07 octubre 2012
En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina.
Era una lejana y fría mañana de Otoño. Un Sol tímido y en fuga perfilaba mi silueta sobre el suelo árido, seco y erosionado. El verano se había acabado y la noche polar se acercaba, cautelosa.Ya se sabe que, en las regiones cercanas al antártico, como en la provincia de Huesca, el ejercicio físico es imprescindible para combatir el frío y ayudar a la circulación de la sangre. Y eso hacía yo, caminar para no morir congelado. Caminaba solo por la inmensidad de la llanura de la provincia de Neuquén en la Patagonia argentina. Amigo sólo de mi propio saber y del camino que hace el andar, la mirada vacua y cansada, observaba en derredor un mundo solitario, misterioso, y recordé que 250 millones de años atrás toda la tierra del mundo estaba unida en un solo supercontinente colosal llamado Pangea y había un solo océano inmenso el Pantalasa. Algunos aventurados imbéciles en su día me calificaron de hombre solitario por gustar de perderme en parajes remotos e inhóspitos, pero yo estaba por encima de cualquier adjetivo o convención social, simplemente no compartía los ideales de un mundo decadente y moribundo rodeado de edificios tan grises como las vidas de sus inquilinos. No los voy a criticar, los tontos están en este mundo para proporcionarnos algún entretenimiento, eso hace la vida menos tediosa. Yo era diferente, es verdad, sobre mi tez se habían deslizado todos los vientos del mundo, del siroco a los alisios, y prefería lo intangible, la aventura, lo desconocido. Ahora estaba aquí, en el fin del mundo, buscando las huellas del último gigante de la Patagonia, uno de esos herbívoros de cuello largo y cuatro patas que resultan tan familiares, el argentinosaurus. Todo empezó tan solo dos días antes, cuando estando en casa llamó a mi puerta Fulgencia Eleonor de Bordecillas. Fulgencia era una mujer madura, pequeña, de aspecto enfermizo, que me expuso su problema con ciertas dificultades. Parecía ser que desde hacía unos días sentía escalofríos, dolores de cabeza y musculares, mareo, dolor de garganta y moqueo nasal.
Si bien al principio los síntomas me dejaron confuso enseguida pude reaccionar y, después de administrarle un preparado a base de bayas de Goji, muy veneradas en Asia central y China por su poder de recuperar el Chí o energía vital, le aconsejé que se fuera a tomar por el culo y que la próxima vez que tuviera un resfriado se fuera al médico del seguro, que lo mío era buscar tesoros y vestigios de civilizaciones perdidas o como mucho solucionar alguna incógnita relacionada con el origen de las especies.
-Por eso he venido-me dijo-.
-Ah, ¿no era por la gripe entonces?
-No hombre, para eso tomo Bisolgrip, lo que pasa es que no me ha dejado terminar de exponerle mi problema. ¿Sabe cuál es la respuesta al mayor problema de la vida, del universo y del todo?
-Si me da un par de minutos le contesto.
-Es usted irónico, y eso es signo de inteligencia. Verá. Mi marido es un paleontólogo muy famoso, el Dr. Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva, lleva más de veinte años investigando al respeto y ha desaparecido mientras estudiaba las huellas del argentinosaurus en la Patagonia argentina.
-Argentinosaurus? Vaya, vaya… no me diga más… Eso es un dinosaurio, ¿verdad?
-Es usted asombrosamente perspicaz. Sí, el Argentinosaurus es un género representado por una única especie de dinosaurio saurópodo titanosauriano que vivió a mediados del período Cretácico, hace 95 millones de años, en el Cenomaniano. Es el animal terrestre más grande del que se tiene conocimiento actualmente, pudiendo llegar a medir 30 metros de largo y a pesar 60 toneladas. Sin embargo mi marido me escribió hace una semana diciéndome que había encontrado vestigios de un dinosaurio que podría ser aún más grande, el Amphicoelias fragillimus.
-Ya veo, ¿El Amphicoelias fragilimus dice usted?
-Sí, pero me dijo que los restos fósiles eran aún incompletos, y que me diría algo...que me llamaría.
-Y desde entonces no ha tenido noticias suyas, ¿es eso?
-Exactamente, veo que es usted muy sagaz, por eso he venido a verle. Necesito su ayuda. Quiero que vaya a la Patagonia y encuentre a mi marido, el profesor Alberto Alejandro José Hernán Cortés de Villanueva. Ah, y no se preocupe por el dinero, soy una mujer muy rica.
Decía Pascal que toda la desgracia de los hombres proviene de no saber estarse quietos en su casa, y Schopenhauer que en general, la gente suele llamar destino a sus propias tonterías. Cuanta razón llevaban esos dos desgraciados, sino lean esta nueva aventura en la que me acabo de tirar de cabeza y que tan solo acaba de empezar.
(Continuará…)
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