26 agosto 2012

Tiberius Claudius Caesar Augustus Germanicus


Tiberio Claudio César Augusto Germánico (en latín Tiberius Claudius Caesar Augustus Germanicus; nacido en Lugdum en Galia (ahora Lyon, Francia), el  1 de agosto del año 10 a. C. — Muerto en Roma, el 13 de octubre del 54 d. C.  Historiador y político romano, fue también, a su pesar, el cuarto emperador romano de la dinastía Julio-Claudia, y gobernó, y se dejó gobernar,  desde el 24 de enero del año 41 hasta su muerte en el año 54. Fue el primer emperador romano nacido fuera de la Península Itálica. Por eso era tan poco elegante y glamouroso.

Permaneció apartado del poder por feo, antiestético,  y por sus deficiencias físicas, cojera y  tartamudez, hasta que su sobrino Calígula, más guapo y presentable, pero más peligroso que un ignorante opinando,  tras convertirse en emperador, lo nombró cónsul y senador.
La poca representatividad en el terreno político de su familia le sirvió para sobrevivir en las distintas conjuras que provocaron la caída de Tiberio y Calígula.

En esta última conjura, la de la caída del psicópata y perturbado  Calígula, los pretorianos que asesinaron a su sobrino lo encontraron tras una cortina romana (Ya saben ustedes que suelen tener una cuerda tejida a lo largo de la tela, y al tirar de esta cuerda, la cortina se levanta como un acordeón o se destraba hacia abajo), donde se había escondido creyendo que lo iban a matar. Y poco faltó. Se salvó por tartamudo, y porque era más feo que un pie sin uñas.

 Tras la muerte de Calígula, Claudio era el único hombre adulto de su familia. Sí, vale,  ya sé que están pensando que menuda familia, pero un poco de respeto que estoy hablando de la familia imperial romana.  Sigamos. Este motivo (lo de adulto), junto a su aparente debilidad y su inexperiencia política, sin olvidar lo desgarbado y grotesco que era,  hicieron que la guardia pretoriana lo proclamara emperador, pensando tal vez que sería un títere fácil de controlar. No se equivocaron tanto, ya lo verán.
Pese a sus taras físicas (era bastante repugnante, no sé si lo he dicho, y bromeara o estuviera serio, tenía mil tics, una risa espantosa, una  ira aún más horrible, que le hacía echar espuma por su boca abierta, humedeciendo sus narinas; una tartamudez continua y un temblor de cabeza que redoblaba a la mínima ocasión), su falta de experiencia política y que lo considerasen tonto y padeciera complejos de inferioridad por causa de burlas desde su niñez y estigmatizado por su propia madre, Claudio, dicen algunos,  fue un brillante estudiante, gobernante y estratega militar, además de ser querido por el pueblo (bueno, sí, ya sabemos que el criterio del pueblo muchas veces no es muy acertado, solo hay que recordar que, aquí mismo, en España,  el pueblo volvió a entronizar a Fernando VII. ¡Perdónales, Dios mío!) y ser el hombre más poderoso del mundo conocido.

Su gobierno fue de gran prosperidad en la administración, sin burbujas de ningún tipo,  y en el terreno militar. Durante su reinado, las fronteras del Imperio romano se expandieron, produciéndose la conquista de Britania (en aquella época no se la conocía aún por su auténtico nombre: Pérfida Albión). El emperador se tomó un interés personal en el Derecho (cojeaba del izquierdo), presidiendo juicios públicos, de esos quiero hablar ahora, antes de que se me pase, y llegando a promulgar veinte edictos al día.
Claudio tenía una forma muy especial de impartir justicia. La singularidad de sus sentencias rayaba la extravagancia. En cuanto a lo singular de sus juicios, diré que era una persona extremadamente variable, a veces sagaz y  perspicaz, otras veces prudente y apasionado, y muchas otras, extravagante. Pondré un par de ejemplos para que me entendáis. Un día una mujer se negó a reconocer a su hijo, y la evidencia era inequívoca. Pero él ordenó que se casara con el joven, al mismo tiempo que la obligó a reconocer ser su madre. En otro caso se sabe que un caballero romano, expuesto a la furia vengativas de sus enemigos comerciales, quienes injustamente lo acusaron ​​de haber violentado sexualmente a unas mujeres, al ver que estos citaron como testimonio  en su contra  a unas prostitutas, le tiró a la cabeza (de Claudio, se entiende) un estilete y unas tabletas de arcilla que sostenía en su mano, hiriéndole gravemente  en la mejilla, y reprochando amargamente su estupidez y su crueldad.

