24 agosto 2012

El estigma femenino...O, ¿son las mujeres de fiar?


El otro día fui a comer con mi amigo Josep (ya saben que me refiero al que se folló a la segunda mejor amiga de su ya ex mujer y que bla bla bla…) y como siempre que comemos juntos surge la tan esperada sobremesa. Esperada, y muchas veces desesperante. Ese día el tema que tratamos fue si las mujeres son de fiar, o no. Sí, lo sé, es un tema argumental my manido, pero qué quieren que les diga si Josep es así de simple. Además se puso tan  insistente y contumaz que no me quedó más remedio que explicarle que a mi entender las mujeres nunca han sido de fiar.

-Verás Josep, San Juan Crisóstomo decía: Cuando la primera mujer habló, provocó el pecado original. Y san Ambrosio concluía: si a la mujer se le permite hablar de nuevo, volverá a traer la ruina al hombre. La iglesia católica les prohíbe la palabra, los fundamentalistas musulmanes les mutilan el sexo y les tapan la cara. Los judíos muy ortodoxos empiezan el día diciendo: “gracias señor, por no haberme hecho mujer”. ¿Tú crees que todos están equivocados?


- Sí pero tal vez San Juan de Crisóstomo no sabía que saben coser, saben bordar, saben sufrir y cocinar. Son hijas obedientes, madres abnegadas, esposas resignadas y tú que eres tan ilustrado sabes muy bien que  para elogiar a un prócer se dice: “detrás de todo gran hombre siempre  hay una mujer”

-Vamos a ver Josep, hoy voy a contarte a mi modo y manera una historia de mujeres…déjame pensar unos segundos si recuerdo una que tú también conozcas.  

Pensé unos segundos y recordé la historia de Diego Marcilla e Isabel de Segura.


