30 julio 2011

Las aventuras de Ton y Lola (Perdidos en el desierto capítulo XI)

…Un comienzo es un tiempo muy delicado, y solo el conocimiento puede tener el poder suficiente para controlar los instintos. Mi instinto me decía que metiera la mano. Pero sabía que si lo hacía, moriría de pasión. El ser humano puede resistir cualquier dolor, si este está  localizado. Y éste dolor que sentía,  estaba muy localizado. Sabía que era una prueba que tenía que superar. Si no, sería enteramente suyo, hasta el punto de controlarme  por completo. Yo ya había conocido en mi pasado reciente los efectos devastadores que el encoñamiento podía producir en un corazón convaleciente.  Ninguna criatura nacida de mujer había soportado tanto como yo. Entonces, en un giro inesperado del destino, al sacar mi paquete de Marlboro light del bolsillo derecho de mi elegante chaqueta de alpaca  para encender un pitillo en clara señal de dominio absoluto de la situación, el pequeño libro de bolsillo que llevaba dentro se deslizó irremediablemente fuera de él,  hasta alcanzar el punto de no retorno, ese punto en que el equilibrio   vence para adentro, o para afuera,  y desgraciadamente para mi, venció para afuera, cayendo en una corta e interminable agonía, cerca de los tacones de aguja de aquella mujer que estaba a punto de arrastrarme a lo más hondo, al anillo más profundo del infierno relatado por Dante en su famosa trilogía “La divina comedia”.  Entonces, ella miró para abajo, y sin darme tiempo a reaccionar, se deslizó del taburete  con una sensualidad que nunca había ni imaginado,  lo recogió, me miró  y dijo la frase más hermosa, y la que iba a marcar el resto de mi vida:
-¡Gilbert Keith Chesterton! Me encanta Chesterton, es probablemente el rey de las paradojas.
Nunca olvidaré el entusiasmo de su exclamación, ni su cara de explícita felicidad al pronunciar aquel nombre. De hecho nunca olvidaré  como le cambió la mirada. Ya no era la pantera en celo de hacía tan solo unos segundos. No, no lo era. Ahora había aflorado su estrella gemela…y brillaba tanto como la otra, o más. Sonreí y le dije:
-¿Recuerdas la maravillosa forma en que relata el día, año y lugar de  nacimiento en su autobiografía?
-Lo recuerdo y me lo sé de memoria. Mira, escucha: “Doblegado ante la autoridad y la tradición de mis mayores por una ciega credulidad habitual en mí y aceptando supersticiosamente una historia que no pude verificar en su momento mediante experimento ni juicio personal, estoy firmemente convencido de que nací el 29 de mayo de 1874, en Campden Hill, Kensington, y de que me bautizaron según el rito de la Iglesia anglicana en la pequeña iglesia de St. George…”
Al recitar la frase, su rostro era franco, y su mirada y sus gestos dulces y cándidos a la vez. Todo esto la hacía terriblemente cercana. Muy diferente a la imagen de depredadora sin escrúpulos que tanto me había llamado la atención.   Esta mujer-pensé yo- tiene un confuso mundo en su cabeza, como si buscara algo que sospechaba que no iba a encontrar. Pero en ese tortuosos recorrido, había cosas que parecían interesarle, huellas, señales, en las personas que se cruzaban en su camino; y en su rostro iluminado por la tenue luz de aquella barra de bar,  aleteaba aún la esperanza de que algún día, la nave insegura en la que navegaba encontraría el puerto de la felicidad y el amor.  Eso es lo que vi, y eso es lo que recuerdo de aquellos ojos levemente  expectantes. Los ojos de una mujer frágil que, sin embargo, estaba preparada  para resistir, porque, ciertamente, tenía un don. El don del embrujo.
Luego me cogió la mano y se rió, como creo nunca se había reído en este antro de mala muerte.  Esta era la Lola de la que me enamoré perdidamente, y esta era la Lola que quería recuperar  de entre las ruinas todavía humeantes de lo que antes fue un amor sin límites ni orillas que lo confinara. Un amor que en mi siempre se mantuvo  tormentoso y pasional, pero que la vida, malévola hada madrina en las circunstancias adversas, había resquebrajado parcialmente en ella, provocando finalmente el derrumbe de los cimientos  comunes y con ello la muerte de un hermoso cuento de amor.
Quería seguir viajando en ese mundo mágico de mis recuerdos, cuando el ruido de la puerta acristalada de la terraza me distrajo.  Miré lo que quedaba de mi cigarrillo, lo dejé caer al suelo, y lo pisé. Entonces me giré y oí:
- Perdone que le aborde así, pero estaba hace un rato en la mesa de al lado y no he podido dejar de oír su conversación con el señor Malone y su amiga. Es usted el señor Tony, no.
- Depende.
-Oh, no tema, mis intenciones son honestas. Soy James Carter, mis amigos me llaman Jimmy. En cuanto he sabido que había otro aficionado a expoliar tesoros en vilanova i la Geltru,  me alegré mucho…al igual que usted, tengo pasión por la arqueología. Le apetece una copa señor Tony?
-Oh sí, iba a pedirla ahora mismo. Vamos al bar. Señor Carter- dije mientras nos dirigíamos allí -  no será usted familia del otro Jimmy Carter, el ex presidente de EE.UU? Mi intuición, esa especie de instinto innato que tengo, así me lo dice.
-¡Oh no! Soy familia de Howard Carter, ya sabe, el del tesoro de Tutankamon.
-Claro, ahora entiendo lo de expoliar tesoros. Tendré que dejar de presumir de intuición-sentémonos aquí, le dije con un gesto de mi mano-. A propósito, ¿qué puedo hacer por usted?
