03 julio 2012

A otro perro con este hueso.

Decía Gustave Flaubert  (escritor francés, para mí el mejor novelista occidental): “Si la sociedad sigue a este paso creo que veremos místicos otra vez, como los hubo en todas las épocas oscuras. (...) Y la humanidad, como la tribu judía en el desierto, se pondrá a adorar a toda suerte de ídolos.”
Visto lo visto ayer en Madrid,  acertó de pleno. ¡Qué triste le pone siempre a uno la alegría de los tontos! Pero ya se sabe que el entusiasmo colorea la vida humana. En realidad, lo que para la mayoría de los españoles equivale a digno de ser admirado es, en esencia, una mezcla de popularidad y horterada.  No tengo nada contra el fútbol, es más, me gusta, pero lo ocurrido ayer en Madrid, en la situación trágica en la que se encuentra tanta gente, me ha hecho sentir vergüenza ajena.
Soy consciente que la gente siempre responde positivamente a la alegría y el entusiasmo, y del mismo modo sé que esa bizarra alegría consiste en tener salud y la mollera vacía, aunque en mi humilde opinión la diversión puede ser el postre de nuestras vidas, pero nunca su plato principal. Como dijo acertadamente Don José Ortega y Gasset, “dime cómo te diviertes y te diré quién eres”, y yo añadiría, parafraseando a Robert Penn Warren: hablar de fútbol y copular son dos de las principales diversiones de los españoles. Son baratas y fáciles de procurar.
De todos es conocido que el fútbol juega un rol societario en la propagación de actitudes patrioteras, es la forma que tienen los políticos de organizar una comunidad enferma y debilitada, y para ello nada mejor que servirse de los medios de comunicación y en especial la televisión. Eso me viene a huevo para sacar a pasear nuevamente mi pedantería y recordar unas palabras del gran director de cine Billy Wilder: La televisión es lo más maravilloso que podía habernos sucedido. Siempre hemos sido lo más bajo de lo bajo, pero ahora han inventado algo a lo que podemos mirar desde arriba. Sí amigos, lo han conseguido. Han conseguido vender, a base de mucha propaganda, a la mayoría de los españoles, un producto que según dicen ellos nos hará más feliz, aún en la miseria. Ésta mercancía maravillosa se llama “La Roja”. Todo el mundo sabe,  aunque viendo la marea de descerebrados que ayer tomaron las calles  de Madrid lo dudo, que los principios en que se funda esta clase de propaganda son en extremo simples. Solo hay que hallar algún deseo corriente, algún anhelo inconsciente; imaginar algún modo de relacionar este deseo o anhelo con el producto que se quiere vender; construir un puente de símbolos verbales o pictóricos por el que el cliente pueda pasar del hecho a un sueño compensatorio y del sueño a la ilusión de que nuestro producto, una vez adquirido, convertirá el sueño en realidad. Como ven, es todo muy sencillo y está muy estudiado. Esta propaganda busca en definitiva, y eso ya lo dijo  Emile Armand, “a los seres que forzados a vivir en sociedad no se sienten ligados a ella ni por la más ligera fibra del corazón, y por célula alguna del cerebro.” En fin queridos amigos y amigas, yo opino como un famoso sociólogo norteamericano que dijo hace más de treinta años que "la propaganda era una formidable vendedora de sueños", pero resulta que yo no quiero que me vendan sueños ajenos, sino sencillamente que se cumplan los míos. Tal vez soy una anomalía, un bicho raro, un anacronismo, pero no creo ser el único, o eso espero. Charles Bukowski decía que nuestra sociedad la hemos formado con nuestra falta de espíritu, y que nos la merecíamos, y le doy la razón. No quiero aburrirles más, solo permitánme terminar diciendo que cuando vi por la tele, ayer, el espectáculo bochornoso del portero suplente de la selección, Pepe reina, me acordé de las palabras de Tristán Tzara: ¡Mírenme bien! soy idiota, soy un farsante, soy un bromista. (...) ¡Soy como todos ustedes!

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