-Mira Josep, en la ciudad de Teruel viví­an Diego Marcilla e Isabel de Segura. Se conocieron desde muy niños, él era de pobre ascendencia y ella pertenecí­a a una de las familias más ricas de la localidad, con el paso de los años, la amistad se convirtió en amor… Un dí­a Diego tuvo que partir a la guerra, se alistó como soldado en los tercios del emperador. Pero el destino les estaba tejiendo una telaraña de desdichas. Isabel tení­a una prima con la que habí­a hecho vida familiar, Elena. Un dí­a vio a Diego y al instante quedó prendada de él, aún sabiendo los lazos que uní­an al mancebo con su prima, llena de pesadumbre, urdió un plan para que el muchacho quedase libre y pudiera ser suyo. Habí­a en la ciudad un noble caballero, don Fernando de Gamboa que, si bien amaba a Isabel, no se sentí­a muy seguro de ser correspondido. Un dí­a Elena falsificó la escritura de Isabel en una misiva y, llamando a una vieja criada, la envió con dicho papel a casa de don Fernando. Éste, sorprendido, vio una luz de esperanza y en lugar de partir de la ciudad como tení­a previsto, pensó quedarse. Durante varios dí­as rondó la casa de Isabel. De nuevo Elena envió recado en nombre de Isabel, que ignoraba los turbios manejos de su prima. Así­ fue pasando el tiempo y los padres de Isabel juzgaron que ya era hora de dar en matrimonio a su hija. Sabí­an del cariño que existí­a entre la joven y Diego, pero considerando lo humilde de su origen, vacilaron. Don Fernando de Gamboa habí­a manifestado al padre el amor que sentí­a por su hija y, en cierta ocasión se presentaron al mismo tiempo Diego y don Fernando a solicitar la mano de la doncella. Hablaron los dos, exponiendo don Fernando lo noble de su apellido y las riquezas de su hacienda. Diego habló así­: - “No tengo riquezas ni noblezas; más desde niño me habéis tenido en vuestra casa y sabéis que amo a Isabel y que ella me corresponde”. Respondiéndole el padre de la doncella: - “No puedo concederte la mano de Isabel pues serí­a cambiar lo dudoso por lo cierto, la buena casa y la estirpe de don Fernando por la de un joven sin nombre ni fortuna” - “No es justo, noble Segura, respondió Diego, que neguéis a quien os ama como un hijo una oportunidad para ganar con el brazo lo que la fortuna le negó por su nacimiento. Dadme un plazo, aunque sea corto, y yo os demostraré lo que valgo” El padre de Isabel quedó pensativo y le respondió: - “Bien, de acuerdo, esperaré un plazo de tres años con tres dí­as. Si en ese tiempo vuelves con nombre y riquezas, o con nombre tan solo, Isabel será tuya. Pero ni una hora más esperaré”. Diego aceptó lleno de alegrí­a. Cuando Isabel y Diego se encontraron, anunció Diego - “Sé que antes de que haya transcurrido el plazo he de volver, y entonces serás mi esposa y nada habremos de temer”. Y Diego partió a Barcelona, que entonces estaba llena de soldados. Se alistó en uno de los Tercios y embarcó hacia Cartagena. Allí­ salió con su compañí­a para las tierras de África, demostrando prontamente el valor que le animaba. Viaje tras viaje, logró que el Emperador le otorgase la banda de alférez y una Orden que ennoblecí­a su nombre. Entretanto, en Teruel, la prima Elena no habí­a cejado en su tarea de separar a Isabel de Diego. Un dí­a comunicó al padre de ésta que le habí­an llegado noticias de la muerte de Diego. Mucho dolor sintió el anciano y, tomando precauciones, se lo comunicó a Isabel, quien no podí­a creer la noticia de esa muerte, algo en su interior le decí­a que no era cierto. Y le pidió a su padre que aplazara la boda hasta el último momento, lo cual le concedió. El dí­a que expiraba el plazo y se celebraron las bodas, Isabel ya estaba resignada y aceptó de buen grado la mano de don Fernando. Dos horas después del vencimiento del plazo, entraba en Teruel a todo galope Diego Marcilla… habí­a llegado a toda prisa, reventando caballos, pero demasiado tarde. Esperaba que el noble Segura no hubiera sido rí­gido en el cumplimiento del pacto, y cuando llegó y vio las paredes alhajadas con ricas colgaduras y la servidumbre de gala, comprendió que su desdicha estaba consumada. Entonces penetró en la mansión subiendo a los aposentos de Isabel, ya preparados como cámara nupcial. Se ocultó debajo del lecho esperando a que llegara el matrimonio, que una vez despedidos por los familiares se dispusieron a acostarse. Cuando lo hubieron hecho, Diego, para impedir que se consumara la unión, tomó una mano de Isabel, la cual sintió un gran sobresalto, dando un grito. El marido preguntó si le ocurrí­a algo y ella, turbadí­sima y reconociendo la mano de Diego, pidió al marido que bajase a buscar un frasco de sales. Cuando ella quedó a solas con Diego, el cual, cayendo de rodillas ante ella, le recordó su amor, reprochándole su poca constancia, ya que debí­a haber esperado a su vuelta. Ella, aún sintiendo gran alegrí­a de verle, le dijo: - “Ha sido la voluntad de Dios y no la fortuna la que ha hecho que te retrasaras en la llegada. Te he esperado hasta el último momento, ahora, desgraciadamente ya nada puedes obtener de mí. Casada estoy ante el Señor y no puedo faltar a mi honor partiendo contigo. Él insistió, y al levantarse para marchar, se desplomó como herido por un rayo. Terrible fue para Isabel ver morir tan repentinamente a su amado y más fuerte todaví­a la sorpresa de don Fernando al encontrarse con un hombre muerto en su cámara nupcial y a Isabel pálida y pronta a desvanecerse. Ella le explicó lo sucedido, jurándole por lo más sagrado su inocencia. Entonces él, creyéndola, determinó sacar de allí­ el cuerpo del infeliz Diego y, aprovechando las horas de la noche, dejarlo en la puerta de su casa. Así­ lo hizo, siendo ayudado por la propia Isabel. Al dí­a siguiente, horrible fue la sorpresa de los padres del infortunado joven. Por la ciudad corrió la noticia como un reguero de pólvora siendo los comentarios numerosos y diversos. Los funerales se celebraron con gran concurrencia de personas que comentaban la infausta suerte de don Diego. De pronto se presentó Isabel y un rumor acogió su llegada. Vení­a pálida, vestida con sus más lujosos trajes y adornos. Durante la misa permaneció arrodillada con el rostro entre las manos. Al finalizar el oficio de difuntos se aproximó al catafalco y, ante el asombro de todos, inclinándose sobre el cadáver de Diego, depositó un apasionado beso en sus labios. Cuando don Fernando y sus criados acudieron, advirtieron que Isabel estaba echada de bruces sobre el difunto y, queriéndola levantar, advirtieron con espanto que también habí­a muerto de repente. Todos los asistentes se sintieron ganados por la lástima y don Fernando, transido de dolor, dijo: - “Fue la voluntad de Dios que Diego e Isabel no se uniesen en vida. Pero su mano ha conducido al ángel de la muerte para unirlos en el otro mundo. Que se entierren juntos a los esposos que lo fueron en la condición hasta que yo me atravesé en su camino.” Y así­, juntos, se dio sepultura a los cuerpos de Diego Marcilla e Isabel de Segura, a los que la leyenda llamó desde entonces “Los amantes de Teruel”.


