25 mayo 2012

La primera frase es siempre la más difícil.


“La primera frase, siempre, es la más difícil”. Eso es lo que dicen los escribidores; cronistas, periodistas, poetas,  escritores en general. Todos habrán visto, en algún momento, la clásica escena cinematográfica donde nos muestran a un personaje frente a una máquina de escribir (el ordenador no sirve para esta escena) intentando empezar una historia, un relato, o una carta,   arrugando y finalmente tirando de mala manera la hoja de papel a una papelera rebosante. En mi caso, que no soy ni cronista, ni poeta, ni periodista, ni escritor, lo más difícil es rematar, culminar.   Empezar me es muy fácil, siempre lo ha sido, me sirvo de cualquier palabra, comentario o fantasía, vista o oída, y a partir de ahí todo es cuesta abajo. Pero rematar, culminar la historia o el relato, eso, amigos, eso es harina de otro costal. Para empezar un relato, o una historia, lo primero que hago es descubrir qué quiero contar y desde qué punto de vista. Parece una tontería, pero no lo es. Es cierto que un buen escritor hace algo más o menos bueno con una historia banal, solo hay que fijarse en mí, pero localizar una buena historia es importante y vale la pena esforzarse en esa etapa porque va a facilitar el resto. Muchas veces uno no lo toma en cuenta y termina confiando en recursos complicadísimos para salvar una historia que no valía. Otra cosa muy importante es saber elegir el género que mejor dominamos. Elegir es más significativo de lo que uno cree. Dilucidar para lo que valemos, y para lo que no, ahí está el corazón de la cosa. Yo que no valgo para nada no tengo este problema, pero eso no quita que soy consciente que hay que saber elegir un estilo, un género, y a ser posible, siguiendo lo que “el cuerpo te pide”; ese simple hecho va a hacer que valga la pena, que tu historia sea distinta a cientos de miles ya escritas.
¿Por qué digo todo esto? Simple y llanamente porque hoy voy a romper esta regla, y voy a escribir una historia en un estilo y en un género que no es el mío. ¿Y por qué? Se preguntaran ustedes. Vaya pregunta más tonta. Porque me da la gana, como siempre. Esto último (lo de “porque me da la gana”) me ha hecho recordar una situación divertida que me pasó no hace mucho tiempo. Estaba tomando una copa con una buena amiga, y me dice: “¿Ton, tú que eres conocedor del mundo griego clásico, con qué personaje de estos tres te identificas más: Paris, Héctor, o Aquiles?”. Yo la miré, sonreí y le dije sin vacilar: Aquiles. Ella se extrañó, y entonces comprendí que no me conocía tan bien como yo creía. Y también me hizo pensar que tal vez la culpa de que no me conociera lo suficiente era mía. Lo que intento decir, y no es fácil expresarlo ya que no es ni mi estilo ni mi género, es que en lo tocante a sentimientos, emociones y desvestir mis entrañas soy más bien reservado, por eso ella se extrañó cuando me decanté por Aquiles y no por Héctor que era el que ella había imaginado. Paris estaba descartado desde el principio porque aunque mi buena amiga no había acertado de pleno, me conocía lo bastante para saber que Paris se parece a mí lo mismo que un huevo a una castaña. Luego me preguntó por qué había elegido a Aquiles, y le dije: Te diré primero por qué he descartado a Paris y Héctor. Paris era un niño de papá, mimado y tonto. Héctor por lo contrario, era el yerno perfecto; responsable, valiente, sensato, seguidor de las normas y reglas establecidas, honesto, digno y con ética. Ya ves que ninguno de los dos casa conmigo. Sin embargo Aquiles era, rebelde, arrogante, vanidoso, atormentado, desafiante, sin más dueño y señor que el mismo…Aquiles era glorioso. Y aunque toda Troya lloró la muerte de Héctor, y muy pocos griegos la de Aquiles, él pasó a la historia y el mismísimo Alejandro Magno lo quiso imitar.
Ya lo ven amigos, todo esto me ha venido a la memoria cuando he dicho “porque me da la gana”. Está claro que me enrollo más que una boa constrictora, así que vayamos ya a la historia, que de eso se trata.
