18 diciembre 2013

Ton vuelve a Cabo verde.

Hacía ya medio año que Lola se había marchado. Cogió la salida  y traspasó su umbral. Nunca sabré si esa pequeña pausa tras la puerta significó algo. Quizás sí, o quizás no.  Lo que sé es que empecé con un gin-tonic y acabé en un frío motel a veinte kilómetros de la ciudad y a un abismo de mi mente. Y allí  fui testigo de la muerte de una persona. Su nombre: Carlos Alberto Ben Mansur  El Hammoudi.  Todo lo que sigue, todo lo que van a leer,  es la consecuencia de aquella  muerte, trágica, y nada accidental. 

Nos encontrábamos mi amigo Abdul Bagud del oasis de Baghera yihad  y yo, sobrevolando el océano. Concretamente el famoso océano atlántico en dirección a la capital de Cabo Verde: Praia. Esta se encuentra al oeste de Senegal. Los hombres, las plantas, el cielo, la atmósfera, hasta el agua de los ríos es “distinta” en esas afiebradas tierras de sol. Un abismo en donde todo lo que conocemos se convierte en una interrogante. Ha tenido muchos nombres: el  archipiélago volcánico macaronésico de Cabo Verde, el estado soberano insular de Cabo verde, y  la República de Cabo Verde. El cielo estaba oscuro, y a poca distancia se divisaban unas nubes más negras que el alma de mi casero. La pequeña avioneta Cessna 208 Caravan se aproximaba al aeropuerto internacional de Praia.

   —Radar de Praia, aquí bonanza alfa 3, adelante… Radar de Praia, aquí bonanza alfa 3, adelante. ¡Mierda! Esta puta tormenta nos va a joder el día — dije nervioso mirando de reojo a  Abdul, quien observaba con ojos desorbitados los múltiples relojes del cuadro de control—. 

De repente el motor del avión hizo un ruido extraño y dejó de funcionar. Atrapado como por una fuerza sobrenatural, se dirigía hacia las nubes de la tormenta a más de 9 000 pies de altitud. 

    —¿Todo va bien, Tony Pachá? —Preguntó inquieto—.
    —Sí, solo que estamos perdiendo altura y no encuentro la forma de salir de esta corriente de aire frío —repliqué, pálido y sudoroso—. No funciona nada...ni esto, ni esto —dije señalando los distintos aparatos de navegación—… ¡nada! —Exclamé con desespero—.

Nos encontrábamos delante de la muerte,  cara a cara. Al frente estaba la única oportunidad de escapar, un pasillo estrecho, sin turbulencias, en medio de la tormenta, pero este se cerraba rápidamente. La brújula giraba como una peonza, los instrumentos fallaban más que el neoliberalismo actual. “Este avión pronto será una víctima más de la globalización” —pensé para mí—.

      —No controlo nada, Abdul…estamos cayendo —grité con angustia—.

La situación era desesperada, casi agónica…pero aún no estábamos muertos. Apreté fuerte  los mandos del avión. Tiré con fuerza de ellos variando así la orientación y posición de la aeronave. El cabeceo era insoportable. Al girar la palanca de mando se produjo la deflexión diferencial de los alerones: al tiempo que el alerón de una de las alas subía, el alerón de la otra ala bajaba, siendo el ángulo de deflexión mortalmente desproporcional al grado de giro del eje transversal del aparato.  Finalmente conseguí hacerme con el control sobre el timón de dirección presionando desesperadamente los pedales, consiguiendo un movimiento de guiñada hacia la derecha. Esto provocó una deflexión del viento relativo (debido a la velocidad de vuelo del avión, se entiende) hacia este lado, lo que causó una reacción que empujó el plano de deriva del aparato hacia la izquierda y,  el resultado fue un giro del morro a la derecha sobre el eje vertical de la avioneta. El tremendo viento lateral tendía a desviar el avión hacia la derecha de su ruta, pero pude corregir el efecto del mismo presionando el pedal izquierdo y girando la rueda del compensador de dirección hacia la izquierda. Finalmente  vi a mi izquierda entre las nubes, el relieve fantasmagórico de la torre de control. Sin motor ni timón de cola, decidí caer en movimiento de autorotación hasta encarar los últimos metros de caída. Sin los mandos primarios era la única solución. Luego, usando los secundario, flaps, slats y spoilers conseguiría modificar la sustentación, y entonces levantando el morro, provocaría el efecto de aerofreno necesario para mantener el aparato deflectado, corrigiendo su desviación para aterrizar con la panza del avión. Abdul por su parte seguía agarrado a su asiento, tembloroso y atemorizado, mirándome de reojo, supongo que rezando al profeta Mahoma por el éxito de mi intervención. El plan era arriesgado, las maniobras inciertas, pero no tenía nada mejor que hacer en ese momento; no quería que este maldito avión fuera mi tumba. Solo quería intentar salvar el pellejo. Bueno, y el de Abdul.

    —¿Todo bien? —me preguntó nervioso—.
    —Sí, solo que seguimos perdiendo altura, vamos directos hacia la torre de control, y no puedo sacar el tren de aterrizaje.
    —¿Entonces qué está bien, Tony pachá? —se quejó gritando—.
    —¡Basta ya, Abdul, no me seas tiquismiquis! Ni que fuera la primera vez que caes en avión.
    — ¡Por  la gloria del profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él! ¡No quiero morir!—Exclamó Abdul—.

La avioneta chocó violentamente con su parte trasera sobre la pista secundaria,  apta para culminar el peligroso aterrizaje de emergencia, y después de arrastrarse durante más de 200 metros se detuvo, justo a cuatro palmos  de un inmenso Baobab que se levantaba orgulloso y soberbio, al final de esa lengua de negro asfalto. 

   —¡Bien! ¿Qué te ha parecido? —Pregunté sonriente, a Abdul—.
   —¿Dónde estoy? —repuso medio aturdido—.
              — En la capital de Cabo Verde ¿Qué? ¿Te ha gustado mi aterrizaje? 
   — Uff…Ahora sé que Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él,  existe —me contestó secándose el sudor de sus manos con un pañuelo blanco de encajes, poco apropiado para la ocasión—. 
   —Al final me va a gustar esto de volar—le dije—.

Me dirigí  a la puerta para abrirla y poder salir. 

   —Cerrada, debe de haberse bloqueado con el impacto—observé mientras trasteaba la cerradura—.
   —¡Vaya! —exclamó él—. ¿Cómo vamos a salir? —Preguntó nervioso—.

Entonces le di una patada a la puerta. No se me ocurrió nada mejor.

    —Deprisa ha comenzado a arder… el avión va a explotar —dije cogiéndolo de la chilaba para sacarlo de la carlinga—.

Corrimos unos metros, nos echamos al suelo, y el aparato estalló en mil pedazos.  Me volví hacia Abdul, lo miré fijamente y le dije:

     —Bienvenido a Cabo verde. 

Abdul, algo cabreado, cerró la mano,  formando un puño del tamaño y el color de una berenjena grande, para amenazarme.

     —No me mires así, Abdul. Estamos a salvo, ¿no? 
     —Soy Abdul Bagud del oasis de Baghera yihad, el que ha brotado de la frente de la estirpe de Mahoma, y te juro Tony pachá, que no subiré nunca más a un avión contigo.
     —Está bien. A propósito, no te habrás dejado el estuche de madera en el avión, ¿verdad?
     —No Tony pachá —gruñó—, lo guardo bajo la chilaba.
     —Menos mal. Entonces, vayámonos. Creo que nos espera un coche en el parking del aeropuerto.
     —Por cierto, ¿Qué es lo que contiene este misterioso estuche de madera? —Me preguntó Abdul, curioso.
     —Contiene una dentadura postiza.
     —¿Una dentadura postiza? —Gritó encolerizado—.
     —Sí, una dentadura postiza. Pero no cualquier dentadura postiza. 
     —¿Y me puedes explicar, Tony pachá, por qué llevamos una dentadura postiza a Cabo Verde?
     —Porque el dueño de esta dentadura postiza,  el señor Carlos Alberto  Ben Mansur  El Hammoudi  es el difunto esposo de la señora que nos espera, aquí, en cabo Verde.
     —¿Difunto? ¿Quieres decir que ha muerto?
     —Sí,  falleció hace tres días, por culpa de una explosión. Y de él solo queda esta dentadura postiza.
    —¿Una explosión de gas?
    —No, su coche explotó. Una bomba lapa. Por lo visto el señor Carlos Alberto  Ben Mansur  El Hammoudi   tenía muchos enemigos.  
    —Ah, ¿Y quién es la esposa? ¿Es amiga tuya?
    —Es una gran amiga. Pero tú también la conoces. Se trata de Belén Trinkova.
    —¡Por el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él! ¿La señorita Belén Trinkova? ¿La que mantiene el apellido de su primer marido, un aristócrata ruso muy rico de San Petersburgo, porque es muy musical?  ¿La que ganó Diez millones de euros en un premio de Infografía convocado por uno de los mafiosos más ricos de Cabo Verde “Ricky el Porompompero”? ¿La amiga de Johnny “Dedos largos” el dueño del Jazz Club de Nueva Orleans? ¿La que se culpa a si misma del tsunami que asoló la ciudad de Nueva Orleans en el año 2005? ¿La que…?
     —¡Basta ya, Abdul!  Sí a todo. Y ahora ha vuelto a quedarse viuda la pobre, así que espero de ti que sepas comportarte. Me he enterado por un amigo común que  Carlos Alberto  Ben Mansur  El Hammoudi   fue el hombre de su vida...que lo quiso apasionadamente y que la noticia de su trágica muerte la ha afectado  considerablemente. 
      —Entiendo —dijo Abdul—. Debe estar muy afligida.
      —Mucho. Toca Debussy  todas las tardes, desde que se pone el sol hasta que se queda sin luz para leer la partitura, y hace ejercicios de yoga mientras toma jalea real. Cuando hablé con ella por teléfono, para decirle que le llevaría personalmente la dentadura de su querido esposo, la noté abatida. Era curioso verle así, porque ella no lo necesitaba a él. No necesitaba a nadie en realidad. Siempre tuvo estímulos y fuerzas suficientes como para no necesitar a nadie. Sin embargo, ahora,  es el dolor lo que la tiene atada a su piano de cola  y a Debussy.              
      —Pero recuerdo que ella se casó con Ricky el Porompompero, ¿no?
      —Ricky el Porompompero murió al probar un crece pelos de dudosa procedencia, así que Belén,  después de guardar un riguroso luto de 48 horas se casó con un rico terrateniente, hijo de una estirpe de rancio abolengo,  de cabo Verde: Carlos Alberto  Ben Mansur  El Hammoudi .
      —Ah,  ahora lo entiendo…espero que pueda superar esta desgracia. Le rezaré al profeta Mahoma,  las bendiciones y la paz sean con él.

