29 abril 2012

El absurdo de las guerras.


El sirio se estremeció y preguntó cuál
podía ser la causa de tan terribles disputas
entre animales tan perversos.
-Se trata -dijo el filósofo- de varios
pedazos de barro tan grandes como
vuestro talón. Y no es que alguno de
esos millones de hombres que se hace
degollar pretenda alguna pulgada de esos
pedazos de barro. Solo han de averiguar si
pertenecen a cierto hombre al que llaman
sultán,o a otro al que llaman, no sé por qué,
césar. Ninguno de los dos vio ni verá jamás
el pedacito de tierra en cuestión y casi
ninguno de los animales que se degüellan
unos a otros han visto al animal por quien se matan.
-Ah, desdichados – exclamó el de Sirio con indignación.
¿Se puede concebir tal exceso de rabia furiosa?
Me dan ganas de dar tres pisotones y destrozar todo
este hormiguero de ridículos asesinos.
-No os molestéis – le respondieron-, ya
trabajan ellos solos en su propia ruina.

Micromegas, Voltaire

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