…Salí de la cabaña y tomé el senderito que conducía directamente a mi tienda de campaña. No podía quitarme de la cabeza la última mirada que me dirigió Lola. ¡Cielos, que hechizo el suyo!…Cuando llegué a las proximidades, la luz que brillaba en el interior me dio a entender que había alguien dentro.
-Hola-me dijo ella-.(era Tawe Piséh, la guía)
-¿Cómo estás tawe? ¡Qué sorpresa! -sonreí-. ¿Cómo es que estás aquí?
-Atrevimiento supongo-replicó ella-. Eran tanto mis deseos de estar un rato con usted, que di por hecho que no se enfadaría. ¿Le gusta mi vestido?
Giró sobre los talones, mirando por encima del hombro para no perderse detalle de la expresión de mi rostro.
En este punto, Tawe Piséh, la guía indígena, había desaparecido cediendo su lugar a la mujer, deliciosamente bella y joven.
El vestido parecía estar hecho de piel de alce, suave, fino y dúctil, y se ajustaba de tal forma a su figura que inducía a pensar en un cuerpo mojado…Disimulaba, y a un tiempo lo insinuaba todo. Llevaba suelto su bello cabello negro, que rozándole los senos, resplandecía como el pelaje de una pantera negra. En el mismo brillo de sus ojos, hubiera cabido imaginar la presencia de una princesa maya. Se acercó a mí con paso airoso. Su silueta, así realzada por su vestido, era soberbia y, ciertamente, exacta de lo que en principio creí. Su esbeltez y lo estrecho de su cintura daban aun mayor relieve a la amplitud de sus hombros. Los senos, firmemente asentados, tenían, en verdad, vida propia. Sus piernas, fuertes y de torneado perfecto, iban enfundadas en unas botas de cuero de ante que le llegaban más arriba de las rodillas. ¡Qué bellas extremidades! –pensé-.
-Bueno, ¿es que no le gusta?-insistió-.
-Es precioso, de sobra lo sabes Tawe-sonreí encantado-. Me haces pensar en una cosa concreta-añadí pícaramente-.
-¿Qué cosa? –preguntó, curiosa-.
-En un método de tortura para hombres.
-¡Oh, no diga eso, por favor! ¿Es posible que ejerza ese efecto sobre usted? El de la tortura, quiero decir…
-En mi caso no, desde luego, Tawe. Pero si tomásemos un hombre que no hubiese visto una mujer en seis meses y, atado con una cadena, le hiciéramos contemplar un pase como el que tú acabas de dar, entonces, si: sería una tortura solo comparable a la gota malaya.
Tawe saludó mi ocurrencia con una risa suave, echando la cabeza hacia atrás al hacerlo. Ese gesto despertó en mí el anhelo de aferrarla y besar aquella boca pecadora.
-Verá -dijo ella-, cuando apareció usted en la isla, detecté, por primera vez en mucho tiempo, al tipo de hombre que me gusta. Sabe usted, yo no soy lo que parezco ser: “una nativa de la isla de Orotava, analfabeta y primitiva”. He estudiado en EE.UU, gracias al enorme sacrificio del jefe de la tribu, que es mi padre, y del resto de habitantes de la isla. Soy doctora en psiquiatría por la universidad de Florida.
Si en ese momento me pinchan, no me encuentran sangre.
-¡Vaya! ¿Y qué haces aquí? -pregunté sorprendido-.
-Estoy de vacaciones, y me gusta recordar mis orígenes, y la cultura de mis ancestros. En Miami no visto así -añadió sonriendo-.
Sentándose en una caja de material que había en la tienda de campaña, agregó:
-Tengo muchos pacientes, y por curioso que parezca, la mayoría son hombres. ¡Pero qué insignificantes son! O no tienen carácter alguno, o bien el que tenían lo han perdido. Su mente es pobre, y su imaginación estrecha. La mayoría sufren obsesiones, o están inhibidos, y acuden a mí a exponerme sus lamentables historias. Pues bien, cuando solo descubrimos en nuestro alrededor hombres cuya masculinidad se ha extinguido y comprobamos que los que integran nuestro círculo de amistades son iguales, entonces, créalo, nace el instinto de buscar un hombre digno de ese apelativo.
