30 enero 2013

Fracasar no es vergonzoso, lo vergonzoso es tener un amigo como Josep (Final)


 Madre mía, madre mía. El mundo es demasiado complicado para mí. Todavía estoy en estado de shock. Un torrente de pensamientos negros como la brea se amontonan y luchan en mi interior por ordenarse. No es la primera vez que algo así me ocurre, la verdad es que me ocurre casi siempre que salgo de copas con Josep. ¿Cómo he podido nuevamente confiar en que eso podía acabar bien? ¿Cómo he podido fiarme de que ese capullo sabría comportarse? ¿Cómo he podido presentarle a Marisa y Montse? ¿Cómo se puede ser tan tonto?
 En fin, en mi descarga diré que ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.
Desde los tiempos más remotos, de los que, como son remotos, ya no nos acordamos, los más pequeños detalles han venido produciendo catástrofes. ¿Qué tipo de detalles se preguntaran ustedes? Creo que lo mejor es  ponerles dos ejemplos. Ejemplo número 1: olvidarse que has tenido un lio con la camarera del local al que llevas a tomar una copa a una amiga que te quieres llevar a la cama. Y ejemplo número 2: sacar el tema de la Pornografía, con nombres y ranking de actrices de ese género incluido.
De acuerdo, ya sé que dos detalles de esta índole no le pueden pasar desapercibidos a nadie con dos dedos de frente, pero no olviden ustedes que hablamos de mi amigo Josep.
Miren, les diré algo, salir de copas con Josep  es un deporte de riesgo, y  para que vean que no es que yo le tenga manía les diré un secreto: desde que se separó de su mujer, en su anterior barrio los precios se han doblado y en el que vive actualmente los camellos dejan publicidad en los buzones.
No, no me estoy liando, ni estoy mezclando cosas, todo tiene que ver. Si Josep participa, todo tiene que ver. Y lo cierto es que, si siguen leyendo el resto de la historia comprenderán lo que digo.

Una de la tarde, sábado. El calor del incienso prendía de aroma y color el salón, mientras de fondo sonaba Bob Seger. Estaba apoyado en la ventana, absorto, fumando un pitillo e intentando dar la espalda al  fatídico desenlace de la noche anterior. En la mano un vaso de leche, y en mi mente, la todavía imagen caliente de Marisa caminando hacia mí, con ese andar felino, con ese juego flexible y blando de sus caderas como un trasunto de fiera depredadora. Estaba recordando su sonrisa de niña traviesa,  de bruja tentadora, su mirada de águila de Patmos, cuando sonó el timbre de la puerta.
Me dirigí lentamente al vestíbulo y abrí. Sin darme tiempo a reaccionar un tipo vestido con un jersey multicolor me empujó, y gesticulando mientras se colaba en mi casa sin permiso me dijo:

-Sabes Ton, tengo que admitirlo, Montse es una mujer estupenda…ah, y Marisa también, eh!

Era Josep, exultante. Bueno, todos sabemos que las imbecilidades, si te las sirven con una sonrisa, pasan mejor, y eso debió pensar él. Cerré la puerta, fui al salón y allí estaba, sentado en el sofá como si la noche anterior no hubiera pasado nada extraño.


-Sí, Marisa es genial, y Montse estupenda…pero tengo una pequeña duda… ¿Te has golpeado la cabeza esta mañana y no recuerdas nada?

-Lo recuerdo casi todo, y no fue tan mal, ¿no?

(Este tío es idiota-pensé para mí-.)

-Vamos a ver capullo, si te refieres a que Montse y Marisa no te colgaron de los huevos, entonces sí, no fue tan mal.

-Vale, metí un poco la pata, pero no fue solo culpa mía…

-¿Un poco? -interrumpí- ¿Un poco, dices? ¿Te parece normal que aquella camarera te pusiera de sombrero la cubitera, cubitos incluidos, cuando te vio y te preguntó que por qué no la habías vuelto a llamar nunca más después acostarte con ella?

