...Entré en la habitación, y me dirigí pensativo hacia la ventana.
Miré al exterior, y sentí un ligero vacío en mi interior, una punzada al
recordar a Lidia, y una sensación de soledad. Caminé hacia la cama, saqué mi
Glock y le quité el cargador. Eché hacia atrás la recámara y comprobé que
estaba limpia. Entonces metí de nuevo la munición y puse el seguro, luego
deslicé el arma dentro de su funda, y me tumbé en la cama. Estaba cansado, no
físicamente, sino mentalmente, y me dormí.
A las ocho en punto entraba en mi coche, un Porsche cabriolet bi-turbo
de 420 caballos, y me dirigí al Club Café cantante, en la avenida de los Campos
Elíseos, para reunirme con Charlize Breton. Me detuve delante de la
entrada principal, y el aparca coches se acercó. Tenía su nombre escrito en una
placa que lucía lustrosa y pulida. Por lo visto se llamaba Pierrot. Bien podía
ser el nombre de un camarero o de un vendedor de helados. Esos clubs eran así.
Sofisticados y a la vez teatrales. Le entregué las llaves, y subí la escalinata
del Club. Entré al vestíbulo de recepción. Estaba seguro de que aquella iba a
ser una velada agradable. El gerente me atendió en persona, dándome la
bienvenida con una efusiva y radiante sonrisa que hizo brillar su dentadura
postiza.
-Buenas noches, ¿puede usted indicarme la mesa de la señorita
Charlize Breton?-pregunté educadamente-.
-Ah, sí. La señorita Breton es una cliente asidua de este club.
-De verdad…y dígame, ¿la conoce usted bien?-pregunté con
maliciosa curiosidad-.
-Oh, sí señor, es una señorita…a ver si sé expresarlo-se detuvo
un segundo, y luego con una sonrisa pícara, añadió-: una señorita que
levanta…pasiones.
-Eso creo yo también-contesté mirando hacia la gran sala que se
veía a mi derecha-.
-La encontrará justo allí-dijo señalando una gran palmera que
decoraba un rincón del elegante comedor-.
Atravesé con paso lento la aristocrática y espaciosa sala. Las
personas allí presentes formaban esa mescolanza internacional corriente en esos
lugares. La chica estaba frente a media botella de champagne Krug. Llevaba el
cabello suelto en cascadas sobre la cara, el mentón descansando en la mano y
los ojos pensativos y tristes mirando al vacío. Al sentarme a su lado, ella no
demostró la menor emoción. Me miró una sola vez, curiosa, como estudiándome.
Miró su reloj y dijo:
-Me gustan los hombres puntuales.
-A mi no…prefiero a las mujeres.
La frase dio resultado. Su rostro se animó de pronto.
-Todavía no he encargado la cena, te esperaba -dijo-. Iba a sugerir
que eligieras tú.
Sonreí. Con un gesto llamé al maître y la miré.
-¿Qué te parece caviar, algo para picar y un “Chateaubriand a la
bearnesa” con un buen champagne rosado? Dicen los entendidos que es
afrodisíaco-añadí sonriendo-.
-Me gusta la combinación, y puede que produzca efecto. Pero no pienso
acostarme contigo… nunca lo hago en la primera cita-dijo en un tono de voz que
no admitía réplica-.
¿Por qué siempre las mujeres me dicen lo mismo? Lo llevaré escrito en
la frente -pensé para mí- y respondí rápidamente:
- Estamos en nuestra segunda cita, Charlize, no olvides esta mañana,
en tu casa.
-La cita en mi casa no cuenta. He aceptado cenar contigo simplemente
porque vamos a trabajar juntos, y porque no salgo a menudo con un francés medio
catalán, pero no quiero que me mires bajo un concepto equivocado.
Sonreí, y no dije nada. Muchas veces me había funcionado. Entonces, de
repente ella se inclinó hacia mí, me puso una mano sobre la mía y añadió:
-Lo siento. He sido un poco brusca. No pareces que seas como el resto
de moscardones que he conocido.
Llené las copas, y sin dar importancia a su comentario, levanté la mía
y la miré por encima del borde.
-¿Qué te parece si brindamos por el éxito de la misión, y de nosotros?
Charlize sonrió en una mueca sarcástica. Se bebió la copa de un trago
y la dejó sobre la mesa con delicadeza.
Llegó el maître junto a un camarero y pedimos la cena.