Llegamos al parking del aeropuerto donde un negro,  pesado y ancho, de piernas sólidas, un poco combadas en apariencia, lo que no es frecuente entre los negros, pero fuertes como cariátides de piedra que bajo la luz de la luna parecían que sostuvieran la cúpula resplandeciente de un edificio glorioso,  nos esperaba. El pompón de su bonete de lana azul caía hacia adelante, danzando alegremente sobre su ceja izquierda y el  corto pelo ensortijado tenía un toque negro.  No oscuro… sino negro como el ala de un cuervo a media noche. Era el chofer que Belén Trinkova había enviado para recogernos y trasladarnos a su mansión a las afueras de la capital. Subimos al coche, un Rolls Royce Silver Wraith de color burdeos, y veinte minutos más tardes  se paraba en la explanada de la suntuosa mansión con forma de castillo renacentista.  Bajamos del coche, Abdul y yo. Desde ese punto, en  lo alto de la colina, bajo la débil claridad de una Luna secuestrada por un velo de nubes argénteas,  la vista era maravillosa. Las luces de la franja costera lucían sobre las delgadas crines blancas de las negras ondas marinas.  Desde aquí, la suave brisa silbaba entre la hilera de farolas que bordeaban el ancho camino de gravilla y piedras que conducía a la gran escalinata de la mansión.  Me subí el cuello de la chaqueta,  encogí  los hombros para protegerme del frescor de la noche, y, las manos en los bolsillos, me dirigí a la mansión. La luz de la luna se extendía como una sábana blanca por el cuidado césped del jardín, excepto por debajo de un grandioso baobab, donde había una oscuridad espesa como el terciopelo negro. Detrás de él había árboles más pequeños, dragos y ceibas, recortados tan cuidadosamente como el pelaje de los perros de compañía,  y después de ellos, un inmenso invernadero con techo en forma de cúpula. A continuación había más árboles y, completamente al fondo, se veían las líneas sólidas, desiguales y apacibles de las faldas de las colinas. En la mansión había luces encendidas en dos de las ventanas de la planta baja y en una de las del piso de arriba que se veían por delante. Recorrimos el sendero de piedras, unos mosquitos gigantes zumbaban endiabladamente y no picaban sino que mordían. Llamé  al timbre. Abdul me miró sin decir nada. Sujetaba el estuche de madera entre sus manos. Esperamos unos segundos hasta que un hombre alto, delgado y de pelo cano, de unos sesenta años, más o menos,  nos abrió la puerta.  Era el mayordomo. Sus ojos oscuros eran todo lo remotos que pueden ser unos ojos. Tenía la piel reluciente y se movía como un autómata. Me presenté y  dijo con voz totalmente metálica:       

     —Si quieren esperar aquí, iré a avisar a la señora.

El vestíbulo principal de la residencia tenía una altura de dos pisos. Sobre la doble puerta principal, que hubiera permitido el paso de una manada de elefantes africanos, había una amplia vidriera que mostraba a un caballero de oscura armadura rescatando a una dama atada a un árbol y sin otra ropa que una cabellera rubia muy larga y conveniente.  Había  grandes puertas acristaladas al fondo del vestíbulo y, en el lado este  una escalera exenta, con suelo de azulejos policromados, que se alzaba hasta una galería con una barandilla de hierro forjado y otra historia caballeresca recogida en vidriera. Por todo el perímetro, grandes sillas de respaldo recto con asientos redondos de tapizado rojo ocupaban espacios vacíos a lo largo de las paredes. No parecía que nadie se hubiera sentado nunca en ellas. En el centro de la pared orientada hacia el oeste había una gran chimenea vacía con una pantalla de latón dividida en cuatro paneles por medio de bisagras y, encima de la chimenea, una repisa de granito rojo  con un gran reloj  de metal con esfera de porcelana sujeta por una ave mitológica y base de mármol veteado en el centro. Sobre la repisa colgaba un retrato al óleo de grandes dimensiones. El retrato era de un oficial en una postura muy rígida y con uniforme de gala, aproximadamente de la época de las guerras napoleónicas. El militar tenía bigote  negro, ojos duros,  también negros como el carbón,  y todo el aspecto de alguien a quien no sería conveniente contrariar. Pensé que quizá fuera el retrato del abuelo de  su primer marido: el Vizconde Vladimir  Trinkov  Semiónov  Gólubev.  Todavía contemplaba los ojos negros del militar cuando se abrió una puerta, muy atrás, por debajo de la escalera. No era el mayordomo que volvía. Era una jovencita como de unos veinte años, no muy alta y delicadamente proporcionada. Llevaba una falda corta de color azul pálido que le sentaba bien. Caminaba como si flotase. Su cabello era una magnífica onda leonada. Los ojos, gris pizarra, casi carecían de expresión cuando me miraron. Se me acercó y al sonreír abrió la boca,  mostrándome sus dientes blancos,   tan blancos  y tan relucientes como el caolín, que brillaban entre sus labios finos, demasiado tensos. A su cara le faltaba color y reflejaba cierta falta de salud. Se mordió el labio y volvió la cabeza un poco mirando hacia mí de soslayo. Entonces bajó las pestañas, que casi acariciaron sus mejillas, y las levantó de nuevo lentamente, como un telón.
      —¿Quién es usted? —Preguntó muy seria ella—.
      —¿Y tú? —repliqué automáticamente—.

Sus ojos se agrandaron. Estaba confundida. Pensaba.

      —Soy Elvira, una de las hijas de la señora Trinkova —comentó.

Me quedé sorprendido. No sabía que Belén tuviera hijos y menos aún hijas. 

      —¿Cuantas sois? —Pregunté sorprendido—...sus hijas quiero decir.
      —Nueve en total.  
               —¡Caray!  Muchas son. ¿Y de qué edad a qué edad? …Quiero decir, ¿cuántos años tiene la menor?
      —16 
      —¿Y la mayor? -
      — Yo soy la mayor: 19
      —Como va a haber solo tres años de diferencia entre todas… es imposible —dije yo—.
      —Todas somos hijas adoptivas.
      —Ah, claro. Y dime, ¿no hay ningún hombre en la casa? Quiero decir que si no hay ningún hijo adoptivo.
       —No. A mi padre le gustaban las chicas —contestó ella.
       —Desde luego, no era tonto —murmuré yo—. 
       —¿Cómo dice?
       —Nada, nada.

