…Pasamos la noche en el poblado de esa misteriosa tribu de indígenas. Para el mundo, no existían…Y casi mejor para ellos. En el accidente perdimos nuestro equipaje, pero no mi teléfono móvil, y como solo estábamos a unas 120 millas marinas de Nassau, seguía teniendo cobertura. Llamé a Abdul que había llegado un día antes que nosotros a Nassau, con orden expresa de ocuparse de Rachid, el hijo colgado del jeque Abu Abdullah Muhammad Sidebeh, y le pedí que se reuniera con nosotros en Orotava, y que me trajera todo el equipo necesario para la expedición. Si amigos, Abdul volvía a estar con nosotros. Debo confesar que no me fue difícil convencerle de que no denunciara a Lola por los cheques sin fondos. Únicamente tuve que prometerle que ya no trabajaría para ella, y que de nuevo estaría solo a mi servicio.
A las diez de la mañana oímos el motor de una avioneta.
-Creo que es Abdul-dije a Lola-. Vamos a la playa. Aterrizaran allí con toda seguridad -añadí-.
Efectivamente al llegar le vimos bajar del aparato junto a Rachid.
-¡Abdul qué alegría verte! Te sentirías huérfano sin mí, pero tranquilo, ahora soy nuevamente tu jefe… pero ante todo tu amigo.
-Gracias Tony pashá, el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él, ha oído mis plegarias, y nos ha reunido de nuevo.
-Abdul, para sellar nuestra amistad te voy a pedir un favor.
-Lo que quieras Tony pashá. El profeta Mahoma, las bendiciones y…
-Sí sí sí -interrumpí yo-. Mira Abdul, se trata de Lola-dije señalándola-. Quiero que la perdones, y que olvides el asunto de los cheques devueltos. No fue culpa suya, ¿sabes?
-No
-¡Vamos Abdul! ¿No te han dicho nunca que cuando una mujer te da un cheque sin fondos es como el rocío de la mañana en primavera, es la promesa de hermosos días y la perspectiva de noches apasionadas?
Abdul frunció el seño, se rascó la cabeza, miró a Lola, me miró a mí, alzó la mirada al cielo, y después de unos segundos dijo:
-El profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él, me ha dicho que sea generoso... La perdono.
-¡Ooooh, gracias, gracias Abdul! -exclamó Lola colgándose de él para darle un par de besos-Sabía que me perdonarías. Te prometo que a partir de hoy vamos a trabajar de igual a igual.
Incliné ligeramente la cabeza, llevé mi mano a la boca para disimular una risita traidora, y murmullé para mí:
-Jeje, pobre Abdul…ya verás cuando tenga que llevar algo pesado…
-Qué has dicho, Ton? –Me preguntó alegremente, al no haber entendido mi murmullo-.
-Nada cielo…Solo decía, que era una hermosa mañana…el calor algo pesado…pero llevadero. Bien, vámonos ya, hay que preparar la ascensión al volcán. Saldremos esta tarde.
-Ton, ¿no te olvidas de algo?
-Creo que no, ¿Por qué?
-¿Me podrías decir quién es ese palurdo con carita de nardo que está sentado en la arena, con una madeja de pelo por cabellera, y los ojos entornados?
-Ah, perdón… este es Rachid, el hijo del jeque Abu Abdullah Muhammad Sidebeh –dije señalándole. Y viendo como le estás mirando, creo que estás hecha para tener hijos. Normalmente no suelo hacer cumplidos, pero creo que eres una madre nata.
-¡Déjate de tonterías!… Y dime listillo, ¿crees que será capaz de cargar con su propio cuerpo?
En ese momento, Rachid que por fin volvía lenta y duramente a la realidad, miró a la derecha, luego a la izquierda y balbuceó:
-Esto es una isla, hay agua por todas partes….y palmeras.
-¡Este chico es un genio! -Dije mirando a Lola-.
-Oooh, -murmulló agarrándose la cabeza-, recuerdo a mi padre entrando con un hombre. ¡Mi padre! –Exclamó-. eso fue idea suya, ¿verdad? Claro, un paseo en avión para despejarme y sacudirme las telarañas. De acuerdo, la brisa marina ha surtido su efecto. Ahora ya podemos volver a mi palacio-remató levantándose titubeante-.
-Lo siento Rachid, estamos en una expedición sufragada por tu padre. Te quedaras con nosotros hasta el final.
