/les llevara tanto/lograr decir algo/lúcido y/ o interesante./Yo creía/que en eso/los sobrepasaba a todos/entonces./Descubrí dos cosas: a) que la mayoría de los editores creía que/ todo lo que era aburrido/era profundo. b) que yo pasaría décadas enteras/viviendo y escribiendo/antes de poder/plasmar/una frase que/se /aproximara un poco/a lo que quería/decir./Entretanto/mientras otros iban a la caza de/damas,/yo iba a/ la caza de viejos/libros,/era un bibliófilo, aunque/ desencantado,/y eso/y el mundo/configuraron mi carácter. (…)La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles/seguía siendo/mi hogar/y el hogar de muchos otros/vagabundos./Discretamente utilizábamos/ los/aseos/y a los únicos que/echaban de allí/era a los que/se quedaban dormidos en/ las/mesas/de la biblioteca; nadie ronca como un/vagabundo/a menos que sea/ alguien con quien estás/casado. Bueno, yo no era realmente un/vagabundo. Yo tenía tarjeta de la/ biblioteca/y sacaba y devolvía/libros,/montones de libros/ siempre hasta el/límite/de lo permitido: Aldous Huxley, D.H. Lawrence, E.E. Cummings, Conrad Aiken, Fiódor Dostoievski, Dos Passos, Turguénev, Gorki, H.D. Freddie Nietzsche,Schopenhauer, Steinbeck,Hemingway…
Siempre esperaba que la bibliotecaria/me dijera: “que buen gusto tiene usted,/joven. pero la vieja/puta/ni siquiera sabía/quién era ella,/cómo iba a saber/quién era yo. Aquellos estantes contenían/un enorme/tesoro: me permitieron/descubrir/a los poetas chinos antiguos /como Tu Fu y Li Po/que son capaces de decir en un/verso más que la mayoría en/ treinta o/incluso en ciento./ Sherwood Anderson debe de haberlos/leído/también./También solía sacar y/ devolver/los Cantos/y Ezra me ayudó/a fortalecer los brazos si no/el cerebro./ Maravilloso lugar/la Biblioteca Pública de Los Ángeles/fue un hogar para alguien que había/tenido/un/hogar/infernal/(…). Probablemente evitó/que me convirtiera en un/suicida,/un ladrón/de bancos,/un tipo/que pega a su mujer,/un carnicero o/un motorista de la policía/y, aunque reconozco/que/puede que alguno sea estupendo, gracias a mi buena suerte/ y al camino que tenía que recorrer, aquella/biblioteca estaba/allí cuando yo era/joven y buscaba/algo/a lo que aferrarme/y no parecía que hubiera/mucho”.

13 junio 2012

El reloj Tourbillon...rima con millón.


Soy consciente que lo que voy a escribir a continuación no será del agrado de la mayoría por tratarse el personaje al que voy a referirme de una personalidad protegida y mimada por todos los medios de comunicación a imagen y semejanza de nuestra familia real. Pero eso es lo que menos me importa; ya saben ustedes que me rijo por  este lema: Cada vez que te encuentres del lado de la mayoría...
...es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.

 ¿Por qué digo que no será del agrado de la mayoría?  Simplemente porque soy conocedor de la hipócrita idiosincrasia española tan dada a enaltecer, encumbrar, glorificar y vitorear a los triunfadores, ya sea del deporte, la política o las finanzas, y también, al mismo tiempo, de su crueldad con los desahuciados, desamparados o excluidos.
Bien, dicho esto, vamos ya a lo importante. Supongo que a día de hoy todos saben  que al tenista  Rafa Nadal le han robado con premeditación y alevosía su carísimo y a la vez feísimo reloj de pulsera de la marca Richard Mille. Dice la prensa: “el tenista español se ha llevado un auténtico disgusto al comprobar la sustracción de su propia habitación de hotel en París de un reloj de lujo valorado en más de 350 000 euros.”
Sí amigos, 350 000 euros, créanme que hasta leer la noticia no sabía que existieran relojes tan caros teniendo en cuanta que este no llevaba ni diamantes ni rubies, ni esmeraldas. Tengo que decir que  no es la primera vez que Rafa Nadal es víctima de un robo, ni tampoco que los cacos se hacen con objetos de valor de celebridades aprovechando su ausencia en las habitaciones de hotel, aunque lo normal es que te birlen el móvil o la cámara de fotos, o la foto de la novia, pero un reloj tan caro, eso ya no es tan normal, es más, yo creo que hay que ser tonto del culo, o ser tan rico que te suda la punta de la…nariz si te roban o no. Este chico, tan aficionado a la Play Station y a los conciertos de Enrique Iglesias (eso es muy mosqueante),  fue víctima de otra sustracción, también de otro reloj exclusivo, valorado en más de medio millón de euros (85 millones de pesetas), en el vestuario, mientras disputaba el Máster 1.000 de Toronto (Canadá) también de la misma marca, Richard Mille.

¿Verdad que es preocupante? Yo a este niño no le dejaría ni mi bolígrafo Bic naranja.

Fíjense ustedes que la pieza robada, de la que solo se habían fabricado medio centenar de unidades, era el modelo RM 027 Tourbillon, cuyo peso no llega a los 20 gramos (correa incluida, de poliuretano, por cierto), fabricado a mano usando materiales (utilizados entre otras cosas, en la construcción de coches de Fórmula 1, de aviones Airbus, satélites, cohetes y helicópteros…no, no busquen una batidora Moulinex porque no la hay)  tan sorprendentes como: titanio, litio, aluminio, cobre, magnesio zirconio, y diseñado con tecnología aeroespacial.

¡Casi nada! ¿Pero es este el único motivo de tan elevado coste? No, hay más mucho más (como en las telenovelas colombianas). Un complejo mecanismo que compensa el efecto de la gravedad sobre el movimiento del engranaje para conseguir una precisión exacta.

¡Qué les parece, eh! Yo estoy seguro que si Albert Einstein hubiera poseído uno así, hubiera culminado la teoría del todo en un plis plas. En fin qué quieren que les diga, ¿nos compramos uno?