El mayordomo volvió a  aparecer, en el mejor momento, y dijo sin entonación: “La señora le recibirá ahora mismo”.
Nos miramos un momento y el mayordomo inició la marcha. Nos condujo a través de un largo pasillo hasta el gran salón. Entramos. La blanca alfombra, que llegaba de una pared a otra, tenía el aspecto de una nevada en el lago Manitoba.  Miré al fondo, y ahí estaba ella. El espectáculo era magnifico para mi mirada que dominaba y abarcaba todo el conjunto. Estaba sentada en una esquina, de espaldas a uno de los grandes ventanales del salón, en la parte menos sombreada, donde su figura brillaba con un fulgor tranquilo y deslumbrante, acariciada por una estrecha faja de luz dorada. Bajo una frente límpida, enmarcados por los arcos simétricos de oscuras cejas de tonalidad natural, resaltaban, llenos de vida unos hermosos ojos color  cobalto,  sombreados por largas pestañas. Llevaba un tocado con un peinetón grande, que supuse de su madre que era de Durango y con apellidos de doce y trece letras,  y una mantilla negra que marcaba la intensidad del luto ,  dejando parte del cabello al descubierto.  En realidad no era una mantilla sino lo que comúnmente se llama  "velo de misa". Era de encaje, como una mantilla, pero mucho más pequeño.  El vestido era también negro,  de una pieza,  por debajo de las rodillas, con el largo de la manga hasta el codo  y un  escote  prudente. Las piernas iban cubiertas con medias, negras pero no muy tupidas y llevaba  unos zapatos también negros, cerrados, estilo salón  y de medio tacón. En la mano, unos guantes,  un discreto rosario de plata, y  un bolso, pequeño, de carey oscuro que, junto a lo anterior, le confería la belleza y elegancia de la clásica Dama española.Al mirarla, Abdul no se escudó tras su habitual mutismo. Se le iluminó el semblante como un semáforo carmesí.  Tenía los ojos  desmesuradamente abiertos. Movió la boca como para articular alguna palabra, pero ningún sonido salió de ella. El pobrecillo empezó a sudar mayúsculas gotas que descendían en reguero por sus mejillas. Fue entonces cuando por fin dijo, casi gritando de júbilo:        

     —¡Señorita Belén, las bendiciones y la paz sean con usted!

Ella se acercó a nosotros,  con paso airoso. Su silueta, así realzada por su peineta y mantilla, era soberbia. Me di cuenta de que me costaba trabajo mantener el control sobre mí mismo. El efecto que Belén tenía en mí era electrificante. Las pasiones pasadas nunca pasan, ni cesan sus ardores. La seriedad la abandonó al instante.  Sus labios se entreabrieron en una sonrisa  franca al tiempo que  puso su mano sobre la de Abdul, con una tierna presión que decía que todo iba bien. Después me miró, sus ardientes ojos echaron chispas, y dijo:

      —Hola Ton.

En sus  labios,  mi nombre no era más que un dulce murmullo en la  oscuridad. Un murmullo que me provocó oleadas de pasión.

       —Eso es todo lo que queda de los Ben Mansur  El Hammoudi —añadió, apenada,  mirando el estuche de madera que sostenía Abdul—. 
        —Nada más que eso —contesté—. Pero quiero que sepas que tu marido vivió igual que murió, Belén...al servicio del país. 

Mentí, pero las mentiras piadosas no cuenta. Además, no podía decirle que su marido murió en un motel de carretera después de echar un polvo con una cabaretera. No podía.

        —Creí que me correspondía a mí el doloroso deber de devolverte sus restos —añadí—. Lo que me sorprendió cuando hablé contigo por teléfono, hace tres días, es que supieras ya que tu marido había fallecido.  ¿Cómo lo supiste?
         —Me lo dijeron. 
         —¿Puedo preguntar quién te lo dijo?
         —El  Ubanghi-Changuii  mayor.
         —¿Quién?
         —Cuéntale a Ton lo del Ubanghi-Changuii  mayor, —dijo, mirando a su hija adoptiva  Elvira,  que estaba junto al resto de sus hermanas, sentadas cerca de la chimenea—.
       —Cada vez que muere un Ben Mansur  El Hammoudi, el Ubanghi-Changuii  mayor desciende de las montañas atravesando las colinas, tocando una triste melodía —relató la chica—.  Y siempre se le pone un cuenco doble fuera de la casa para tranquilizarle —concluyó—.
        —¿Un cuenco doble? 
        —Sí, lleno de zarzaparrilla—añadió Belén—.
        —¿Es un Ubanghi-Changuii   de verdad? —Pregunté con curiosidad—.
        —Naturalmente —dijo ella—, lleva a cabo este rito desde hace más de cuatrocientos años. 
        —Entiendo -dije, sin entender nada-.
        —Así que eso es todo lo que queda de mi esposo —Volvió a repetir,  mirando el estuche de madera.
        —Desgraciadamente… nada más —Dije yo—.
        —¿Dónde lo encontraron, Ton?
        —Apareció en un árbol a cien metros de donde estaba yo. Despegó, por así decirlo y voló como un pájaro. Pero dime, Belén, ¿crees de verdad que  una dentadura postiza debe recibir cristiana sepultura?

En aquel momento la miré con fijeza para comprobar en su mirada el efecto que habían producido mis palabras.

      —Claro que sí. Será considerada como bien...patrimonial. Elisa—dijo, entregándole el estuche—, pon esto junto a las otras reliquias de la familia Ben Mansur  El Hammoudi. 

Luego se giró hacia mí y dijo:

      —Todas las que estamos aquí sabemos que mi esposo era un hombre diferente cuando visitaba España—continuó—.  Que trataba con gentes  poco recomendables. Ya me entiendes. Pero las mujeres de la familia  Ben Mansur  El Hammoudi   no hacemos preguntas. 
      —Y qué vas a hacer ahora, Belén —pregunté—.
      —Según la tradición de la familia  Ben Mansur  El Hammoudi, cuando muere el cabeza de familia, seis vírgenes descalzas deben apresar un carnero vivo en las tierras de la familia  Ben Mansur  El Hammoudi. 
      —Y después —pregunté todo intrigado—.
      —Después, yo misma lo ejecutare.

La miré, sorprendido. Era indómita y soberbia, y en sus ojos salvajes y espléndidos, había algo augusto y majestuoso…y un puntito de crueldad femenina. 

       —¿Al carnero? 
       —Sí, al carnero. Luego las hijas le sacaran el estómago, y lo rellenaran con vísceras...
       —Vísceras lustrosas —añadió Elvira la hija mayor.
       —Lo cerraran, lo hervirán y luego lo servirán —continuó Belén—.
       —¿Y lo comerán? —volví a preguntar —.
       —Muy caliente— repuso ella, con mucho énfasis—.
       —Ya veo—dije yo—.
       —El festín empezará mañana a media noche. Haremos bajar de la montaña al Ubangui-Changuii mayor,  para avivar la sangre para la danza.
       —¿La sangre? ¿La danza?
       —Sí: El rito fúnebre de los Ben Mansur  El Hammoudi. Bailamos hasta caer al suelo. Y después de una hora de reposo el Ubangui-Changuii mayor  nos despierta al son de: vamos al Bulweria bulwerii. Y todas vamos a la caza del Bulweria bulwerii.
        —Me parece que el Bulweria bulwerii  no está de temporada.

Entonces dio un paso atrás,  me observó,  meneó la cabeza y dijo:

        —Cuando muere un Ben Mansur  El Hammoudi,  el Bulweria bulwerii  está de temporada.


(Continuará…)

21 septiembre 2013

La metafísica de Aristóteles y el empirismo de Hume.

¿cual es la diferencia entre una teoría científica y las opiniones personales? Se ha especulado mucho sobre eso, y hay varios criterios, aunque uno muy popular es la hipótesis de falsabilidad de Karl Popper. Este buen hombre decía que deben existir experimentos que permitan intentar probar que una teoría es falsa. Pongamos un ejemplo cercano: la teoría de la gravedad de Isaac Newton. La gravedad es una de las cuatro interacciones fundamentales observadas en la naturaleza. Origina los movimientos a gran escala que se observan en el universo: la órbita de la Luna alrededor de la Tierra, las órbitas de los planetas alrededor del Sol, etc, etc. Para que nos entendamos: dos cuerpos se atraen entre si con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Y para esta teoría podemos imaginar experimentos que la pongan a prueba. Con bolas de metal (no valen las bolas chinas), con planetas o con barquitos en el mar. A la primera excepción, si por cualquier razón dos cuerpos no se atraen hay que revisar la teoría . Está claro, ¿no? En cambio, pensemos por un momento en la teoría psicoanalítica de Freud. Bueno, no, no...mejor vamos a dejar a Freud descansar en paz y vamos a hablar de alguien menos complejo, más simple: mi amigo Josep. Sí, Josep es perfecto para desarrollar lo que quiero explicaros. No se me ocurre mejor ejemplo para demostrar en cinco minutos lo que Karl Popper tardó años en descubrir. Todas las teorías científicas indican que su nueva novia de Torrelodones lo maneja como si fuera un Bichón maltés (es un perro faldero), sin embargo él, sí, él, lanzando opiniones personales que huelen a puras especulaciones producidas por un exceso de testosterona, sigue bunquerizado en sus cuarteles de invierno, y defendiendo que su “chica” (no es tan chica, pero eso es lo de menos) lo único que pretende es hacer de él una mejor persona. Más culta e implicada en temas sociales, políticos y filosóficos. Yo no lo veo así, y no me explico que él no vea lo que todos vemos, y cuando digo “todos”, me refiero a todos. Pero ese capullo sigue agarrado a la muy vulgar, común y nada original idea del "Diseño Inteligente" que sostiene que todo lo que no podemos explicar en biología implica necesariamente un diseño premeditado de un ser superior. En fin, no voy a enrollarme más y copio y pego la conversación que hemos mantenido esta mañana de sábado casi otoñal.:

-Se me acaba de ocurrir una idea, Ton. Es una idea genial.

