16 septiembre 2011

Lola y Ton...La verdadera historia. (XV)

…SIII… ¿Qué eran estas letras? ¿Qué significaban? Estaba convencido que eran la clave para llegar al lugar donde se hallaba la otra mitad del medallón. Entonces tuve una epifanía. Una saeta de inspiración hizo diana en mi mente. SIII… ¡Claro!-exclamé-, el faraón Seti III. En ese momento recordé las palabras del jeque Abu Abdullah Muhammad : “Y dice la leyenda que el enigma comenzara a desvelarse cuando esta pieza de oro y su otra mitad ,que falta,  sea mostrada completa al gran espíritu que mora la tumba perdida del gran faraón Seti III”. Lo tengo-pensé para mí-, y empecé a palpar, tocar y apretar la piedra donde las letras estaban grabadas, hasta que oí un sonido fragoso y rocoso: y el muro se abrió enseñándome un estrecho pasadizo con una luz segadora al final del mismo. Me giré, miré a todos,  parecían asustados, alguno, caso de Abdul, atemorizado y encogido, otros, pávidos y aterrados. Menos Tawe, que aparentaba estar por encima del miedo y la sorpresa.
Miré nuevamente el estrecho pasillo que se abría entre el espeso muro de piedra y vi al final del mismo una figura infernal que me resultó familiar… Era un cinocéfalo que extendía el brazo que, por la forma anchurosa de la manga de su lóbrega túnica más bien parecía una aleta y señalaba hacia la luz; parecía sellar con un gesto vil ante la iluminada faz de este tenebroso lugar un pacto traidor con la muerte en acecho, el mal escondido, las profundas tinieblas del corazón humano.
Con precaución y desconfianza me adentré en la hendidura. Todos me siguieron, no sé si por solidaridad o por miedo a quedarse solos.

 Al llegar al final del pasadizo, el cinocéfalo había desaparecido, y un olor a cieno, a cieno primigenio, penetraba en mis narices. Al llegar al umbral de ese mundo desconocido la hendidura se cerró sobre nosotros como el mar sobre un pecio.  La inmovilidad de una vasta selva estaba ante nuestros ojos; había manchas brillantes en aquella negra ensenada que se observaba en la distancia. Una luz misteriosa extendía sobre todas las cosas una fina capa de plata; sobre la fresca hierba, sobre el interminable muro de vegetación que se elevaba a una altura considerable, sobre el gran río, que resplandecía mientras corría anchurosamente sin un murmullo. Todo aquello era grandioso, excitante y silencioso Me pregunté si la quietud del rostro de aquella inmensidad que nos contemplaba significaba un buen presagio o una amenaza. ¿Qué éramos nosotros?… ¿Extraviados en aquel lugar? ¿Podíamos dominarlo, o sería él quien nos manejaría a nosotros? Percibí cuán grande, cuán inmensamente grande era ese mundo desconocido... y tal vez, también peligroso. ¿Qué íbamos a encontrarnos allí? ¿Ángeles o demonios?

Miré a Lola, a Tawe… hasta miré a Abdul y Rachid. Estaban como yo, maravillados y nerviosos. Nadie decía una palabra.
La amplitud del horizonte parecía ilimitada. Laberintos de cañones, valles secretos y semi-ocultos, una masa exuberante y confusa de troncos, ramas, hojas, guirnaldas, inmóviles a la luz que todo llenaba; era como una tumultuosa invasión de vida muda, una ola arrolladora de plantas, apiladas, con penachos, dispuestas a derrumbarse sobre el río, a barrer la pequeña existencia de todos los pequeños seres que, como nosotros, estábamos en su seno. Más lejos, en la lontananza, un círculo de cumbres nevadas, y en su centro, una hermosa montaña que parecía de cristal.
Y nada se movía. Ni nada se oía.
Un mundo misterioso, mágico y místico se mostraba ante nosotros; era como volver a los inicios de la creación; cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes. Un majestuoso rio de corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable se presentaba ante nuestros ojos incrédulos. El aire era caliente, denso, pesado, embriagador. No había ninguna alegría en el resplandor artificial de la inmensa bóveda que conformaba el nuevo límite celestial.
Un camino de piedras basálticas descendía sinuosamente hacia el rio, corría desierto, en la penumbra de las grandes extensiones. Cerca de la ensenada había una embarcación. Nos instalamos en ella y seguimos la corriente. Las aguas, al ensancharse en la planicie, fluían a través de archipiélagos boscosos; parecía tan fácil perderse en aquel río inmenso como en un desierto, y tratando de encontrar el rumbo se chocaba todo el tiempo contra bancos de arena, hasta que uno llegaba a tener la sensación de estar embrujado, lejos de todas las cosas una vez conocidas... en alguna parte... lejos de todo... tal vez en otra existencia. Había momentos en que el pasado volvía a aparecer, como sucede cuando uno no tiene ni un momento libre, pero aparecía en forma de un sueño intranquilo y estruendoso, recordado con asombro en medio de la realidad abrumadora de aquel mundo extraño de plantas, y agua, y silencio. Y aquella inmovilidad de vida no se parecía de ninguna manera a la tranquilidad. Era la inmovilidad de una fuerza implacable que envolvía una intención inescrutable. Y lo miraba a uno con aire vengativo.

