Por
fin llegamos a la puerta de mi morada. Era un apartamento antiguo en
el centro de la ciudad. Al llegar abrí rápidamente, encendí las luces,
prendí de aroma y color la estancia con el calor del incienso, puse a
sonar el “Shine on you crazy diamonds” de Pink Floyd, y todo eso en un
parpadeo de milenios fundidos en un solo momento. Luego saqué de la
nevera unas cervecitas, me senté en el sofá, le di una a Mishita y otra
a Tashita. Josep por su parte cogió también la suya. Mishita que
estaba a mi lado rápidamente se la bebió. En esa extraña noche de
Agosto, aspirando entre calada y calada un aire cargado de feromonas y
calurosa tensión, sentía el frío y el calor hermanarse sutilmente en
la corta distancia que suponen apenas dos suspiros. La cosa iba bien
-pensé para mí- y le ofrecí mi copa mientras abiertamente me pegué a
ella. El jugoso aroma de su piel calando el vestido me llevó a,
sutilmente, acariciarle esos pechos perfectos y prietos que tenía la
condenada. Cuando terminó de beber, y antes de que dijera nada, le
quise entrar al morro, pero, sin saber porqué me apartó.
– ¿Tú sabes que nosotlas las japonesas de las islas Senkaku somos muy tladicionales: nunca besamos plimela vez?
– ¿Ah, no? ¡Vaya con las tladiciones!
...ejem...perdón...tradiciones–Contesté–, De todos modos no vayas a
cortar el buen rollito que tenemos por el tema este de la primera vez.
De hecho es ya la segunda vez. Recuerda que ya hemos estados juntos en
aquel Pub.
-Aquello no contal.
-¡Vaya por Dios! –murmuré para mí-. Oye, Mishita ¿te gusta la poesía? Escucha estos versos, son de un poeta japonés:
Te vi mirando los moldes de la pasión,
me fugué contigo y lo sabes, por qué
dirás, si a eso respondo besándote
con la mirada frágil, de la intuición.
Jugaste conmigo, caos en la sinrazón.
Qué decir si ambos, hablando en parné,
en plata, desviamos la mirada ahogando tal vez
las ganas y un susurro, en el caparazón.
Ahora es difícil jugar con esos dados,
nos revolvemos en nuestro sitio, e inquietos,
perdemos la mirada, si en la cama nos rozamos.
Infiernos que arden, condena de sonetos,
cielos que albergar no pueden a desdichados
que se dijeron no, y alzaron parapetos.
Antes de que amanezca, volaremos
Antes, aún, de siquiera pensarlo
Habremos empezado a soñarlo
Es de noche, e intentarlo podemos
Al
ver que ella ponía cara de asombro, cara de no entender nada (sí,
vale, era japonesa y ya sabemos cómo son las japonesas, pero…un poco de
sensibilidad no habría estado mal, ¿no?), me dejó perplejo. A todas
las mujeres les gusta que les reciten un poema. Y ella se había quedado
impávida e impertérrita. Algo no encajaba del todo. Algo no me
cuadraba, no sabía exactamente lo que era, pero sabía que era algo.
Aunque en aquel momento no le quise dar mayor importancia, es verdad
(recuerden ustedes que todo el aire de la estancia estaba cargado de
feromonas y calurosa tensión), y decidí cambiar de táctica… Había que
emborracharlas.
-¿Queréis beber algo diferente, preciosas? –les pregunté–. ¿Champán?
Ellas
asintieron con entusiasmo. No sé qué tienen las orientales con el
champán, pero las vuelve locas, y eso que no saben reconocer un Brut de
un semi-seco. Me dirigí a la cocina, abrí la nevera y contemplé las
dos últimas y solitarias cervezas, una tarina de margarina Flora
abierta y visiblemente rancia por un extremo, así como una botella de
sidra El Gaiteiro. Ni rastro de champán. El problema era que el
Codorniu se había terminado. Revolví la nevera buscando más; me giré
disimuladamente y vi como Josep me miraba. Yo me encogí de hombros en
señal de que algo iba mal. Entonces saqué la botella de sidra El
Gaitero, convencido de que la sidra asturiana del la tienda de
ultamarinos de mi amigo Manolo daría el pego; ya he dicho que las
orientales no entienden de burbujas: tienen más afinado el sentido del
olfato que el paladar.