Lo miré con detenimiento. Él miró a través de la ventana, como buscando las palabras. Pasaron casi diez segundos interminables.

-Aquí entre nosotros -dijo al fin-,ya sabes que soy un tipo raro. Parezco una cosa pero soy otra. Todos me ven como un tío sin cultura y muy simple, pero tú sabes que no es así.
-Y tanto.
-Se supone que esto que voy a contarte no lo sabe nadie más que mi abogado, la portera de mi finca, la brigada de recogida de basura, el concejal de urbanismo, mi novia y doscientas o trescientas personas más.
-Bien, pues tú dirás-le contesté.
-Quiero abrir un blog y escribir en mis horas libres.

Esto que acababa de decir podría haber tumbado a un rinoceronte, pero yo aguanté como un jabato, y dije, sin mostrar signos de atolondramiento:

-Ah.
-¿Como que “Ah”? ¿No me dirás que no es una buena idea?-me preguntó.
-Sí.
-¿Sí qué?
-Que sí, que es una idea.
-Una gran idea ¿Y no me preguntas sobre qué quiero escribir?
-No.
-¿Como que no? ¿No te interesa?
-No.

Me gusta desconcertar a Josep siempre que puedo. Tampoco es muy difícil.

-Está bien, te lo voy a explicar.
-Perdona...¿no me has oído? He dicho: NO. Me da igual si te gusta más el cine o la literatura. Si prefieres escuchar rock o música clásica. Me importa un bledo conocer tu nueva idea. Todas tus ideas me traen problemas.
-Mira Ton, o te lo cuento o reviento, ya me conoces. A menudo sucede que creamos en nuestra mente obstáculos que en la vida real no existen, ¿verdad?

Lo miré sin decir nada.

-Lo que quiero decir es que he decidido quitar esos obstáculos de mi mente. Por suerte existen personas que se cuestionan periódicamente la validez de ciertas "verdades" universalmente aceptadas. Mi nueva novia, ya sabes, la de Torrelodones, es una de ellas, y me ha hecho comprender que tengo que emprender nuevos caminos, que debo experimentar con la filosofía. Que la filosofía puede cambiar mi vida. Me ha hablado de un tal Roger Banister de quien dijeron que estaba loco, pero a él no le importó. Me ha dicho que hay que nadar contra corriente, ir a caballo de la ola y enfrentarse a todas las corrientes, puesto que todas son tendenciosas. También me ha inscrito en un grupo, en Facebook, titulado “Hoy no han ganado los ignorantes: han ganado los ignorados”. Es una chica increíble, es... como te diría yo...es increíble...sí, eso es...es increíble.
-Ya. Me gusta tu facilidad de palabra. Mira Josep, estoy seguro que el hecho de que tu nueva novia de Torrelodones lea “Pour Marx” y “Lénine et la philosophie” de Louis Althusser, es muy importante para ti, porque tus anteriores novias solían tocar otros registros, y estoy seguro que es lo que más te ha cautivado de ella, pero dime una cosa: ¿Te has vuelto loco? Ni de pequeño te gustaba leer o escribir, y menos estudiar, ¿y pretendes ahora convertirte en filósofo?
-Joder, Ton...Li Bai, el poeta más consagrado de China, cuando era niño tampoco le gustaba ir al colegio.
-¡No me lo puedo creer! ¿Ahora me vas a hablar de Li Bai? Pero si anteayer no sabías quien era Confucio...
-Tienes razón, pero compréndeme, soy otro hombre. Ycomo dice mi novia:Para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada.
-Coño, ¿eso te ha dicho tu novia?
-Ya te he dicho que es increíble.
-Ya veo, ¿y te ha dicho que eso ya lo dijo Antoine de Saint Exupéry mucho antes que ella?
-No conozco a ese Antoine, pero si lo dijo es que se lo oiría a mi novia. Verás Ton, ha surgido en mí un fuerte deseo por conocer la filosofía de Aristóteles, la metafísica, el empirismo británico de Denis Hume...
-¡Oh my god! Vamos a ver Josep, primero, no es Denis Hume, es David Hume, y segundo, somos amigos desde hace más de quince años, ¿verdad?
-Sí. Hay que ver como pasan los años, por cierto.
-Ya lo creo. Y dime, Josep¿en esos quince años de amistad hemos hablado tú y yo de algo que no fuese fútbol, mujeres y coches?
-Qué quieres decirme con eso?
-¿Tú qué crees?
-Ah, ya entiendo, qué cabrón eres...quieres decirme que nunca hemos hablado de filosofía, es eso, ¿eh?
-Sí, eso quiero decir. Dejando a un lado la máxima del gran Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no te gustan tengo otros“, ¿Venderías tus principios por un par de tetas?
-Claro que no, ahora soy un nuevo hombre. Pero... no te entiendo. ¿Qué me quieres decir?
-Lo que quiero decir es que tu nueva novia de Torrelodones te está cambiando tus principios. ¿Te acuerdas de Manuel?
-¿Manuel? ¿El que se marchó a Brasil con aquella mulata que conoció en el club “Saratoga”?
-El mismo. Pues pese a que siempre estaba leyendo a Balzac, desde mi modesto punto de vista, Manuel era un imbécil. Y con ello no quiero ofender a nadie. ¿Te acuerdas aquella noche, en aquel bar, cuando conocimos aquellas dos chicas y salió el tema de esa teoría surgida espontáneamente en algún momento de la historia, llamada Creacionismo?
-Jajaja, como no voy a acordarme...que pijas que eran las dos. La verdad es que no tenía ni idea de qué era el creacionismo, pero al contestarle me salió un buen chiste, ¿no?
-Ya lo creo, el chiste no fue malo, aún lo recuerdo. Dijiste: las bases del Creacionismo fueron sentadas porque de pie se cansaban.
-Jajaja, sí, estuve sembrado. Oye, ¿qué pretendes decirme mencionandoeste episodio pasado?
-Solo pretendo que no olvides quien eres. Y que no quieras cambiar tu forma de ser, tu esencia, tu auténtica personalidad, porque tu novia, la de Torrelodones, quiera remodelar un monigote que en sus genuinas formas es mucho más auténtico que lo que ella pretende obtener.
-Sí, pero es tan sexy, guapa, inteligente-dijo él.
-Descarada y manipuladora.
-También. ¿Pero has visto qué tetas tiene?

Lo miré y los astros se alinearon cuando me vino a la mente una frase de Rabindranath Tagore: “La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”.
Y me reí. Qué le vamos a hacer, es mi amigo, y la vida me ha enseñado que lo que en uno es grave tragedia, en otro es mínima tontería. 

08 septiembre 2013

Madrid 2020...el ocaso de los visigodos.

Madre mía, madre mía. Todavía estoy en estado de shock, y eso que ya debería estar curado de espantos. ¿Cómo se puede ser tan tonto? Ah, ¿pero no sabéis de quien hablo? ¿Y de quien puedo hablar si hablo de tontos? Pues claro, del pendejo de Josep. Todos sabéis que las más pequeñas cosas pueden ser motivo para que se hable largamente sobre ellas. Por ejemplo, la no elección de Madrid 2020. Sí, ya sé que hay cosas más importantes pero es que ese capullo me acaba de llamar por teléfono muy disgustado por la no elección de Madrid como sede olímpica para el año 2020. No es que mi amigo Josep sea muy amigo de los meseteros, pero resulta que su actual novia es de Torrelodones, y ya sabéis que dos tetas tiran más que dos carretas. La cuestión es que me ha hablado de desgracia, de calamidad, de tragedia. Luego, para demostrar lo grave de la debacle de Madrid 2020, ha añadido fantastibulosos datos que parecían querer decir algo pero no lo hacían. Bueno, por si no me creen solo les diré que ha comparado las consecuencias del gran fiasco de Madrid 2020 con la tragedia de la empresa Orinamco en el año 1987, que invirtió en Pernambuco muchicientos dólares ecuatorianos para la producción de nuez moscada... aquello según él fue terrible ya que aquél año hubo un eclipse de sol que mató a cuatrocientos millones ochenta y siete mil cincuenta y nueve personas y un gatito marrón y nacieron niños con dos cabezas. Por mi parte he intentado calmarlo recordándole que en el mundo de la política todos quieren destacar por algo y ser recordados por la posteridad como autores especialmente implicados en obras faraónicas. Y esto conduce en ocasiones a la mentira. Que la diversión puede ser el postre de nuestras vidas, pero nunca su plato principal. Que la propaganda es una formidable vendedora de sueños, pero que Madrid nunca fue favorita, y que Ana Botella, la alcaldesa de la peineta, no era la persona más adecuada para representar la pujanza y dinanismo de la capital del reino de los visigodos. También le he dicho que las mariposas a veces tienden sus alas temblorosas y en alegría loca de luces y colores, ebrias de amor para expirar en tálamos de flores... Y que hay espectativas que se acaban como esas mariposas. Finalmente le he explicado la famosa anécdota del emperador romano Titus Flavios Domitianus, (Domiciano para los amigos) que fue un gran patrón de las artes y el instaurador de los denominados Juegos Capitolinos, que incluían como parte importante de los mismos diversos concursos literarios, y que además, fue un prolífico escritor de poesía. Sin embargo, le he dicho, quiso descollar también en el terreno científico con un tratado técnico sobre la caída del cabello, aspecto en el que pretendía ser una autoridad, y lamentablemente para su credibilidad, a los dos años de la aparición de esa obra, el emperador estaba ya totalmente calvo. Pero nada, mi irónico y cáustico sentido del humor no  ha hecho mella en él, y  ha seguido hablándome de complot, de conspiración judeomasónica, de envidias malsanas y de venganzas posteriores. Sí, la verdad es que Josep estaba bastante cabreado. Así que viendo que no entraba en razón, y percibiendo que la derrota de Madrid le había trastocado por completo, le he pedido que me presente a su nueva novia de Torrelodones, porque ahora más que nunca estoy convencido que esa chica tiene que ser una bomba sexual.

