21 septiembre 2012

La isla misteriosa (IV parte)


Después de la copiosa comida, el vizconde Arnaud du Grandmanoir se disculpó, nos dijo que debía ausentarse un momento, y nos dio permiso para pasear por los jardines del imponente castillo. El capitán, junto con el señor Meléndez y Rodríguez se alejaron en una dirección, y la señorita Mendoza y yo, por otra.

La señorita Mendoza podría ser soltera, pero, desde luego, no era fea. De hecho, era extraordinariamente atractiva. Había algo de inocente en su cara, a pesar de que debía de estar cerca de los treinta años. Estaba dispuesto a apostar que era todavía virgen. Probablemente leía muchas novelas de amor y creía que los hombres en general eran una especie de caballeros andantes que luchaban por qué resplandecieran la verdad y la justicia. Estaba claro que  no había aprendido todavía que el trabajo de caballero andante era una pérdida de tiempo y una tarea que nadie solía agradecer.

 -¿No se siente mejor, señorita Mendoza?-le pregunté-.

-Un poco, pero no me gustaría quedarme sola aquí.

-¿Por qué? Es un hermoso lugar, aunque muy extraño, lo admito.

-Eso es exactamente: Es demasiado hermoso. Antes de que me rasgase el vestido yo estaba pensando que en un lugar así una chica debería…no sé…debería vestirse como en un cuento de hadas, con tules y gasas y un sombrero con un velo.

-Jajaja, ya lo entiendo... pero entonces tendría un batallón de Don Juanes peleando por usted.

Ella se rio.

-Y yo me incluyo -añadí mirando sus hermosos ojos y cogiendo su mano cariñosamente-.

-¿Es una promesa señor García?

En ese momento vi que ella, al mirar por encima de mi hombro vislumbró algo que la impresionó. Se separó de mí y corrió hacia un arbusto que se encontraba detrás de mí.

 -¡Oh señor García, qué bonito! Míre – dijo,  mostrándome un fastuoso vestido con tules y gasas y saltando de alegría-. Ya tiene una dama a la que proteger y por la cual luchar. Una princesa de sangre real -remató entusiasmada-.

Yo estaba estupefacto. No me lo podía creer. No comprendía de donde había salido el vestido. Pero en aquel momento mirándola a ella, tan feliz, tan bella, no me importó, y le dije:

-Usted es todas esas cosas, y muchas más. Será aun más bonita cuando lo lleve puesto.

De pronto vi como cambiaba su cara. Ya no saltaba, ni estaba tan alegre.

-Señor García, estoy asustada.

-Escuche, no sé cómo,  ni por qué…  pero el vestido está ahí, me gustaría verla con él. ¿Por qué no se lo pone?

-Está bien…pero quédese ahí…y no mire-dijo escondiéndose tras el arbusto-.

-Señorita, soy biólogo, mi profesión me ha acostumbrado a todo.

A los pocos segundos se mostró ante mí. Más hermosa que una rosa azul. Parecía una auténtica princesa. Yo la miraba cautivado por su belleza cuando oí algo.

-Espere, no se mueva, he oído  a alguien o algo moviéndose-le dije-.

-No diga esas cosas, me asusta.

-Una princesa no debería asustarse, teniendo un valeroso caballero que la protege.

De pronto, de entre la espesa  arboleda surgió un corcel con apuesta presencia. Se detuvo frente a nosotros.  Sus riendas estaban sujetas por un caballero ataviado con armadura negra. Mientras el caballo  relinchaba, seguramente espoleado violentamente, el caballero arremetió lanza en ristre contra mí.

-Esas cosas no pueden ser reales. Las alucinaciones no hacen daño. Vuelva a donde estaba y no se mueva -le dije interponiendo mi cuerpo entre ella y el caballero negro que galopaba amenazante hacia nosotros-.

-Noooo…nooooo…Dios mío….no puede ser...no puede ser balbuceaba llorando, la señorita Mendoza.

Al oír los gritos y sollozos, el capitán, el señor Meléndez y Rodríguez volvieron a toda prisa, y vieron como el misterioso caballero ataviado con armadura negra me atravesaba con su lanza de par en par. El capitán disparó tres veces su pistola, acertando de lleno al jinete, y éste cayó al suelo más tieso que la mojama.


-No puede ser…no puede ser -decía la señorita Mendoza, llorando sobre mi pobre cuerpo inerte-.

-Hemos perdido todo contacto con el barco, estamos atrapados, el señor García ha muerto. ¿Qué más puede pasar? Ahora estamos seguros de que aquello a lo que nos enfrentamos es tremendamente real -sentenció el capitán-.