-Diga mejor que puedo hacer yo por usted.
-Usted, ¿o el gobierno británico?
-Es usted muy listo señor Tony.
-A los del servicio secreto los huelo a distancia.
-Se lo advertiré a mi jefe.
-También podría decirle que no estoy en Vilanova i la Geltrú para buscar broncas. No quiero que pierda el tiempo. La acción y la aventura han dejado de interesarme.
-No le creo. Un hombre que ha sido capaz de escapar de una cárcel de máxima seguridad, y desaparecer en el desierto sin dejar rastro. Un hombre que ha sido capaz de atravesar dos mil kilómetros de desierto y dunas, sin agua, sin comida y…
-…Y sin bronceador – interrumpí yo.
- La verdad señor Tony no sé como lo consiguió, pero le felicito.
-Oh, lo del bronceador no tiene mérito.
-jajaja…Me gusta su sentido del humor.
- Mi evasión y travesía del desierto en Egipto solo fue fruto de la desesperación. ¿Me ve usted desesperado ahora, señor…Carter?
-A usted, en el fondo le gustan mucho las broncas  y la aventura señor Tony. Por eso decidió instalarse aquí, en Vilanova i la Geltrú. Las informaciones que tengo de usted, dicen que es un hombre de ideas rápidas y decisiones  meditadas. Es el hombre que necesitamos.
-Eso es lo que una vez Lola dijo de mí, y me sentí alagado.
-Señor Tony su tiempo en Vilanova i la Geltrú se ha agotado.  No se le quiere aquí. Esta parte del mundo es pura dinamita, en cualquier momento Cataluña también puede caer como Grecia, Portugal, Irlanda, España o Italia. Los mercados financieros,  la gran banca y los neoliberales son implacables, ya lo sabe usted. Le diré un secreto. Hoy día, el lugar más seguro es el desierto. Mire, lea este documento, quizás le interese -dijo sacando del interior de su chaqueta un informe con el sello de la embajada británica-. Desde ayer es oficial. Han localizado el emplazamiento de la ciudad perdida de Palmira. Por eso he venido. Usted debe encontrarla, antes que las Hedges Funds,  la gran banca o los peligroso neoliberales.
- Ya veo-dije devolviéndole el documento. Pero aquí dice exactamente lo mismo que usted acaba de decir. Que han localizado la desaparecida ciudad de Palmira ¿Para qué me necesitan entonces?
-Porque el manuscrito que hemos encontrado, habla de desiertos, de montañas y de cañones. Todo muy vago. Solo sabemos que se encuentra enterrada en el desierto de Nubia,  en la región oriental del desierto del Sahara, al noreste de Sudán entre el río Nilo y el Mar Rojo.
-Donde voy a empezar a buscar, quizás si supiera más…Mire, búsquese a otro, no me interesa.
 -Quiero que sea usted, señor Tony.
-Pues tendrá que convencerme de otro modo.
- Qué le parece si toco su vena nacionalista…los ojos de una Europa en quiebra y de una América en default se dirigen hacia Cataluña. Los catalanes dominan esta estratégica zona,  defensores acérrimos de su independencia. Su área de influencia abarca desde los pirineos  pasando por el Ebro,  hasta Valencia y Baleares, y desde allí, hasta el mundo árabe. A través de todo este territorio pasa la frontera marcada por la liga de los mercados  y las Hedges Funds internacionales. Y dominando este vasto territorio, Vilanova i la Geltrú,   la ciudad más catalana de toda Cataluña. Durante siglos ha sido el centro político y la metrópoli del mundo catalán. Vilanova i la Geltrú, una ciudad que bajo la paz y la placidez de su vieja civilización es terreno más que abonado para el espionaje y la intriga. Señor Tony, si no nos ayuda, este mundo tan querido por usted se desintegrará. Si permitimos que los neoliberales encuentren Palmira antes que nosotros, entonces  nada les detendrá. Ya han privatizado el Pireo, el Partenón, el coliseo y la Cibeles de Madrid. En sus próximos objetivos se encuentran la Sagrada Familia de Barcelona y el estadio del FC Barcelona, el Nou Camp. Usted es catalán señor Tony. No lo puede permitir. Tiene que ayudarnos. Si cae Palmira en sus manos, caerá el resto de piezas del dominó.
¡El estadio del Barcelona!! –Exclamé para mis adentros-.  El templo de Lúxor del fútbol mundial. La octava maravilla del mundo. Esto último  llegó a lo más hondo de mi corazón. Intentamos olvidar que somos animales, pero la naturaleza nos lo recuerda. A veces cruelmente. Mi rostro se heló y endureció,  como si acabara de salir de una nevera. El vello de mis brazos se erizó.  Mis ojos se tornaron luminosos, profundos y misteriosos como los de un felino. Era realmente muy preocupante, y horrible.  La codicia y voracidad del Capitalismo salvaje no tenía freno. Ya eran los dueños de África, Sudamérica, la Europa periférica, pero querían más, y más…No se conformaban con una etnia  anglosajona y nórdica sin mestizajes, dominadora del planeta. Tampoco con un mundo de gente poderosa y muy muy rica, y otro de muy muy pobres,  poblado de  Indochinos, Malgaches, Marroquíes y Senegaleses. . . No, no se conformaban.
 Carter tenía razón, no quedaba otra salida. Tenía que encontrar la mítica ciudad perdida de Palmira, si quería salvar mi mundo. Las personas necesitamos nuevas experiencias. Agitar algo en lo más profundo de nosotros. Eso nos permite crecer. Sin cambios, algo duerme en nuestro interior. Algo que rara vez despierta. Pero el momento de despertar al durmiente había llegado.

(Continuará…)

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