14 agosto 2013

Cubano de Mayabeque.

¿Como averiguar la madurez emocional de una persona? ¡Es asombroso! Hasta ahora siempre había pensado que era tan difícil como averiguar el sexo de los pájaros; que se tenía que determinar quirúrgicamente, o que dependía del plumaje, de la cresta, del pico o otras taradeces. Pues NO, ayer mi amigo Josep (ya saben que me refiero al que se folló a la segunda mejor amiga de su ya ex mujer y se encontró las maletas cerca del contenedor de color verde, y bla bla bla…) me demostró que es mucho más sencillo. Paso a explicarles lo que ocurrió.

Cuatro de la tarde. Suena el teléfono de mi casa. Me tengo que levantar del sofá y dejar de ver un magnífico documental en televisión sobre el famoso matemático Diofanto de Alejandría que me interesaba mucho. A pesar de ser inalámbrico el teléfono suele estar en su base para evitar que la batería se descargue, así que me tengo que levantar del sofá. Descuelgo:

-Hola –me dice una voz al otro lado.
-Hola –contesto educadamente.
-¿Le puedo cantar una canción? –pregunta la voz con un acento sudamericano que no logro, al principio, situar con claridad, pero que a los pocos segundos reconozco como cubano, y más concretamente de Mayabeque.
-Si no es muy larga...es que estaba viendo un magnífico documental de Diofanto de Alejandría, ¿sabe usted?
-Es cortita, compañero.
-De acuerdo, pero después tendrá que dejarme que yo le hable de nuestra iglesia del “Séptimo Día”.
-Claro, faltaría más.
-Entonces no perdamos el tiempo.
-Ahí va, compañero: Me casé con un enano, salerito, pa jartarme de reír, Pa jartarme de reir, me casé con un enano, olé salerito y olé me casé con un enano, salerito pa jartarme de reír, olé ahí, ese tío que va ahí. Pa jartarme de reír, le puse la cama en alto, olé, salerito, y ole, le puse la cama en alto, salerito, y no se podia subir. olé ahí ese tío que va ahí. Y eso sí que fue de veras, y eso sí que fue de veras , olé, salerito, y olé, que al bajarse de la cama, salerito,se cayó en la escupidera. Pa jartarme de reir Le puse la cama en alto Olé, salerito, y ole Le puse la cama en alto, salerito, y no se podía subir Y no se pudo subir y eso sí que fue trabajo, y eso sí que fue trabajo Porque yo subí a la cama, salerito,pero el se quedó abajo.

Sin duda no me habían preparado para esto durante el cursillo intensivo de supervivencia de media hora que me habían impartido en el servicio militar.

-¿Le ha gustado, me pregunta la voz de acento cubano de Mayabeque, con entusiasmo?

Yo canté, hace años, en el coro del colegio y sé el tono que hay que usar para una melodía tan folclórica, y difícil, así que le dije:

-Mira amigo, cantar agudos no se hace de la noche a la mañana; es mucho esfuerzo y necesita control de una técnica específica. Depende también mucho su edad; ¿Qué edad tiene?
-Acabo de cumplir los 48
-Entiendo. Siendo alguien tan joven es normal que le salgan los concurridos gallos al cantar notas altas, debido a que la voz masculina acaba de desarrollarse completamente despues de los 49, que es cuando un cantante esta en su mejor momento. Los consejos que le puedo dar, que a mi me sirvieron, son los siguientes:

No coma nada cuatro días antes de cantar.

Tome solo agua de manantial y muy purificada. La de Katmandú es idónea. La del grifo suele tener minerales que le llenaran el estomago de agua, pero no le harán cantar mejor. La apertura de la boca también es importante, debe ser suficiente para liberar presión, pero no la exagerada para liberar aire de mas. Relaje bien el conducto respiratorio antes de dar el do de pecho, pero tampoco hace falta que se esfuerce demasiado; si no puede llegar a las notas más altas quédese más abajo. Ah, y lo más importante, no se canta con la garganta, sino con el diafragma, con aire desde el estomago...¿me entiende?

-Sí, creo que sí. El diafragma es un instrumento musical como el diapasón, ¿verdad? 
-Exactamente. Mas simplemente explicado: tiene que endurecer el estomago como cuando va al baño, y sacar el aire a proporciones equivalentes, ¿comprende?
-Sí, creo que lo comprendo.
-¿Seguro? ¿Si quiere le puedo poner otro símil?
-Pues no estaría de más, compañero.
-Mire, usted parece cubano por su acento, así que con un ejemplo sexual lo entenderá mejor. Cantar con el diafragma es como esos momentos en que nos estamos frotando con una mujer en la cama para quitarnos el “picor sexual”. No pensamos en este tema, de hecho lo más probable es que no pensemos en nada porque nuestra sangre se concentra lejos de la cabeza, pero nuestros genes sí que lo saben, ¿me comprende ahora?
-Bueno.. bueno... bueno... ahora sí que me ha quedado claro, compañero. Es usted un lince encontrando ejemplos y símiles.
-Gracias, también soy experto en saber si tu chica te es infiel con sólo uno o con muchos más. Por cierto Josep, capullo, que eres un capullo, mientras te dedicas a hacer el gilipollas, llamando por teléfono a tus amigos, imitando el acento cubano, tu novia estará seguramente follando con un cubano de verdad.

Ya ven queridos amigos y amigas, Josep es así. En general nunca pasa desapercibido cuando sale por ahí, y cuando se queda en casa tampoco. Y como dijo William Somerset Maughan: “Sólo una persona imbécil rinde siempre al máximo de sus posibilidades.

04 julio 2013

Contestación a un mail inexistente.

La vida es demasiado complicada para mí. Sigo mirándola con los ojos de un adolescente que nunca aceptó correr los 50 metros en 28 segundos y medio. Tardo mucho en entender las cosas, la verdad es que sabes que tardo mucho para todo, las respuestas de las personas, mis propios actos en ocasiones. Sin embargo, sabes que todo ello intento compensarlo con la memoria de elefante que heredé de mi abuela Mariana. Supongo que es esa mezcla lo que me lleva a veces a darme cuenta de que Si hay una facultad de nuestra naturaleza que puede considerarse maravillosa, esa es la memoria. 