-¿Hasta el final? Bueno, peores cosas ocurren. Un par de días fuera de casa no es para desesperarse.
Me miró esperando un gesto, o una respuesta afirmativa…pero no llegó. Solo le miré fijamente sin decir nada. Eso equivalía a un no, y el chico así lo entendió.
-¿Un par de semanas? –Preguntó temeroso, y esperando nuevamente una respuesta afirmativa-.
Seguí mirándole sin contestar.
-¿Un mes?... ¿Más de un mes?
-O dos… o tres, tal vez-repliqué finalmente-.
-Pero estaré hecho un viejo cuando regrese…un anciano arrugado por el sol y comido por los mosquitos. Llevadme a una cabaña para que pueda echarme y dormir.
-Ni cabaña, ni echarte… dormirás cuando te toque, y si quieres comer tendrás que ayudar-
-¿Ayudar? ¿Quiere decir...trabajar? ¡Eso es terrible! –gritó gesticulando y pateando la arena.
-Rachid, te retuerces como un animal enjaulado. Siendo aficionado a la marihuana deberías estar más calmado. Vas a cargar con esos paquetes-le dije serenamente señalando dos grandes bultos de color marrón que contenían provisiones-.
-¡Esos paquetes! ¡Pero si nunca he cargado con nada! ¡Ni sé hacer nada!
-Rachid. Todo lo que tienes que hacer es observar a Abdul, y hacer lo mismo que él.
-No, me niego…no quiero cargar peso ninguno… nada -contestó plantándose con los brazos en jarra-.
-Mira Rachid. No te hagas el hombre cuando eres solo un muchacho. El que estés crecido no te vale conmigo, te llevo tres números en todo y soy un rato más duro. Así que carga esto, y no digas nada más hasta llegar a la cima de este maldito volcán-concluí señalando la cumbre de la montaña-.
Ya en el poblado, hablé con el jefe de la tribu para que me asignara a su mejor guía para así poder encontrar el camino oculto entre la selva, y llegar al cráter del volcán, donde, según la leyenda, se encontraba el templo que cobijaba la otra mitad del medallón. Nos pusimos pronto de acuerdo. Yo le di el espejito de Lola, como prometido, y él me ofreció a su mejor guía.
- Tawe Piséh es quien os guiará-me dijo señalando a una hermosa muchacha que se acercaba a mí-.
La miré, y el corazón me dio un vuelco. Era una mujer muy alta de aire lánguido, piernas fuertes y largas. Sus hombros eran de una anchura insólita en una mujer. Su busto opulento y poderoso; con senos que parecían pedir libertad al ligero tejido que los ceñía. Iba envuelta en una tela rayada, guarnecida de flecos, pisando el suelo orgullosamente, con un ligero sonido metálico y un resplandor de salvajes ornamentos. Mantenía la cabeza erguida. Tenía los cabellos arreglados como una diosa egipcia, y negros como el cordobán. Llevaba anillos de bronce en los tobillos, pulseras de bronce hasta casi los codos, e innumerables collares de abalorios en el cuello, que brillaban y temblaban a cada paso que daba. La chica era preciosa y tenía unas piernas que valían un millón de euros y ningún inconveniente en mostrarlas. Su espléndida figura era capaz de hacerme evocar, cada vez que la miraba, las curvas de la carretera de Sant Feliu de Codinas. Por un instante el corazón parecía querer tocarme las amígdalas…pero lo disimulé lo mejor que pude.
Lola me escudriñó con una insistente mirada. La fijación en sus pupilas me hizo pensar que reflexionaba. Conocía bien aquellos atisbos suyos.
-Te apuesto un bocadillo contra una victoria del Barça en la Champions, que tiene las tetas operadas-me dijo con malvada envidia-.
Le enseñé los dientes intentando una sonrisa, y obviando su comentario, dije:
-Bien, pues creo que ya estamos todos… ¡En marcha pues!
Lola asintió con un parpadeo irónico.