La historia de hoy tiene que ver con la Amistad…con mayúscula. Yo tengo pocos amigos, creo que lo he dicho miles de veces aquí, lo que no quiere decir que muchos se crean amigos míos. La amistad auténtica no es muy frecuente por mucho que la gente en general piense lo contrario. Vivimos en una sociedad que lo confunde todo, que tergiversa y manipula, y eso provoca que las palabras pierdan su sentido, se corrompan y acaben sin valor alguno. En la vida real, en el día a día, esto es muy fácil de detectar, pero en el mundo virtual, ahí queridos amigos, es más difícil. Se deben de producir circunstancias, hechos, situaciones especiales para determinar, o percibir,  quien es amigo, o tan solo contacto. Personalmente he tenido la suerte de contactar con algunas personas que merecen todo mi respeto y cariño, pero hay una en especial, y alguna vez he hecho mención de ella aquí en tono divertido y cariñoso, que se merece después de más de tres años de hablar con ella, un reconocimiento público. Es una chica especial. Muy especial. No, no es como las chicas que describo en mis historias; no tiene las piernas como columnas de seda, ni llamea fuego bravío de sus ojos, tampoco su boca es una floración carmínea, ni su melena es brillante con la de una pantera negra bajo la luz de la luna. Todo eso está muy bien para una historia de fantasía y ficción, pero todos sabemos que no es real, que es puro cuento. Lo real, lo que cuenta, y es lo que quiero transmitir hoy con esta historia, es la empatía, la bondad, la simpatía, la entrega, la inteligencia, la picardía a ratos, la solidaridad, la fidelidad, la lealtad, el respaldo, el apoyo, el apego, en resumidas cuentas…el dar sin esperar nada a cambio. Todo esto que acabo de decir, todo, absolutamente todo, lo tiene esta chica. También tiene carácter, y mala leche a veces, no es perfecta, lo sé, ha sido en el pasado lectora de Milán Kundera, es multiorgásmica, le gusta una isla llamada Cabo Verde y la música descatalogada, se ralla a veces cuando vuelve a casa a las 4 de la mañana con unas copitas de más, pero todo esto yo se lo perdono… porque me da la gana. Recuerdo cuando nos conocimos hace ya más de tres años, yo sabía que ella hablaba muy bien el inglés, y le dije: “ai spik inglís veri veri guel, laik iú. Bat ai sink zata i nid uan o tri lisons for writen perfecli.” Creo que no me entendió muy bien, alguna coma faltaría, pero desde ese día no hemos parado de reírnos juntos. ¿Os he dicho que es especial? Sí, pues mejor, porque lo es de verdad. En esos tres años, no me ha fallado ni un solo día, lloviese o no. Me ha ayudado en todo, ha leído todo lo que he subido, lo bueno y lo malo, me aportado información, ha intentado enseñarme inglés, a trazar las curvas Besiers, me ha solucionado problemas informáticos, aún teniendo como tiene ahora, a su madre ingresada muy grave, ha tenido siempre un momento para saludarme, hasta ha perdido un amigo por mi culpa. Sí, bueno, vale, ya lo sé, eso último teniéndome a mí de colega es muy fácil, pero es de agradecer que no me haya matado, ¿no?
En fin queridos amigos, lo que quiero decir a mi manera, sin hacer poesía, eso lo dejo a los poetas, es que si hay alguien en esta red social, llamada Facebook, que sé, rotundamente además, que nunca me olvidará y que nunca me defraudará, es ella. Y lo sé, porque me ha demostrado en todo este tiempo que es de fiar. Para terminar, como siempre, sacaré la brocha de la pedantería y dejaré una pincelada, no lo puedo remediar, ya me conocéis, y nada mejor para eso que una frase de Charles Péguy: El amor es más raro que el genio propio…Y la amistad es más rara que el amor.
Ah, coño, que se me olvida, no he dicho su nombre. Esta mujer tan especial se llama: Belén Trincado.
Un besote Belén, eres lo mejor de lo mejor. Y otra cosa, no he etiquetado a nadie en esta nota, porque sé que ella, sin necesidad de estar etiquetada, la leerá, como lee todo lo que subo. Si es que ya lo he dicho... es un amor.

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