12 junio 2012

Armand Lagardère y la Mesa de Salomon (IV)


…Regresé al hotel con la cabeza llena de incógnitas. El coche iba solo, recorriendo las solitarias y estrechas calles del viejo Paris,  bajo los escasos fanales donde pequeñas colonias de insectos apátridas revoleteaban intermitentemente alrededor del moribundo haz de luz de color anaranjado. El coche iba solo, mi mente no lo conducía ni lo guiaba; estaba ocupada en algo mucho más importante que requería de toda su capacidad de concentración. Estaba trabajando intentando reconstruir el gran destrozo que Charlize  había producido en mi frágil maquinaria emocional. No, no me refiero al hecho de que me cerrara la puerta en las narices. Al contrario, aquel gesto que visto fuera de contexto podría parecer desalentador y casi humillante, era justamente el que me estaba provocando esa maldita cadena de cálculos de probabilidades. La probabilidad es la característica de un evento, que hace que existan razones para creer que éste se realizará. Mi mente analítica volvía a funcionar, no podía actuar de otra forma, y recordé la regla de cálculo de casos favorables sobre casos posibles: La probabilidad p de que suceda un evento S de un total de n casos posibles igualmente probables es igual a la razón entre el número de ocurrencias h de dicho evento (casos favorables) y el número total de casos posibles n. 
Todo esto está muy bien –pensé para mí- y para resolver temas financieros o aconsejar a un amigo es perfecto. Pero lo que me tenía absorto desde que dejé a Charlize en su casa no tenía nada que ver con finanzas, y me afectaba a mí. La gente en general, la común, la que nos encontramos cada día comprando el diario,  piensa que las emociones instintivas, las sensaciones ocultas no importan mucho… Y para mi todo depende de eso.
 Estaba claro, casi me podría haber evitado tanto cálculo inútil: solo una mujer enamorada cierra la puerta así –resolví finalmente-.  ¿Pero qué pasa conmigo? –Me pregunté meditabundo y embebido de dudas-.  Conocía esa extraña sensación. La conocía, por haberla vivido ya, pero seguía pareciéndome extraña. Qué complicada es la vida a veces-concluí  para mí-.
Llegué a mi habitación, y me preparé una copa de gin-tonic. Luego cogí mi móvil, lo miré y lo deposité sobre la mesita. Consulté la hora en el reloj. Aún no eran las doce de la noche. Tengo que llamar a Armentierres-pensé para mí-, necesito conocer de su boca quien es realmente Charlize. Armentierres aparte de ser mi superior, era como un padre para mí. Un poco gruñón a veces, pero limpio y juicioso como nadie. Marqué su número y me senté en el sillón, cerca de la ventana.

-Señor, soy Armand, espero no ser inoportuno.
-Claro que no. Dime, ¿qué ocurre? Nada grave espero…
-Oh, no-le interrumpí-, es referente a la nueva misión. Quería que me hablara de Charlize Breton…
-Charlize, claro. No he tenido tiempo de hablarte de ella. Todo ha sido tan rápido.  Parafraseando a Hermann Hesse diría que para contar la historia de su vida hay que remontarse muy atrás. Si fuera posible, habría que ir aún más atrás, hasta los primeros años de su niñez y más allá de ellos, al remoto pasado de sus orígenes.
Oí como abría un cajón, sacaba su pipa y empezaba a llenarla. Luego la cerilla chirrió al raspar contra la caja. El sillón crujió, seguramente al arrellanarse en él.

-Charlize Breton es un encanto de mujer-continuó-. Ha trabajado alrededor de las bandas organizadas de  traficantes de arte durante muchos años y dentro de Cobra negra era sin duda la mejor. Se puede decir que desde su más tierna infancia la vida nunca le brindó demasiadas oportunidades. Nació en Paris, pero cuando cumplió los diecisiete años, su padre que trabajaba para una  organización del hampa relacionada con la prostitución decidió instalarse en Valencia  (España) y allí se hizo cargo de uno de los más elegantes clubs de alterne. Las cosas le iban bien hasta que cometió una gran equivocación. Un día se levantó con el ego por las nubes y decidió emanciparse, y montar un negocio por su cuenta. Una estupidez.  Una noche, unos sicarios se presentaron por sorpresa y destrozaron el local. A las chicas no las tocaron, pero tuvieron una “Noche loca” con Charlize. Entonces era solo una chiquilla que no había cumplido los dieciocho años. No me sorprende que tenga tanto temor y cautela con los hombres, desde entonces. 