Así que
agarré la botella de sidra y la envolví en una servilleta, como para
que no goteara, pero lo que hacía era tapar la etiqueta, y salí de la
cocina sonriendo.
-¡Chicas! –grité–. Aquí viene el champán. He sacado lo mejor para vosotras.
– ¿Qué es? ¿Qué es? –preguntaba Mishita palmeando con sus manitas.
–Una botella de Anna de Codorniu Brut Vintage 1992 –anuncié.
– ¡Uy, qué rico! –Dijo Tashita
– ¡Oh! –dijo Mishita. Pelo esto es demasiado.
–Nada es demasiado para vosotras princesas -repliqué yo con una hermosa sonrisa-.
Les serví unas copas de la sidra espumosa, que ellas degustaron con
entusiasmo, especialmente Tashita, que estaba totalmente entregada. La
otra, Mishita, parecía algo más suspicaz.
-Bueno, y cacatúa. ¿Dónde estal cacatúa? Jijijiji-preguntó Tashita-. Nosotlas quelel vel cacatúa hablal.
-Claro, mi cacatúa. Por cierto ¿Os he dicho que se llama Einstein?
-jijiji, ¿como glan científico?
-Sí, como Albert Einstein.
-Einstein científico hablal mucho también, jjijijiji
-Bueno, ahora ya no, jajaja, está muerto, ¿sabes?
(Esta
tía es tonta del capirote -pensé para mi-…menos mal que ella está con
Josep, y yo con Mishita, que aunque fría cual témpano de hielo, por lo
menos no tienía esa risita de hiena, insoportablemente percutora) .
-Es veldá…muelto, jijijiji
-Ahora os enseño a Einstein, lo tengo en la terraza. En verano, con el calor, lo dejo al fresco.
Cogí en un aparte a Josep.
–Escúchame bien, Tashita es tonta del culo y fácil de engañar -le
dije-, pero Mashita es más lista, y me preocupa más. Espero que no se dé
cuenta de que mi cacatúa no es una cacatúa, sino un vulgar loro verde
comprado en aquella tienda de mala muerte del las Ramblas. Es que me
han dicho que los japoneses entienden mucho de fauna y flora, ¿sabes?
Creo que en su ADN llevan grabada, a fuego, la enciclopedia de la
fauna y la flora. Las cacatúas tienen un plumaje primariamente blanco,
en algunas especies rosado o amarillo, un prominente penacho, y un pico
negro, en algunos casos, pálido. ¡Y tú has visto a Einstein! Es más
verde que el amazonas, y es normal, coño. Mi loro es un loro común,
verde y tonto, y encima jamás ha dicho una sola palabra. Me dijeron en
la tienda que si le daba pan mojado con vino y azúcar se pondría un
poquito alegre y que si le recitaba versos los repetiría, pero nada de
nada, y eso que le he susurrado poesías enteras de Paul Verlaine. En
fin, que espero que todo salga bien y que no se den cuenta del
engaño...Josep, ¿me estás escuchando? ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así,
con esa cara de besugo, eh?... Josep, ¿te has quedado mudo?... ¡Tío, dí
algo, joder!
-Entonces… ¿Einstein no es una cacatúa?
Ya
lo ven amigos y amigas, como dijo Shakti Gawain: La ignorancia es como
una sombra - carece de materia, es simplemente falta de luz; no puedes
hacer que una sombra desaparezca tratando de luchar contra ella, de
pisotearla, de quejarte amargamente de ella, o utilizando cualquier
otra forma de resistencia emocional o física. Para provocar que una
sombra desaparezca, debes poner luz en ella.
(Continuará…)
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