Desde luego, está claro que los ladrones  sabían lo que robaban, y en esta segunda ocasión, han vuelto a tener éxito y conseguido burlar todas las medidas de seguridad para hacerse con un más que jugoso botín. Mala suerte la de Rafa Nadal, y mala suerte para la marca. La próxima vez, seguro se plantea utilizar la caja fuerte, o jugar a tenis  con un reloj Swatch.
Recuerdo también unas palabras de Nadal el día de la presentación del costosísimo reloj. Dijo: “es un honor para mí que alguien como Richard me haya elegido como uno de sus embajadores. Desde el momento en que nos conocimos fue un momento especial”.

Claro, ¿como no iba a ser un momento especial? Ni a él, con todo lo famoso y rico que es, le regalan todos los días un reloj de más de 60 millones de pesetas.

Pero al margen de lo obsceno y sicalíptico de todo lo anterior mencionado, a mí lo que no me cuadra de este chico mallorquín, es que se ponga en la muñeca un reloj de tropecientos millones de pesetas, y luego, con toda naturalidad y desparpajo, nos anuncie las bondades de un automóvil (marca Kia, para más señas) que cuesta 8000 euros (1 300 000 pesetas), o sea, lo que cuesta la correa de poliuretano de su millonario reloj tourbillón.  No sé queridos amigos y amigas, quizás me haga viejo y sea muy quisquilloso, tal vez es que me cae mal el chico ese, o simplemente que no comprendo que se pueda ser hombre anuncio de una marca de lujo “con la que está cayendo” en España.

En fin no quiero parecer pesimista en cuanto a mi percepción del ser humano y por eso terminaré, como siempre, con unas palabras de un personaje que no llevaba en la muñeca un reloj de 350 000 euros, y que sin embargo, aunque símbolo del “realismo sucio”, era infinitamente más limpio, transparente y rico en su coherente vida, que nuestro tenista Rafa Nadal. Me refiero a Charles Bukowski, que dijo:

“Casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando, rumiando todo ello. Quiero decir… pongamos que alguien comprende que todo es un absurdo, entonces no puede ser tan absurdo porque uno es consciente de que es un absurdo y la consciencia de ello es lo que le otorga sentido. ¿Me entienden? Es un pesimismo optimista.”

12 junio 2012

Armand Lagardère y la Mesa de Salomon (VI)


…Mientras devoraba la carretera hacia el Aeropuerto de  Orly,  forzando el coche ligeramente para que me restara suficiente tiempo para tomarme un buen gin-tonic, antes del despegue, sólo parte de mi mente estaba en la carretera. El resto de ella, volvía a examinar, por  enésima vez, la secuencia que ahora me conducía a una cita en Suiza con Charlize. Durante el último día en Paris la había echado mucho de menos, recordándola con cierta preocupación. Pero ahora estaría cerca de ella.

Al llegar al aeropuerto de Zúrich, Charlize, como convenido,  me esperaba tras el cordón que delimitaba el espacio por donde salían los pasajeros. Su cabellera larga, rubia y  acaracolada caía sobre sus hombros, como una cascada,  brillando como oro derretido bajo las luces del hall de llegadas. Miraba presurosa, pero de una manera encantadora y animada, llevando un elegante bolso de Loewe que balanceaba ligeramente  como si fuera una extensión de su brazo. Todo parecía volar...el vuelo de su vestido, sus pies, su pelo. Estaba llena de movimiento y vida y parecía, también más alegre que la última vez que la vi. Por un momento sentí como si una  puñalada se hundiese en mi corazón. ¡Qué extraño! ¡Qué hermosamente extraño! Esto no me había vuelto a pasar desde que perdí a Lidia. Y ahora Charlize, esta chica solitaria, me había hecho padecer nuevamente esta aguda sensación de ansia, esta emoción de magnetismo animal.
Antes de llegar hasta ella, cerré mi imaginación, lo más que pude y traté de concentrarse.

-Buenos días Charlize, estás guapa y radiante. Tienes unos ojos maravillosos…debe ser el chocolate suizo.
-No he tenido tiempo de probarlo todavía…y,  Armand, empieza por ahorrarte coletillas  ingeniosas  hasta que hayamos terminado la misión.

Lancé una sonrisa mordaz al tiempo que le tendí mi mano para saludarla; ella la cogió. La medialuna de sus uñas era perfecta.

-Sí, claro…pero… ¿Me has echado de menos?

Sus ojos observaban con mirada impersonal. Luego mutaron, empezaron a brillar, y me miraron directamente, sin pestañear, con atención, como si quisiera traspasar mi mente para saber que estaba pensando en este preciso momento.

-No… ¿y tú?
-Te gusto, lo sé.
-Tendrás que darme el nombre de tu oculista…para no visitarlo. Y Armand, por favor, podrías pensar en algo más original.
-La  verdad es que te he echado de menos… ¡ya sabes cómo somos los Piscis!
-No, no lo sé. No me interesa la astrología,…estoy bien así.
-Estas muy bien así.
-¿Qué signo eres?
-No te lo diré.
-Si no me lo dices  tendré que recurrir a mi imaginación.
-Miedo me das…Soy Leo.
-¿Leo?  ¡Venga ya! … ¿en serio? …es lo que estaba imaginando. ¿Y qué ascendente?
-Ni lo sé,  ni me importa.
-Así que eres  Leo,…inteligente,…guapa…y… ¿y cuál es tu especialidad? Porque alguna tendrás,  o no podrías trabajar en el B.R.T.P.
-Etnolingüística… no sabes lo que significa -añadió con fingida maldad-.
-Etnolingüística, etnociencia, etnosemántica o etnosemántica etnográfica es el estudio de cómo diferentes culturas organizan y categorizan distintos dominios del conocimiento. Su atractivo declarado reside, según dicen,  en su promesa de conseguir dar a los informes etnográficos la precisión, la fuerza operativa y el valor paradigmático que los lingüistas imprimen a sus descripciones fonológicas y gramaticales…Eso es que dominas las lenguas-rematé pícaramente-..
-Estoy impresionada,  eres mucho más listo de lo que pensaba…por un momento pensé que eras un palurdo que solo practicaba el sexo con animales.
-Bueno...no solo. No olvides mi irresistible encanto.
-Las  mujeres tenemos una desafortunada tendencia que nos enseña a no confiar en los hombres, sobre todo si nos dicen que son irresistiblemente encantadores.

