14 febrero 2014

Ton, Lola, y san Valentín.

Habíamos vuelto a discutir. Uno de esos líos en que acostumbro a meterme antes de saber lo que está pasando. La cuestión es que Lola me había mandado otra vez a dormir a la oficina.  A la mañana siguiente, me levanté tarde, pero me levanté. El puto sofá me había hecho papillas las vértebras cervicales y lumbares. No sé si existen más vértebras. Lo único que había hecho en toda mi vida era complicarlo todo y trabajar de detective. Era todo cuanto podía hacer. Lo que es otra forma de decir que todo cuanto podía hacer  se reducía a muy poco. Y si dejaba de ser detective, no tendría ni sería nada. Era un hecho duro de afrontar: el que no fuera más que una nulidad que no hacía nada bien. Y a esta preocupación se sumaba otra más. Que pudiera perder el amor de Lola, porque había empezado a sospechar últimamente que los clientes no estaban del todo satisfechos conmigo. Que  esperaba que hiciera algo más que sonreír, bromear y mirar  las piernas de las mujeres que acudían a la oficina buscando ayuda,  o no sé qué. Y, la verdad, no sabía qué hacer al respecto. Lo mejor es que tomes una decisión, Ton — pensé para mí—, porque si no lamentarás no haberlo hecho. De modo que me puse a pensar y pensar, y luego pensé un poco más. Y decidí que no sabía qué mierda hacer. Así que como ya era la hora de comer me fui al restaurante de la esquina. Era 14 de febrero, San Valentin, y ahí estaba, sentado solo frente a un plato de pescado frito y un pan de centeno. Estaba demasiado fastidiado para comer una comida en condiciones; demasiado preocupado por mis preocupaciones. Terminé la comida y fui al lavabo de caballeros. Me lavé las manos y la cara, asintiendo al tipo que estaba  de pie, leyendo el periódico, a dos metros de mí.  Llevaba un  traje estampado de color mandarina tango mezclado con tonos azules y verdes y calzaba unas zapatillas deportivas de color vitaminas. No, no era Justin Bieber, tampoco Joe Jonás, pero se acercaba bastante.  Me dirigió una mirada prolongada y sus ojos volvieron a lo que hacían momentos antes. No sonrió ni dijo nada. Asentí hacia el periódico que leía el individuo.

— ¿Qué le parecen los chinos esos? —dije—. ¿Cree usted  que acabaran con los tibetanos y con el Dalai Lama?

Gruñó, pero siguió sin decir nada. Me sequé las manos con  el secador automático, a pocos pasos de él. La cosa era que yo quería echar una meada. Pero no estaba seguro de que debiera entrar en el retrete. La puerta no estaba cerrada del todo, o sea que debía de estar vacío, sin embargo, el tipo seguía allí y quizá quisiera hacer lo mismo que yo. Así que, aunque el lugar estuviera vacío, no habría sido muy educado anticiparme. Esperé un rato. Esperé, removiéndome y retorciéndome, hasta que ya no pude esperar más.

—Perdón —dije—. ¿Espera para entrar en el retrete?

Pareció sobresaltarse. Me lanzó una mirada grosera y habló por primera vez.

— ¿Le importa mucho?
—Claro que no —dije—. Lo que pasa es que quiero entrar y pensé que usted iba a hacer lo mismo. Es decir, pensé que había alguien dentro y que usted estaba esperando…

Miró la puerta del retrete entreabierta. Me miró luego a mí, entre perplejo y molesto.

— ¡Por el amor de Dios! —dijo. ¿No  ve que hay alguien dentro? ¿No ve que el retrete está ocupado por una mujer desnuda  que lleva una perrita  Yorkshire en brazos?
—¡Ah sí! —exclamé—. ¿Y cómo se ha atrevido una mujer a utilizar el lavabo de caballeros?
—Por  la perrita Yorkshire —dijo—. También tenía que mear el animalito.
—Pues desde aquí no veo a ninguno de los dos —dije—. Es curioso que no pueda verlos en un lugar tan pequeño.
— ¿Me está llamando embustero? ¿Dice que no hay una mujer desnuda con una perrita Yorkshire en brazos ahí dentro?

Dije que no, por supuesto que no. De ningún modo había dicho nada parecido.