Querida amiga, no recuerdo el contenido del mail nº 54 del que me hablas, porque no existe. Miento, recuerdo el contenido pero no era el mail nº 54, sino el 45. De nuevo tu dislexia numérica galopante, querida, te ha jugado una mala pasada. También recuerdo que había bebido mucho, demasiado, incluso puede que más de la cuenta como para quedarme dormido mientras lo escribía. Es más, ahora que caigo, creo que lo terminé de escribir al despertarme los aullidos de placer de mi vecina del quinto, Jessica, la puta que vive encima de mí, que como de costumbre hacen retumbar la finca entera. Ya sabes, porque te lo conté en mi mail nº 33 que Jessica, mi vecina, ha sido siempre una apasionada de las culturas diferentes, de los países extranjeros; sin embargo, debido a una enfermedad congénita —la pobreza— no ha podido viajar mucho, por lo que se ha dedicado a ser puta a tiempo completo, actividad que le ha permitido conocer a hombres de Moldavia, República Checa, Costa Rica, Mali, Colombia, Ecuador, Brasil, Marruecos, Cuenca y otros países, sin salir de Barcelona.
Mientras muchos de nosotros dormimos el sueño de los justos (eso
es una expresión de origen griego que originalmente hacía referencia a quien dormía en forma muy tranquila, porque no tenía cargos de conciencia, o sea alguien que como ha llevado una vida ética, moral, nada lo perturba) ella viaja cada noche, entre las sábanas de su lecho, a los países más fascinantes, a conocer las costumbres más subyugantes, las perversiones más excitantes. Jessica es una destacada aventurera y exploradora de las selvas recónditas, y de las posturas del Kamasutra en peligro de extinción. También sabrás, eso te lo expliqué en el mail nº37, que la conocí un viernes cualquiera del otoño del 2007, a las cuatro de la mañana; llovía, como siempre, y un viento húmedo me acercaba al sepulcro más de lo deseado, cuando me recluí en el calor de un bar sin nombre, buscando el cariño de alguna alma en pena. Allí, entre las brumas del tabaco de contrabando y los vapores de alcohol etílico, la vi por primera vez, sentada frente a la puerta de entrada, bebiendo cerveza Coronitas, su marca preferida, y comiendo Cheetos con sabor a chorizo cantimpalos. En fin, mi amor, no sé por qué te digo todo eso si ya te lo escribí en el mail nº 41. ¡Y ya me he perdido! ¿De qué hablábamos? Ah, sí, del mail nº 54 que resulta ser el 45. Mira, querida, nunca he querido hacerte sufrir y, solo por eso, he intentado mantener oculta mi tormentosa relación con Lola, mi novia. Pero ahora no es momento para lamentaciones, tiempo habrá, y prometo contarte a partir de ahora mis vicisitudes y tribulaciones. Por cierto, ¿te he contado alguna vez que estuve en Sharm el- Sheikh con mi novia Lola el verano de 2006? ¿No lo hice en el mail nº 7? ¿O fue el nº 9? ¡Ah, Egipto que gran país! Las pirámides, el valle de los reyes, el desierto, las egipcias, el Nilo. ¿Sabes que el Nilo siempre estuvo allí? Mucho antes que todo, mucho antes que las tumbas de los faraones. Por esa razón en el Nilo palpitan recuerdos. Ya ves mi amor, nos conocemos hace casi 4 años, y eso apenas es un picosegundo para esta parte del mundo. Se diría que no es posible vivir junto a este rio sin preocupaciones de eternidad, y aquí está siempre también, el misterio. Hay cosas que jamás se llegan a saber. Un largo cortejo de preguntas que nunca nadie podrá contestar. Reconozco que me gustan los misterios, si son inexplicables más, si están relacionados con las pirámides más aún y si el enigma afecta a algún faraón, y me da igual que sea de la quinta dinastía, de la cuarta o de ahora, me descontrolo. ¿Sabes, querida, que Blaise Pascal, el científico y filósofo francés, escribió en su obra “Pensées”, que si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la historia del mundo habría cambiado? Jajaja, lo dijo en alusión a que su belleza y encanto no hubiesen sido los mismos frente a julio César y Marco Antonio. Pero eso seguro que tú ya lo sabías, creo que te lo dije en el mail nº 22. Jajaja, como me gusta Egipto, su historia, sus misterios. Sí, me gusta. Y ahora, tú estás allí. ¿Recuerdas, amor mío, la frase lapidaria que te endilgué hace unos días, en el mail nº 26, del amigo Lao-Tsé? jaja, era premonitoria, ¿no te parece? Por si no la recuerdas, o no encuentras el mail nº 22, que todo es posible, te la recordaré, decía: Un viaje de mil millas comienza con el primer paso. Jajaja, me rio porque quien me iba a decir a mí, que tú que te mareas al subir y bajar la acera, saltarías el charco para investigar el misterioso misterio de la estancia de Mubarak en un hospital de Sharm el- Sheikh en Egipto. Jajaja, Sharme el – Sheikh, es increíble, tú en Egipto, e investigando a Mubarak. En fin, como dice la canción de Pedro navaja:

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ay Dios.
Cuando lo manda el destino no lo cambia ni el más bravo,
si naciste pa' martillo del cielo te caen los clavos.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ay Dios.”
Bueno, querida, ya te contaré más cosas en el próximo mail, será el nº 47, no lo olvides, y tú, por tu parte tenme al corriente de la investigación que llevas a cabo. Ah, en cuanto a las fotos de Messi, te las mando por la noche, ahora voy a dormir un rato, ya sabes que no he pegado ojo por culpa de la puta de Jessica. Un besote, bonita.
Te quiero,


Ton.

11 junio 2013

Iba a ser una gran idea, pero...

Preguntaba   Richard Bach el autor de Juan Salvador Gaviota: ¿No crees que ser curiosos es mucho más importante que ser parecidos? Y concluía: Porque somos diferentes podemos gozar la diversión de intercambiar mundos y regalarnos mutuamente nuestros afectos y nuestros entusiasmos.


Hace muy pocos días una buena amiga,  médico pediatra para más señas, me pidió de forma sibilina colaborar con ella, por aquello  de, palabras textuales suyas:” ser yo el mejor escritor con diferencia de los que ella conoce.”  Es claro que el hecho de trabajar a diario con seres inmaduros ha debido influir en su elección. Pero como no quiero dejar duda alguna sobre lo que estoy declarando, y para que quede constancia escrita de que no miento,  les copio y pego la conversación tal cual se produjo:

Mi amiga: ¿Ton, tienes un momentito para dedicarme, mi amor?
Yo: Espera dos minutos que se me pega el arroz, ¿podrás esperarme mi  vida?
Mi amiga: ¿Dos minutos? ¡Y toda la eternidad,  mi amor!
Ve, ve tranquilo, aquí estaré, mirando en la distancia hasta que en ella asomes.
Yo: Pues ya estoy aquí, tesoro mío, para lo que gustes mandar a este humilde y obediente feudatario tuyo
Mi amiga: No tengo nada que mandarte, mi amor, me basta con saber que estás ahí e imaginarte, silente, demudada ante tu seductora presencia.
Yo: ¡Ay, qué bellas palabras! Si de tu boca pudiera beberlas me bastaría para saciar toda mi sed atrasada.
Mi amiga: Aunque... ya que tan amablemente te ofreciste a otorgarme un deseo...
Yo: Tus deseos son órdenes, amada mía
Mi amiga: Pues tal vez, quizá,  me atreviese a pedirte que incidieses aún más en la huella que tu imagen provoca en mi memoria, en mi corazón, en mi sentimiento.
Yo: ¿Cómo podría hacer eso, mi cielo?
Mi amiga: Ay, ay, ay ¡Llámame atrevida!
Yo: ¡¡Atrevida!! ¿No era ese tu deseo? pues cumplido.
Mi amiga: No, no era ese. Quería acrecentar mis ya elevados niveles de percepción con los que inundas mí día a día, mí hora a hora, mí cada segundo, pleno de tu imagen. Y se me ocurrió que podrías colaborar conmigo en un libro que estoy preparando.

Bien, hasta aquí puedo escribir, el resto es muy íntimo y no viene a cuento. Ya han visto que no miento. La conversación existió,  la acaban de repasar. 

Ya saben ustedes que el leer  todas las noches hasta altas horas causa estragos en las mujeres. Hace que tengan ideas raras. La idea de  mi amiga esta vez era la de hacernos ricos. Sí, ya sé que como idea no es muy novedosa, pero a ella se le ocurre cíclicamente y cada vez que lo hace tiemblan los cimientos del capitalismo. Dentro del mundo de los que quieren hacerse millonarios hay tres grupos. Están los japoneses, obsesionados con encontrar el tesoro que el General Yamashita escondió al final de la II Guerra Mundial en Filipinas. Luego los españoles, muchos más ambiciosos, guapos y altos, obsesionados con hallar el pecio del Galeón San José, el barco más cargado de tesoros (11 millones de monedas de oro valoradas, hoy,  en 6000 millones de Dólares) provenientes de las colonias que salió desde el puerto de Cartagena hacia España el 7 de junio de 1708 bajo el mando del almirante José Fernández de Santillán y hundido por barcos ingleses (siempre ellos, malditos sajones) en frente de la península de Barú (actual mar de Colombia). Y finalmente los que quieren hacerse millonarios escribiendo un libro. Mi amiga pertenece a este último grupo. Recuerdo otra conversación en la que, toda excitada, vino  a decirme que si  colaboraba con ella  iba a ser maravilloso. Que nos íbamos a hacer ricos. Que el mundo de la cultura iba a rendirse ante nuestra obra cumbre. Ah, y recuerdo que esa misma tarde me dijo que se iba de compras a Loewe a cuenta de la inmensa fortuna que íbamos a amasar.
Yo, hasta la fecha, lo más largo que había escrito había sido un poema de cuatro versos para una chica lituana que conocí en una tienda de “Todo a 1 euro”, así es que me hallaba algo desentrenado, como ustedes supondrán.
Pero con el arrojo que me caracteriza, pensé en recurrir a Jessica, mi vecina del quinto a la que se le dan muy bien estas chapuzas literarias y que se gana el sustento haciendo la calle, actividad en la que tiene mucha práctica y que le sale estupendamente por darse la circunstancia de dominar la lengua como ninguna otra.. Pero el caso es que no la hallé en su domicilio –quizá debido a que estaba justamente haciendo la calle– y tuve que desistir de mi empeño, pues el tiempo, y mi amiga,  me apremiaban.
Por fortuna, la solución de mi dilema no se hizo esperar. Recibí la llamada de otra amiga, Melisa Felicidad Rodríguez, una mujer excepcional, siempre dispuesta a nuevas emociones y que parece ser el colmo de la exquisitez femenina. ¡Ah, tiene grandes tetas y también hace la calle!
¿Qué mejor idea? Dos estupendos amigos con derecho a roce, escribiendo juntos su meliflua historia. Su sensibilidad y mis ideas, su delicadeza femenina y mi poder sintetizador y dominio de la palabra escrita. ¡Ah! El resultado prometía ser competente y prometedor.
Como supuse, Melisa felicidad estuvo encantada con la idea. A ella mis ideas siempre le encantan, no sé por qué, y a mí me llena de orgullo y de alimento para mi ego. Apagamos las luces y encendimos velas aromáticas, para lograr un efecto romántico más idóneo y nos sentamos en el sofá.  Muy juntitos. Ella sacó un bloc de color fucsia de su bolso, cosa que me extrañó. 

