10 octubre 2012

En busca de las huellas del Argentinosaurus en la Patagonia argentina (IV Parte)


Al penetrar en la antesala de la  cueva, no sin cierta desconfianza,  sentí como un escalofrío recorría mi espalda. El escenario era oscuro, pero el resplandor tembloroso, procedente sin duda de una pequeña  hoguera ubicada más al interior, permitía vislumbrar la gama de colores, rojo, ocre, amarillo, blanco, negro,  y la multitud de siluetas de animales, principalmente guanacos y choiques, y las famosas manos que daban nombre a la cueva. También había motivos geométricos, líneas, puntos y mandalas de los cuales se desconocían su significado. Siempre he sido un apasionado de las culturas diferentes, de los países exóticos, y había leído que  esos dibujos se confeccionaron con frutos, plantas y rocas molidas, pero también, por magia contagiosa,  se había utilizado la sangre de los animales cazados y la grasa de los mismos como aglutinante. ¡Un asco!
Entramos más adentro de la cueva, a través de una estrecha hendidura, y llegamos a un espacio más amplio  en cuyo centro,  entre el claroscuro que la tenue luz de una pequeña hoguera brindaba, destacaban las siluetas de  las hermanas de Methe: Chuppa, Tokha y Meneha.
Al acercarme, la intensidad de la llama me permitió verlas en todo su esplendor. Las miré fijamente y el corazón me dio un vuelco. Eran idénticas, trigemelas. Sí, lo sé, se trata de un hecho rarísimo, pero ocurre créanme, aunque las probabilidades son muy escasas: sólo en uno de cada 16 millones de partos. El caso es que eran  unas mujeres muy guapas y altas,  de aire lánguido, piernas fuertes y largas. Sus hombros eran de una anchura insólita y poco habitual en las féminas patagonas. Iban envueltas en una tela de algodón, rayada, guarnecida de flecos, que cubría unos vestidos simples,  de piel de ciervo pampeano,  y un resplandor de salvajes ornamentos rompía la uniformidad. Lo que la indígena indumentaria pretendía ocultar era, sin embargo, de todo punto encantador. Sus bustos opulentos y poderosos; con senos que atirantaban provocativamente la piel de la prenda que los cubría  y parecían pedir a gritos libertad.
Ellas mantenían la cabeza erguida. Tenían los cabellos negros como el cordobán, rozándoles los senos. Resplandecían como el pelaje de una pantera negra e iban sujetos con una cinta de cuero que les daba un aire a medio camino entre lo romántico y lo étnico. Llevaban anillos en todos los dedos, pulseras de bronce hasta casi los codos, e innumerables collares de abalorios en el cuello, que brillaban como las pléyades. Las chica eran preciosas y tenían unas piernas que valían un imperio y ningún inconveniente en mostrarlas. Eran tan hermosamente exóticas que al mirarlas el corazón parecía querer  salirse de su ubicación natural, y tocarme el paladar.
Una de ellas se acercó a mi con paso airoso. Bajo una frente límpida, enmarcados por los arcos simétricos de oscuras cejas de tonalidad natural, resaltaban llenos de vida, unos hermosos ojos, negros como el alma del ángel caído,  sombreados por largas pestañas, y en cuyo brillo  hubiera cabido imaginar la presencia de una diosa Inca.
Su silueta, así realzada por su vestido, era soberbia y, ciertamente, exacta de lo que en principio imaginé. Su esbeltez y lo estrecho de su cintura daban aun mayor relieve a la amplitud de sus hombros. Los senos, firmemente asentados, tenían, en verdad, vida propia. Sus piernas, fuertes y de torneado perfecto,  iban enfundadas en unas botas de cuero de Pecarí que le llegaban  más arriba de las rodillas.
El conjunto de este examen lo realicé en no más tiempo que los dos segundos precisos que necesitó para  llegar a mi.

Methe por su parte me escudriñó con una insistente mirada. La fijación en sus pupilas me hizo pensar que reflexionaba. Aunque dudo que ella percibiera cambio alguno en mi expresión. Pero de lo que estaba seguro es que, de haber adivinado las cosas que en aquel momento me venían a la imaginación mirando a su hermosa hermana, me habría echado a patadas de la cueva.

Te presento a mi hermana Chuppa -me dijo Methe- . Y allí sentadas cerca de la hoguera -añadió con un gesto de su mano- están Meneha y Tokha.