-Bueno, sí…jaja, te vas a reír…jaja…es una historia muy larga, luego te lo explico… 

-¿También me vas a explicar la aclaración que le hiciste  a Montse cuando te preguntó de qué la conocías?

-Vale no fui muy original, lo reconozco, pero…

-Espera, aún la recuerdo: “jajajaja, sí, ya sabes, la conocí en el coro de la iglesia”.

-Joder, es lo primero que pasó por mi cabeza.

-¿Y me puedes decir a quien te encomendaste para hablar de pornografía y de tu actriz favorita, Rebecca Linares?

-Eh, quieto, espera…fue ella quien empezó.

-¡Que fue ella! Montse, no hablaba de pornografía, sino del derecho constitucional y de lo importante que es articular bien en la exposición de un alegato. Por eso sacó la famosa anécdota de Demóstenes,  el orador griego, y recordó que se introducía guijarros en la boca para mejorar su dicción, ya que tenía tendencia a tartamudear y no podía pronunciar correctamente la letra ‘P’.

-Jaja, ya sé que no te lo vas a creer, Ton, pero es que eso me hizo pensar en cómo Rebecca Linares se mete en la boca la…

-Vale, vale, vale, no sigas…Pero dime, botarate, porque eres un botarate,  ¿hacía falta que le hablaras del top ten del porno, y que le dieras tu opinión sobre algunas posturas?

-Solo dije que alguna postura suele cortarte un poco el rollo y que…

En ese momento sonó el teléfono.

-Cállate, Josep…cállate…Hola…ah, eres tú Marisa, justamente estaba comentando con Josep lo bien que lo hemos pasado…sí…ya…lo sé….vale, lo siento…si, si, lo siento…claro…lo entiendo…sí…ya…

-¿Pregúntale si le gusto a Montse?-me murmuró Josep al oído-.

-Espera Marisa…espera un momento…

Tapé el micro del teléfono y le dije a Josep:

-¿Estas de coña?

-¿Qué?…Las chicas se lo explican todo, y más esas cosas.

Volví a ponerme el teléfono al oído.

-Eh, Marisa ¿podrías contarle a Josep lo que acabas de decirme?  Toma-dije tendiéndole el aparato-.

-Ey, hola  Marisa, como estás…sí dímelo, jajaja…sí…ajá…ajá…ya…pero es…sí…claro…ajá…bueno yo…está bien, gracias por la información….

Josep colgó el teléfono, me miró y dijo:

-Creo que a Montse no le gusto.

-¡No me digas!

-¡Pues no lo entiend! ¡Tampoco ha sido para tanto! ¿Sabes qué?, quiero otra cita con Montse.

-¿Qué?

-Tengo que verla otra vez, esto no puede acabar así.

-Acabar el qué…solo tomamos unas copas e hiciste el ridículo.

-No, no, no, fue más que eso, fue un examen con una gran pregunta: ¿Es Josep capaz de salir con mujeres de verdad?

(Oh no…ahora me tocará animarle-pensé para mí-.)

-Verás, Ton, estoy cansado de relaciones superficiales con jovencitas que podrían ser mis hijas.

-Mira por donde yo estoy cansado que me las cuentes…y Josep, tú no tienes ninguna hija.

-Sabes,  Montse, es lista, es sofistica es madura… La observé mientras  abría su lata de Heineken. Seguí observándola cuando se quitó el abrigo,  lo arrojó a una silla, y se sentó. Pero cuando sentí de verdad un extraño estremecimiento fue cuando su lengua asomó por entre sus labios escarlata y revoloteó entre la espuma de su cerveza. Tú ya me entiendes.

-¡Tío… Montse pasa de ti!

-Lo arreglaré, conseguiré gustarle. Tu dile a Marisa que le diga a Montse que me de otra oportunidad.

-Le pasaré una nota por Outlook.

-Eh, eh, eh… ¿Es que vas a reírte de mí? Que sepas que hoy estoy muy sensible.