Ella cogió su tercera copa de champagne y me miró. Después, sin
prisas, la llevó a sus labios y sin dejar de mirarme, en dos tragos, se
la terminó. Dejó la copa sobre la mesa y sacó dos cigarrillos de la cajetilla
al lado de su plato, inclinándose hacia la llama de la vela que ambientaba la
mesa. El valle entre sus senos se abrió para mí. Ella me miró a través
del humo de los cigarrillos y me ofreció uno.
-Pensaba que no te gustaba fumar-dije, cogiéndolo-.
-Supongo que lo dices por esta mañana en mi casa. Allí no me gusta, el
humo se agarra a todo.
-Eso me pasa también a mí-contesté sin bajar la mirada-.
De repente, sus ojos se encendieron y sentí como lentamente, me
recorrían. Creí adivinar lo que me querían decir: “Me gustas, pero no quiero
que me hagan daño otra vez”.
Entonces llegó el camarero con el caviar, y rompió el hechizo del
plácido y silencioso oasis que Charlize había construido alrededor nuestro. Me
eché hacia atrás en mi silla. El camarero nos sirvió el champán y lo
probé. Estaba frío y tenía un ligero sabor a frambuesas. Era perfecto
para acompañar el caviar.
Durante un rato comimos aquellas huevas de esturión en silencio. La observaba
sin decir nada. Me gustaba como comía, como bebía, como miraba. Me gustaban sus
silencios… y esos picos de melancolía que asomaban de vez en cuando a sus ojos.
De repente sentí que no quería que el tiempo corriera, solo deseaba que se
detuviera, o por lo menos que cayera en un lento y dulce declinar, en un
sueño controlado que lo suspendiera transitoriamente. Los dos sabíamos lo
que queríamos. Los dos conocíamos el final de la historia… y sabíamos que nada
la podría cambiar.
-No me has dicho nada bonito de mi vestido… ¿Te gusta? –preguntó
curiosa-.
- El trapito es un sueño, y tú lo sabes. Me encanta el negro. En
especial sobre una piel trigueña como la tuya, y me gusta que no lleves
demasiadas joyas. Esta noche eres la mujer más bonita de Paris.
Ella se echó a reír, mirándome con aprobación.
-¡Por Dios! -exclamó -. Es lo mejor que me han dicho hoy.
Tenía una sonrisa preciosa y una voz cadenciosa y envolvente. La
miraba admirado. ..Y fue entonces cuando cometí el gran error de la
noche.
-¿Charlize, puedo preguntarte algo personal?
-Depende-dijo ella-.
-¿Qué hacías en la organización Cobra negra?
-Simplemente trabajaba allí -contestó, dando el tema por cerrado. -
Comprendí que mi pregunta era demasiado estúpida para ser contestada.
Y menos en este momento.
-¿Y Qué sabes de Van Haneggen?
-En realidad no es un mal tipo, excepto que es tan retorcido que si le
das la espalda lo más probable es que te agujeree la chaqueta. Dentro de la
organización era el encargado de las mafias del este. Hay otros más peligrosos,
matones profesionales. Tipos duros. –Me miró y sus ojos se endurecieron-. Ya
los conocerás -dijo con sorna-. Supongo que te gustarán, son tu tipo.
Bebió un poco de champán. Su humor había cambiado otra vez.
Ahora por culpa mía.
-Bueno, estos son los tipos para los que tú trabajabas-repliqué yo-.
-Sí, tienes razón. Pero ya es pasado. Créeme, es mucho más difícil y
peligroso salir que entrar en la organización. Y yo elegí hace tiempo
salir.
-Lo sé, y lo valoro en su justa medida. Cualquier otro se lo hubiera
pensado mucho antes de abandonar el círculo. Eres valiente.
-Tú también debes de serlo, sino Armentierres no confiaría tanto en
ti.
Bajé los ojos y me entretuve encendiendo un cigarrillo. Noté la
mirada de Charlize pegada a mí. Cuando levanté la vista, sus ojos volvían a ser
cándidos.
-Es solo un trabajo más… Y tengo una cuenta pendiente-repliqué-.
-Sí, con Charles Dumesnier, lo sé. Armentierres me ha explicado lo que
te pasó el año pasado. Pero si estás planeando algo sin contar conmigo, mejor
que lo olvides.
La llegada de los “Chateaubriands” acompañados de espárragos y salsa
bearnesa interrumpió a Charlize. Finalmente cuando llegaron los licores y el
café, la forcé a retomar la conversación donde la había dejado.