—El caso es que me urge bastante —dije—. Lo mejor será que vaya al lavabo de mujeres.
— ¡Ni lo piense! —dijo—. Nadie me llama embustero y se marcha tan campante.
—Yo no —dije—. No he querido decir lo que usted insinúa. Yo sólo...
— ¡Ya, claro! ¡Le voy a enseñar quién dice la verdad! Se va a quedar usted ahí hasta que salgan la mujer y la perrita Yorkshire.
— ¡Pero tengo que mear! —dije—. Es decir, tengo verdaderas ganas, y…
—Pues usted no sale de aquí —replicó—. No saldrá hasta que vea que digo la verdad.

Bien,  el caso es que yo no sabía qué hacer. No lo sabía. Puede que vosotros lo supierais, pero yo no. Durante toda mi vida me he comportado tan amable y educadamente cómo se puede comportar una persona normal. Siempre he creído que si  era simpático con los demás, vaya, pues que los demás serían simpáticos conmigo.  Por fin, cuando ya estaba a punto de cabrearme, entró un tipo que sin pensarlo se metió en el retrete y cerró la puerta.  No lo pensé y  salí. Me fui de allí a tanta velocidad que no tardé nada en llegar al lavabo de señora, y oriné: y, creedme, fue un alivio. Volví  a mi mesa,  por el otro pasillo, para no encontrarme otra vez con el tipo del traje estampado de color mandarina tango mezclado con tonos azules y verdes, cuando vi a  Jessica Carolina, una amiga de juventud.  Estaba segurísimo de que ella también me había visto, pero hizo como que no. Vacilé durante un minuto junto al asiento que estaba a su lado, y entonces me crucé de brazos y me senté. No lo sabe nadie,  nunca lo he dicho,  porque procuramos mantenerlo en secreto, pero Jessica Carolina  yo tuvimos una gran intimidad en otro tiempo. El caso es que nos hubiéramos casado de no ser porque su padre me puso tantas pegas. Así que esperamos y esperamos a que el viejo se muriera. Y entonces, una semana más o menos antes de que ocurriera, Lola me enganchó. Desde entonces no había visto a Jessica Carolina salvo un par de veces en la calle. Quería decirle que lo sentía y hacer lo posible por explicarme. Pero ella no me daba ninguna oportunidad. Y si hacía ademán de detenerla, cruzaba a la otra acera.

—Hola, Jessica  —dije—. Bonita mañana.

La boca se le tensó un poco, pero no dijo nada.

—Ha sido una agradable casualidad encontrarte aquí —dije—. ¿Qué haces, si es que no te molesta la pregunta?

Respondió. Lo preciso.

—Comer. Esto es un restaurante.
—Claro. No he hecho más que buscar la oportunidad de hablarte, Jessica—dije—. Quería explicarte ciertas cosas.
— ¿De veras? —me miró de soslayo—. A mí me parece evidente la explicación.
—No, no —dije—. Sabes que nadie podía gustarme más que tú, Jessica. Nunca he querido casarme con nadie que no fueras tú, ésa es la verdad. Te lo juro. Te lo juraría sobre un montón de Biblias, Jessica.

Parpadeó precipitadamente, como solía hacer para contener las lágrimas. Le cogí la mano, se la apreté y vi que le temblaban los labios.

—En... entonces, ¿por qué lo hiciste, Ton? ¿Por qué tú...?
—Eso es precisamente lo que quería contarte. Lo que pasa es que es muy largo, y... mira, bonita, ¿por qué no te vienes contigo, nos metemos en un hotel durante un par de horas y...?

Sí, vale, ya sé que era San Valentin, pero era precisamente lo que no tenía que haber dicho. En aquel momento era lo menos indicado. Jessica Carolina se puso pálida. Me miró con ojos fríos como el hielo.

— ¿Es eso lo que piensas de mí?—dijo—. ¿Es eso lo único que quieres... lo único que has querido? Casarte conmigo no, oh, por supuesto que no, no te basto para el matrimonio. Sólo llevarme a la cama y...
—Por favor, nena —dije—, yo...
— ¡No te atrevas a camelarme, Ton!
—Pero si no estaba pensando en eso, en lo que tú creías que yo pensaba —dije—. Lo que pasa es que llevaría mucho rato explicar lo que ocurrió entre Lola y yo, y supuse que necesitaríamos un lugar para...
—Ni lo pienses. ¿Comprendes? Ni lo pienses —dijo—. Ya no me interesan tus explicaciones.
—Por favor, Jessica. Déjame por lo menos...
—Te diré una cosa, Ton, y será mejor que abras las orejas. Como vuelvas a hablarme de hoteles y sexo  va a haber jaleo. Jaleo del bueno. No voy a callarme, ya me conoces, y a buen entendedor, con pocas palabras basta.