Le costaba trabajo mostrar enfado cuando mi mirada se clavaba en su rostro. Y le resultó difícil, también, negarse a acompañarla. Entonces adiviné lo que ya sabía, que existía una atracción mutua, y que ella, a través de su fingida actitud de mujer distante, intentaba retrasar lo inevitable.

-Vaya lo siento, no recordaba esa tendencia.

Me miró pensativa, se mordió el labio inferior,  y encontró mis ojos, atrevidos, que observaban con capricho cada detalle de su figura. Entonces me dijo:

-Armand, hay algo muy importante que estoy deseando preguntarte.
-Qué-pregunté curioso-.
-Se que en una relación como la nuestra no es la mujer que debe preguntarlo, pero no lo puedo remediar, y por favor antes de contestar piénsalo.
-Te lo prometo…
-Armand…

Entonces los altavoces del aeropuerto interrumpieron a Charlize, avisando que un coche, marca jaguar, interrumpía el acceso a la puerta G, y que iba a ser retirado.

-Es mi coche-dijo ella-. Pensé que por tan poco tiempo no molestaría. Vamos Armand,-añadió-.

Eché a andar detrás de ella, y nos dirigimos a la salida. Frente a la puerta esperaba un Jaguar de color burdeos. Una vez colocada mi maleta en el maletero del coche, salimos rápidamente con dirección a Zúrich.

-Charlize, ¿que ibas a preguntarme hace un momento?
-Ah, si…Armand, ¿como demonios vamos a rescatar la Mesa de Salomón, con tanta gente peligrosa metida en el asunto?

La miré sorprendido. Esta no era la pregunta que esperaba. De nuevo Charlize se escurría cual anguila resbaladiza.

-Charlize, ¿quieres que te sea sincero?
-Si eres capaz…
-No tengo ni idea.
-Es lo que pensaba-contestó irónicamente-.

Apenas recorridos unos centenares de metros por la ancha carretera, Charlize viró hacia la derecha, tomando por una vía lateral en cuya entrada se leía este aviso: ¡Prohibido el paso excepto a los propietarios y personal de servicio de aviones particulares! El coche, al llegar al nivel de los hangares situados a la izquierda del edificio principal del aeropuerto, se detuvo finalmente al lado de un helicóptero, de color blanco y azul. Estaba impresionado por el aplomo de Charlize, y no pregunté nada, solo subí por la escalera de aluminio del aparato.
            Era un helicóptero de cuatro plazas. El piloto hizo una señal con la mano, e inmediatamente el personal de tierra se retiró y las grandes palas comenzaron a girar. El aparato se elevó rápidamente.
            Charlize se sentó al otro lado del pasillo central, pero a mí misma altura. Me incliné hacia ella y, elevando la voz para dominar el ruido del motor, le pregunté:
- ¿Adónde nos dirigimos?
Ella fingió no oírme. Repetí mi pregunta, casi gritando.
- A Gstaad... a los altos Alpes -contestó Charlize. Luego, con un ademán, señaló la ventana-.
-¡Magnifico paisaje! -exclamé.
-Te gusta la montaña, ¿no es verdad?
- Me gusta muchísimo -respondí con potente voz-. Esto me recuerda el pirineo catalán. Aunque estoy deseando poner los pies en tierra.
- ¿No te encuentras bien, Armand? –Me preguntó con una sonrisa maliciosa-.
-Noto una sensación de laxitud, sin duda debido a la altura.
            Encendí un cigarrillo y miré a través de la ventanilla. A mi izquierda se divisaba el Lago de Zúrich, lo cual significaba que, en aquel momento, el aparato llevaba el rumbo este-sudeste. Luego apareció otro lago. La gran cordillera que se dibujaba a lo lejos, a la izquierda, debían de ser los Alpes Réticos. Luego giró hacia el oeste y finalmente en línea recta. Después de diez minutos pude divisar un núcleo importante de edificaciones, tenía que ser Gstaad. El aparato se encontraba ya sólo a unos treinta metros de altura sobre una pequeña planicie. Las aspas del helicóptero empezaron a girar más lentamente, pero volvieron a adquirir velocidad cuando el aparato empezó a balancearse en el aire antes de posarse en el suelo, y dio un ligero bote al chocar contra el suelo. Cesó el zumbido de los rotores... ¡Habíamos llegado a nuestro destino!

(Continuará…)

Armand Lagardère y la Mesa de Salomon (V)


...A las ocho, mi reloj biológico tocó a rebato, y me  desperté. Él nunca me fallaba, ni necesitaba baterías o cargadores que nunca se encuentran cuando los necesitas. Me levanté y me dirigí a la ventana. Corrí la cortina. A esta hora el sol alcanzaba los árboles, convirtiendo en oro blanco las ramas más altas. Espléndido día-pensé-, y fui al aseo. El lavabo y la bañera estaban inmaculados, los frascos de gel y champú dentro de una cestita de mimbre junto con el gorrito de ducha y los utensilios de limpieza bucal, el vaso de dientes estaba metido en una bolsa de plástico para su protección, y el asiento del váter inmovilizado por una banda de papel que decía saneado. Siempre me ha gustado esa sensación de estreno, de ser el primero, que te brindan los buenos hoteles. Me duché, me vestí sport para la ocasión y salí a desayunar. Entré en el “bistró” de la esquina. Tenía aire acondicionado. Era tan típico de Paris como el hotel donde me alojaba. Me tomé un café con leche y un “pain au raisin” por veinte francos. Paris no es barato. Luego cogí mi coche y enfilé la calle en dirección a Vincennes. A las diez menos cuarto aparcaba en la avenida de Olmos que bordeaba el hipódromo. Lo primero que me sorprendió fue la verde majestuosidad del lugar. Después la marea humana que corría de un lado a otro; mozos de establo, jockeys, personal auxiliar, y los que supuse curiosos y apostantes habituales. Había caballos por todas partes; caballos que eran sacados de los camiones para caballerías que los habían transportado hasta allí, para luego repartirlos por los distintos establos, y conducirles posteriormente a las pistas de ejercicio, cercanas a la pista de carreras. Todo ese gentío merodeaba por las instalaciones y se podía oír en el aire el piafar y algún ocasional relincho de los caballos cubiertos con mantas, que iban  acompañados de sus correspondientes  mozos, quienes llevaban las riendas agarradas a la altura del bocado y hablaban con suave dureza a sus respectivos caballos.
Era una mezcla de hipermercado Carrefour y balneario de Rocafort. A pesar de no sentir ningún interés por los caballos, debo reconocer que me fascinaba el ambiente. Me volví apoyando mi espalda en  las vallas de madera blanca que rodeaban la pista y miré hacia arriba, a la tribuna H, la reservada a los principales propietarios y los más pudientes, buscando con la mirada a Armentierres, pero solo vi el sol reflejándose en los gemelos y los relojes de pulsera de oro de los allí presentes, y a pesar de que no creía en gente como aquella, la buena suerte y el dinero parecía envolverlos desde todos los ángulos.