-Es culpa mía, nunca debió suceder…es culpa mía, soy una irresponsable -decía llorando la señorita Mendoza-.

El capitán debió pensar que había llegado el momento de hacerse con el control de la situación. Le sonrió con sequedad la agarró de los brazos y murmuró:

-Señorita Mendoza, tenemos problemas, y necesito que todos estén alerta. ¿Está claro?

-Está bien señor. Lo siento -dijo ella secándose las lágrimas de las mejillas en un claro signo de fortaleza emocional-.

Justo entonces, el señor Meléndez que estaba inspeccionando el cadáver del caballero negro, gritó:

-Capitán, capitán…vea esto señor….

El capitán se acercó.

-¿Qué le parece? –Preguntó Meléndez mostrando el rostro descubierto del misterioso jinete-.

-No lo comprendo-dijo el capitán al ver la cara amarillenta del vizconde Arnaud du Grandmanoir- pero antes de abandonar esta isla, lo haré.

-Es como un maniquí, capitán, no puede estar vivo. -añadió Meléndez-.

-Comprendo.

Miró a la señorita Mendoza y dijo:

- Usted es científica, era la ayudante del señor García… ¿cual es su explicación?

Ella se acercó, tocó la cara del Vizconde que yacía muerto sobre la hierba  y apretó los labios con aire de desaprobación.

- Es blando, desde luego, pero no es un tejido humano señor, más bien se parece a una funda celular,  más fina por supuesto.

-Quiero una valoración exacta señorita Mendoza.

La joven se mordió el labio inferior. Adivinaba que él no se sentía muy impresionado de momento.

 -No estoy segura, pero diría que se trata  de un artefacto mecánico…tiene la estructura celular básica de las plantas e incluso de los arboles que hay aquí.

-Interesante -murmuró con sequedad- ¿Quiere decir que se trata de una planta?

-Lo que pienso señor es que todo lo que vemos son copias multicelulares, las plantas, la gente…todos están siendo fabricados.

El la miró sorprendido y desconcertado.

-¿Por quién? ¿Y  por qué? ¿Y por qué esas cosas en particular?

-No lo sé capitán. Lo que sé con seguridad es que actúan como sujetos reales, tan buenos y tan malos como ellos.

-Muy bien -declaró en tono autoritario-. Ya he oído su  teoría. ¿Qué es lo que piensa usted de todo eso, señor Meléndez?

El hombre se encogió de hombros. Luego se oyó gritar a Rodríguez:

-Capitán…Capitán…

Él levantó la vista, y al ver los gestos que éste hacía, se acercó.

-¿Y el cuerpo del señor García? -preguntó el capitán al llegar al lugar-.

-No está,  ha desaparecido, señor. Por eso le he llamado.

-Eso no puede ser, empiezo a estar harto. ¡Maldita sea!  ¿Qué pasa aquí, eh? -dijo mirando a la señorita Mendoza-.

-Capitán…Capitán…mire -dijo Meléndez, señalando el claro del bosque-.

-¿Qué pasa ahora?

-El caballero negro también ha desaparecido, señor.

-¡Maldición!  Señorita Mendoza, es usted la única científica de que dispongo. ¿Puede usted explicar eso?

La joven se enderezó y lo miró preocupada.

-Señor, en este momento mi análisis podría parecer poco científico.

-¡La muerte del señor García es un hecho científico, señorita!

-Hay una remota posibilidad pero es muy remota y va a parecerle increíble. Verá señor, cuando apareció aquel Don Juan, el que se propasó conmigo,  yo pensaba en un paseo romántico cogido de su mano. Ahora mismo, cuando surgió este caballero con armadura negra estaba pensando en lo romántico de los cuentos de caballeros y doncellas. Cuando al señor García se le aparecieron el enorme conejo blanco con chaleco y la niña rubia él, según me dijo, pensaba en el cuento de Alicia en el país de maravillas. Señor Rodríguez, ¿usted en que pensaba en el momento que encontró el castillo?

-Yo…estaba pensando en…en… ¡coño!... pensaba en castillos…castillos medievales, con almenas y puentes levadizos.

-¿Entiende capitán? ¿Ve donde quiero ir a parar?-dijo ella mirandolo-.

-No me lo puedo creer…entonces…lo que pensamos…cualquier cosa que pensamos o deseamos….

El capitán estaba agitado. Caminaba de un lado para otro intentando ordenar sus pensamientos, y de pronto, dijo:

-Señor Rodríguez, señorita Mendoza, señor Meléndez, concéntrense, no hagan preguntas es una orden. Y que nadie hable, que nadie respire. Que nadie piense. Concéntrense solo en una cosa, solo una. Concéntrense.

