14 octubre 2012

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina (V Parte)


    - Abdul…Abdul Bagud del oasis de Baghera Yijad…-gruñí nuevamente  -.

Le agarré del  amuleto que colgaba de su cuello. Y le dije:

     -  O me dices toda la verdad de tu presencia aquí, o te arranco tu amuleto y lo tiro a la hoguera.

     -  No Tony Pashá, a la hoguera no, y por favor no pongas esta cara que me asustas.

Debo decir, porque es relevante para la compresnsión del relato,  que lo que contenía el amuleto que colgaba del cuello de Abdul, era la más preciada de sus posesiones.  Para que me entiendan: era similar al contenido de  la caja de madera del Club de la Peluca custodiado en el Museo de la Universidad de Saint Andrews. ¿Cómo, que no saben de qué hablo? Pues les diré que esa caja de madera del Club de la Peluca es venerada por todos sus miembros por contener el vello púbico de las amantes de Carlos II de Inglaterra. Y el amuleto de Abdul también contenía el vello púbico de sus seis mujeres.

     - Te lo advierto hay un monstruo dentro de mi y mas vale que no lo despiertes. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás aquí? ¿Y quién te ha enviado aquí? -dije muy serio-.

    -  Verás, ha sido todo muy extraño, no te lo vas a creer, Tony Pashá….

    -  ¿No me digas que aún estás con esa maldita disritmia circadiana o síndrome de los husos horarios y conmocionados por ver que las azafatas del avión que te ha traído a la Patagonia no llevaban velo?

     - Jajaja, siempre tan bromista, Tony Pashá. Por cierto, ¿Qué es la disritmia circadiana?

     - Es lo que conocemos como Jet lag.

     -  No Tony Pashá, no es eso. ¿Sabes que no he muerto de sed y de frio  porque el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él,  me ha guiado hasta esta cueva donde estas bellas señoritas me han cuidado y reanimado con infusiones de té chino?

     - Con Infusiones de té chino…y masajes con aceites de  Lavanda y Eucalipto que muy gustosamente mis hermanas Tokha, Meneha y Chuppa  te realizaron -dijo Methe con una pícara sonrisa-.

    -  Ejem…ejem…Bueno-balbuceó Abdul-,  es que…verás…yo…

     - Ah, y yo le di un masaje japonés con aceite de Bergamota –añadió ella, sonriendo todavía más, si cabe- porque Abdul me insistió que en su país la Bergamota era muy apreciada por sus innumerables  propiedades terapéuticas.

    -  Ejem...Bueno qué te parece Tony Pashá si te cuento como he llegado hasta aquí, ¿eh?… ¿Tienes un momento ahora, no? -Preguntó Abdul desviando la conversación de manera alevosa-.

     - Vamos a ver que piense-dije yo-. Los lunes los dejo para la resaca, el martes toca corte de pelo, manicura, pedicura…cosas de hombre ya sabes… el miércoles me reúno con mi médico para hablar de mi colonoscopia, el jueves como también sabes voy a ver a mi gestor para tratar de mi plan de pensiones, y los viernes… Coño, ¿qué tengo los viernes? Ah, sí,  me los reservo para escuchar a los sinvergüenzas como tú.

     - ¡A qué es genial, Tony Pashá! ¡Hoy es viernes!

Le agarré de la chilaba para soltarle un guantazo cuando un perfume extraño me llamó la atención.

    -  Oye, por cierto, ¿y ese aroma frutal de tu cabeza?

     - Es el acondicionador de coco, evita que mi  pelo rizado se encrespe con la humedad de la cueva.

Sonreí por no llorar.

     - Me alegro saber que el té chino no te ha hecho perder la coquetería, Abdul.

     - ¡Oh, Tony Pashá,  creo que los hombres deben cuidarse y ser autosuficientes!

    -  En eso estoy de acuerdo contigo. Yo con Ginebra,  la tele y una hermosa asistente sobreviviría hasta en una cueva como esta….con internet, claro.

    - Jajaja, siempre tan divertido Tony Pashá.

     - Sí, y ahora quiero preguntarte algo, Abdul…

No me dejó terminar la frase y dijo rapidamente tapándose la cara, por si le soltaba un manotazo:

     - De acuerdo, me ha enviado Lola.

     - Me cagoen...Lo sabía…lo sabía. Solo podía ser ella. Es la única que sabe como cabrearme.