–Trae algo para escribir–. Y vamos a empezar-me dijo-.

– ¿Algo para escribir?

– ¡Claro! –repuso–. ¿No pretenderás que escribamos una historia muy romántica sin primero esbozar los personajes y hacer un borrador? Y yo no encuentro mi bolígrafo.

Yo he usado siempre ordenador para todo, hasta para hacer la lista de la compra. Así es que bolígrafos en mi casa no había.

–Bajo a la tienda, no tardo nada –dije. Y me marché a comprar una caja de bolígrafos Bic de punta fina, por si la historia se alargaba más de lo esperado. Desafortunadamente los compré de color verde y, cuando regresé, Felicia se enfadó conmigo.

– ¡Si es que no sirves para nada, Ton! ¡Qué cabeza la tuya! ¿Por qué los has comprado de color verde? No sabes que el verde tiene poco contraste y daña la vista –rezongó, dándome un capón cariñoso como reproche.

-Pues el rey de España, Juan Carlos I, escribe en verde por aquello de que V.E.R.D.E es el acrónimo de Viva El Rey De España.

-El verde no sirve, Ton, y deja al rey que escriba como le dé la gana, que para eso es el rey. Yo me niego a escribir una historia de amor en verde. Hay que utilizar un color más oscuro, así que o ideas algo para aprovechar estos bolígrafos o bajas a la tienda a comprar otros.

- No te preocupes, Melisa felicidad, tengo una idea. De hecho no es mía, se la vi en un capítulo de Mac Gyver.

Fui a la cocina, llené un cazo de agua, deposité los bolígrafos dentro,  en baño maría, y encendí la vitrocerámica. A no muy alta temperatura, para que el agua hirviera lentamente. Recuerdo que en aquel episodio de Mac Gyver, éste decía que las cosas una vez hervidas cambiaban de color. El caso es que tras denodados esfuerzos, me quemé algunos cuantos dedos al remover los bolígrafos en el agua hirviendo, algunos de ellos hasta los nudillos, y finalmente, al ver que se ablandaban y se retorcían como anguilas en el agua hirviendo y, tras otra colleja de Melisa felicidad, esta menos cariñosa, desistí de mi experimento. Y decidí pasar al plan B. El plan B, no era otro que el plan A, o sea, mi plan inicial: escribir directamente en el ordenador.

Nos sentamos frente a la pantalla en blanco.

–Bueno, empieza ya, no tengo toda la noche, ¡Coño! –me dijo ella, con la fineza que la caracterizaba.

Yo la verdad, confiaba en que empezaría ella. No se me estaba ocurriendo nada, como siempre,  y la situación comenzaba a hacerse de lo más embarazosa.

–A ver cariño, saca a relucir tu sensibilidad de mujer y veamos qué se puede hacer con ella –sugerí. Pero no se la veía muy animada, que digamos. Al contrario, pareció molestarse más aún y me dijo algo confuso sobre el no esperar ordeñar una vaca y que no era así y algunos feminismos por el estilo.

La insté de nuevo a que empezara de nuevo y de nuevo se negó. Para salir del impasse me sugirió otra táctica. Yo tendría que describir lo que sintiéramos. Así fue que lanzó sobre mí sus cien kilos de hembra (¿no había contado antes este detalle?), comenzó a besarme fuertemente hasta que adquirí un bello tono lila y, de un mordisco pasional, se me comió la mitad del bigote. ¡Buen provecho!

–¡Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuaaaaaio! –aullé yo, llorando declaradamente.

–¿No te inspira esto? –tuvo la desfachatez de preguntar, agarrando sensual pero brutalmente mis partes pudendas.

Y cogiéndome el pelo del cogote con las dos manos, me hizo sepultar las narices entre sus generosos senos mientras gritaba:

–¡Escribe! ¡Describe lo que sientes! ¡Esto es amor! ¡Inmortalízalo!

Yo, que tenía del romanticismo una idea evidentemente más suave que la suya, no sabía qué decir ni cómo ponerme. Mientras tanto ella, que se estaba excitando progresivamente, seguía zarandeándome y usándome como amortiguador de adrenalina.

Bueno, para no cansar: durante una hora Felicia estrujó pasional y salvajemente mi cuerpo mientras yo intentaba poner cosas de vez en cuando en la pantalla del ordenador. Ella no escribió nada, sino que se limitó a "musarme" o a hacerme las veces de inspiración, mientras yo sufría en mis carnes la diferencia entre el amor platónico y el aristotélico.

Varios días después supe que Felicia ni siquiera sabía escribir.

06 junio 2013

Más primitivo que Stonehenge.

¿Sabes qué me dijo la muy zorra? Ya sé que no te lo vas a creer, Richard, pero te lo juro por mi panteón familiar al completo. Me dijo:

“Pobre Lola cuanto la comprendo ahora; si es que eres  un desgraciado y además  más primitivo que las piedras de Stonehenge."

Una y otra vez retumbaban en mi cabeza estas infames palabras, Richard. Y por segunda vez en mi vida sentí ganas de llorar. Alejandro Magno lloró ante el túmulo de Aquiles porque envidiaba su gloria. Julio César, a los 31 años, al pasar por delante de una estatua de Alejandro Magno lloró también por no haber logrado nada importante cuando a esa edad Alejandro ya era dueño del Mundo. Claro que no es lo mismo llorar por eso que por un miserable comentario dicho en el calor de los celos.
Desistí pues de llorar, pero me invadía un furor tal que estuve a punto de estallar. No obstante estaba demasiado furioso para eso. Por el contrario pensé:   “Por dios no pierdas los estribos, te conozco demasiado para saber que eres capaz de llevarte por delante a cualquiera, metiéndote en un lio del que no podrás salir”.  Sí, lo reconozco, soy malo cuando odio, Richard, y tú lo sabes, por algo eres mi amigo. También sé que ahora no es el mejor momento para contarte mis contingencias, tú ya tienes bastante con la zorra de tu ex mujer que te ha denunciado por no pasarle la pensión compensatoria, pero me conoces bien y sabes que la imperiosidad de escribir es algo contra lo que no puedo luchar. Créeme si te digo que el día en que le eche el guante a esa media periodista de pelo-paja que se ha ensañado de este modo conmigo, deseara no haberlo hecho. No se hará esperar el momento en que la tenga delante de mí. Y cuando ese momento llegue, la miraré a la cara, le meteré la lengua hasta la campanilla y aguardaré a verla morir de pasión para recordarle sus mezquinas palabras. No sé quien dijo que el hombre siempre debe tener el nivel de la dignidad por encima del nivel de la autocompasión, pero fuera  quien fuera acertó de lleno, seguro que era como yo, un tío que se viste por los pies.