-Pero bueno, ¿qué te pasa? No le gustas a una mujer sofisticada, inteligente, culta, créeme…eso pasa. Solo tienes que levantarte del suelo, quitarte el polvo y maldecir a Dios por haberte hecho como eres.

-Da igual no te necesito la llamaré yo mismo.

Arrugué los labios y mi mueca se hizo más burlona. Lo miré con una sonrisa que no le cedía en sarcasmo y sacudí la cabeza.

—Son cosas que sólo me pasan a mí —dije.

—¿Qué quieres decir?

—Nada.

Para bien o para mal, ya lo dijo Miguel de Cervantes Saavedra: En las desventuras comunes se reconcilian los ánimos y se estrechan las amistades.

FIN.

28 enero 2013

Fracasar no es vergonzoso, lo vergonzoso es tener un amigo como Josep(Parte II)


Era tarde, pero sólo porque lo decía el reloj. La ciudad bostezaba y se desperezaba después de su copiosa cena, despertándose para comenzar a vivir. Había dejado de llover, y el cielo estaba despejado. El aire era ahora más fresco y las luces, un poco más brillantes. Lo que yo andaba buscando era una vieja casa de principio de siglo, una reliquia del pasado que tenía el número pintado en la puerta y miraba a la calle con ojos puestos en blanco. Subí los cuatro peldaños de la escalinata, encendí mi mechero, recorrí con la vista los buzones y hallé lo que buscaba. Apreté el último botón de la hilera, que pertenecía a mi amiga Marisa. Después de unos segundos de espera, oí el chasquido que hizo la puerta al abrirse, la empujé pero no entré.

-Marisa, soy yo…os esperamos aquí abajo, en el coche.

-Oh, hola Ton. Ahora bajamos-contestó ella-.

Volví al coche y le dije a Josep:

-Ahora vienen…ya verás cómo te gustará su amiga. 
-Ese no es el problema, Ton. Ya sabes que a mí me gustan todas. El problema es que no sé de qué coño voy a hablar con ella. Tú me conoces, yo solo sé contar chistes y mirar descaradamente las tetas. No soy lo que se dice un regalo para las mujeres.

-Lo sé, lo sé. Tú limítate a no meter la pata muy pronto…Oh, ahí están -añadí al verlas asomar por el portal-.

Marisa era una magnífica y deliciosa mujer, alta,  con un pelo tan negro como una noche sin luna. Guapa, tan guapa que me dolían las meninges con sólo verla. Sus manos eran suaves como la flor de la azalea, su boca, un cálido e inefable abismo, y en sus ojos llameaba ese fuego bravío, primitivo, del animal salvaje, ojos ávidos, voraces, cuya mirada me hacía estremecer de ansias también ancestrales. Su amiga en cierto modo era bien parecida, aunque su rostro fuese más interesante que hermoso. Ojos muy separados, una boca  expresiva, con labios abultados, lozanos, brillantes, una floración carmínea que escondía una dentadura blanca, perfecta,  y un pelo leonado que se extendía sobre los hombros al igual que mantequilla derretida. Iba abrigada en una trinchera de buen corte, con un cinturón que le ceñía el talle.


-Espera, espera… ¿cual es la mía?-me preguntó Josep-.

-La de la derecha.

-¿Y tiene 40 y pico? ¡Pero si tiene las orejas de una veinteañera!

-Cállate.

-Se las habrá operado-murmuró-.

Marisa me abrazó. Incluso a través del abrigo sentía la firme presión de sus pechos, seres vivos que me acariciaban tácitamente. Su boca se apartó pesarosa de la mía para que pudiera besarle la mejilla y pasar mis labios resecos por su tersa piel.

-Hola, hemos tardado un poco más porque Josep no sabía que ponerse.

-Ah, pues al final has acertado-dijo la amiga, mirándolo-.

-Josep, esta es Marisa -dije yo-.

-Hola.

-Esta es mi amiga Montse-dijo ella-.