Sus palabras se metieron en mi cabeza como un enano con un soplete en una mano y una pistola en la otra. Le dije que esperaba que no le dijera nada a Lola. Por el propio bien de Lola, claro.

— ¡Lo veremos!—sacudió la cabeza y se puso en pie. Déjame pasar, por favor.


Me empujó para abrirse paso y salió hacia la puerta, la cabeza erguida, las caderas sacudiéndose y balanceándose. Cuando llegó a la puerta, quise decirle adiós con la mano, pero ella volvió la cabeza al instante, dando otra sacudida a sus caderas, y echó a andar hacia la calle. Así que aquello fue todo, y me dije que quizá no estuviera tan mal. Porque, ¿cómo habríamos podido decirnos nada tal como estaban las cosas? Lola existía, y  por tanto seguiría existiendo el problema hasta que Lola o yo muriéramos de viejos.

08 febrero 2014

Lola vuelve al trabajo.

Me levanté, me enjuagué la boca con mi elixir preferido, Jim Bean, me afeité y me di un baño. Aunque estábamos aún a lunes y ya me había bañado a conciencia el sábado anterior pensé que no me haría daño. Me puse luego la ropa de los  festivos, me acomodé delante del espejo y me observé cuidadosamente por todas partes para asegurarme de que no parecía un tío de pueblo. A mí no me lo pareció. Hoy era un día especial porque quería ir a ver a mi abogado para que me aconsejara sobre mis problemas, y siempre que iba a ver a mi abogado me acicalaba al máximo. Ya camino de la puerta de la calle me detuve ante el cuarto de Lola; ella había dejado la puerta entreabierta para que corriera el aire y, sin que se percatara de lo que yo hacía, eché un vistazo. Entonces entré y me la quedé mirando otro ratito. Me acerqué de puntillas a la cama y me planté a su lado para mirarla a gusto, relamiéndome y sintiendo un no sé qué. Os diré algo de mí. Y por una vez, os lo diré en serio. Hay dos cosas que no me han faltado nunca. Los problemas y las mujeres. Apenas era poco más que un niñato con pantalones cortos que las niñas empezaron a insinuárseme. Y cuanto mayor me hacía, más mujeres había. Pero también os diré otra cosa: ninguna como Lola había sabido tirar del hilo mágico de mi imaginación. De vez en cuando me decía a mí mismo: "Ton,  será mejor que hagas algo con tu vida. Así no puedes seguir,  porque si no te consumirás como una vela japonesa."
El caso es que no lo hice. Quiero decir que no hice nada para cambiar mi vida, porque mi vida era Lola. En cuanto Lola me mira a los ojos, me tiene cogido. Como digo, para volver con lo que estábamos, nunca he tenido escasez de mujeres, todas han sido de lo más generosas conmigo, pero ninguna como Lola. Digo esto para justificar la manera con que la miraba ahora mismo. Relamiéndome y sintiendo cierto cosquilleo. Es verdad que Lola era en muchos casos un poco borde conmigo,  pero también os quiero decir que  por los cuatro puntos cardinales  era como una diosa griega. Creedme, Lola era una mujer peligrosamente adictiva. Pero el problema está en mí, que soy un poco de ideas fijas. Me pongo a pensar en una cosa y ya no puedo pensar en nada más. Y quizá debería cambiar, pero ya sabéis cómo son estas cosas. Cuando estás enganchado a una mujer, cuando solo tienes ojos por una mujer…Quiero decir que es igual que comer palomitas de maíz. Cuantas más comes, más  quieres. Como la calefacción estaba a tope  no llevaba puesto nada, salvo su diminuto tanga rojo con lazos fúcsias; además, había revuelto y apartado la sábana. Estaba boca abajo, de manera que no podía verle la cara, pero su cuerpo era tan hermosamente perfecto que al mirarlo el corazón parecía querer  salirse de su ubicación natural, y tocarme el paladar.  De modo que allí estaba, mirándola, poniéndome más caliente que la caldera del Orient Express, hasta que ya no pude aguantar más y empecé a desabrocharme la camisa y a bajarme los pantalones. “A fin de cuentas” —me dije—, a fin de cuentas, Ton, esta mujer es tu mujer, así que tampoco haces nada ilegal si te frotas un poco con ella. Yo lo miraba de este modo. Bueno, supongo que ya sabéis lo que pasó. Aunque creo que no lo sabéis. Porque no conocéis a Lola y en consecuencia, no lo podéis saber. Como sea, el caso es que se dio la vuelta de repente y abrió los ojos.