-La organización Cobra negra no es mi objetivo...
-Armand, vamos a trabajar juntos, no lo olvides-interrumpió ella- y
este trabajito no va a ser fácil. Te estoy diciendo que esta gente no es
estúpida, son profesionales. Si realmente Van Haneggen tiene la mesa de
Salomón, no sabe donde se ha metido. La organización va a ir por él, y
Dumesnier también…Y nosotros estamos en medio.
-No te preocupes, en peores situaciones me he encontrado-dije bebiendo
un trago largo de mi copa-.
Estaba irritada, absolutamente encendida con la falta de respeto que
demostraba tener por la peligrosidad de la misión y de la organización de
traficantes.
-Armand no tienes ni idea de qué es Cobra negra. Te aseguro que
esto se halla por encima de tus otras misiones. Tendrás que desprenderte del
traje de Armani, y bajar a los infiernos.
-Ya veo-dije sonriendo-. Crees que esa gente es realmente peligrosa,
¿verdad?
-Puedes apostar la vida -contestó ella llanamente.
El tema me estaba aburriendo, y sabía que yo tenía la culpa de haber matado
la velada al preguntarle por su pasado dentro de la organización. Charlize me
miraba malhumorada, y yo presentía que esto acabaría mal.
-¿Vamos a otro sitio? –pregunté sabiendo que la respuesta podía no
gustarme-.
-Mejor no -respondió ella con voz seca-. Llévame a casa. Me estoy
poniendo tensa. ¿Por qué diablos no has buscado un tema de conversación mejor
que esos malditos matones?
Pagué la cuenta y en silencio salimos del fresco ambiente del
restaurante al calor húmedo de la noche parisina, con su olor a gasolina y a
asfalto caliente.
Trajeron el coche, y ella se instaló en el asiento. Se sentó
apoyando toda la espalda y la nuca en el cuero envolvente, mientras con
la mirada alzada contemplaba las mortecinas sombras entre las luces de las
farolas.
No dijo nada en todo el trayecto. Por mi parte todo lo que quería era
decirle a aquella chica: «Me gustas mucho. Ven conmigo. Los dos estamos solos,
y no hay nada peor que eso”. Pero no quería ser un aprovechado con ella. Ya no
quería ser el Armand que acudía a las fiestas privadas de la jet set parisina,
el que usaba y llegaba a las mujeres a través del corazón para luego olvidarlas
sin tan siquiera perder el tiempo en inventar una mentira piadosa.
Todo esto estaba enterrado. Lo enteré cuando me di cuenta que un hombre
de verdad, a diferencia de los animales, necesitaba algo más que sexo y
compañía. Necesitaba sentir amor y ternura. Lidia fue quien me recondujo al
sendero luminoso de los sentimientos y las emociones compartidas, aunque en el
fondo creo que es lo que siempre deseé. Solo que me di cuenta demasiado tarde.
Paré el coche delante de la verja de su casa y la ayudé a bajar.
Mientras recogía su bolso del asiento trasero para dárselo, ella permaneció de
pie sobre el pavimento, dándome la espalda. Atravesamos el jardín en el tirante
silencio de una pareja de novios después de una pelea nocturna. Llegamos a la
puerta, ella se inclinó, metió la llave en la cerradura y abrió de un empujón.
Entonces se dio la vuelta y dijo:
-Escucha, Armand...
Había empezado en tono amonestador, pero se interrumpió y me miró
directamente a los ojos. Pude ver que sus pestañas estaban húmedas. De repente,
ella me echó los brazos alrededor del cuello y con su rostro muy cerca del mío
me dijo:
-Todo lo que te he dicho y mi enfado posterior es porque me gustas y
no quiero que te pase nada.
Entonces me atrajo hacia ella para besarme, larga y fuertemente en los
labios, con ternura furiosa en la que casi se respiraba amor. Pero cuando mis
brazos la estrecharon y quise devolverle el beso, su cuerpo se tensó y se
escurrió del abrazo poniendo fin al momento de abandono y debilidad. Con la
mano en el pomo de la puerta abierta, se volvió y me miró. El brillo sensual y
la mirada felina habían vuelto a sus ojos.
-Ahora, aléjate de mí. Nos volveremos a ver en Zúrich, el jueves -dijo
con falsa fiereza, y cerró la puerta de golpe, echando luego la llave.
(Continuará…)