-Que tal...encantado-dijo Josep-.

-Igualmente... me han hablado mucho de ti.

-Y a mí también me han hablado mucho de ti, y la verdad estoy gratamente sorprendido.

-Ah, sí, ¿y por qué?

-Bueno, Ton me dijo que eres abogada, profesora, y la verdad no esperaba que estuvieras tan…tan…tan…

-¿Tan qué, Josep?-preguntó Montse-.

-¡Tan buena!

Escupí la colilla que tenía en los labios. Ese capullo con el pelo engomado con un kilo de brillantina ya  la había hecho. En ese momento pensé “¡será desgraciado!”. Yo fulminé a Josep... Marisa me miró a mí... Montse miró a Marisa... y Josep bajó la mirada y murmuró:

-¿A que la he cagado?

-Sí, un poco-le susurré entre dientes-.

Entonces él volvió a la carga.

-Verás, me imaginaba a alguien un poco más…no sé…delgada, seca como la mojama…en cambio se te ve… no sé…se te ve, jugosita.

(¡Será hijoputa!-pensé para mis adentros-.)

Sin duda por la acción milagrosa de algún ángel bondadoso,  Josep pareció darse cuenta de su metedura de pata.

- Ejem…Vale…Está bien, dejémoslo…mejor empiezo de nuevo. Hola soy Josep.

La amiga de marisa, Montse,  le escrutó lentamente. Al principio había en su mirada un vislumbre de curiosidad, pero, luego, la curiosidad cedió el paso a un sentimiento extraño, hondo, indefinible. Los ojos parecían más grandes, abismos oscuros que reflejaban una perplejidad inexpresable. Y seguidamente, sin transición, en una fracción de segundo, en una rapidísima mutación quiso borrar todo aquello con una risa forzada.


-Jajaja, y yo Montse.

-Hola Montse. Tengo que confesarte que eres la primera abogada que conozco… Bueno, voluntariamente, jajaja.  ¿Mejor? –me dijo mirándome de soslayo-.

Refrené mi primer iimpulso (mi primer impulso fue soltarle un guantazo).


-Cualquier cosa es mejor que jugosita…capullo…que eres un capullo -le dije yo en tono bajo-.

-¿Os conocéis hace mucho Marisa y tú?-preguntó Josep a Montse-.

-Oh bueno, coincidimos en el gimnasio y nuestros hijos van al mismo colegio.

-Sí, y además las dos estábamos en el comité del carnaval, vendiendo galletas de anís-dijo Marisa riendo-. Por cierto me toca preparar la merienda el martes, ¿me ayudarás?-añadió mirando a Montse-.

-Claro, no hay problema-dijo ella-.

-Gracias.

Lancé una mirada rápida a  la amiga de Marisa  y vi que se humedecía los labios con la lengua.

-Bueno, ¿nos marchamos? –añadí sonriendo-.

Montse miró a Marisa. Una mirada rápida, significativa, que no supe interpretar. Ella se mordió el labio y sus dientes brillaron sobre la grana de su boca. Las dos hicieron una señal de asentimiento.
Ya en el coche, durante un par de minutos, Marisa que estaba a mi lado permaneció callada, mirando la carretera, hasta que rompió el silencio para pedirme un cigarrillo. Se lo entregué y le tendí el encendedor del tablero. Cuando hubo prendido el pitillo, le dio una prolongada chupada y lanzó por la ventanilla una bocanada de humo azulado.
Fui a decir algo sobre la noche,  la falta de alumbrado público, pero no llegó a mis labios. La luna, que se había escondido detrás de las nubes, salió el tiempo suficiente para bañar la tierra con un brillante reguero de pálida luz amarilla, que arrojaba a través de la carretera sombras sorprendentemente largas.
Montse estaba detrás con Josep. Cuando subió al coche advertí en su rostro una expresión que no había tenido antes. Sus rasgos se habían suavizado y aquella mascarilla de hielo que parecía cubrirlos se había evaporado. Podía darme cuenta de que me estaba observando. Sabía cuándo bajaba los ojos y los fijaba en su regazo y cuándo los dirigía de nuevo al retrovisor que ejercía de chivato. Fui a decir algo, pero lo pensé mejor y cerré  la boca, tragándome las palabras. Que Josep le diga algo, a ver si acaba de joderlo todo -pensé para mí-.