Fue una subida larga y agobiante la que hicimos por esa montaña hasta alcanzar la cima donde terminaban los árboles. El sol estaba en lo más alto y comenzó a hacer mucho calor. Unos moscardones gordos zumbaban endiabladamente y no picaban sino que mordían… Y ahora todo eran rocas y escombros. Los largos zigzags que teníamos que ejecutar desprendían peñascos y piedras que rodaban y se reventaban montaña abajo, mientras la pendiente se empinaba más y más a medida que nos íbamos acercando a la cuchilla final, gris y amenazante, que se recortaba contra el azul, muy encima de nosotros. El acantilado de rocas no era difícil de escalar. Los nativos ya lo sabían. Se había cortado apoyos para los pies en la misma roca y había ocasionalmente clavos de hierro enterrados en ranuras. Pero a Lola y a mí nos habría sido imposible encontrar la ruta en las partes más difíciles y me felicité a mí mismo por decidir traer un guía…Bueno, una hermosa guía.
En una ocasión, la mano de Lola que comprobaba un apoyo, hizo soltar un gran pedazo de roca, ya carcomido por los años, y lo lanzó montaña abajo con gran ruido. El susto fue tan grande que toda ella se estremeció. De un salto agarré su mano y la sujeté fuertemente para evitar que el desequilibrio la hiciera caer. Sus manos estaban mojadas de sudor. Contemplamos cómo el peñasco se estrellaba contra la línea de árboles, doscientos metros más abajo. Entonces me miró a los ojos, y yo también. De puro rubio su cabello parecía oro blanco. Eran tan suaves los bucles de aquella áurea cascada que uno sentía deseos de bañarse el rostro en sus hebras. Tuve la sensación de mirar a una diosa escandinava del mar. El calor era tal que la humedad insoportable de ese terreno selvático había impregnado su fina camisa, pegándola a su cuerpo, y mostrando esos pechos redondos con el surco mamario impecablemente diseñado; esos pechos erguidos a la menor emoción, a la menor brisa; esos pechos que apetecen mordisquear; esos pezones sonrosados de vida, ahítos de vida…
-¿Qué miras? –Me preguntó incorporándose de nuevo al estrecho sendero, e interrumpiendo mi cascada de pensamientos adobados en testosterona-.
-Emm…Nada nena-contesté con la mejor de mis sonrisas-.
Luego miré a Tawe Piséh, y pregunté:
-¿Falta mucho?
-Cuando el sol se ponga, estaremos cerca de la cima, -contestó ella-.
Señaló a lo largo de la ladera frondosa y de elevadas paredes.
-No hay pasto. Poca agua. Sólo los dioses suben hasta aquí-añadió-.
Dimos un rodeo a la montaña antes de la subida final hacia la cumbre. Los ojos cuidadosos de Tawe Piséh observaron el ancho y la profundidad de las hendiduras. Yo también observé con cuidado la inclinación de la pendiente de roca. Si, casi era una caída a plomo. El cruce de la próxima subida no estaba muy preciso para poder seguir. Hacía calor, y tanto Lola como Rachid parecían estar en las últimas. Decidí descansar un rato. Ordené a Tawe Piséh buscar un lugar para pasar la noche. Luego Saqué algo envuelto en papel de mi pequeña mochila. Lo desenvolví, mostrando un bocadillo con una salchicha, dura y arrugada. Se lo ofrecí a Lola. Ella lo miró con cara de asco…luego me fulminó con sus preciosos ojos verdes esmeraldas, y finalmente me dijo:
-Ton, es la última vez que me dejo engañar por ti. Estoy harta de moscardones, lagartos, mosquitos, arañas, y bocadillos momificados. Solo espero por tu bien, que si llegamos a la cima, encontremos el medallón…o te juro que…
-…”SI llegamos a la cima”, no, cariño-la interrumpí- CUANDO lleguemos a la cima-rematé con absoluta seguridad-.
Si amigas y amigos…Lo sé…sé que muchos de ustedes se preguntaran como me pude enamorar de una mujer tan egoísta materialista y altanera. ¿De dónde surgen las pasiones repentinas de un hombre por una mujer, las pasiones hondas, entrañables? ¿De dónde? ¡Eh!..Difícil pregunta, ¿verdad?... Bien, pues Nietzsche que era más inteligente que nosotros (por algo era alemán), la contestó. Dijo que: “de lo que menos, de la sola sensualidad; pero cuando el hombre halla juntos, en una sola criatura, el desamparo, la debilidad y, a la vez, la altanería, en su interior es como si su alma quisiera desbordarse: queda conmovido y ofendido en un mismo instante. En ese punto brota la fuente del gran amor”.
(Continuará…)
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