Levantó la barbilla con dignidad y me dijo:

     -Yo te lo explicaré todo, Tony Pashá…el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él, es testigo que ella me obligó a venir aquí.

    - Está bien, Abdul, de eso hablaremos luego, ahora hay una cosa que me preocupa todavía más. Vamos a ver, Methe -dije volviendo la mirada hacia ella que estaba sentada cerca de sus hermanas-.

     - Dime Ton -contestó sonriente-.

La miré sorprendida.

    - ¿Como sabes que me llamo Ton? Eso solo lo saben mis amigos.


    - Yo soy tu amiga. También sé que eres investigador privado, aventurero, busca tesoros. Te gusta  el gin-tonic con tres cubitos de agua de manantial, eres soltero y tienes en tu mesita de noche una edición ilustrada, firmada por Daisetsu Teitaro Suzuki,  del kamasutra, y...

Vi como sus hermanas me miraban mientras cuchicheaban entre ellas, riendo disimuladamente.

     - Vale, vale…no sigas…

     - Y de eso quería hablarte; cuando un hombre llega a tu edad y no se ha casado suele ser por dos razones: que es un golfo o es gay.

     - Muy interesante…


     - Tú no eres marica, eso está claro-añadió ella-.

     - Gracias. Tampoco soy un golfo-repliqué yo-. Hay una tercera posibilidad que has olvidado.

     - ¿Una tercera posibilidad? ¿Cual es?


     - Que a veces un hombre tarda en encontrar su alma gemela, y cuando la encuentra, resulta que esa alma gemela no se entera de la película.

     - ¿Alma gemela?

    -  Sí. Oye, Methe,  volviendo a lo importante, si sabes quien soy sabrás porque estoy  aquí, ¿verdad?

     - Efectivamente, has venido en busca del profesor Alejandro Alberto José Hernán Cortés de Villanueva.

    -  Así es. Y dime Methe, ¿por qué no me explicas qué haces aquí junto a tus hermanas, en esta cueva perdida en el fin del mundo?

    -  Es una historia muy larga, Ton.

     - Muy bien, hoy va a ser un día entretenido,  empecemos entonces por tu historia, luego Abdul me contará la suya, ¿verdad Abdul?

     - Claro Tony Pashá -contestó él agarrando fuertemente su amuleto con su mano-.

Methe se acercó a mí y, sin más, me cogió la mano y me sentó a su lado.

      - Está bien -repuso ella, cruzando las piernas-, seré franca y te diré que mi padre no es Sobáh Meláh, miembro de la tribu de los tehuelches, sino el profesor Alejandro Alberto José Hernán Cortés de Villanueva. Él es mi auténtico padre y él me trajo aquí para salvarme. 

La miré pensativo y sorprendido.

   -  ¿Es eso cierto?

    -  Sí. Hace un año, una incontenible epidemia se apoderó del pueblo dónde vivía junto a mi familia adoptiva. Murieron casi todos atacados por la fiebre Kirchno-peroniana, los efectos son como los de la peste bubónica, ¿sabes?  Fue todo muy rápido, como en Constantinopla, en aquel fatídico verano de 1334. Atravesó las calles, las alcantarillas; las ratas chillaban también en la noche mientras morían, y finalmente dejó el pueblo en un carro de bueyes,  para seguir matando a media Patagonia. Para combatir la enfermedad el profesor Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva, mi padre,  necesitaba  grandes cantidades de Ritalina el único antídoto conocido  para la fiebre. Su especialidad es la paleontología, no era experto en antitoxinas, pero había detectado suficiente Ritalina pura en la cueva de las Manos. Así fue como venimos aquí, buscando retirarnos del rastro de muerte sembrado por esa terrible enfermedad.

La miraba, y a pesar de tanto aturdimiento por lo desconcertante de la situación y de la historia, sentía que mi cuerpo respondía ante su roce, y me pregunté cómo era posible que la naturaleza permitiera que un hombre pudiera sentir desconcierto y deseo al mismo tiempo.

     - ¿Y como es que el profesor Cortés de Villanueva tuvo una hija, fuera del matrimonio, y en medio de la Patagonia argentina?

      - Él llegó a la Patagonia  a finales de los años 80 huyendo de los infiernos personales, necesidades interiores…huía de  la bestia del instinto.

La miré a los ojos.

     - No comprendo  ¿Puedes ser más explícita?