Debo reconocer que en ese momento me sentí un poco aturdido. Por mi cabeza pasaron mil pensamientos y ninguno bueno...o malo, según se mire. Y recordé que accedí a investigar la extraña desaparición del profesor Alberto Alejandro José Hernán cortés de Villanueva porque estaba seguro de que el caso no me llevaría mucho tiempo y podría dedicarme a cosas más importantes como descansar o leer los evangelios apócrifos... pero ahora tenía claro que me había equivocado… en lo referente al caso y en lo referente a descansar. Tendría que emplearme a fondo y  desempeñar el papel de héroe.
Me senté en el borde de una banqueta de madera que estaba cerca del fuego e hice una mueca. No comprendía nada, eso estaba muy claro, y no me gustaban las situaciones que no dominaba y aún menos saber que había sido lo bastante estúpido o desafortunado para creerme toda esa historia de aquella extraña desaparición del profesor que me había contado la señora Fulgencia Eleonor de Bordecillas. Así que respiré cuidadosamente, fruncí el ceño, y dije:

¡Un momento! Vamos a ver chicas, creo que ha llegado el momento de tener una charla. Primero contigo, Methe. ¿Me puedes explicar porque eres rubia y blanca como la nieve del Kilimanjaro y tus hermanas morenas y cobrizas como una moneda de cuproniquel?

Oh, ahora pareces de mal humor y eso es porque estás cansado-contestó ella-. Todo a su debido tiempo. Lo que necesitas ahora es un poco de descanso.  Necesitas una buena comida casera y un ambiente relajante. En resumen, nos necesitas a nosotras.

—No me digas ¿Tienes algún plan especial en mente?  

—La verdad es que sí —repuso ella sonriendo pícaramente-.

-Pues apárcalo por ahora y contestame la pregunta.

-Está bien. Como quieras. Pero la historia es muy larga, que lo sepas.

—No tengo prisa, y si quiere la puedes resumir.

—Está bien. La historia comienza al finalizar la II guerra mundial . Una de las asistentes del doctor Josef Mengele, "El ángel de la muerte" de Auschwitz, Frau Hohenau,  una belleza aria de tez clara y cabellos rubio oro, huyó de Alemania y, como muchos otros nazis, encontró refugio en Sudamérica. Frau Hohenau, concretamente aquí, en la Patagonia argentina. Después de un tiempo,  se enamoró y se casó con un  apuesto oficial alemán que también había huido de la persecución del caza nazis,  Simon Wiesenthal , y tuvieron una hija, mi madre, rubia y aria como las Valkirias. Mi madre al cumplir los veinticinco años se enamoró a su vez de un apuesto jefe de una tribu cercana, Sobah Meláh, y me tuvieron a mi. Las circunstancias, y la fuerza genética, se impusieron e hicieron que prevaleciera, por encima de todo, la herencia genética de mi madre...y aquí está el resultado-dijo señalandose-. Finalmente, hace diez años, en un trágico y misterioso accidente fallecieron mis padres, y Tomáh Meláh, el hermanastro de Sobáh Meláh, me adoptó y me educó junto a sus hijas naturales: Tokha, Meneha y Chuppa. ¡Bien, ahora ya sabes por qué soy tan rubia y mis hermanas no!

-Bueno, supongo que tengo que creerte. Además, no creo que te hayas podido inventar una historia así en dos segundos.

-Créeme, no tengo tanta imaginación, soy rubia, ¿no lo ves? Ahora sígueme, quiero enseñarte algo. Mejor dicho: al alguien.

Me guió hasta el fondo de la cueva, y allí, tumbado y durmiendo boca abajo en un camastro de madera, en la penumbra, había el cuerpo de lo que parecía ser un hombre. Methe acercó una antorcha y entonces le ví la cara. No me lo podía creer, me froté los ojos repetidamente de forma compulsiva y grité:

-¿Abdul!  ¿Abdul bagud del oasis de baghera yihad! ¿Qué coño haces aquí? –añadí agarrándolo por la chilaba-. Por cierto ¿Y tu camello? ¿Donde está tu camello que no lo he visto en la entrada de la cueva?

-¡Oh, Tony Pashá!  Qué alegría verte, bendito el profeta Mahoma, las bendiciones y la paz sean con él. Mi camello, murió en el camino, no encontré agua para él y no le gustaban las infusiones de té verde que le preparaba.

(Continuará…)

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