-Pero Ton, si he entendido bien la historia, Isabel sí era de fiar, ¿no? ¡Murió por amor!


-¡Josep, como siempre no te enteras de nada!  ¡No llegas a la esencia de las cosas! ¿Sabes qué es el Apotropaion?


-No.


- Apotropaion es un término griego que viene a significar aquel amuleto cuya finalidad consiste en alejar el miedo a algo determinado o a los 'malos espíritus'. Camille Paglia recurre a él en las páginas de su monumental (en tamaño e importancia) “Sexual personae” para tratar de explicar ese principio que nos lleva a intentar protegernos de alguna amenaza, en lugar de alejarnos de ella, desarrollando una cierta relación con la misma, ya sea en un plano religioso como en uno cultural, amoroso  o psicológico. Lo apotropaico vendría a ser algo así como la formalización en un objeto de la cuestión del phármakon, es decir, aquello que en su esencia ambivalente es a la vez bueno y malo, el veneno y su antídoto, etc. ¿Entiendes? El apotropaion nos permite alejar los miedos pero manteniéndonos cerca de ellos, en un peligroso ritual de conjura que mantiene una clara afinidad con la psicología girardiana del deseo mimético y las paradojas a las que nos aboca el double bind, que como bien sabes definió Gregory Bateson. Como señalaba Cesare Pavese, "no nos liberamos de una cosa evitándola, sino sólo atravesándola", ¿Comprendes?


-¿Quieres decir que la mujer es peligrosa pero sin embargo no queremos ni podemos vivir sin ella? ¿Es eso?


-Verás Josep, y ahora quiero que me escuches con atención, no sé si sabes que los sapos no ven como los humanos. Su cerebro sólo reconoce algo cuando esto es lo suficientemente grande como para activar a varias células de su retina a la vez, o sea, que no ven cosas pequeñas sino sólo algo que se pueda descomponer en "puntos gordos" de luz o sombra. En concreto su mente procesa cuatro tipos de información visual: Un punto gordo en movimiento, una línea de puntos también gruesos en movimiento, un cambio brusco de luz a sombra, y repetidos cambios luz/sombra/luz. De este modo distingue en el primer caso a los insectos, en el segundo a los gusanos, en el tercero a un depredador que salte sobre él tapándole el sol y por último una rapaz que le sobrevuele. Y no da para más... Esto se debe a que es un animal estúpido y de sangre fría. ¿me sigues?


-Sí, creo que sí.


-Bien, pues la mujer es como el sapo. No es como nosotros los hombres que somos de sangre caliente. Sencillos sí pero complejos también. Con sentimientos y decepciones. Con amores y desamores. Con un corazón que una vez fue arrancado, cortado, triturado, tirado y pisoteado. Y que vive de sus sueños y esperanzas. Hay que dejar de aferrarse a lo falso, Josep.  Aferrarse a lo falso es lo que hace tan difícil captar lo verdadero. Y lo verdadero es que las mujeres no son de fiar, ¿me entiendes ahora?


