10 septiembre 2011

Lola y Ton...La verdadera historia. (XI)

…La vida carece de valor si no nos produce satisfacciones. Entre éstas, la más valiosa es el sexo consentido, y también con sentido. Es lo mejor para ilustrar la mente, suavizar el temperamento, alegrar el ánimo y promover la sociabilidad. Este era el pensamiento que ocupaba mi cabecita esta preciosa mañana mientras,   frente a un ridículo espejo y una cubeta de agua, me dedicaba a localizar huellas de carmín.  Borrarlos de la boca resultó fácil, pero las del cuello de la camisa era harina de otro costal. Que a las mujeres les costase tan poco manchar de carmín y,  tanto a los hombres borrar sus estragos era, para mí, motivo de incesante perplejidad. Me cambié de camisa y decidí que la próxima vez que Tawe me visitase, le haría conocer oportunamente las virtudes de las toallitas Nenuco. Luego con paso airoso me dirigí a la choza de Lola para darle los buenos días.

Entré silbando. Ella no necesito más que echarme una ojeada para torcer el gesto.

-Bueno… ¿qué pasa? –pregunté yo-.

Dije esto porque me daba cuenta de que algo andaba mal.

-Te ha quedado un poco de carmín en la oreja derecha-contestó con la expresión agriada-.

¿Por qué dispararía siempre con bala aquella mujer? No me molesté en dar ninguna explicación ¿Para qué?
Lola por su parte salió dando un portazo.
Entonces salí y llamé a los demás para preparar el plan de ataque final a la cumbre del maldito volcán. Abdul fue el primero en acudir.
Abdul era un bendito de Alá, con un corazón de oro. Cualquiera podía tratarle a patadas y seguir siendo su amigo…menos Lola, claro. Aunque al decir verdad el sentía amistad hacia todo lo que vive y se mueve: animales, pájaros, insectos…

Le di una fuerte palmada en el hombro.

-Hola Abdul!

Al verme todo  su semblante se dilato en una ancha sonrisa.

-Buenos días Tony pashá, las bendiciones y la paz sean contigo.
-Abdul, ¿sabes que tienes un par de abejas sobre la cabeza?-dije señalando su testa-.
-Oh sí, Tony pashá. ¡Es divertidísimo! ¿Quieres creer Tony pashá, que ya me conocen? No me pican ni nada, se me pasean por las orejas y la nariz, tendrías que verlo…
-Seguro que es la mar de divertido-convine, interrumpiendo lo que intuía una larga y aburrida explicación -.  Y dime, ¿donde las metes por la noche, cuando duermes?
-He fabricado una pequeña colmena con un cartón de huevos…hasta lo he pintado. Les gusta mucho su casita. Y no se marchan y te dejan, como hacen las mujeres…Quiero mucho a mis abejas, las bendiciones y la paz sean con ellas. Ahora quiero conseguir una abeja reina.  Dime Tony pasha, ¿crees que por aquí la puedo encontrar?
-A mi me parece que no.

Respondí esto con una sonrisa  a pesar de que no se distinguir a una abeja reina de un escarabajo rinoceronte.

-¡Sabes Tony pashá! Un día me dedicaré exclusivamente a la cría de abejas. O ¿Quién sabe? A lo mejor monto una granja  apícola. Se puede ganar mucho dinero con eso.

Se le iluminó el semblante al imaginar el proyecto.

Era un ángel aquel hombre. En contraste con la mayoría de la gente, siempre  amargada, él solo conocía el entusiasmo…
En ese momento llegó Rachid, la carita de nardo, con los ojos entornados, como siempre. ¡Otro cocolón! - Pensé para mí-. Llevaba una toalla en la mano. Supuse que al hacer mi llamada, él estaba aseándose todavía. Hay que reconocer que Rachid era un colgado de la marihuana, pero no era un guarro.

-¡Cuidado, no te muevas Abdul! - gritó al tiempo que le arreaba un sonoro latigazo con la toalla de rizo americano en la cabeza-.  ¡Ya está! Tenías un par de avispas, o lo que sea,  a punto de picarte- añadió rematándolas de un fuerte pisotón en el suelo polvoriento-.

Me eché las manos al rostro para taparme los ojos. ¡La que se va a liar! -Pensé para mí-.

…Y, efectivamente, lo que esperaba.  Abdul no se escudó tras su habitual mutismo. Se le iluminó el semblante como un semáforo carmesí. Luego la expresión se truncó en una sombría mueca. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos. Movió la boca como para articular alguna palabra, pero ningún sonido salió de ella. El pobrecillo empezó a sudar mayúsculas gotas que descendían en reguero por sus mejillas. Fue entonces cuando agarró la mano de Rachid y la retorció con fuerza, para seguidamente cargárselo enterito en la espalda, pese a su estatura, como si fuese un hatillo… Luego lo volteo unas cuantas veces, supongo que para coger impulso, y  lo lanzó a cuatro metros de distancia. Al aterrizar el cuerpo, hubo un crujir de huesos que casi me revuelve el estómago.
Rachid profirió un grito agudo y,  mientras se frotaba la espalda, se retorcía con evidentes signos de dolor.
 Vi que necesitaba ayuda (tampoco había que ser un visionario), entonces,  agarrándole por la cintura lo puse en pie.

Hecho esto le abrí los ojos, miré sus pupilas y dije:

-¿Cómo estás hijo?

…Y se cayó desmayado.

(Continuará...)

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