— ¿Qué vas a hacer? —dijo.

Le expliqué que iba a ver a mi abogado para resolver temas fiscales de la empresa. ¡Malditos temas fiscales! Que probablemente estaría fuera hasta bien entrada la noche y que como lo más seguro era que ella y yo nos echáramos de menos, pues que quizá debiéramos estar juntos antes.

— ¡Ya! —exclamó, casi fulminándome con la mirada. ¿Y pensabas que iba a dejarme, aun en el caso de que tuviera ganas?
—Bueno —dije—, se me ocurrió pensar que quizás pudieras. Es decir, esperaba que fuera más o menos así. En otras palabras: ¿por qué no?
— ¿Por qué no?  Porque ya te dije ayer noche que hasta que no me expliques qué está pasando entre tú y la nueva secretaria de tetas operadas que has contratado sin contar conmigo, dormirás en el sofá. ¡He aquí el por qué! ¡Porque ya no aguanto tantas miraditas entre vosotros!
—Bueno —dije—, tampoco es para que te pongas así. O sea, no digo que  la mire de vez en cuando, sino que es normal que la mire cuando le dicto una carta. Bueno, el caso es que no tienes por qué echarme la culpa de haber contratado a una secretaria que tiene las tetas operadas. El mundo está lleno de secretarias con las tetas operadas.
—Es que no es solo eso: es que la rubia de bote ni siquiera sabe redactar una carta. Su ortografía es un desastre y no sabe manejar el Office. Es lo menos parecido a una secretaria que he visto en mi vida. ¡Es idiota! Pero tú siempre contratas a idiotas. Con esta ya van tres.

Bueno, aquello me dolió un poco. Siempre estaba diciendo que yo no sabía contratar, y esto me sentaba mal. Realmente, no podía contradecirla cuando decía que la chica era idiota, porque a lo mejor no era muy lista, pero ¿quién quiere una secretaria lista? Creo más conveniente contratar a una chica guapa que a una fea. Cuando uno debe pasar horas en el despacho es lo mejor. ¿Quién iba a aguantar tanto tiempo mirando a una secretaria fea? ¿Quién iba a tener ganas de ir al despacho, eh? Lo que quiero decir, qué narices, es que si hay que trabajar lo mejor es trabajar a gusto, ¿no?

—Bueno —dije—, si piensas eso, que todo lo hago mal, ¿por qué te casaste conmigo?

Se le pusieron los ojos como platos y tragó aire a bocanadas.

—Ton, no me tires de la lengua. No me tires de la lengua. Mira, será mejor que alejes ese par de tetas operadas de mi empresa, Ton. Porque no olvides que es mí empresa, Ton, mi empresa. Y en mi empresa no quiero rubias sin alma.
—Sí, claro —dije—. El problema es que no tiene alma. Lola, todas las personas tenemos alma.
—Esa rubia tetona ni tan siquiera es persona.
—Pues si no es personas, ¿qué es entonces?
—Es una rubia operada, y nada más. Hoy mismo te deshaces de ella. Ya lo hablamos ayer, o ¿sabes lo que pasará de lo contrario?
—Te diré lo que pasará exactamente —respondí—. Que entonces no pisaré el despacho.
— ¡Y tanto que lo pisarás! A partir de mañana volveré a ser  tu secretaria. Además, así ahorraremos gastos.

Me quedé pensativo unos segundos, componiendo mentalmente el nuevo escenario. Lola otra vez junto a mí. Me la imaginaba magnífica y deliciosa vestida de secretaria. Guapa, tan guapa que me dolían las meninges con sólo imaginarla. Luego rebusqué en mis bolsillos, pero no encontré ninguna aspirina ni tan siquiera medio vaso de vino tinto para templar el sistema nervioso. Finalmente le dije:

— ¿En serio? ¿Cómo en los viejos tiempos?
—Como en los viejos tiempos —Ton —dijo, inclinando la cabeza a un lado—. Y contestando tu pregunta te diré que nunca he querido casarme con nadie que no fueras tú, ésa es la verdad. ¿Por qué no te quedas unos minutos, eh?
—No sé —dije, fingiendo estar enfadado—, No estoy de humor después de todo lo que me has dicho.