En cualquier caso, y justicia a parte, se le vio como un personaje vulnerable, especialmente entre la aristocracia. Claudio se vio obligado a defender constantemente su posición descubriendo sediciones, lo que se tradujo en la muerte de muchos senadores romanos.
Claudio también se enfrentó a serios reveses en su vida familiar, uno de los cuales, dicen,  podría haber supuesto su asesinato. Estos eventos dañaron su reputación entre los escritores antiguos, si bien los historiadores más recientes han revisado éstas opiniones. Hoy, todo se revisa, a veces se revisa muy mal por cierto, y luego pasa lo que pasa, claro.
Séneca, filósofo estoico (esta es la mía, y no puedo dejar pasar la ocasión de resaltar mi pedante…perdón…que el fundador del estoicismo fue nada más y nada menos que  Zenón de Citio, un griego, claro, y que dicha corriente filosófica adquirió gran difusión por todo el mundo greco-romano, gozando de especial popularidad entre las élites romanas), comenta en su Apocolocyntosis divi Claudii que su voz no pertenecía a ningún animal terrestre, y que sus manos también eran débiles; Sin embargo, no tenía ninguna deformidad física escandalosamente visible, y los historiadores están de acuerdo en que todos estos síntomas ayudaron a su ascenso final al trono. El propio Claudio llegó a alegar que había exagerado su enfermedad para poder salvar su vida. Un chico listo.

Claudio fue muy maltratado por sus contemporáneos y constantemente ninguneado, incluso por sus familiares más directos. Su propia madre lo despreciaba y calificaba de "caricatura de hombre, aborto de la Naturaleza", y cuando quería hablar de un imbécil, decía: "Es más estúpido que mi hijo Claudio". Su abuela Augusta tuvo siempre por él un profundo desprecio; le dirigía la palabra muy raras veces, y si tenía algo que advertirle, lo hacía por medio de una carta lacónica y dura o por terceras personas. Su hermana Livila, habiendo oído decir que Claudio reinaría algún día, compadeció en voz alta al pueblo romano por estarle reservado tan infausto destino. Como pueden ver, lo tenía todo a favor.
Cojeaba, solía sufrir ataques de dolor intestinal, epilepsia y esclerosis, tenía varios tics en la cabeza, olía mal, no, eso no, oía mal y si se enfadaba le goteaba la nariz y se le formaba espuma en la boca. Suetonio dijo que era «borracho y jugador». Su mismo nombre significaba cojo y su tío abuelo Octavio Augusto solía referirse a él como «pobrecito». Cuando fue senador tenía que leer sus discursos sentado en vez de estar de pie. Además Séneca le dedicó después de muerto al emperador, la sátira Apocolocyntosis divi Claudii (metamorfosis de la cabeza de Claudio en calabaza). Produjo la burla de todo el mundo, incluso de su familia.

A lo largo del siglo pasado, el diagnóstico moderno que trata de explicar la causa de la apariencia de Claudio ha cambiado en diversas ocasiones. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la causa aceptada más ampliamente era la parálisis infantil o polio, éste es el diagnóstico que utiliza Robert Graves en sus novelas, publicadas en los años 30. Sin embargo, la polio no explica muchos de los síntomas descritos por los historiadores, y algunas teorías más recientes implican una parálisis cerebral causada por un guantazo de su madre. También se plantea como posible causa de sus síntomas el síndrome de Tourette, pero como ese no lo conoce nadie, tampoco yo, y ustedes menos, lo obviaré.