     -  Estando en España, tuvo una desafortunada aventura amorosa con una estudiante de la Universidad de Salamanca dónde él impartía clases,  y eso provocó un gran terremoto en el mundo académico y científico de la época.  Dicen que todo fue una encerrona maquinada por uno de sus colaboradores para desacreditarle ante el comité que le había propuesto para el premio internacional Fabio Frassetto. 

Methe se dio cuenta de que la miraba muy interesado y se apresuró a seguir con su historia.

     - Como los seres humanos, así son las cosas. Ser humano es ser complejo, es también buscar el mal de los demás, no se puede evitar un poco de fealdad del interior. Entonces buscó refugio espiritual y paz interior, aquí, en la Patagonia, y fue también aquí que se casó con Fulgencia Eleonor de Bordecillas,  la rica heredera del magnate de los yacimientos mesotermales de oro de la región de Neuquén, Fulgencio Andrés de Bordecillas.

     - Comprendo se enamoró y se casó-dije yo-.

    -  No, no comprendes nada -contrarrestó ella con un suspiro-. Se casó con Fulgencia Eleonor, pero no la quería.

     - Ah, ¿no la quería?

   -No, mi padre no la quería, y a las pocas semanas de casarse conoció a mi madre de quien se enamoró perdidamente.

Lancé un silbido.

     - ¿Quieres decir que se casó con Fulgencia Eleonor sin quererla, y que luego tuvo una historia de amor con tu madre, y que de esa historia naciste tú?

Ella frunció el ceño.

     -Eso es. Veo que has recuperado tu proverbial perspicacia. Sabes, Ton, cuando un hombre de la edad del profesor Cortés de Villanueva se enamora perdidamente de una mujer, él  ya era mayor entonces,  descubre de repente la soledad de su vida. Antes de conocer a mi madre su corazón solo palpitaba ante los huesos y fósiles de dinosaurios de nombre impronunciable,  solo podía hablar de ellos, el intelecto lo era todo para él, cultivarlo era lo primero,  luego al conocerla, no veía nada mas que a mi madre.

    -  Interesante. Ahora háblame un poco de ti.

Ella suspiró.

     - Yo  como mi padre -vaciló ella-,  también soy una enamorada de la ciencia, sobre todo de la física.

Sonreí  brevemente mientras la miraba de arriba a abajo.

    -  ¿Ah, sí? Pues  he de admitir que no te pareces en nada a una rata de biblioteca.

    -  Sabes, a veces sueño con encontrar un hombre que me quiera y poder hablar de física subdimensional con él,  tratar de la densidad de campo y de su relación con los fenómenos de la gravedad.

    -  ¿De verdad? Me encanta ese tema, ¿verdad Abdul? Es uno de mis preferidos -dije yo con rapidez-.

Abdul tosió discretamente.

    -  ¡No te burles! –replicó ella sonriendo con malicia-.

    -  En serio, me encanta el tema. ¿Y qué más te interesa a demás de los fenómenos de la gravedad?  ¿La totalidad del universo, todo el saber?

Vi como sus hermanas me miraban divertidas. Estaba claro que nadie me creía.

    - ¡Casi todo, menos la traición del intelecto! Soy  consciente de que el intelecto no lo es todo, pero cultivarlo es lo primero, o el individuo comete errores, pierde el tiempo en ocupaciones improductivas y cae finalmente en manos de la codicia. Existen muchos, aunque no lo creas,  que se sienten como yo, digamos incomodos con todo lo que se ha creado. Es casi una rebelión biológica, un profundo rechazo hacia la comunidad planificada, programada esterilizada y artificialmente equilibrada.  Mantener la armonía es más importante que el dinero. Los que nos sentimos así anhelamos una nueva vida.

Asentí comprensivo.

     - Todos la anhelamos,  Methe, pero sin tener que vivir en las cavernas.

     - Supongo que eso es cierto –murmuró ella-.

     - Y dime, Methe: ¿No te sientes sola aquí?

Ella me miró sorprendida y sonrió.

     - No sé... en este lugar he vuelto la espalda a la confusión, pero  ¿Qué es para ti la soledad?

Me la quedé mirando fijamente, gratamente sorprendido de  descubrir que empezaba a sentirme a gusto hablando con ella... y no era solo por sus tetas. Sus palabras de alguna manera me resultaban familiares, y  recordé que a su edad yo disfrutaba de los errores sin perjuicios  y que también me consideraba como alienígena en mi propio mundo. Entonces contesté:

      - Es ser una flor muriendo en el desierto.


(Continuará...)

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