No creí que fuera a responderme tan rápidamente. Pero lo hizo.

—Ven aquí—dijo, llamándome con un dedo—. Puede que yo te haga recuperar el humor, ¿eh? —Añadió cogiendo mi mano y tirando de ella para acercarme  a la cama, más…y más—.

Sus manos eran suaves como la flor de la azalea, su boca, un cálido e inefable abismo, y en sus ojos llameaba ese fuego bravío, primitivo, del animal salvaje; ojos ávidos, voraces, cuya mirada me hacía estremecer de ansias también ancestrales. Sé que pensaréis que soy un tío débil. Pues no. Y no me parece justo que lo penséis. Además, eso solo me ocurría con Lola. Pero voy al grano. No sé si por culpa de un embrujo, o simplemente por los torzales de una temporada extraña de perturbadora soledad debido a mis muchos viajes de trabajo,  el caso es que el perfume de Lola me atenazaba de nuevo. El perfume, sí,  y ese maldito reverso de perversidad que hay en los encantos sensuales del mundo de las formas y las curvas, cuya mayor cima era, a mis ojos, el cuerpo de Lola. La miré fijamente y pude percibir los muchos caminos de desconcierto y confusión que comunican, o incomunican, a dos egos tan distintos. Pero también percibí un camino que me guiaba con la sencillez de la línea recta, hacia frenesíes y porciones de un corazón enamorado. Nadie me puede culpar  por ello. Nadie. Se trata de una ley muy primitiva y referida; se trata de la magia del amor, y reside infinitamente más en el dar que en el recibir. Al fin y al cabo, cuando dos enamorados se unen, sin quererlo, ensanchan el pecho y se vacían para llenarse del otro en un santo broche de éxtasis.

07 febrero 2014

Pasión ibérica.

Lo que van a leer, aunque parezca mentira, es la conversación grabada y luego transcrita, de la conversación que Rosa, la del clavel español (Rosa, lideresa de un partido de cuyo nombre no quiero acordarme), ha mantenido esta mañana, rodeada de toda la intelectualidad y del premio Nobel Toni Cantó, en la sede de su partido, y en un gabinete de crisis sin precedentes. Para que todos ustedes comprendan lo relevante de este documento, les diré que la conversación gira en torno a la declaración UNILATERAL del cese definitivo de las obras del canal de Panamá por parte de la multinacional española SACYR. El tema no es moco de pavo, y como verán puede desencadenar una guerra de dimensiones apocalípticas. Pero vamos ya al lio. Aquí os dejo ese documento de un valor incalculable.