En cuanto a su personalidad, los historiadores antiguos le describen como generoso, accesible, una persona que se reía de los chistes fácilmente y que se juntaba y comía con la plebe. Pero también los historiadores romanos se refieren a Claudio como un personaje  paranoico, apático, tonto,  fácil de confundir, cruel y sediento de sangre, por las frecuentes luchas de gladiadores y las ejecuciones que mandaba realizar, y muy colérico (aunque el propio Claudio reconocía este rasgo de su carácter, y pedía perdón públicamente por su actitud…era muy educado). Dio muestras de una naturaleza cruel y sanguinaria tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Asistía a la tortura y ejecución de los parricidas, era su debilidad.  Quiso ver personalmente el suplicio de  unos condenados en un pueblo, Tibur,  castigados de acuerdo a la vieja costumbre. La vieja costumbre era mucho peor que la nueva costumbre. Y la nueva costumbre ya era bastante cruel. Estando ya los reos atados a los postes de tortura, el verdugo se hacía esperar, y como tardaba tanto, Claudio, impaciente, preguntó a un carcelero por ese retraso, y éste le dijo que el verdugo venía en camino desde Roma, pero que había perdido la calesa de las 9 de la mañana.  Entonces se sentó y esperó horas y horas, hasta la noche que llegó el verdugo. Paciencia, eso no se le puede negar. En todos los espectáculos de gladiadores, dados por él mismo o por otros, mandaba degollar a los que caían en la arena, incluso por tropezar o por accidente, especialmente a los mirmidones  a quienes mandaba quitar el casco para poder ver su rostro expirante. Disfrutaba tanto viendo a los Reciarios (los de la túnica corta o faldilla con cinturón, manga en el brazo izquierdo, red, tridente, y puñal), que iba a primera hora de la mañana para ver los primeros combates, luego, al medio día, mientras la gente iba a comer, él esperaba ansioso y en ayuno en el palco del anfiteatro  los combates de la tarde. Además, y también, con el más absurdo e imprevisto pretexto hacía combatir en la arena a obreros, empleados  y sirvientes, y un día, hasta mandó luchar a un Senador vestido con su toga resplandeciente, contra un león de la Sabana. El Senador no le duró ni un minuto al león.

 Sin embargo, dicho lo anterior, y no es poco,  era muy confiado, y fue muy influenciado y manipulado por sus distintas esposas y sus libertos (Si no saben quiénes  eran los libertos vayan a Wiki que yo ya hago bastante explicándoles quien fue Claudio).  Estaba enteramente gobernado por sus pretorianos y sus esposas.
Sometido como ya he dicho, a sus pretorianos, y  a sus mujeres, Claudio era un esclavo, más que un emperador. Sus intereses o incluso sus gustos y fantasías (de sus esposas y entorno quiero decir) decidían, a menudo, a su costa, los honores, los Indultos y los castigos. Ellos revocaban sus pretendidas medidas liberales, rectificaban sus juicios, falsificaban sus nombramientos de cargos públicos o los alteraban públicamente. Pero como intento decirles desde el inicio, no era un santo, y sin entrar en detalles minuciosos, les diré que hizo asesinar, con acusaciones vagas y sin querer escucharlo, a Silano Appius con quien estaba unido por unos remotos  lazos familiares, y a las dos Juliasuna hija de Druso, y la otra de Germánico; y lo mismo hizo con Pompeyo Cneo casado con su hija mayor, y Lucio Silano, comprometido con la más  joven. El primero fue apuñalado en los brazos de un joven efebo que amaba, y el segundo se vio obligado a abdicar del cargo de  pretor el cuarto día antes de las calendas de enero, y obligado a suicidarse a principios de año,  el día de la boda de Claudio y Agrippina. También castigaba con tanta naturalidad y ligereza, que hasta se le olvidaba. Una vez firmó la orden de ejecución de treinta y cinco senadores y 300 caballeros romanos (nada que ver con los 300 espartanos), orden seguramente falsificada por Agripina, y no se enteró de nada. Pero hay más. Un día,  un centurión vino a anunciar la muerte de un hombre de rango consular,  diciéndole que su orden fue obedecida; él solo respondió que  no había dado tal orden. ¿Se le había olvidado? ¿O la firmó sin saber lo que firmaba?  Pero lo más increíble, es que él mismo firmó la dote para el matrimonio de Mesalina con el adúltero Silius. Para ello se le hizo creer que era sólo un juego (mira que hay que ser tonto) para desviar sobre otros un peligro que le amenazaba a él directamente.

 En fin, que la figura de Claudio se ha convertido en un enigma, y desde el descubrimiento de su Carta a los Alejandrinos, el pasado siglo, se ha llevado a cabo un gran trabajo para rehabilitar su figura y tratar de determinar dónde está la verdad.

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