Entonces sentí como me agarraban el brazo y con energía me despegaban de la valla.
-Cuidado Armand-me dijo- han dado la salida a la primera carrera y en un suspiro estarán aquí-.
Me separó unos metros de la pista. Lo miré sorprendido. Era Armentierres. Seguía  manteniendo la misma pesada figura autocrática y continuaba vistiendo según los cánones de la pequeña burguesía francesa de mediado del siglo XX. Su barbilla y mejías estaban como siempre cuidadosamente afeitadas y sus ojos, algo pequeños y redondos miraban a su alrededor con una mirada sabuesa que parecía reprender. Luego dirigí la mirada  a la pista, y un escalofrío me recorrió la espalda. Llegaban los caballos como una exhalación, mostrando los dientes, los ojos desorbitados por el esfuerzo, sus poderosos cuartos traseros batiendo la pista y su aliento saliendo a borbotones de sus grandes orificios nasales. Los jockeys que los cabalgaban iban arqueados sobre los estribos, la cabeza baja, casi tocando el cuello del caballo, y el cuello estirado. Un segundo más tarde  habían desaparecido en un remolino de ruido y tierra.
-Me alegro de verle, señor-dije expulsando con un par de manotazos los pequeños lunares de barro arenoso que  habían impactado mi chaqueta nueva de lienzo beige,  tras el paso del séptimo de caballería. Siempre oportuno-añadí con una sonrisa-.
-Ven conmigo, quiero presentarte a alguien-dijo llevándome hacia la tribuna.
Allí nos esperaba un tipo de unos cuarenta años, alto, corpulento. Su aspecto era duro como el acero. Su rostro era anguloso y su cabello rubio y arreglado muy corto. Sus cejas eran equilibradas, y debajo de ellas, se encontraban unos ojos claros de mirada adusta y segura por demás. Vestía un traje de lino, llevaba la chaqueta sin abotonar, y una camisa blanca. Su aspecto era de un hombre duro y capaz. Desde luego no parecía un arqueólogo ni un experto en civilizaciones antiguas. No, este tipo había pasado tiempo en lugares menos recomendables – pensé para mí –.


-Buenos días señor Lipheimer –dijo Armentierres-, le presento a Armand Lagardère, nuestro mejor hombre en el B.R.T.P.
-Mucho gusto señor Lagardère.
-Armand-añadió él-,  el señor Lipheimer es comandante del servicio secreto israelí: el Mossad. Vamos a trabajar conjuntamente en esta misión.
-Perdón señor, ¿pero que tenemos que ver nosotros con el Mossad?-pregunté extrañado-¿Desde cuándo nuestra sección interviene en  asuntos de seguridad nacional? ¿Porque de eso debe tratarse si el Mossad está implicado, no?
- El comandante Lipheimer ha convencido  al ministro del interior de lo contrario. Y te recuerdo que nosotros dependemos de él. La mesa de Salomón no es un problema de seguridad nacional para nosotros, pero lo es para Israel. Tenemos la información que  Van Haneggen nos ha proporciona, y el Mossad quiere recuperar la Mesa del poder para su gobierno, ¿Cuál es el problema?
-Ninguno señor-repliqué, pensando más en la posibilidad de volver a enfrentarme a Charles Dumesnier, que en colaborar con el Mossad-.

Entonces Lipheimer sacó una pitillera de plata del bolsillo de su americana.

 -¿Un cigarrillo?-preguntó  ofreciéndome uno-.
-Sí, gracias.
-Y usted señor Armentierres?
-No, gracias, solo fumo en pipa, ordenes de mi mujer -replicó sacando su pipa y empezando  a llenarla-.
-Ah, siendo así…
-Tengo entendido que ha estado usted retirado el último año por motivos personales-me dijo con un tono que delataba el conocimiento de mi reciente retiro del servicio activo-.
-Así es-dije secamente- He descansado poco. Es curioso-añadí expulsando una bocanada de humo del cigarrillo recién encendido- creía que los israelís solo fumaban, los que fuman, tabaco americano. ..Este es turco, ¿verdad?
-Efectivamente, lo lio yo mismo, me relaja mucho. ¿Como lo ha sabido?
-El olor es Inconfundible.
-Oh…Y dígame señor  Lagardère, ¿hasta qué punto llega su pericia en el delicado tema de la mesa de Salomón?
-No mucho, solo que es parte de un gran cuento llamado “Antiguo testamento”.
-Y no le gustan los cuentos señor Lagardère?
-Los cuentos y yo somos uno, señor Lipheimer. Yo mismo soy un cuento.
-Armand-interrumpió Armentierres sacándose la pipa de la boca.-, por qué no le explicas al señor Lipheimer que sabes realmente de la Mesa de salomón?
-Pues claro-dije sonriendo y también obediente-, aunque estoy seguro que él sabe mucho más de la leyenda que yo. Dicen las escrituras-añadí dirigiéndome a Lipheimer- que  en la época posterior a Abraham, templos, santuarios, y monumentos fueron levantados por la voluntad de reyes, grandes sacerdotes,  y la genialidad de sus arquitectos, junto a los músculos y la fuerza de sus súbditos. Era un tiempo en que cualquier cosa podía ocurrir…y ocurría. Era un tiempo de dioses y semi dioses. Era un tiempo de muerte. También era un tiempo de magia; cuando los hombres jugaban con cosas más allá de sí mismos. Con el paso de los años, los hombres sabios, los  sacerdotes de la nueva religión hebrea aprendieron a usar el poder de Dios, y así defenderse  de la bestia. Aquí es cuando aparece el Arca de la alianza y más tarde la Mesa de Salomón. Dicen los escritos que quien quiera que poseyera la mesa de Salomón, tenía que protegerla para así atacar al corazón del mal. Lucifer, el ángel caído no era todo poderoso, incluso él estaba sujeto a las leyes de Dios. Pero como es sabido, siempre ha habido hombres que han preferido el poder a la espiritualidad y al honor…Y Lucifer  conociendo esta faceta del ser humano ha utilizado a esos hombres. Con solo tocarles, les marcaba la cara así como el alma, y conseguía que la maldad siguiera golpeando como la luz del sol. Ahora viene lo interesante-dije con tono misterioso-, Lucifer ordenó a esos hombres robar y ocultar la Mesa del poder para poder seguir haciendo el mal en la tierra.