—Buenos días lideresa.
—Hola Cantó. ¿Qué pasa? ¿Por qué me has hecho reunir el gabinete de crisis?
—Verás, querida lideresa, tenemos un “grossen problemen”.
—¿Qué? ¿Ya no sabes hablar español? ¿Has vuelto a leer a Josep Plá?
—Ejem…no es catalán, es alemán.
—¿Y por qué me hablas en alemán, Cantó?
—Ejem…como nos has obligado a todos a leer el Mein Kamft en alemán, pues a veces me confundo, lideresa.
—Está bien. ¿Qué pasa ahora? Ya sabes que he estado con los bomberos de Málaga y no he tenido tiempo de leer las noticias.
—Sí, ya he visto el vídeo con los bomberos.
—Hay que ver lo buenos que están los bomberos de Málaga. Me he puesto más caliente que una pistola de juguete.
—Ejem…sí, la verdad es que está muy buenos, pero…pero…lo que tengo que decirte es…
—¿Qué pasa? ¿Tan grave es la cosa? ¿Los catalanes se han atrevido a levantar un Castell de 5 de 9 amb folres sin pedir permiso?
—Es mucho peor, querida lideresa. Los panameños se han rebelado contra SACYR. El estandarte de España en América latina.
—¿Y? Que les apliquen en el artículo 155 de la constitución y a tomar por culo.
—Es que Panamá es un país independiente, querida lideresa. Ya no pertenece a España.
—¿Ah no? ¿Desde cuándo?
—Si mi memoria no me falla, no olvides que lo estudié en tercero de la Eso, creo que desde 1821, querida lideresa.
—Putos panameños. ¡Qué se han creído! Hace dos días iban todavía vestidos con plumas del ave del paraíso y ahora quieren un pulso con nosotros. Se van a enterar. Ahora mismo llamo a Rajoy y le digo que envíe las fuerzas de intervención rápida del ejército.
—Ejem…verás, querida lideresa, nuestra fuerza de intervención rápida no está operativa por falta de presupuesto.
—Pues les mandamos a la Legión. Ya verás tú. En cuanto esos panameños vean a la cabra al frente se cagan en los pantalones.
—Tampoco hay cabra, querida lideresa. Como sabrás, ahora los legionarios deben pagarse el menú, y como andan justos de dinero se comieron a la cabra.
—¡Coño! La cosa está grave entonces. Bueno, pero dime, ¿por qué no quieren los panameños pagar lo que pide SACYR?
—Verás, querida lideresa, es que dicen que SACYR ganó el concurso con un presupuesto un 6 % más bajo que la competencia, y ahora quieren cobrarles un 50 % más por terminar la obra.
—¡Serán cabrones esos panameños! ¿Pero qué se han creído? ¿No saben que es lo normal en toda obra licitada con empresas españolas? Mira, te diré qué vamos a hacer. ¡Se van a enterar esos putos panameños! ¡A mí no me conocen todavía! Toma nota, amigo Cantó…
—Le voy a enviar una carta al chino ese que se peina con la raya en medio. ¿Cómo se llama? Ah, sí…Kim Jong Un…
—Ejem…querida lideresa, ese tal Kim Jong Un es coreano, no es chino.
—¿Ah no? Bueno, es igual, tú toma nota: “Camarada Kim Jong Un, me dirijo a ti para pedirte un favor. En vista de las maravillosas relaciones existentes entre nuestros dos países he decidido, UNILATERALMENTE, recurrir a ti para pedirte prestado el ejército de guerreros de terracota de Xi’an que…
—Ejem…querida lideresa, perdona que te interrumpa, pero creo que los guerreros de Xi’an están en China y no en Corea del norte.
—¿En China? ¿Estás seguro?
—Casi seguro, querida lideresa.
—Está bien. Tacha el nombre ese y busca en la Wikipedia el nombre del mandatario chino. ¡Si es que tengo que estar en todo! Y no me interrumpas más, que se me va el hilo de mis pensamientos.
—Se llama Xi Jinping ¿Dejo lo de camarada?
—Claro, ¿no son rojos comunistas los chinos?
—La verdad es que cada día menos, querida lideresa.
—Joder, Cantó, ¿quieres escribir tú mismo la carta?
—No, querida lideresa.
—Entonces te callas y escribe lo que te dicte: Camarada Xi Jinping me dirijo a ti para pedirte un favor. En vista de las maravillosas relaciones existentes entre nuestros dos países he decidido, UNILATERALMENTE, recurrir a ti para pedirte prestado el ejército de guerreros de terracota de Xi’an que guardas con tanto cariño para con tu permiso usarlo en contra de Panamá, que como bien sabes es aliado incondicional de EE.UU…y bla bla bla…el resto lo acabas tú, Cantó.
—Querida lideresa estoy pensando que debido a pobre estado de las 8000 figuras de terracota deberíamos pintarlas antes de enviarlas a luchar contra los panameños. ¿Qué me dices?
—¿Pintarlas? Uhm, no es mala idea. Pero nada de mariconadas, que te conozco Cantó. Nada de colores pastel.
—No, querida lideresa. Yo había pensado en pintar las 8000 figuras de terracota con los colores de William Wallace, el de Braveheart.
—¿Azul y blanco?
—Sí, ¿cómo lo ves?
—¿Estás tonto? El azul y blanco está bien para asustar a las moscas, pero no para acojonar a los panameños. Los panameños descienden de los mayas, un pueblo guerrero y correoso. No, definitivamente nada de azul y blanco. Las pintaremos de color rojo sangre y amarillo oro. Los colores de los tercios de Flandes. Ya verás cómo se acojonan los cabrones. No me conocen esos putos panameños. Menuda soy yo. Si he logrado acojonar a los catalanes con el artículo 155 de la carta magna ya verás cuando esos indios vean a mis guerreros de terracota con los colores nacionales. Se van a cagar de miedo.
—Vale, ¿pero dónde voy a encontrar tanta pintura? 8000 figuras de terracota con los correspondientes caballos y carros no se pintan con la lata de pintura que nos ha sobrado después de pintar la sede del partido. No puedo pintar todo un ejército si no tengo al menos 2000 kilos de Titanlux.
—Joder, Cantó, ¡No puedes, no puedes! ¡Nunca puedes hacer nada! ¡Porque ni siquiera eres medio hombre! ¿Sabes que no soporto los borregos acobardados como tú, Cantó? ¿Y por qué me mira así, eh?
—Es por la cara que pones. Parece que fueras a matarme... nunca te he visto mirarme de esa manera, querida lideresa.
—¿Yo? ¿Yo matar a alguien? ¡Venga ya! No seas idiota. A menos que… ¿No serás catalán, no?
—No, querida lideresa, bien que lo sabes. Pero es que no sé cómo podré hacer lo que me pides.
—¡Pues tendrás que hacerlo! Llama a VOX,  el nuevo partido de la derecha español, ellos seguro que tienen miles de latas de pintura rojigualda. Tendrás que hacerlo y no intentes siquiera decirme que no.
—¿Pero, y si Ortega Lara está allí? ¿O Vidal-Quadras? Suponte que se cabrea porque queremos echar una mano al Partido  del gobierno  con eso de SACYR y... y...
— ¿De qué hablas ahora? ¡Inútil, que eres un inútil! ¡Miserable pretexto de hombre! ¡Te voy a decir una cosa, Cantó! Si Ortega Lara o Vidal Quadras están y tú no eres capaz de traerte la pintura, te haré el hombre más desdichado de mi querida España. Tiembla de pensar lo que te puedo hacer. Mira lo que les he hecho a los catalanes. Y eso es solo el principio. A mí ningún puerco bastardo me lleva la contraria.
—Lo que tú digas, querida lideresa. Haré todo cuanto me pidas siempre que creas que es una buena idea.
La reunión siguió. Rosa, la del clavel español, llevaba la voz cantante, como siempre; e interrumpía cada vez que Toni Cantó iba a decir algo. Lo único que hacían el resto de miembros del partido magenta era darle la razón, dejando caer de vez en cuando que Rosa era maravillosa y listísima. Como de costumbre.
—Conque sí, ¿eh? Puede que algún día te pegue un tiro, ¿sabes? ¿De qué hablas ahora, si puede saberse? —Le preguntó a Savater  —.
—De que deberías salir más a la calle —dijo Savater—. Ya sabes lo que habla la gente de ti y no me parece prudente con las elecciones encima, que no intentes conectar más con la gente.
—Venga ya —dijo Rosa—. Sabes muy bien que el pueblo español me adora. ¿O es que también eso te da envidia?
—Pero acordamos que...
— ¡Yo no! Yo no acuerdo nada...Yo mando. Además, sabes perfectamente que tengo a Albert Rivera  en el bote. Ese chico come en mi mano. Pero no me gusta aprovecharme de las oportunidades. Y ¡Cierra el pico de una vez! ¿Has visto hombre igual en tu vida, Toni Cantó? ¿No es para preguntarme si no estaré medio loca por haberlo metido en el partido?

