-…El enfoque...eh, vamos, el enfoque…Cariño, no lo ves…
Recibí un codazo, y por poco se me atragantan las palomitas.
-Sí, ya… la peli está desenfocada-respondí yo-.
-¿Que la peli está desenfocada? ¡Pero no ves que no se ve nada!
Se oyó un crash, y la pantalla se quedó en blanco.
-¡Oh no!... Ahora se les ha quemado la cinta del celuloide. ¡Maldita sea! ¡Cariño, se ha roto la peli, haz algo!
-¿Qué quiere decir: “haz algo”? ¿Será que no sabes qué pasa cuando un proyector quema la película? Verás nena, estamos en un autocine al aire libre, en Egipto, de vacaciones, en pleno mes de Agosto. ¡Observa amor mío! Ves esto a mi derecha, es el Nilo. -¿Y Sabes qué es aquello que tiene forma de poliedro en medio del desierto? –Dije señalando a mi izquierda-, son las pirámides, las tumbas de los faraones. Estamos en Egipto, Lola, y aquí usan equipos de proyección viejos, y el calor, aunque sea de noche, les afecta. ¡No estamos en el cine Coliseum de Barcelona, sabes!
-Eh, señorita, un poco de paciencia, ya lo arreglarán-dijo un hombre que estaba en el coche de al lado-.
-¡Oiga cállese, que no hablo con usted! Eh, señor, -dijo llamando la atención de uno de los empleados que con una linterna en la mano pasaba cerca de la fila de automóviles- . ¡No ve que se ha roto la película! ¿Es que no piensan hacer nada?
-¡Esta bien, está bien señora! No grite más y tranquilícese, no creo que sea el fin del mundo. Voy a ver qué pasa.
-¡Maldita sea! Esto nunca pasaría en un país civilizado. Esto solo puede pasar en un país de gaznápiros.
-¡No fastidie usted más, señorita, y si no le gusta Egipto, lárguese! ¡No sé qué demonios hace usted aquí con lo tranquilo que estábamos!
-Escúcheme un momento fantoche. Hablaré en la clase de lenguaje que pueda comprender: ¡Lo que piense usted me importa un comino, y yo voy donde me da la gana!
-Eh, oiga, quiere callarse de una puñetera vez. Se ha roto la película, no el mundo-gritó una señora desde un coche verde-.
Al oír esas palabras, lola se quedó lívida. Con un pequeño rictus y todo el aspecto de querer estrangularla, farfulló:
-¡Cállese usted, maleducada! Su lengua es lo que debería haberse roto.
-Señorita, tenga un poco de paciencia, esto suele ser habitual, pero Muhammad lo arregla siempre-dijo un chico con gorra que parecía ser un vigilante del lugar.
Saqué un billete de 50 dólares, y se lo metí en el bolsillo de la camisa.
-Ahí tienes, chico. Y no te preocupes-dije yo-.
-¡Vaya, encima le das propina! Pues dile-replicó Lola mirándolo- que lo arregle tan deprisa como sepa y que no pierda el tiempo.
Al terminar la frase, la imagen y el sonido volvieron de nuevo a la pantalla.
-¡Lo ve! ¿Qué le dije? ¡Ya está todo solucionado! -exclamó el chico con una sonrisa-.
Pero No. No estaba todo solucionado, porque el coche descapotable que estaba delante nuestro, iniciaba el proceso mecánico de subir la capota, cuando, incomprensiblemente y con tan mala fortuna, el mecanismo se atascó justo en la mitad del recorrido, dejando desplegada la capota, en el punto más alto, impidiendo la visión de la pantalla gigante.
-¡Eh oiga!-.interpeló Lola-, quiere bajar esta maldita lona polvorienta.
-Señorita, eso quisiera yo, pero se ha atrancado-contestó secamente el dueño del coche-.
-¡Bueno, pues haga algo! ¡Hágala bajar tirando de ella! –Gritó Lola-.
Un tronar de cláxones y pitos se hizo oír. Esto se estaba complicando.
-No pienso forzar nada. ¿Qué quiere, que rompa el mecanismo?-contestó el hombre-.
-¡Vamos señorita deje de gritar, no se oye nada más que a usted!-dijo la acompañante que parecía ser su mujer-.
-Ya que no puede bajar la maldita capota, quiere hacer el favor de mover este coche…
-Haga lo que le dice, o esta mujer no se va a callar-gritó otro hombre desde un coche rojo-.
Entonces, en medio de la algarabía, llegó un policía. Lola saltó del coche y se plantó delante de él con la cara enrojecida por la ira.
-Oficial, exijo que saquen este coche de aquí-y casi a gritos especificó por qué -: No me deja ver la pantalla y me estoy perdiendo el final de la película. Vea usted mismo-dijo señalando la capota del coche…Ton explícale lo ocurrido-me dijo a mi-.
El agente me miró. Yo lo miré a él. Lola nos miraba a los dos.