En ese momento una luz general invadió el lugar, y de detrás de unos arbustos surgió una figura de aspecto seráfica. Era un hombre maduro con el pelo blanco y una amplia sonrisa. Llevaba una túnica y una toga de color blanco alba con bordados de palmas de oro. Al darse cuenta el señor Rodríguez de esta presencia extraña y viendo que los demás absortos en sus pensamientos no se habían percatado de la misma, carraspeó ligeramente para llamar la atención.

-Ejem…ejem…Capitán…capitán…

El capitán se giró y vio acercarse esa misteriosa persona.


-¿Quien es usted? -preguntó-.


-Me llamo Methmoon, soy el encargado de este lugar, capitán Cortés.

-¿Conoce mi nombre?

-Por supuesto, y el de todos. El señor Rodríguez, el señor Meléndez,  la señorita Mendoza-dijo señalando a cada uno de nosotros-. Acabamos de descubrir que no lo han comprendido-añadió-. Estas experiencias eran para distraerles.

-¿Distraernos? Le llama distracción a lo que nos ha pasado -dijo el capitán-.

-Tranquilos,  nada de esto es permanente. Aquí solo tienen que imaginar lo que desean…antiguos deseos que tienen por cumplir, nuevos, cualquier cosa, miedos, amor, triunfos…cualquier cosa que deseen puede suceder.

La señorita Mendoza se quedó un momento pensativa y dijo:

-Se trata de un parque de diversiones, capitán.

El la miró sorprendido.

-Por supuesto. Esta isla fue construida para que nuestra raza viniera a jugar -añadió Methmoon.

-¿Su raza? ¿Jugar? –Preguntó atónito el capitán-.

-Si, jugar, señor -interrumpió la señorita Mendoza-. Cuanto más compleja es la mente, mayor necesidad hay de la simplicidad de un juego.

-Exactamente, es usted muy perspicaz señorita -dijo Methmoon-.

-Aun así no puedo explicarme la muerte de mi biólogo, el señor García –replicó visiblemente cabreado el capitán-.

-Posiblemente porque nadie ha muerto, capitán…mire -dijo la señorita Mendoza señalando con la mano a su derecha.

-¡Señor García! -exclamó sorprendido el capitán-.  Pero…pero, ¿no estaba usted muerto?

-Eso creía yo también, señor. Me llevaron debajo de la superficie para hacerme unas reparaciones. Es increíble, tienen una compleja fábrica allí abajo. No lo creerá, pero pueden construir cualquier cosa inmediatamente.

-¿Y, como explica esto? –Preguntó la señorita Mendoza señalando a las dos preciosas chicas que me acompañaban cogidas de mi brazo-.

-Ejem…bueno…verá…yo, estaba allí abajo...pensaba en un pequeño cabaret que conozco en Barcelona…y… en dos chicas del coro que conocí…y…bueno, aquí las tiene…ejem…pero eso no es importante, lo importante es que estoy vivo, ¿no?

-Yo también estoy viva, a ver cuando se da usted cuenta…señor García -contestó ella separando a mis dos acompañantes de forma poco cordial y cogiéndome por la cintura.

-Ejem…sí, claro,  usted también está viva señorita Mendoza….ejem... Bueno chicas supongo que aquí se acaba todo…

Todos sonrieron, inclusive el capitán. Había quedado claro que la señorita Mendoza no quería competencia y así lo dejó patente.

-Sentimos que algunos de ustedes hayan pasado un mal rato -dijo Methmoon-.

-Dice usted que su gente construyó todo esto… ¿Y quiénes son su gente?

-Tengo la impresión de que su raza aún no está preparada para comprendernos, capitán.

-Estoy de acuerdo -dije yo, asomándome al abismo profundo de los ojos de la señorita Mendoza-.

En ese momento, sonó un ruido crispeante y espectral. Era la radio que volvía a funcionar.

-Diga, aquí el capitán.

-Aquí el alférez Hernández. Las comunicaciones vuelven a estar restablecidas, señor, ¿necesitan ayuda?

-No, todo está en orden alférez Hernández. Ya le contaré.

Methmoon, el encargado de la isla miró al capitán y le dijo sonriendo:

- Si quieren y toman precauciones, esta isla  podría ser un lugar de diversión ideal para su gente… ¡si lo desean, claro!

Yo asentí con la cabeza y dije:

-Creo capitán que es una buena idea.

Él sonrió brevemente y dijo:

-Alférez…comiencen a desembarcar, y diga a los miembros de la  tripulación que se preparen para las mejores vacaciones que jamás han tenido…capitán, corto y cierro.

(Continuará...)

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