Toni Cantó miró a Savater y le dirigió una malévola sonrisa. Luego Rosa, la del clavel español, le dijo a Savater que sería mejor que se fuera a su cuarto (su cuarto era su despacho dónde meditaba sobre lo humano y lo divino) si no soportaba tanta presión. Cosa que hizo Savater. Al llegar a su despacho se tumbó en el sofá y se tapó con la manta de pelo de Yak vuelta para que los zapatos no la ensuciaran. La ventana estaba abierta y podía oír el canto de los grillos, que siempre se oía después de una bronca de la lideresa. De vez en cuando se oía también el ruidoso croar de una rana, que parecía un tambor bajo que marcara el tiempo. Al otro lado de la calle alguien le daba a una bomba de agua, plum, fisss, plum, fisss, y hasta podía oírse a una madre que llamaba a su hijo: ¡Manolo, eh, Manolo! ¡Ven en seguida cabronazo! Y en el aire flotaba el aroma de la tierra limpia, el olor más agradable que hay después del olor del dinero, y... y todo era hermoso. Era todo tan condenadamente hermoso y apacible que Savater se durmió. Si amigos, se quedó dormido aunque el día no había sido de los mejores de su vida. Creo que llevaba dormido aproximadamente una hora cuando le despertó la voz de Carlos Martínez que gritaba, la de Toni Cantó que se desgañitaba y la de un tercero que hablaba a los otros dos: era Rosa, la del clavel español, que decía lo que pensaba de una manera que daba dentera. Suavemente, pero firme y tajante, como solo Rosa podía hacerlo cuando se cabreaba. Lo mejor entonces era escuchar lo que decía; lo mejor era escuchar y aprenderse de memoria lo que dijera, porque de lo contrario uno podía pasarlo pero que muy mal.
A pesar de los gritos, Savater no dijo nada. Se quedó escondido bajo la manta. Se dio cuenta de que Rosa, la del clavel español, estaba acusando los efectos de aquello…de… ¿Cómo se llama? … Bueno, es igual, no recuerdo el nombre pero es un tipo de alucinógeno que, en dosis no tóxicas, causa alteraciones profundas en la percepción de la realidad. De modo que la bronca siguió y Rosa, la del clavel español seguía gimiendo, retorciéndose, sacudiéndose y quejándose, diciendo que los putos panameños no iban a poder con ella, y menos aún con el pueblo español. Toni Cantó que aparte de servil y lameculos es muy espabilado dijo que él sabía cómo solucionar el problema de SACYR con el canal de Panamá, sin tener que pintar de rojo y amarillo a las 8000 figuras de terracota, y que sería mejor que se sentaran todos si es que querían oír la gran idea que había tenido.