Al llegar a la calle Aribau, a la altura de la sala de baile, detuve el coche, bajé y  abrí la puerta trasera. Montse tenía desabrochado la trinchera y me sonreía. La prenda, muy abierta, sólo mostraba su vestido negro. Parecía hecho exclusivamente para ella; se amoldaba a su cuerpo y realzaba deliciosamente sus armoniosas formas.  Una invitación para explorar las curvas y los valles escondidos en las sombras que se movían al ritmo de su respiración. Sus piernas eran encantadoras columnas de seda, y lo bastante sugestivas para obligarle a uno a apartar los ojos de la opulenta mata de cabellos que se esparcía por sus hombros como la lava de un volcán. Alargué una mano, cogí la suya, era tan suave y fina como lo parecía,   y la ayudé a salir. Me sonrió, con una sonrisa ardorosa como el fuego. Era su modo de corresponder a mi favor. Luego  bajó los ojos y toda aquella belleza que tanto tiempo había tenido escondida bajo una máscara de frialdad y de indiferencia surgió mágicamente.
Debo reconocer que cuando la conocí por primera vez pensé, “La chica no es gran cosa. Un buen palmito, sí, y una mente despejada, pero nada más”. Ya me entienden. Y sin embargo ahora la veía deliciosamente bonita. La dureza de su rostro se había desvanecido. Su pelo era un marco argénteo que reflejaba la belleza de su rostro, y al mismo tiempo, tuve la sensación de que emanaba de toda ella  un olor limpio, acre, que parecía segregarse distintamente del perfume que llevaba.

Mientras sucedía eso, tras de mí,  se cerró la otra puerta violentamente  y creí sentir, detrás de mi cabeza, los ojos de Marisa clavarse en mi nuca como dos saetas envenenadas en curare. Me giré, la miré, y fue entonces cuando advertí el cambio que se estaba operando en ella. Esta vez no era la Marisa despreocupada o empavorecida de siempre. Era una Marisa resuelta, que se prendió de mi brazo y se apretujó contra mí con una auténtica sonrisa maquiavélica en los labios.

-Tan atento...tan dulce y encantador... como siempre-murmulló ella-.

-Sí, bueno, ya me conoces, siempre dando lo mejor de mí. Soy un hombre con muchos estratos. Como la Tierra tengo una corteza y un manto, pero a diferencia de ella mi núcleo es puro caramelo.

-Ya, pero recuerda lo que dijo Nietzsche: “Quien siempre da corre peligro de perder la vergüenza.”

(Continuará…)

26 enero 2013

Fracasar no es vergonzoso, lo vergonzoso es tener un amigo como Josep.