Y tras hacer una pausa - añadí con una sonrisa que delataba mi incredulidad en la misma-:

-Creo que más o menos, esta es la historia.
-Es reconfortante ver que hay algo en lo que no eres  experto, Armand-replicó Armentierres irónicamente-.
-Estoy equivocado, o usted no cree en la existencia y el poder de la Mesa, señor Lagardère?-preguntó seriamente Lipheimer-.

-Solo creo en lo que veo, y en la lógica  cartesiana, empirista y tecnicista como sustentación de mis creencias…aunque todo es revisable-concluí-. También he de decirle que este trabajo me parece atrayente en mi vuelta a la actividad.

-No te equivoques con este trabajo, Armand -dijo Armentierres tajante-. Cuando te dije que puede ser duro, no estaba siendo melodramático.

-Hay mucha gente peligrosa que todavía no ha conocido, usted, señor Lagardère-inquirió Lipheimer-, y puede que ahora los conozca. Algunos son muy eficientes dentro de su negocio-remató amistosamente-.

-¿Y qué pinto yo en todo esto, señor? -dije mirando a Armentierres a los ojos-.
-Como ya le adelanté, tiene usted una cita en Gstaad (Suiza) con Van Haneggen, justo mañana. Se reunirá con él para empezar. Luego, cuando sepa si realmente tiene la Mesa de salomón, se pondrá en contacto con Lipheimer y juntos prepararan la operación de rescate. Al menos esa es la idea.

Se detuvo,  me miró y dijo:

-¿Qué te parece?
-Me parece fantástico señor. Al igual que  Edgar Allan Poe, tengo una gran fe en los tontos; confianza en sí mismo lo llaman algunos. –rematé, mirando de soslayo a Lipheimer, quien me devolvió la mirada con una sonrisa educada-.

(Continuará…)

Armand Lagardère y la Mesa de Salomon (IV)


…Regresé al hotel con la cabeza llena de incógnitas. El coche iba solo, recorriendo las solitarias y estrechas calles del viejo Paris,  bajo los escasos fanales donde pequeñas colonias de insectos apátridas revoleteaban intermitentemente alrededor del moribundo haz de luz de color anaranjado. El coche iba solo, mi mente no lo conducía ni lo guiaba; estaba ocupada en algo mucho más importante que requería de toda su capacidad de concentración. Estaba trabajando intentando reconstruir el gran destrozo que Charlize  había producido en mi frágil maquinaria emocional. No, no me refiero al hecho de que me cerrara la puerta en las narices. Al contrario, aquel gesto que visto fuera de contexto podría parecer desalentador y casi humillante, era justamente el que me estaba provocando esa maldita cadena de cálculos de probabilidades. La probabilidad es la característica de un evento, que hace que existan razones para creer que éste se realizará. Mi mente analítica volvía a funcionar, no podía actuar de otra forma, y recordé la regla de cálculo de casos favorables sobre casos posibles: La probabilidad p de que suceda un evento S de un total de n casos posibles igualmente probables es igual a la razón entre el número de ocurrencias h de dicho evento (casos favorables) y el número total de casos posibles n. 
Todo esto está muy bien –pensé para mí- y para resolver temas financieros o aconsejar a un amigo es perfecto. Pero lo que me tenía absorto desde que dejé a Charlize en su casa no tenía nada que ver con finanzas, y me afectaba a mí. La gente en general, la común, la que nos encontramos cada día comprando el diario,  piensa que las emociones instintivas, las sensaciones ocultas no importan mucho… Y para mi todo depende de eso.
 Estaba claro, casi me podría haber evitado tanto cálculo inútil: solo una mujer enamorada cierra la puerta así –resolví finalmente-.  ¿Pero qué pasa conmigo? –Me pregunté meditabundo y embebido de dudas-.  Conocía esa extraña sensación. La conocía, por haberla vivido ya, pero seguía pareciéndome extraña. Qué complicada es la vida a veces-concluí  para mí-.
Llegué a mi habitación, y me preparé una copa de gin-tonic. Luego cogí mi móvil, lo miré y lo deposité sobre la mesita. Consulté la hora en el reloj. Aún no eran las doce de la noche. Tengo que llamar a Armentierres-pensé para mí-, necesito conocer de su boca quien es realmente Charlize. Armentierres aparte de ser mi superior, era como un padre para mí. Un poco gruñón a veces, pero limpio y juicioso como nadie. Marqué su número y me senté en el sillón, cerca de la ventana.

-Señor, soy Armand, espero no ser inoportuno.
-Claro que no. Dime, ¿qué ocurre? Nada grave espero…
-Oh, no-le interrumpí-, es referente a la nueva misión. Quería que me hablara de Charlize Breton…
-Charlize, claro. No he tenido tiempo de hablarte de ella. Todo ha sido tan rápido.  Parafraseando a Hermann Hesse diría que para contar la historia de su vida hay que remontarse muy atrás. Si fuera posible, habría que ir aún más atrás, hasta los primeros años de su niñez y más allá de ellos, al remoto pasado de sus orígenes.
Oí como abría un cajón, sacaba su pipa y empezaba a llenarla. Luego la cerilla chirrió al raspar contra la caja. El sillón crujió, seguramente al arrellanarse en él.

