19 septiembre 2011

Lola y Ton...La verdadera historia. (XVII)


…Oí un zumbido de voces, mientras que, en mi hombro derecho sentí una resuelta y decidida sacudida. Sin hacer mucho caso,  me olvidé sobresaltarme.  Abrí lentamente mi ojo derecho, y en el espacio luminoso entre la ventana y el sillón donde me encontraba, una silueta móvil, apareció un instante, borrosa, sin relieve, como recortada en hojalata. Abrí mi otro ojo y,  con lentitud deliberada extendí los brazos, estirándolos,  permitiendo así tensar toda mi musculatura tanto rato adormecida. Al perpetrar este movimiento, algo que reposaba sobre mi regazo cayó sobre la alfombra.
En ese mismo momento, sobre mi cabeza, en el estante de la biblioteca, el reloj de estilo Luis XV, dio su primer campaneo de los ocho exigidos. Eran las ocho de la noche, efectivamente.

-Ton, ¿como has podido hacerme esto? –Aulló Lola-. ¿Como has podido dormirte? ¡Mira la hora que es! Y tú sin estar arreglado…ni afeitado, ni duchado, ni vestido…
-Cariño, desnudo no estoy, o no lo ves-dije sonriendo-.
 - ! Sabes muy bien que a las nueve llega mi hermana, te lo dije por teléfono, te lo recalqué… te lo recalqué -gritó desencajada-. Te dije que llegaba hoy de Nueva York para conocerte, te lo dije, ¿si, o no?
-Si nena, me lo dijiste, pero me enfrasqué en una lectura apasionante, y ya ves, me metí tanto en la fantasía que el sueño me pudo.
¿Y qué es esto?-dijo inclinándose para recoger el libro que había caído de mi regazo al despertarme ella a grito pelado y a sacudidas-. ¡Ja! Atlántida: El Mundo Antediluviano de Ignatius Donnelly. No me extraña que te durmieras leyendo esto. Mira Ton, mi hermana debe estar al llegar, y quiero que tenga una gran impresión al verte…y no así, sin afeitar y con pantalón tejano raído y roto-dijo sollozando-.
-Cariño, mis pantalones son de marca, y ahora se lleva la barba de tres días.
-¡Ay Ton!  ¿Por qué me has hecho esto? Sabías muy bien, lo habíamos hablado, que mi hermana es una chica sibarita y mundana que…
-¿Una pija? –interrumpí sonriendo-.
-…que se mueve solo entre la crême de la jet set política de Nueva York-continuó ella obviando mi comentario-. Yo únicamente la quería impresionar, presentándole a mi novio, al hombre más maravilloso y elegante del mundo. Llevo seis meses hablándole maravillas de ti. ¡Y tú vas y me haces esto!  Ton, ¡Eres un desgraciado!

Ten calma, muchacho, ten calma -pensé para mis adentros-. Es una chica. No la apabulles. Todavía no. Espera, no te arrebates, serénate primero y luego tal vez puedas propinarle gentilmente unos cuantos azotes en el trasero que le aviven el seso.
Saqué la cajetilla para encender un cigarrillo, pero me tomó la delantera y cogió uno para ella. Advertí entonces que sus manos temblaban de puro nerviosismo. Le di fuego, cogí un cigarrillo para mí y lo encendí.

—Me asombra tu estupidez —le dije secamente-.
—A mí, no —masculló—. Es mi estado natural. Y además,  ¿por qué estás conmigo si piensas que soy estúpida?
—Sabes, una vez, cuando era un chiquillo, vi a un lacero a punto de echar el lazo a un perrillo. Le pegué un puntapié en la espinilla, cogí el chucho en mis brazos y eché a correr. El maldito cachorro me mordió y se escapó, pero no obstante me alegré de haberlo rescatado-repliqué yo, con la mejor de mis sonrisas-. Por cierto, ¿No sientes curiosidad por saber qué me ha pasado, y por qué me he dormido? —le pregunté.
-No. No particularmente. Ya te conozco, Ton. Tú solo has querido arruinarme la velada.
-No te lo vas a creer. Estaba... —titubeé un segundo— estaba leyendo ese libro maravilloso, y caí en un sueño profundo y fantástico. Me vi inmerso en una aventura que ni el mismísimo Julio Verne podría haber soñado escribir. La percepción era, aguda, tajante, como si no fuera un sueño, sino una viva, tangible, espantosa realidad. —Le di al cigarrillo una segunda y más prolongada chupada que lo redujo a colilla. Luego la agarré de la mano y la senté en mis piernas—. Y lo mejor de todo: tú estabas allí-rematé mirándola a los ojos-.

La seriedad la abandonó al instante. Lola era una magnífica y deliciosa mujer, con una boca pecadora. Sus labios se entreabrieron en una sonrisa amorosa, e iban acercándose a los míos centímetros a centímetros, ansiosamente, al tiempo que  puso su mano sobre la mía. Una mano suave, cálida, cuya tierna presión me dijo que todo iba bien.

—Te quiero, Ton —me dijo—. Te quiero más, y más que nunca, aunque no debiera hacerlo porque eres incorregible... No te tomas nada en serio.

La besé  con pasión... y le dije:

—Lola... —Y me miró, sabiendo muy bien lo que iba a decirle—. Enséñame las piernas.

Sonrió como una niña traviesa y brillándole los ojos adoptó una postura como jamás habría imaginado el fotógrafo del calendario Pirelli. Era una astuta, una bruja tentadora, la imagen viva de la voluptuosidad, una estatua de mármol caliente cuya contemplación sólo me estaba reservada a mí. El borde del vestido había ascendido rápidamente, permitiendo mostrar las redondeces de una simetría mágica, terminando en el puro deleite del color trigueño de sus muslos. Entonces dijo:

—Está bien, Ton. Fin de la exhibición.

Luego se echó a reír, con aquella risa profunda suya, me envió un beso y me dijo, sonriente:

—Ahora, ya sabes lo que debió sentir Sansón.

Lo supe ahora. Sansón fue un primo -pensé para mí-. No hubiera debido cortarse el pelo nunca.

De pronto sonó el timbre de la puerta. Entonces sus ojos reflejaron un momentáneo terror. Parpadeó y dijo:

— ¿Vas a quedarte aquí parado toda la noche?
—Es que aún no sé qué he de hacer. Me dan ganas de largarme, y dejarte a solas con ella.

Se dirigió hacia la puerta. Oí que hablaba con alguien, que no tardé en ver delante de mí.

-Ton, te presento a mi hermana Tawe -me dijo Lola-.

El espectáculo era magnifico para mi mirada que dominaba y abarcaba todo el conjunto. Era alta, arrogante, con un pelo tan negro como una noche sin luna. Guapa, tan guapa que me dolían los huesos con sólo mirarla. Su boca, un cálido, inefable abismo, ansioso de devorar lo que fuera. Me sonrió alegremente, y observé cómo se encaminaba hacia mi…sin perderme un solo detalle de su andar felino. Había en el juego flexible y blando de sus caderas como un vago trasunto de fiera depredadora, una reminiscencia de la jungla. Me ofreció la mano y me besó por dos veces. Su mano era fino terciopelo, y al abrazarme, incluso a través del vestido se sentía la firme presión de sus pechos, seres vivos que me acariciaban tácitamente.

Entonces dio un paso atrás,  me observó y meneó la cabeza con aire dubitativo.

— ¿No te gusta mi  indumentaria, verdad?
—Me encanta. El pantalón tejano te sienta divinamente.

(Continuará…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario