Los cometas huyen en briosa carrera. Son las tres de la mañana y mi pecho
se encoge, un adagio de luz se dispersa; medio planeta duerme, las estrellas parpadean.
Cuando la excitación y la melancolía son indistinguibles, la disipación se
pasea vaporosa en calesa. Cuando te miro, el murmullo de la noche me habla, y la criatura fantasiosa que hay en mi se abreva
de ti, y larga las velas del sentir rumbo a las perpetuas tierras llamadas “Ensueño
y quimera”. Tú eres mi estrella, mi último lucero, alumbras mi ruta en su desconsolada
deriva, en la mar oceánica de los que como yo, padeciendo etílicas
alucinaciones, hemos perdido el derrotero y, lo más grave, el timonel que nos
conducía. Pero te miro, miro tu sublime imagen, y percibo la caricia de la brisa
que eriza mi piel; y siento las bases de mi hado entre delirios de alcohol y
noches en vela. De fondo suena “I can’t live withou you”, y arrullando el guiño
de tu ausencia susurra un deseo: todo lo hermoso debería ser santificado. Y si
lo hermoso es santificado, entonces estamos salvados.
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