El viernes de la semana pasada me ocurrió una cosa muy curiosa. Era otra vez viernes, un viernes lluvioso y triste como un inmenso sudario húmedo que envolviera la tierra. Estaba en casa, tranquilo, demasiado tranquilo. El exceso de lectura amenazaba con convertirme en un zoquete sin sentido del humor, cuando sonó el timbre de la puerta. Observé a través del portero automático del vestíbulo y percibí un sabor ingrato en la boca. Era mi amigo Josep (ya saben…el que se folló a la segunda mejor amiga de su ya ex mujer y…bla bla bla). Mi amigo Josep por si lo han olvidado es esa persona mediocre, muy mediocre;  amamantado con  leche de hormiga durante toda su infancia; promocionado sin esfuerzo, simplemente por ser "hijo de", y que se cree más listo que el hambre cuando en realidad padece parálisis cerebral. Josep es…como lo diría yo…es como Empédocles el filósofo agrigentino.  Empédocles quería llegar muy alto, eso lo sabemos todos, y cuando se proponía hacer una cosa quería hacerla bien; no se contentaba con ser rey en su ciudad: quería ser Dios. Unos le consideraron como un semidiós; otros, como un charlatán. Josep era lo segundo. Bueno, resumiendo, que si Tolkien levantara la cabeza, y tuviese la imperiosidad de escribir algo, no necesitaría ni situaciones favorables, ni condiciones precisas para la creación artística, ni medios, ni ayuda…solo con ver a Josep podría escribir 3 libros más y continuar la saga del Señor de los anillos. Sí queridos amigos, las más pequeñas cosas pueden ser motivo para que se escriba largamente sobre ellas. ¿Quien no sabe, por ejemplo,  que Nicholas Bourbaki, en la enciclopedia titulada Elementos de matemática dedicó 200 páginas a toda una serie de cuestiones relativas al primero de los números, el 1…ese sencillo número,  tan sencillo que hasta los niños más pequeños pueden comprenderlo sin dificultad?
En fin, la prueba de que no es normal no es una sola,  son muchas, y para muestra pasaré a relatar la historia de ese fatídico viernes negro. Abrí la puerta, no podía hacer otra cosa.

-Hey Ton, ¿te apetece ir de copas  hoy?

-No puedo, voy a pasar una velada romántica con una amiga bajo la luz de las estrellas,  Michael Buble y tres finalistas del concurso de Miss Universo. ..Oye, ¿por qué no vas con otro amigo?

Si creí que iba a enfadarse, me equivoqué de medio a medio. Sonrió entre dientes, se metió en el salón  y se retrepó en el sillón, recostando la cabeza en sus manos entrelazadas.

-No tengo otro amigo…y lo sabes.

-Ya, y porqué no te llevas…como las llamas… ¿Novietas?

Meneó la cabeza enérgicamente.

-NO,  me tocaría pagar a mí, y estamos casi a final de mes.

-¡Como no he pensado en eso! Y dime, ya que hablamos de eso, ¿no has pensado que tal vez te iría mejor si salieras con mujeres que usaran la cabeza para algo más que  descansar los hombros y sus tobillos?

-¿Qué quieres decir?

-¡Muy sutil! Quería decir que quizás  sería más divertido si quedaras con mujeres cuya personalidad esté ya formada  y que tengan la edad apropiada. Suelen salir más baratas.

-Define edad apropiada…

-40.

Titubeó un segundo.

-¿Te has vuelto loco?

Saqué la cajetilla de Marlboro para encender un cigarrillo, cogí uno para mí y lo encendí.

-Me asombra tu estupidez -le dije. Oh, por cierto,  ¿sabes qué? Le he hablado a Marisa de ti.

Frunció los labios, pensativo, y tras unos segundos me dijo:

-¿Marisa?

-Sí, Marisa, una amiga del trabajo. Da igual... Ell caso es que tiene una amiga que vuelve a estar libre y le sugerí…

-¿Una cita a ciegaaaas? -interrumpió gritando-. Ni hablar, Josep no acepta una cita a ciegas.

-¿Ah no?

-No, no las acepta.

-Ya… ¿se lo preguntamos a él?

-Ni te molestes, sé lo que dirá.

-De acuerdo, y… ¿tiene  Josep que hablar en tercera persona?

-Oye, no tengo que mendigar una cita, me basto yo solo…

En momentos como éstos no se piensa. Todo sale rodado.

-Sí, claro… pero te recuerdo que ayer  te andabas quejando de que con las que sales  te aburres, no follas,  te salen caras… y…la amiga de Marisa es guapa desenvuelta inteligente…podrás charlar, compartir cosas, reírte con ella…

-¿Qué edad tiene?

-Creo que unos 40 y tantos…

-Mira, Ton, charlar, compartir cosas,  reírse,  está bien pero…y sus orejas… como las tiene, eh?

-¿Sus orejas?

-Sí, sus orejas… ¿no las has visto?