—Querida lideresa, deja de hacerle daño. Suéltele la oreja al pobre Carlos Martínez. Tengo la solución.
—Con mucho gusto —dijo la lideresa—. Se me pone la carne de gallina de sólo tocarle. Si por lo menos fuera la mitad de buenorro que los bomberos de Málaga. En fin, me temo que no he sabido dominarme —dijo sonriendo y un poco rígida—.A ver Cantó, ¿qué idea quieres aportar ahora?
—Verás lideresa he pensado que como los catalanes son un poco judíos y siempre han sido buenos mediadores podríamos escribir una carta a Artur Mas, el presidente de la Generalitat catalana,  y pedirle…
— ¿Q... qué? ¡Qué?
—Bueno, espera, no te sulfures, verás, creo que…
—Cantó—dijo— ¡Eres un idiota!
—Sí —dijo él—, supongo que no tengo las cosas muy claras. Yo solo pensaba en una forma de… bueno quiero decir que creo mucho en los fueros locales, ya me entiendes, los fueros regionales y todo eso y pensé que…
—No eres completamente idiota, Cantó. ¿Por qué hablas como si lo fueras?
—¿Qué quieres decir, Rosa? Perdón, lideresa.
—Quiero decir que hasta el más lelo se habría dado que aquí quien corta el bacalao soy yo.

El pobre Toni cantó ya no sabía qué hostias hacer. El caso es que no tuvo tiempo de hacer nada, porque en el acto ella le dijo:

—Cantó, siéntate. Quiero hablar contigo.
—Creo que será mejor dejarlo para mañana —dijo él, acojonado—. Es un poco tarde y...
—¡No! Ahora, Cantó.
Carlos Martinez  y su secretaria rodearon a Rosa para calmarla y decirle alguna cosa.
—Creo... creo que Toni Cantó no quería hacer nada malo. Solo quería aportar ideas, querida lideresa — dijo la secretaria con los ojos anegados en lágrimas—. Es un hombre muy educado, lo sé, y no quería hacer nada malo, ¿verdad, Toni?

Era una de esas situaciones que la verdad nadie creería. Pero era real. Toni cantó estaba sumergido en un valle de lágrimas. Y no le culpo, porque parecía que iba a ser el invitado de honor de un linchamiento.

—Pero... pero...Pero Rosa, o sea, lideresa —balbuceó Toni Cantó—... me está esperando mi novia. Y yo...
—Déjala estar. Me temo que no es el único contratiempo que puede sufrir si no solucionamos el problema de SACYR. Y deja de temblar y llorar. No voy a hacerte nada. ¡Ahora, escucha! Ya sé qué vamos a hacer…

(Continuará… O no)

PD: Advertencia: cualquier parecido de los personajes de este diálogo con la realidad es pura coincidencia.