-Gracias- la interrumpí-.
-No crea que intento alimentar su vanidad –continuó Tawe-. Emití mi dictamen en el momento mismo que le vi pisar la isla. Vi al hombre que está habituado a hacer frente a la vida, y que, de esta forma se ha adueñado de ella. Es usted fuerte y poderoso mental y físicamente. Y no está inhibido.
No me podía creer lo que estaba oyendo y me sequé los labios.
-No quiero parecerte pedante-dije-, pero ya he pasado por esta prueba…Y debo decirte que : ¡Tengo una tara!
-¿De veras? No se me ocurre cual puede ser.
Ella cruzó las piernas ante mí. Las mujeres deberían mantener más bajos sus faldas afín de evitarnos a los hombres pensamientos turbadores. ¿O será que lo hacen ex profeso para exaltarnos la imaginación?
Observé sus muslos. Eran espléndidos, y yo, los estaba devorando con avidez, deleitándome, en la región más escondida…y más jugosa. Tawe advirtió la dirección que seguían mis ojos, y pareció gustarle.
- Mi tara es que me falta voluntad ¡Nunca tengo un no, para una mujer bella y electrizante!
-¡Al infierno esta tara! –rió ella-. Algunas son justificadas, yo misma tengo alguna oculta. Sepa que de muy joven no era un modelo de virtud precisamente.
¡Ay señor!, aquella mujer me iba a buscar problemas-pensé para mí-. Encendimos sendos cigarrillos, entonces, ella sonrió y dijo:
-¿No le gusto?
-Oh sí. En realidad desde que te vi, perseguía dos fines. El primero era contemplarte en todo tu esplendor. La comprobación ha sobrepasado largamente mis esperanzas
Me miró unos segundos, quieta y enigmática. Entreabrió ligeramente las piernas y dijo:
-¿Y el otro fin?
Ver ese provocador gesto y sentir que la sangre se me inflamaba, fue todo uno. Su belleza excedía cuanto yo había imaginado. Sentía deseos de lanzarme sobre ella y estrecharla entre mis brazos hasta perder el sentido. Estábamos el uno junto al otro, peligrosamente, como suele ocurrir algunas veces…Me abrazó con suavidad, y como si quisiera ocultarlo, estrechó su rostro contra mi cuello. Cogí su cara con las dos manos para que me mirara y la besé en la boca con toda el alma. A mi beso respondió con otro, y se hubiera dicho, que sus brazos, su cuerpo entero, imitaban a sus labios.Tambien ella se sentía devorada por una hoguera y trataba desesperadamente de suprimir una distancia que ya no existía entre nuestros cuerpos.
Me quedé así, rodeándole los hombros con el brazo, hundiendo mis dedos en sus brillantes cabellos negros. Solo con otra mujer había experimentado sensación semejante. Tawe despego sus labios de los míos y se abandono exánime entre mis brazos.
-Sabes a que he venido aquí, esta noche, ¿verdad? -me preguntó con los ojos entornados y la respiración ansiosa-.
-Creo que sí, pero una confirmación me dejaría más tranquilo-repliqué mirándola fijamente a los ojos-.
-Lo vas a descubrir por ti mismo, créeme.
Me rodeo el cuello con los bazos y atrajo hacia sus labios los míos. Dejé caer todo mi peso sobre ella y entre nuestros cuerpos se inició un baile de caricias. Sentí en el cuello su ardiente respiración, y por todo mi cuerpo el roce de su mejilla. Estremeciéndose cada vez que palpaba su piel. La besé en la oreja y el temblor de antes se tornó contorsión. Llegó a morderme, clavándome los dientes en el cuello. La estreché aun más contra mí, y entonces tuve la impresión de que ella perdía el aliento. Se restregaba furiosamente contra mí en un intento de avivar el fuego que consumía su interior. Busqué a tientas la llave de paso de la lámpara de gas, la cerré y la tienda quedó a oscuras.
Estábamos solos. Sin palabras. ¿Qué necesidad había de hablar? Solo ruidos mínimos…las respiraciones anhelantes, los besos…
…Y por último, el silencio.
(Continuará…)
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