Dicen
que había una vez un anciano muy rico, pero también muy avaro. Era un
verdadero usurero y prestaba dinero con un interés desmedido (No no es Emilio Botin...pero podría serlo). Recaudaba
habitualmente sus intereses, viajando de un lado para otro. Como le
faltaban las fuerzas, con no poco dolor de su corazón se compró un asno.
Para no exponerse a que el asno enfermase o muriese, y así perder lo
que había pagado por el mismo, lo utilizaba sólo cuando tenía que
desplazarse a considerable distancia. Cierto día tenía que viajar muy
lejos y decidió utilizar el asno. Pero el asno no estaba acostumbrado a
cargar a su amo y, al poco tiempo de ser montado, comenzó a jadear
gravemente. El anciano se asustó. ¡No vaya a ser que me quede sin asno y
sin dinero! Descabalgó e incluso le quitó la silla de montar para que
el animal se repusiera. Entonces el asno salió de estampida. El anciano,
renqueando, trató de seguirlo, penosamente, pues no deseaba tampoco
deshacerse de la silla de montar.
Cuando el anciano llego a su casa, lo primero que hizo, sin despojarse siquiera de la silla de montar, fue preguntar por el asno. Sí, había regresado. Así que el anciano, a pesar de estar empapado de sudor y tener una espasmódica respiración, se sintió aliviado.
Ciertamente poco le duró su alivio. Unas horas después su envejecido corazón se detenía, no sin antes haber preguntado a sus sirvientes:
—Pero ¿de verdad que ha regresado el asno?
Cuento chino
Cuando el anciano llego a su casa, lo primero que hizo, sin despojarse siquiera de la silla de montar, fue preguntar por el asno. Sí, había regresado. Así que el anciano, a pesar de estar empapado de sudor y tener una espasmódica respiración, se sintió aliviado.
Ciertamente poco le duró su alivio. Unas horas después su envejecido corazón se detenía, no sin antes haber preguntado a sus sirvientes:
—Pero ¿de verdad que ha regresado el asno?
Cuento chino
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