Fruncí la frente, desconcertado.

-Pues la verdad es que no me he fijado…creo que llevaba unos grandes pendientes el día que la conocí.

-Claro, las viejas siempre llevan esos pendientes grandes, así disimulan sus orejas. Joder, Ton, ya sabes que a mí los lóbulos me gustan pequeños y prietos. No soporto esos lóbulos que parecen galletas.

Forcejeé conmigo mismo para conseguir que mis labios se movieran, pero todas las palabras insultantes que estuve pensando se atascaron en mi garganta….y solo pude decir:

-Y dale con las orejas.

-No son solo las orejas…es que las cuarentonas tienen mucho equipaje.

Le dediqué la mejor de mis sonrisas. Con todos mis dientes. Los ojos tampoco quedaron inactivos.

-Claro, y tú solo una muda.

-Hummm…piénsalo bien, Ton,  imagina que la conozco nos gustamos  nos casamos y formamos una familia…

Mi sonrisa se hizo más ancha.

-No me lo imagino, pero sigue…

-Verás, los dos tenemos 40 y pico, dentro de 20 tendré 60 y pico… ¿y sabes cuantos tendrá ella?

-¿60 y pico?

-¡Pues ahí lo tienes!

-Vamos Josep… tranquilo…Esto es increíble, pareces nerviosos.

Observé la expresión de su rostro para averiguar lo que trataba de disimular. Empezó a examinarse los dedos, y mondó sus uñas distraídamente.

-Pues claro que lo estoy. De qué voy a hablar con ella. No salgo con una cuarentona desde el instituto.

-Sabes Josep, eso es lo bueno de quedar con alguien de tu edad… siempre hay algo de qué hablar porque ella ha pasado por lo mismo que tú.

-Venga, eso no hay quien se lo crea,  Ton.

-Vale, tienes razón…pero que sepas que es fascinante. Es abogada y enseña derecho en la Universidad.

-¡Joder  tío! ¿Y me lo dices ahora?

-¿Porqué, qué pasa?

-¿Como que qué pasa? ¡Que cuanto más listas son, más difícil es follar con ellas!

Volví la cabeza y contemplé la lluvia a través de la ventana.

-Tienes razón,  igual esto no es una buena idea.

-Pues claro que no lo es....

Lo miré,  revolví la cajetilla de “Marlboro” entre mis dedos y dije:

-No, no, no, escúchame,  tú relájate  y…no sé…sé tú mismo. Y con eso me refiero a que finjas ser otro.

-Vale...Oye, por cierto, -¿Te gusta mi nueva indumentaria?-me preguntó él-.

-Bueno, ya que hemos abierto la caja de los truenos te diré que los cuadros y los rombos te sientan divinamente….pero, ¿y si te quitas ese jersey a lo Evo Morales, para salir esta noche?

¿Por qué, no te gusta?

Lo miré, y rápidamente mi mente calculó cuánto me costaría un traje negro decente para enterrarlo con él. Y valía la pena hacer ese gasto, ya lo creo. Pero pensé que mejor no decirle nada, y contesté:

-Porque ella  es abogada  y profesora en la universidad y es evidente que estamos en Barcelona, y no en los Andes bolivianos.

-Vale, me cambiaré…

-Y… Josep…

-Sí.

-Ya que estamos… ¿Que tal unos pantalones normales?

Me miró unos instantes y me dijo:

-¿Normales?

-Sí, normales…sin estampados ni rayas.

-Vale…pero tendrás que prestarme uno de los tuyos.

Di las últimas chupadas al cigarrillo y dejé caer la colilla en una lata vacía.

-Como no.


Henry Ward Beecher decía que “Nuestros mejores éxitos vienen a menudo después de nuestras mayores decepciones.” A mi, visto lo visto,  y conociendo a Josep, solo me quedaba la esperanza de que Henry Ward Beecheter no estuviera equivocado, o borracho, cuando escribió esto.

(Continuará…)

05 enero 2013

Un corazón vacio es una invitación para el diablo.