También me ha llamado la muy zorra, en tono cínico,  decimonónico y trasnochado… a mí. Y todo porque mi estilo es elegante y utilizo cursivas cuando escribo. No te creas Richard que todo eso que te cuento me haya caído de nuevo. ¡No, de eso nada! Siempre supe que ella era una mujer de carácter, aunque no tenía claro de qué tipo. Siempre supe que en su mente, como yo en la mía, se imaginaba diciendo frases de cine como” Cuando soy buena, soy buena; cuando soy mala, soy mucho mejor.” Todos sabemos que a veces la vida es como una película, y el cine permite tomarse ciertas licencias; pero esta vez se ha pasado tres pueblos la tía esta oxigenada. Ahora creo que está en algún lugar de China, seguramente buscando alguna historia que contar. Pobrecita, a China se tiene que ir para encontrar algo que relatar a sus escasos lectores. ¿Te he dicho, Richard, que trabaja en un periodicucho de mala muerte?  Siempre viajando por el mundo como alma en pena. Así la conocí, en un viejo y destartalado hotel de Freetown. Está mal que lo diga después de lo que acabo de escribir de ella, pero debo reconocer que quedé prendado en aquel momento y en aquel lugar del  dominio que tiene  la muy zorra del monólogo interior. Es impresionante, y  apabulla sin pretenderlo. Sí, Richard, ahora has entendido que hablo de aquella desalmada que me llevó a la cama aprovechando que estaba bajo de defensas. Me había peleado con Lola una vez más y la muy cabrona no dejó escapar la ocasión de seducirme. Y cuando acabó conmigo me  dejó tirado en la cama, como un condón usado. Tú ya la conoces, no tanto como yo, pero la conoces. ¿Recuerdas que te conté que creció rodeada de artistas e intelectuales, junto a sus tres hermanas y su hermanastro, que la acosaba sexualmente? Eso le causó varias crisis nerviosas y a su hermanastro unas cuantas patadas en los cojones. Tiene carácter la chica, ¿sabes? Y es la única después de Lola, mi novia, capaz de sacarme de mis casillas. Pero la quiero a la condenada.

 En fin, Richard,  como dijo el poeta: si lloras por una pocas palabrillas, las lágrimas delatarán que estas hecho de mantequilla. Bueno, ya sé que no rima mucho, debió ser una mierda de poeta, pero tú me entiendes, ¿verdad?
Bien, no te entretengo más, que bastante tienes tú con la zorra de tu ex mujer. Yo ahora estoy en Abudabi en una misión para el gobierno de la Generalitat de Cataluña, pero eso es otra historia…ya te contaré.

Un saludo,

Ton.

09 marzo 2013

Mi secreto.


Bajo la protectora oscuridad de los sueños evocada por Michael Connelly  en su novela, el aroma a café de Colombia del amigo Juan Valdez  impregnando el ambiente y la evocadora música diegética e incidental de la saga del agente 007, he procurado aprovechar esta  tarde de domingo de final de verano para escribirte esta misiva electrónica.
No te lo vas a creer, cariño, pero no ha sido fácil para mí. Mi primer pensamiento fue escribir sobre la Magnolia grandiflora, del modo en que aparecen en primavera, de su  estructura compleja cuyo plan organizacional está conservado en casi todas las angiospermas, con la notable excepción de Lacandonia schismatica.  Después decidí hablar del  Slow Loris, un animalito muy raro, más conocido para los latinos como Lori Perezoso. En fin, ya me conoces, quería hablar de lo que me gusta de verdad. Pero como no acababa de decidirme opté finalmente por dar un paseo  por la playa, para buscar mis musas, esas que nunca me abandonan, esas que me susurran al oído ideas, esas que me inspiran,  y  créeme que fue una buena idea ya que después de tanto tiempo sin pisarla había olvidado esa sensación de libertad.  En la orilla, bailando al son de las olas,  descubrí un preservativo flotando, a veces se quedaba en la arena pero a cada ola parecía querer navegar. Entonces pensé que podía escribir sobre ese preservativo, sobre las migraciones de los preservativos o de los motivos que pudo tener su dueño para arrojarlo al mar. Pensé que sería un buen principio para una historia. Pero no..."Ella se merece una historia mejor"- pensé para mí -  y volví a casa para releer tu última carta.

No sé si sigues en Egipto, en Sharm el-Sheik tal como me aseguraste en aquel correo del viernes pasado, si  mal no recuerdo.  Tampoco sé si estás bien, aunque conociéndote estoy seguro que sí, y lo que debe pasarte es que no has encontrado ninguna señal de Wi fi que robar. Verás, cariño, releyéndolo  hay algo que se me escapa y tus palabras haciendo referencia a tu secreta investigación sobre la no menos secreta estancia de Hosni Mubarak en un hospital de Sharm el-Sheik han calado profundamente en mi, y esa invitación astuta a lo misterioso ha dejado jirones en mi ser, lo cual me permite iniciar una confesión. Una confesión meditada, pero difícil. Sí, créeme, no ha sido fácil. Ah, también quiero que sepas que estoy haciendo un enorme esfuerzo por no  incluir en mi carta  frases deslumbrantes  y algún que otro hallazgo retórico del estilo " Y lo incuestionable es que el ego, digan lo que digan, el fanatismo de botiquín con caridad de mendrugo que pugna por el apostolado jurídico mundial para santificar un prototipo caramelizado de ser humano frente al cual toda divergencia parezca una amenaza y cualquier oposición una herejía excomulgada de la historia, y las Constituciones, necesita labrarse con cincel, como la escultura hermosa” , o expresiones como “a contrario sensu”, o  "ad calendas graecas”; las descarté inmediatamente  por exceso de pedantería, aunque ya sabes, porque me conoces,  que una poca, de vez en cuando, me sale natural.
Bien, dicho esto,  ha llegado el momento de que sepas todas esas inmensas pequeñeces que gravitan alrededor de mi persona, y que te adentres en mis órbitas menos accesibles. ¿Estás preparada, cariño?  ¿Sí…seguro? Ten en cuenta que lo que te voy a revelar va a sorprenderte, lo sé, soy muy consciente de ello. Hasta puede que te impresione y te petrifique. Pero, nena,  te mereces mi confianza. Yo no olvido que soy el único  novio a quien nunca le has birlado la cartera. Y eso dice mucho de ti. Me dice que puedo confiar en ti. Cariño, escucha y no te desmayes:


Soy lo que popularmente se conoce como un Espía; un agente secreto. Los novelistas suelen describirnos con el ojo puesto en el personaje trasnochado de James Bond, ya sabes, la guerra fría y todas esas bobadas, y extraen nuestros comportamientos de  las características de ese personaje de ficción,  engreído,  frío, inteligente, eficaz, extremadamente observador, audaz, implacable, decente, reservado, elegante y  dotado de una inigualable habilidad para atraer bellas mujeres fácilmente, en fin, me entiendes, lo que  el público femenino define como un apuesto galán que posee un irresistible encanto hacia las mujeres.  Y sabes, cariño, la triste realidad es que me parezco a James Bond, como un huevo a una castaña. Pero contra eso no podemos luchar,  es parte del attrezzo que los malos guionistas nos han encasquetado. Mi trabajo de agente secreto no es tan glamuroso, ya me gustaría a mí. Recuerdo mi primera misión, fue un incidente fronterizo que tuvo lugar entre Moldavia y la república de Ecuador, los dos se negaban a aceptar a unos pobres refugiados afganos, talibanes decían ellos, por el simple hecho de que uno de ellos, recuerdo su nombre como si fuera ayer “Osama Tinladen”, había dinamitado con 2000 kilos de TNT un enclave histórico protegido,  Patrimonio histórico dijeron esos maricas de  la Unesco, creo que se llamaba Machu Pichu. En fin, chorradas.

Luego vino una misión muy complicada y poco reconocida, tras el hundimiento en aguas del lago Leman, Suiza,  de  tres pesqueros andorranos, con varias muertes, del que se hizo responsable a los servicios secretos cubanos. El Ministro de Asuntos Exteriores cubano, Félix José Felipe Varela de Poey del Monte estaba afónico aquel día y no pudo hacer ninguna declaración para negar la responsabilidad de su país, por lo que el lío se armó de firme. Fue una misión complicada, sí. También recuerdo cuando Castilla la Mancha y la comunidad valenciana, en acción conjunta, invadieron un buen pedazo del sur de Cataluña, llegando a un trato para quedarse con los Castellers de Vilafranca del Penedés. Aunque fuentes bien informadas de ambas comunidades confirmaron que el motivo de la guerra era el que los atacantes estaban tan mal de dinero que habían decidido explotar económicamente el gran poder de convocatoria sin olvidar el gran tirón comercial que tenían los Castellers de Vilafranca en el mundo entero.
También me enviaron a Sudamérica. Aquello fue cuando Argentina invadió Brasil, con el propósito ulterior de venderles el Cristo Redentor de Rio de Janeiro,  al Vaticano, con el consiguiente follón. La cosa se pudo arreglar finalmente cuando convencí al Papa Benedicto XVI (es XVI, ¿verdad?) de que no podía comprar objetos robados.

En fin, amor mío, podría estar horas y horas contándote mis aventuras y desventuras, en tantas y tantas misiones peligrosas por los seis continentes, y tiempo habrá, ya lo verás, pero hoy me vas a permitir poner punto y final a esta carta para así poder, aprovechar lo que me queda de día; es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar de cada instante, ¿verdad? Y si te soy sincero, todavía más de lo que acabo de serlo, dentro de un rato mi amigo Luis viene a tomar el café a casa. Sí, ya sé que me has dicho reiteradas veces que Luis es un perdedor, de los que no saben vivir sino encaminados al hundimiento más absoluto, pero es mi amigo, y como dijo Nietzsche: los  que no temen perder son los únicos que se atreven a cruza el abismo.