Me excitaba enormemente la perspectiva de encontrar muy pronto la pieza de oro que me faltaba para completar el medallón. Arrancar ese tesoro a las entrañas de la tierra era mi único deseo, pero aquel deseo se estaba tambaleando por momentos.
Tras cruzar  valles y marismas, llegamos al pie de la montaña de cristal. Bajamos de la embarcación, y llegamos a la cueva de un viejo ermitaño de aspecto apacible que con total serenidad, nos preguntó:
-¿Porque estáis atravesando estas inmensidades de valles y montañas?
-Para encontrar la otra mitad de este medallón-repliqué enseñándoselo-.
-Ajá, entonces puedo ayudaros. Esto es la entrada al reino de Sharia-la-dijo él señalando la majestuosa montaña a su espalda-. Aquí la gente vive en paz y armonía, no hay hambre ni enfermedades, viven una vida larga y feliz. Un guardian la protege. Su misión  es preservar  Sharia-la y los tesoros del conocimiento humano, preparados para el tiempo que llegará, cuando el mundo quede asolado por la guerra,  la violencia y la codicia.
-¿No es eso un mito, una leyenda? –Pregunté al viejo-.
-Algunos dicen que Sharia-la es una tierra imaginaria, pero créeme es un lugar tan real como yo mismo.
-¿Y cómo se entra? ¿Dónde está la entrada? ¿Y quién es el guardián?
-Se puede encontrar  la entrada solo si el que busca sabe cómo y dónde mirar.
-Otro enigma, -dije, mirando a Lola-.
-Un joven príncipe valiente y fuerte -prosiguió él- , emprendió el viaje a Sharia-la. Tras cruzar este valle-dijo mostrándolo con la mano- y enfrentarse a panteras de las nieves y leones alados con melenas turquesas, se convirtió en el guardián de Sharia-la.
-Dime anciano, ¿como podemos llegar  hasta la entrada de Sharia-la?
 -Cuando llegues a la montaña de cobre, esta que ves ahí, justo antes de la montaña de cristal, veras el camino bloqueado por un rio infranqueable. Allí encontraras a un aterrador demonio llamado trueno y relámpago; te preguntara: “¿Por qué has venido y qué deseas?” Si respondes con corazón sincero, congelará el rio, te permitirá cruzarlo y continuar tu viaje hacia Sharia-la. Pero si eres indigno, no iras más allá.
-¿Y luego? –Pregunté  amicalmente-.
-Luego, encontrarás un valle secreto, oculto, invisible. Según cuenta la historia, solo los iluminados serán guiados hasta ese valle donde se encuentran los mayores tesoros.
-¿La otra mitad del medallón…oro…perlas…piedras preciosas? –Pregunté excitado-.
-La sabiduría y el conocimiento-replicó él-. Y  también la otra mitad del medallón-añadió como colofón a su historia-.

Debo reconocer que al principio de esta expedición, creía en los mitos y las leyendas de la misma manera en que cualquiera de vosotros podría creer que existen habitantes en el planeta Marte….pero ahora todo había cambiado…me había vuelto el mayor amante de  cuentos para no dormir  y fantasías mitológicas.

Nos estábamos despidiendo del anciano ermitaño, cuando una explosión sorda de grandiosas salpicaduras y bufidos nos llegó de lejos, como si un ictiosauro se estuviera bañando en el resplandor del gran río que teníamos a la espalda. Me giré rápidamente y lo que vi, me dejó más helado que el tobillo de un pingüino…

(Continuará…)

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