Era al atardecer. Un torrente de pensamientos se amontonaba y luchaba en mi interior por ordenarse. Dicen, los románticos, que el amor es, entre otras cosas, mirar con los ojos del alma al centro mismo de la otra persona y no ver más que poesía. Otros, más sabios, que sólo conoce el verdadero amor aquel que ama sin esperanza. Finalmente están los que confunden el amor con el encoñamiento. Pero el  encoñamiento es otra cosa, aunque muchas veces el corazón no lo sabe, y si lo sabe, lo omite.
¿Conocen esa clase de mujeres que respiran peligro por todos los poros? Las ves,  y todas las sirenas de seguridad de tu cerebro se disparan, pero aun así le pides su número de teléfono. Ella era ese tipo de mujer. Se llevaría el primer premio en todos los concursos de “Femme  fatale”, pero a diferencia de las típicas vampiresas, tenía los colmillos en la mirada.  La conocí en un bar, y créanme si les digo que me pasé  5 años jugando a aquí te pillo  aquí te chupo como  aprendiz del señor de las tinieblas.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Caía el crepúsculo. El sol rojizo del atardecer lucía sobre las delgadas crines blancas de las negras ondas, sin una nube sobre su órbita. Sus colores al acercarse a la línea del horizonte se mezclaban con la negrura del mar, surcándose de saetas de luz, suavemente ondulantes, al compás de las leves olas de la superficie. La brisa silbaba entre sus rayos sesgados, tristes y fríos que caían de lleno en las dilatadas pupilas sin hacer pestañear los párpados.
Ella estaba en la terraza de aquel local de copas,  mirando el mar. Llevaba un vestido de color negro, tan negro como su conciencia, que la tapaba y al mismo tiempo lo insinuaba todo. Era la imagen viva de la voluptuosidad, una estatua de bronce caliente  que se estremecía con la brisa del estertor del día como la ultima hoja de un árbol que se muere. Me acerqué lentamente dejando que oyera mis pasos. Se quedó rígida un instante sobre sus tacones; tacones   de sexo que partían mi alma,  tacones de caderas sueltas que aventaban mi locura…Tacones para amar. Se giró, y con el gesto,  el borde del vestido ascendió rápidamente, permitiendo mostrar las redondeces de una simetría mágica, terminando en el puro deleite del color aurífero de sus muslos. Bajo una frente límpida, enmarcados por los arcos simétricos de oscuras cejas de tonalidad natural, resaltaban, llenos de vida unos hermosos ojos, expresivos y enigmáticos, asombrosos y perturbadores.

-¿Quieres un cigarrillo?-le dije -.

-Claro, gracias. ¿Te aburre esa gente  tanto como a mí, verdad?-contestó ella señalando con su mirada la sala repleta  del bar-.

-No he venido a divertirme, he venido por ti. Llevo días observándote. Eres muy deseable. No es tu rostro, ni tu físico, ni tu voz...son tus ojos, las cosas que veo en tus ojos.

-¿Y qué ves en mis ojos?

Me acerqué aún más. Olía como creo deben oler los ángeles.

- La eternidad, un atardecer en el ártico, una serenidad salvaje.  Quieres huir, pero no puedes. Afrontarás lo que tienes que afrontar. Pero no lo quieres hacer sola...

-No, no quiero hacerlo  yo sola.

En los labios de aquella chica esas palabras no eran más que un dulce murmullo en la oscuridad. Un murmullo que me provocó oleadas de pasión.
Respiré profundamente para controlar mi propio deseo y la cogí dulcemente por la cintura. Ella arqueó el cuerpo contra mi mano, y sentí como se estremecía.  Bajé la mano suavemente y le acaricié los muslos. Ella suspiró al notar la suave calidez de mi mano. Cuando la oí gemir, volví a acariciarla y noté la humedad caliente de ella en mis dedos…

…De fondo sonaba “Girl, you’ll be a woman soon”…Y la besé.