Tras una breve pausa, donde oí los clásicos golpecitos de la pipa contra el cenicero para limpiar las cenizas y airear el tabaco, Armentierres prosiguió:

-Al día siguiente lleno una bolsa de viaje con cuatro trapos y el poco dinero que encontró de su padre, y se largó. A partir de ahí  lo que suele ocurrir con una chica guapa y desamparada: trabajó de camarera,  bailarina de striptease, modelo de fotógrafos fracasados, hasta que cumplió los veintidós. La vida no debía de parecerle demasiado maravillosa y se dio a la bebida y empezó a tontear con la cocaína. Se fue a vivir a Londres y se instaló en una pensión de mala muerte del East End.  Allí trabajó un tiempo hasta que un día decidió terminar con esa vida infame, y se tiró al rio Támesis desde el Tower Bridge. Pero la vida le seguía negando todo: hasta el descanso eterno. Un hombre la vio, y saltó para salvarla. El nombre de Charlize salió en todos los medios de comunicación y un rico empresario de la City se encaprichó de ella. La ayudó e hizo que dejara el alcohol y las drogas y luego se la llevó a viajar por todo el mundo…el precio de su buena acción te lo puedes imaginar. Cuando tuvo la oportunidad Charlize se escapó y se fue a vivir de nuevo con su padre, que por entonces ya se había retirado del negocio de las chicas y regentaba un pequeño hotel en la campiña francesa.  Pero el pasado terco y  contumaz la perseguía, y supongo que la vida le pareció un poco aburrida, así que volvió a descarriarse aterrizando en Ámsterdam. Trabajó de bailarina en un club del barrio rojo por un tiempo. Allí conoció a nuestro “amigo” Van Haneggen, que se entusiasmó con ella porque no quería acostarse con él. Al principio le ofreció algún trabajillo sin importancia y luego la introdujo en la organización Cobra Negra donde con el tiempo fue adquiriendo responsabilidades… hasta que se negó a realizar un trabajo.
-¿Qué tipo de trabajo?-pregunté con curiosidad-.
- La organización supo que el padre de su mejor amiga, con la que ella  compartía apartamento, pasaba información a la policía. Le sugirieron que lo quitara de la circulación. Ella se negó. Entonces se lo ordenaron. Charlize volvió a negarse,  y  en represalia mataron a la amiga y al padre. El resto ya lo sabes.
-Vaya historia-dije yo-.
-En el fondo es una buena chica-añadió Armentierres-, y comprendo que después de lo que le hicieron aquellos sicarios cuando tenía diecisiete años, pocas salidas tenía. Los años me han ablandado, Armand, y si te digo la verdad, aprecio a esa chica…la aprecio…sí.
-A mí también me gusta -dije parcamente, y en mi mente vi de nuevo sus ojos que me miraban hosca  y melancólicamente  desde el espejo rococó  de aquella habitación solitaria, mientras sonaba “La vie en rose”.
-Ah, otra cosa; Si te sirve de consuelo  te diré que si tuviera cuarenta años menos yo también me enamoraría de ella,
-No se le escapa nada señor-dije en un tono amistoso-.
-Por eso  soy el jefe, no lo olvides, Armand.
-Nunca lo olvido señor.

Eché una ojeada a mi reloj.  Eran las 12.45. 

- Bien señor, gracias, y perdone  mi llamada repentina-dije agradecido-. Me voy a dormir un poco. Ha sido un día largo y lleno de sorpresas. Tengo habitación en el  Van Gogh. ¿Dónde nos vemos mañana señor, en la central del B.R.T.P?
-No, no quiero que nadie te relacione por ahora con la sección. Por eso te he puesto de enlace a Charlize. Nos encontraremos en el hipódromo de Vincennes, a las diez de la mañana. Estaré en la tribuna H.
-Entonces hasta mañana señor.

De nuevo en mi vida irrumpía con fuerza una mujer  conflictuada.  Como siempre, la voz interna  de mi experiencia , cual farolillo rojo que alumbraba mi vida pasada,  me decía que no me convenía, que me olvidara de ella…y como siempre,  sabía que no le haría, caso ya que solo servía para alumbrar el camino ya recorrido, pero no el que nacía día a día, paso a paso, delante de mí.

(Continuará…)

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