-Charlize Breton es un encanto de mujer-continuó-. Ha trabajado alrededor de las bandas organizadas de  traficantes de arte durante muchos años y dentro de Cobra negra era sin duda la mejor. Se puede decir que desde su más tierna infancia la vida nunca le brindó demasiadas oportunidades. Nació en Paris, pero cuando cumplió los diecisiete años, su padre que trabajaba para una  organización del hampa relacionada con la prostitución decidió instalarse en Valencia  (España) y allí se hizo cargo de uno de los más elegantes clubs de alterne. Las cosas le iban bien hasta que cometió una gran equivocación. Un día se levantó con el ego por las nubes y decidió emanciparse, y montar un negocio por su cuenta. Una estupidez.  Una noche, unos sicarios se presentaron por sorpresa y destrozaron el local. A las chicas no las tocaron, pero tuvieron una “Noche loca” con Charlize. Entonces era solo una chiquilla que no había cumplido los dieciocho años. No me sorprende que tenga tanto temor y cautela con los hombres, desde entonces. 

Tras una breve pausa, donde oí los clásicos golpecitos de la pipa contra el cenicero para limpiar las cenizas y airear el tabaco, Armentierres prosiguió:

-Al día siguiente lleno una bolsa de viaje con cuatro trapos y el poco dinero que encontró de su padre, y se largó. A partir de ahí  lo que suele ocurrir con una chica guapa y desamparada: trabajó de camarera,  bailarina de striptease, modelo de fotógrafos fracasados, hasta que cumplió los veintidós. La vida no debía de parecerle demasiado maravillosa y se dio a la bebida y empezó a tontear con la cocaína. Se fue a vivir a Londres y se instaló en una pensión de mala muerte del East End.  Allí trabajó un tiempo hasta que un día decidió terminar con esa vida infame, y se tiró al rio Támesis desde el Tower Bridge. Pero la vida le seguía negando todo: hasta el descanso eterno. Un hombre la vio, y saltó para salvarla. El nombre de Charlize salió en todos los medios de comunicación y un rico empresario de la City se encaprichó de ella. La ayudó e hizo que dejara el alcohol y las drogas y luego se la llevó a viajar por todo el mundo…el precio de su buena acción te lo puedes imaginar. Cuando tuvo la oportunidad Charlize se escapó y se fue a vivir de nuevo con su padre, que por entonces ya se había retirado del negocio de las chicas y regentaba un pequeño hotel en la campiña francesa.  Pero el pasado terco y  contumaz la perseguía, y supongo que la vida le pareció un poco aburrida, así que volvió a descarriarse aterrizando en Ámsterdam. Trabajó de bailarina en un club del barrio rojo por un tiempo. Allí conoció a nuestro “amigo” Van Haneggen, que se entusiasmó con ella porque no quería acostarse con él. Al principio le ofreció algún trabajillo sin importancia y luego la introdujo en la organización Cobra Negra donde con el tiempo fue adquiriendo responsabilidades… hasta que se negó a realizar un trabajo.
-¿Qué tipo de trabajo?-pregunté con curiosidad-.
- La organización supo que el padre de su mejor amiga, con la que ella  compartía apartamento, pasaba información a la policía. Le sugirieron que lo quitara de la circulación. Ella se negó. Entonces se lo ordenaron. Charlize volvió a negarse,  y  en represalia mataron a la amiga y al padre. El resto ya lo sabes.
-Vaya historia-dije yo-.
-En el fondo es una buena chica-añadió Armentierres-, y comprendo que después de lo que le hicieron aquellos sicarios cuando tenía diecisiete años, pocas salidas tenía. Los años me han ablandado, Armand, y si te digo la verdad, aprecio a esa chica…la aprecio…sí.
-A mí también me gusta -dije parcamente, y en mi mente vi de nuevo sus ojos que me miraban hosca  y melancólicamente  desde el espejo rococó  de aquella habitación solitaria, mientras sonaba “La vie en rose”.
-Ah, otra cosa; Si te sirve de consuelo  te diré que si tuviera cuarenta años menos yo también me enamoraría de ella,
-No se le escapa nada señor-dije en un tono amistoso-.
-Por eso  soy el jefe, no lo olvides, Armand.
-Nunca lo olvido señor.

Eché una ojeada a mi reloj.  Eran las 12.45. 

- Bien señor, gracias, y perdone  mi llamada repentina-dije agradecido-. Me voy a dormir un poco. Ha sido un día largo y lleno de sorpresas. Tengo habitación en el  Van Gogh. ¿Dónde nos vemos mañana señor, en la central del B.R.T.P?
-No, no quiero que nadie te relacione por ahora con la sección. Por eso te he puesto de enlace a Charlize. Nos encontraremos en el hipódromo de Vincennes, a las diez de la mañana. Estaré en la tribuna H.
-Entonces hasta mañana señor.

De nuevo en mi vida irrumpía con fuerza una mujer  conflictuada.  Como siempre, la voz interna  de mi experiencia , cual farolillo rojo que alumbraba mi vida pasada,  me decía que no me convenía, que me olvidara de ella…y como siempre,  sabía que no le haría, caso ya que solo servía para alumbrar el camino ya recorrido, pero no el que nacía día a día, paso a paso, delante de mí.

