…Hacía una espléndida mañana de Julio y el sol atizaba
sin lástima ni compasión. Detuve el coche delante de la puerta de mi ex.
Bajé y miré el espléndido espectáculo. A lo lejos, la vasta extensión
líquida se estiraba esplendente como un pavimento de cristal líquido.
Abrí la puerta de la verja que chirriaba como siempre y crucé el jardín
en dirección a la entrada principal. Llamé, y ella me abrió. La recorrí
con la mirada en una calmosa declinación, paladeando su aire garboso
sobre aquel lienzo coloreado. Mis ojos se detuvieron en la suave curva
de sus senos, que el proteico escote dejaba casi al descubierto. Sus
dorados pechos turgentes no cesaban de mirarme licenciosos, y sus ojos
color aguacate, muy brillantes, y rodeados por oscuras y largas
pestañas negras, me miraron con mayor fijeza si cabe. Era temprano, y
aquel oleaje de sensualidad que rebozaba, apresuradamente y
deliberadamente de sus labios húmedos y carnosos llegó casi a turbarme.
Algunas mujeres, y ella pertenece a esa especie, no te miran, te
irradian hasta quemarte la retina. Poseen ese fuego férvido, ardiente,
que te abrasa lentamente, y se mueven, hablan y hasta respiran de forma
tan erótica, que todos los hombres se mueren por ellas.
Ella me miró, primero sorprendida, luego con una sonrisita que se me clavó en lo más hondo de mi maltrecho ego y me dijo:
-Vaya, vaya, el señor García en persona. ¿A qué debo tal honor?
Sin hacer caso a su ironía, la miré dulcemente a los ojos y le dije:
-Hola
preciosa, he venido a recoger unos cachivaches personales que siguen
guardados, si no los has vendido, en un armario del garaje.
-Señora Díaz para ti, querido.
-Hola
señora Díaz: he venido a recoger unos cachivaches personales que
siguen guardados, si no los has vendido, en un armario del garaje. Por
cierto, ¿sabe la señora Díaz que sigue igual de preciosa?
A ella no le gustó mi sonrisa. La puso nerviosa y eso la irritó, lo noté.
-Hice todo lo que pude. Y deja de llamarme “preciosa”, ¡machista de pacotilla!
-Pues
no me llames “querido”, señora Díaz. Dime, ¿Qué piensas hacer esta
noche? No me digas que sales otra vez con cuatro lechuguinos.
Montó en cólera inmediatamente. Y yo comprendí que no había perdido mi capacidad de sacarla de sus casillas.
-Con quien salga es mi problema. Recuerda que ya no somos pareja.
-
Duras palabra para un hombre que ha compartido tu vida durante veinte
años. Pero es verdad, tienes razón. Aunque una vez, hace años, tuve un
sueño aquí mismo. Aún quedan algunos jirones. No me gustaría que el
resto se desvaneciera.
-¿Sabes cuál es tu problema, Ton?
-¿Que con los años gano en delicadeza sin perder fuerza?
-No. Tu falta de sentido común.
-¡No me digas! ¿Es el sentido común ese hombrecillo de traje gris que nunca se equivoca al sumar?
-No has cambiado nada. Siempre tan infántil, irónico y sarcástico.
Saqué mi cajetilla de tabaco, sin hacer caso a su comentario y dije:
-¿Quieres uno?
-Sólo fumo cuando estoy muy deprimida. Y desde que te dejé no lo estoy. ¿Satisfecho?
-¿Cómo puede ser tan dura una mujer tan dulce?
-¿Qué demonios te importa a ti? Si no fuese dura, no estaría viva. Cuando era dulce, no lo valorabas.
-Es posible. ¿Recuerdas aquel día que fuimos de excursión a la montaña?
-No, borré todos los recuerdos. Los buenos y los malos.
-El
camino se bifurcaba. Pasamos frente a casas de estilo canadiense
enclavadas en lo alto de la ladera… La carretera terminaba en una
plazoleta en la que se podía dar la vuelta. Había dos casas de grandes
dimensiones hechas a base de madera, cristal y ladrillo y las ventanas
orientadas hacia el valle eran de cristal verdoso. El panorama era
magnífico. Nos recreamos en su contemplación durante unos minutos,
¿recuerdas?
-Hablas demasiado. Las personas embaucadoras son así. Primero monosílabos y después un discurso. Y dime, ¿Sigues con tu afición de escribir historias fantásticas?
–Sí, pero escribo cuando puedo y no escribo cuando no puedo; y siempre por la noche.
-De noche, uno tiene ideas muy brillantes, pero no se sostienen.
-Esto lo descubrí hace mucho.
-Yo descubrí lo horrible que es admirar lo que escribe un hombre y después conocerlo.
-A
mi me pasó lo mismo con un libro que compré. ¿Te lo conté? Era un
libro perfectamente bueno... Estaba dispuesto a que me gustara, había
leído sobre él y entonces le echo una mirada a la foto del tipo y es
obviamente un completo imbécil, una basura realmente abrumadora
(fotogénicamente hablando) y no pude leer el maldito libro. ¿Por qué
diablos esos idiotas editores no dejan de poner fotos de escritores en
sus sobrecubiertas, eh?
-¡Y a ti que
te importa, si nunca verás la tuya en ningún libro! Verás Ton, la
frase con alambre de púas, la palabra laboriosamente rara, la
afectación intelectual en el modo de escribir, son todos trucos
divertidos, pero inútiles.
-¿Y mi estilo… qué me dices de mi estilo?
-Eres
estrictamente del tipo de los que se quedan en la superficie, y tu
carácter es una mezcla no llevadera de indiferencia exterior y
arrogancia interior.
-Sí, lo sé, pero ya
sabes cuánto me gusta pensar que el artista de cómics es mejor
dibujante que Leonardo Da Vinci, sólo por tocar los cojones, claro, ya
me conoces.
-Te conozco. Y dime Ton, cambiando de tema: ¿has pensado ya lo que quieres ser de mayor? Si es que maduras algún día, claro.
-...Morfinómano en China,
desertor en la guerra,
boxeador en Detroit.
Cazador en la India,
marinero en Marsella,
fotógrafo de Playboy.
Pero si me dan a elegir
entre todas las vidas, yo escojo
la del pirata cojo
con pata de palo,
con parche en el ojo,
con cara de malo.
El viejo truhan, capitán
de un barco que tuviera por bandera
un par de tibias y una calavera.
Lo siento preciosa, no he podido evitar acordarme de Sabina.