-No ha ocurrido nada. Lo lamento señor agente.
-¡Maldita sea, Ton!-estalló Lola-. Di la verdad, explícale que primero se ha desenfocado la película, luego se ha quemado la cinta, y ahora esta maldita capota que no nos deja ver nada.
Acompañó estas palabras de una mirada de berrinche que yo pasé por alto.
-Quieres callarte, cariño-dije sin alterarme- y dejar de montar el número.
-Eh, espere un momento, ahora ya funciona, mire -dijo el hombre del descapotable, señalando el restablecido movimiento del mecanismo de cierre de la capota.
Esta bajó lentamente, hasta su punto de anclaje y oímos el clic correspondiente al punto final de la operación. Entonces Lola pudo por fin ver la pantalla, y las letras de créditos… cerrando la película.
La cara de muñeca de Lola se contrajo para componer un rictus de desesperación y pesadumbre.
-¡Pero qué diablos!… ¡Dios mío, cariño… la peli ha acabado… ha acabado…y no sé cómo ha acabado! –gritó ella casi llorando-. Dos horas aguantando las peripecias en el desierto, luego en aquella isla infernal, finalmente de vuelta a la realidad, y ahora, justo ahora que iba a conocer el desenlace…me lo pierdo-concluyó sollozando-.
Me quedé un rato pensativo sin saber qué decir. Hice un esfuerzo por no sonreír. La miré y la verdad es que me sentía fascinado por Lola. Tal vez fuera su audacia al pedir a gritos que arreglasen el proyector para poder ver el final de una película mala de solemnidad. La mayoría de la gente nunca habría reaccionado así, como ella, por una situación tan ridícula.
Sin duda, había que tener valor y una gran dosis de sentidas emociones para enfrentarse como lo había hecho, sin el menor rubor, a toda aquella gente. A muchos, seguramente, les parecerá un gesto de mala educación de una niña mal criada, pero para mí que la había estando observando desde la sombra, comiendo palomitas en mi asiento del coche, me pareció admirable.
Entonces intenté comprender qué era lo que me gustaba tanto de ella. No, no era solo su belleza, había algo más en esa chica provinciana. Tenía una lengua muy afilada, eso lo sabía. También exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sin embargo había algo en ella que me atraía sin remedio y, después de pensar un rato en ello, creí haber descubierto lo que era.
Había reconocido en Lola la misma espontaneidad, el mismo deseo ingenuo y a la vez salvaje de vivir, la emotividad por encima de la prudente educación, y los sentimientos a flor de piel que yo tuviera en el pasado. Aquello explicaba que siempre pusiera por delante lo que sentía a lo que los demás pensasen. Creo que esta naturalidad es lo que me condujo sin duda a enamorarme de ella.
—Bien, veamos a ver si lo entiendo, cariño. ¿Has montado todo este escándalo, y ahora lloras, porque no has podido ver el final de la historia?
-¡No te burles de mi, Ton! Era una historia tan hermosa que no quería que acabara así. Estaba segura que Ton, el de la película, no tú… ¡Eh, por cierto! -dijo vistiendo su cara de una sonrisa limpia-. ¿Te has dado cuenta que los dos protagonistas se llamaban como nosotros?
-Claro que me he dado cuenta…casualidad, nada más-respondí yo-.
-Pues como te decía-continuó ella-, estaba segura que habría un giro inesperado al final, y que todo acabaría como en los cuentos de hadas… y que Ton y Lola vivirían felices y comerían perdices. Era una historia tan increíble, tan bella y con tantos giros inesperados que me recordó a esas muñecas tradicionales rusas que son huecas y que dentro de la más grande hay otra más pequeña, y así sucesivamente…
-Se llaman Matrushkas-interrumpí yo-.
-Sí, eso es-asintió ella-, esta película era como una Matrushka, y yo, me he quedado sin saber si había otra muñequita dentro de esta última. Por eso me puse como una fiera, ¿me entiendes, Ton?
-Lola, contéstame a lo siguiente-dije yo-: ¿No se te ha ocurrido pensar que si esto se hubiera complicado, y te hubieran insultado, o agredido, me hubiera visto obligado a intervenir, con todas las consecuencias?
Lola asintió con un parpadeo.
-Y dime, ¿Te hubiera gustado?
Ella sacudió la cabeza. Luego suspiró. Finalmente me tocó suavemente la mejilla y dijo:
-Perdóname cariño, soy una tonta egoísta, insensata y caprichosa.
-Lo eres-afirmé yo-.
Me miró pensativa, con sus enormes ojos verdes, y encontró los míos, atrevidos, que observaban con capricho cada detalle de su cálida figura. Luego se humedeció los labios y con una mirada sensual, de deliberada complacencia, añadió:
-Siendo así… ¿Como has podido enamorarte de mí?
Había en ella algo muy cismático. Tenía ese fuego ardiente y esa sensualidad que me volvía loco y respondí:
-La verdad…No me costó mucho.
FIN.