(Continuará…)

Armand Lagardère y la Mesa de Salomon (III)


...Entré en la habitación, y me dirigí pensativo hacia la ventana. Miré al exterior, y sentí un ligero vacío en mi interior, una punzada al recordar a Lidia, y una sensación de soledad. Caminé hacia la cama, saqué mi Glock y le quité el cargador. Eché hacia atrás la recámara y comprobé que estaba limpia. Entonces metí de nuevo la munición y puse el seguro, luego deslicé el arma dentro de su funda, y me tumbé en la cama. Estaba cansado, no físicamente, sino mentalmente, y me dormí.
A las ocho en punto entraba en mi coche, un Porsche cabriolet bi-turbo de 420 caballos, y me dirigí al Club Café cantante, en la avenida de los Campos Elíseos, para reunirme con Charlize Breton. Me detuve  delante de la entrada principal, y el aparca coches se acercó. Tenía su nombre escrito en una placa que lucía lustrosa y pulida. Por lo visto se llamaba Pierrot. Bien podía ser el nombre de un camarero o de un vendedor de helados. Esos clubs eran así. Sofisticados y a la vez teatrales. Le entregué las llaves, y subí la escalinata del Club. Entré al vestíbulo de recepción. Estaba seguro de que aquella iba a ser una velada agradable. El gerente me atendió en persona, dándome la bienvenida con una efusiva y radiante sonrisa que hizo brillar su dentadura postiza.

 -Buenas noches, ¿puede usted indicarme la mesa de la señorita Charlize Breton?-pregunté educadamente-.
 -Ah, sí. La señorita Breton es una cliente asidua de este club.
 -De verdad…y dígame, ¿la conoce usted bien?-pregunté con maliciosa curiosidad-.
  -Oh, sí señor, es una señorita…a ver si sé expresarlo-se detuvo un segundo, y luego con una sonrisa pícara, añadió-: una señorita que levanta…pasiones.
  -Eso creo yo también-contesté mirando hacia la gran sala que se veía a mi derecha-.
  -La encontrará justo allí-dijo señalando una gran palmera que decoraba un rincón del elegante comedor-.

Atravesé con paso lento la aristocrática y espaciosa sala. Las personas allí presentes formaban esa mescolanza internacional corriente en esos lugares. La chica estaba frente a media botella de champagne Krug. Llevaba el cabello suelto en cascadas sobre la cara, el mentón descansando en la mano y los ojos pensativos y tristes mirando al vacío. Al sentarme a su lado, ella no demostró la menor emoción. Me miró una sola vez, curiosa, como estudiándome. Miró su reloj y dijo:

 -Me gustan los hombres puntuales.
-A mi no…prefiero a las mujeres.

La frase dio resultado. Su rostro se animó de pronto.

-Todavía no he encargado la cena, te esperaba -dijo-. Iba a sugerir que eligieras tú.

Sonreí. Con un gesto llamé al maître y la miré.

-¿Qué te parece caviar, algo para picar y un “Chateaubriand a la bearnesa” con un buen champagne rosado? Dicen los entendidos que es afrodisíaco-añadí sonriendo-.
-Me gusta la combinación, y puede que produzca efecto. Pero no pienso acostarme contigo… nunca lo hago en la primera cita-dijo en un tono de voz que no admitía réplica-.

¿Por qué siempre las mujeres me dicen lo mismo? Lo llevaré escrito en la frente -pensé para mí- y respondí rápidamente:

- Estamos en nuestra segunda cita, Charlize, no olvides esta mañana, en tu casa.
-La cita en mi casa no cuenta. He aceptado cenar contigo simplemente porque vamos a trabajar juntos, y porque no salgo a menudo con un francés medio catalán, pero no quiero que me mires bajo un concepto equivocado.

Sonreí, y no dije nada. Muchas veces me había funcionado. Entonces, de repente ella se inclinó hacia mí, me puso una mano sobre la mía y añadió:

-Lo siento. He sido un poco brusca. No pareces que seas como el resto de moscardones que he conocido.

Llené las copas, y sin dar importancia a su comentario, levanté la mía y la miré por encima del borde.

-¿Qué te parece si brindamos por el éxito de la misión, y de nosotros?

Charlize sonrió en una mueca sarcástica. Se bebió la copa de un trago y la dejó sobre la mesa con delicadeza.
Llegó el maître junto a un camarero y pedimos la cena.
Ella cogió su tercera copa de champagne y me miró. Después, sin prisas, la llevó a sus labios y sin dejar de mirarme,  en dos tragos, se la terminó. Dejó la copa sobre la mesa y sacó dos cigarrillos de la cajetilla al lado de su plato, inclinándose hacia la llama de la vela que ambientaba la mesa. El valle entre sus senos se abrió para mí. Ella me  miró a través del humo de los cigarrillos y me ofreció uno.

-Pensaba que no te gustaba fumar-dije, cogiéndolo-.
-Supongo que lo dices por esta mañana en mi casa. Allí no me gusta, el humo se agarra a todo.
-Eso me pasa también a mí-contesté sin bajar la mirada-.

De repente, sus ojos se encendieron y sentí como  lentamente, me recorrían. Creí adivinar lo que me querían decir: “Me gustas, pero no quiero que me hagan daño otra vez”.
Entonces llegó el camarero con el caviar, y rompió el hechizo del plácido y silencioso oasis que Charlize había construido alrededor nuestro. Me eché hacia atrás en mi silla. El camarero nos sirvió el champán y  lo probé. Estaba frío y tenía un ligero sabor a frambuesas. Era  perfecto para acompañar el caviar.
Durante un rato comimos aquellas huevas de esturión en silencio. La observaba sin decir nada. Me gustaba como comía, como bebía, como miraba. Me gustaban sus silencios… y esos picos de melancolía que asomaban de vez en cuando a sus ojos. De repente sentí que no quería que el tiempo corriera, solo deseaba que se detuviera, o por lo menos que cayera en un lento y dulce declinar, en un  sueño controlado que lo suspendiera transitoriamente. Los dos sabíamos lo que queríamos. Los dos conocíamos el final de la historia… y sabíamos que nada la podría cambiar.

-No me has dicho nada bonito de mi vestido… ¿Te gusta? –preguntó curiosa-.
- El trapito es un sueño, y tú lo sabes. Me encanta el  negro. En especial sobre una piel trigueña como la tuya, y me gusta que no lleves demasiadas joyas. Esta noche eres la mujer más bonita de Paris.

Ella se echó a reír, mirándome con aprobación.

-¡Por Dios! -exclamó -. Es lo mejor que me han dicho hoy.

Tenía una sonrisa preciosa y una voz cadenciosa y envolvente. La miraba admirado. ..Y fue entonces cuando  cometí el gran error de la noche.