-No sé, Ton, creo que necesitaré algo de tiempo para poder asimilar todo eso.


-No, no necesitarás tiempo para darte cuenta de que no necesitas tiempo para conocer el infierno que representa una mujer posesiva, egoísta, manipuladora, interesada, calculadora, ambiciosa y cicatera.


-Ton, yo es que no lo tengo tan claro, ¿sabes? Creo que las mujeres en el fondo no son tan malas. Hasta creo que tienen algo de ángeles. Mira este verano he viajado a Santillana del mar con mi novia, ya sabes de quien hablo,  para ver la cueva de Altamira. Y he quedado maravillado. Hay allí,  pintadas en las paredes y los techos de la caverna: alces, bisontes, figuras que vienen de eso que llaman prehistoria. Caballos, fieras, hombres y mujeres que no tienen edad. Fueron pintadas, pintados, hace miles y miles de años, pero como dice mi novia nacen de nuevo cada vez que alguien las mira: Y uno se pregunta cómo pudieron ellos, nuestros remotos abuelos pintar de tan delicada manera. Como pudieron aquellos brutos que peleaban mano a mano con las fieras más feroces crear esas figuras tan…tan plenas de gracia. Esas mágicas obras, volanderas, que se escapan de la roca y por los aires vuelan, como pudieron ellos… ¿o fueron ellas? ¿Me comprendes, Ton? ¿Comprendes mis dudas?


-¡Josep, no me digas más! Todo esto te lo ha dicho tu novia, ¿verdad? Eres un ingenuo sin redención. No tienes arreglo, eres un capullo al que le encanta ver como se le marcan los pezones bajo las camisetas de tu novia, y ella que no es tonta del todo y lo sabe, solo se ha llevado camisetas para estas vacaciones, ¿verdad? ¡Pero qué lista es! Sabe que lo tuyo con los pezones es casi enfermizo, que  desde  tu separación estás muy estresado, así que te ha tendido una trampa y te ha comido el tarro con eso de que las mujeres no son como yo las pinto. ¡Dios, qué mundo! ¡Qué harpía de novia te has buscado! Seguro que te ha convencido de que la fruta prohibida no es la manzana, sino el plátano. Menos mal que no soy como tú, Josep, a mi me gustan las chicas que piensan, que ríen y sonríen más de lo que muestran, que tienen inquietudes en la vida, que tienden a hablar en positivo y que aprecian los pequeños placeres. A mí si marca o no los pezones en su camiseta me la trae al pairo. Definitivamente, soy un tipo raro. Si me das un folio y tres días libres, podría escribir tantos requisitos que ninguna de las mujeres  con las que sales los cumpliría. ¿Sabes cómo sería la primera noche de la era cristiana si  las santas, y no los santos, hubieran escrito los evangelios? ¿Lo sabes, eh?


-No, no lo sé, Ton.


-Las santas hubieran contado que estaban todos de muy buen humor, todos: la virgen, el niño Jesús resplandeciente en su cuna de paja, el buey, el asno, los reyes magos recién venidos de oriente, y hasta la estrella que los había conducido a Belén. Todos, todos contentos... Menos uno. ¿Y sabes quién, eh?


-¿San José?


-Exacto: San José. ¿Y sabes por qué? Porque ellas nos ponen siempre como lo creación más sombría que Dios ha parido en la tierra. Así son las mujeres, Josep, así, y no como tu novia te quiere hacer creer erizando sus pezones. Son manipuladoras, a ver si te enteras capullo. Y te diré todavía más, si ellas hubieran escrito el génesis,  hubieran dicho que ellas no nacieron de ninguna costilla, que no conocieron a ninguna serpiente, que no ofrecieron nunca ninguna manzana a nadie, y que todo eso, no son más que calumnias que Adán contó a la prensa. Y para terminar esta conversación, porque ya me tienes harto,  te recordaré las proféticas palabras de sacha Guitry: Si la mujer fuera buena, Dios tendría una.

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