-¿Charlize, puedo preguntarte algo personal?
-Depende-dijo ella-.
-¿Qué hacías en la organización Cobra negra?
-Simplemente trabajaba allí -contestó, dando el tema por cerrado. -


Comprendí que mi pregunta era demasiado estúpida para ser contestada. Y menos en este momento.

-¿Y Qué sabes de Van Haneggen?
-En realidad no es un mal tipo, excepto que es tan retorcido que si le das la espalda lo más probable es que te agujeree la chaqueta. Dentro de la organización era el encargado de las mafias del este. Hay otros más peligrosos, matones profesionales. Tipos duros. –Me miró y sus ojos se endurecieron-. Ya los conocerás -dijo con sorna-. Supongo que te gustarán, son tu tipo.

 Bebió un poco de champán. Su humor había cambiado otra vez. Ahora por culpa mía.

-Bueno, estos son los tipos para los que tú trabajabas-repliqué yo-.
-Sí, tienes razón. Pero ya es pasado. Créeme, es mucho más difícil y peligroso salir que entrar en la organización.  Y yo elegí hace tiempo salir.
-Lo sé, y lo valoro en su justa medida. Cualquier otro se lo hubiera pensado mucho antes de abandonar el círculo. Eres valiente.
-Tú también debes de serlo, sino Armentierres no confiaría tanto en ti.

Bajé los ojos y me entretuve encendiendo un cigarrillo. Noté  la mirada de Charlize pegada a mí. Cuando levanté la vista, sus ojos volvían a ser cándidos.

-Es solo un trabajo más… Y tengo una cuenta pendiente-repliqué-.
-Sí, con Charles Dumesnier, lo sé. Armentierres me ha explicado lo que te pasó el año pasado. Pero si estás planeando algo sin contar conmigo, mejor que lo olvides.

La llegada de los “Chateaubriands” acompañados de espárragos y salsa bearnesa interrumpió a Charlize. Finalmente cuando llegaron los licores y el café, la forcé a retomar la conversación donde la había dejado.

-La organización Cobra negra no es mi objetivo...
-Armand, vamos a trabajar juntos, no lo olvides-interrumpió ella- y este trabajito no va a ser fácil. Te estoy diciendo que esta gente no es estúpida, son profesionales. Si realmente Van Haneggen tiene la mesa de Salomón, no sabe donde se ha metido. La organización va a ir  por él, y Dumesnier también…Y nosotros estamos en medio.
-No te preocupes, en peores situaciones me he encontrado-dije bebiendo un trago largo de mi copa-.

Estaba irritada, absolutamente encendida con la falta de respeto que demostraba tener por la peligrosidad de la misión y de la organización de traficantes.

-Armand no tienes ni idea de qué es  Cobra negra. Te aseguro que esto se halla por encima de tus otras misiones. Tendrás que desprenderte del traje de Armani, y bajar a los infiernos.
-Ya veo-dije sonriendo-. Crees que esa gente es realmente peligrosa, ¿verdad?
-Puedes apostar la vida -contestó ella llanamente.

El tema me estaba aburriendo, y sabía que yo tenía la culpa de haber matado la velada al preguntarle por su pasado dentro de la organización. Charlize me miraba malhumorada, y yo presentía que esto acabaría mal.

-¿Vamos a otro sitio? –pregunté sabiendo que la respuesta podía no gustarme-.
-Mejor no -respondió ella con voz seca-. Llévame a casa. Me estoy poniendo tensa. ¿Por qué diablos no has buscado un tema de conversación mejor que esos malditos matones?

Pagué la cuenta y en silencio salimos del fresco ambiente del restaurante al calor húmedo de la noche parisina, con su olor a gasolina y a asfalto caliente.
Trajeron el coche, y ella se instaló en el asiento. Se sentó  apoyando toda la espalda y la nuca  en el cuero envolvente, mientras con la mirada alzada contemplaba las mortecinas sombras entre las luces de las farolas.
No dijo nada en todo el trayecto. Por mi parte todo lo que quería era decirle a aquella chica: «Me gustas mucho. Ven conmigo. Los dos estamos solos, y no hay nada peor que eso”. Pero no quería ser un aprovechado con ella. Ya no quería ser el Armand que acudía a las fiestas privadas de la jet set parisina, el que usaba y llegaba a las mujeres a través del corazón para luego olvidarlas sin tan siquiera perder el tiempo en  inventar una mentira piadosa.  Todo esto estaba enterrado. Lo enteré cuando me di cuenta que un hombre de verdad, a diferencia de los animales, necesitaba algo más que sexo y compañía. Necesitaba sentir amor y ternura. Lidia fue quien me recondujo al sendero luminoso de los sentimientos y las emociones compartidas, aunque en el fondo creo que es lo que siempre deseé. Solo que me di cuenta demasiado tarde.
Paré el coche delante de la verja de su casa y la ayudé a bajar. Mientras recogía su bolso del asiento trasero para dárselo, ella permaneció de pie sobre el pavimento, dándome la espalda. Atravesamos el jardín en el tirante silencio de una pareja de novios después de una pelea nocturna. Llegamos a la puerta, ella se inclinó, metió la llave en la cerradura y abrió de un empujón. Entonces se dio la vuelta y dijo:

-Escucha, Armand...

Había empezado en tono amonestador, pero se interrumpió y me miró directamente a los ojos. Pude ver que sus pestañas estaban húmedas. De repente, ella me echó los brazos alrededor del cuello y con su rostro muy cerca del mío me dijo:

-Todo lo que te he dicho y mi enfado posterior es porque me gustas y no quiero que te pase nada.

Entonces me atrajo hacia ella para besarme, larga y fuertemente en los labios, con ternura furiosa en la que casi se respiraba amor. Pero cuando mis brazos  la estrecharon y quise devolverle el beso, su cuerpo se tensó y se escurrió del abrazo poniendo fin al momento de abandono y debilidad. Con la mano en el pomo de la puerta abierta, se volvió y me miró. El brillo sensual y la mirada felina habían vuelto a sus ojos.

-Ahora, aléjate de mí. Nos volveremos a ver en Zúrich, el jueves -dijo con falsa fiereza, y cerró la puerta de golpe, echando luego la llave.

(Continuará…)