04 septiembre 2011

Lola y Ton...La verdadera historia.(VI)


…El pez-escorpión habita en casi todos los mares del sur del mundo y la variedad "rescaza o escorpina" que se usa en la sopa de pescado pertenece a esta familia. El ejemplar que habita mi acuario, y que me tiene hipnotizado esta mañana,  alcanza solamente el tamaño de unos treinta centímetros y pesa tal vez ochocientos gramos. Es sin duda el pez más horrible de todo el mar, como si la naturaleza quisiera lanzar una advertencia. Es de un color gris café y moteado con una cabeza pesada, de aspecto de cuña áspera. Posee “cejas” carnudas y colgantes que caen sobre unos ojos rojos y rabiosos, además de una silueta cuya coloración y aspecto le proporcionan un mimetismo perfecto contra los arrecifes. Aunque se trata de un pez pequeño, su boca, armada de infinidad de dientes, es tan grande que puede tragarse enteros a la mayoría de los demás peces pequeños del arrecife. Sin embargo, su arma suprema se esconde en la aleta dorsal eréctil y llena de espinas, las primeras de las cuales actúan como agujas hipodérmicas al sólo contacto y están conectadas con glándulas de veneno que contienen suficiente cantidad de Tetrodo-toxin, como para matar a un hombre si alcanzan a rozarlo en un punto vulnerable -en una artería, por ejemplo, o sobre el corazón o en el vientre-. Estos peces constituyen el único verdadero peligro para el que gusta de nadar entre los arrecifes, mucho más peligrosos que la barracuda o el tiburón, porque confían supremamente en su mimetismo y armamento y no huyen ante nada, excepto al contacto directo de un pie o su acercamiento muy próximo. Aún así, solo nadan unos pocos metros, ayudados por aletas pectorales listadas y agresivas, para luego situarse otra vez a la expectativa sobre la arena donde toman la apariencia de un trozo grande de coral; o entre las rocas y algas marinas, donde virtualmente desaparecen. A este ejemplar mío, le puse de nombre “Hedge &Funds” y lo alimentaba con pececitos rojos, inocentes e indefensos. Creo que acerté con el nombre. Dejé de mirar el acuario y volví a lo que ahora me importaba.  Algo, en mi interior me hacía permanecer optimista. Ahora,  la batalla del ingenio y la deducción empezaba. Si este documento que tenía en mi mano era auténtico y lograba desentrañar el enigma, mi suerte cambiaría de forma espectacular-pensé para mí-.  Me puse de pie bruscamente, me dirigí al mueble del trago y me serví otro whisky con ginger, casi mitad y mitad. ¡Ya que ahora tenía la oportunidad, debía aprovecharla! El futuro era incierto y quizás no me reservaba muchas ocasiones como esta. Regresé a mi asiento y encendí mi cuarto cigarrillo del día. Consulté mi reloj. Eran las once y treinta de la mañana. Me quedé sentado, bebí y ordené mis pensamientos. Podría convertir esto en una historia larga o una historia corta; relatar cómo era el clima de la montaña del Tibidabo y la manera como perfumaban el aire, las flores y los pinos, o podía no hacerlo. Decidí decantarme por una historia corta e ir a lo importante.

Arriba, en aquel espacioso dormitorio de mi casa, rodeado de montones de documentos marrones y grises, desparramados sobre la cama, no había estado buscando nada en especial, solamente algunas pistas, de aquí y de allá, concentrándome en aquellos documentos identificados en rojo con el texto “Leyendas de la Atlántida” . No había muchos y se trataba en su mayoría de informes antiguos relacionados con el mito de esa ciudad-continente desaparecida. Los había revisado con interés muy especial. Y entonces, en una de esas carpetas, había encontrado un gran sobre solitario. El sobre contenía un mapa doblado. En seguida lo saqué. Era un viejo documento del siglo XVIII que me había regalado tiempo atrás mi buen amigo Marcelo; una antigua cartografía de una isla llamada Orotava, que despuntaba su atormentado relieve en medio del famoso triangulo de las Bermudas. Recuerdo que me lo regaló argumentando que algunos arqueólogos y caza tesoros llegaron a decir que era la punta del continente sumergido de la mítica Atlántida. Entonces puse el dedo sobre lo más llamativo del plano, el volcán Umowaka.  Estaba señalado como el refugio de los dioses y estaba situado en el extremo occidental de la isla; era el pico más alto de aquella conformación montañosa y deshabitada que llevaba por nombre Orotava. Y lo mejor de todo: esta isla era idéntica a la dibujada en el documento del jeque  Abu Abdullah Muhammad Sidebeh  En ese preciso momento, la lucecita que siempre permanecía en vigilia para alumbrarme en los momentos más oscuros y cuando más perdido estaba, me hizo recordar el signo jeroglífico grabado en la mitad del medallón: era un signo que representaba un volcán. ¡Lo tengo! –Exclamé para mí-,  el secreto reside en  ese maldito lugar, y  está a solo media hora en avioneta de la capital de las Bahamas: Nassau. Tengo que llamar a Lola, y comunicarle mi hallazgo -pensé inmediatamente-…y marqué su número.

-Lola, cariño, he encontrado algo –dije con alegría-.
-¿Qué es? –preguntó secamente-.
-¡No te lo vas a creer!
-¿Es un tesoro de mil millones de euros?  -Preguntó Lola con sarcasmo-.
-Un mapa, cielo.
-No me digas… ¿Un mapa de mil millones de euros?
-No… es una pista. Acabamos de dar un paso de gigante hacia la segunda parte del medallón.
-¿Entonces ese mapa no habla del tesoro?  -Preguntó ella, cortante.
-No, pero  nos llevará a él. Ahora ya sabemos dónde buscar, en una isla en el triangulo de las Bermudas, y el documento del Jeque Abu Abdullah Muhammad Sidebeh nos aportará el resto.

Oí a Lola toser  discretamente.

-¿El resto? -repitió  con fingida gentileza-.
-Si, el documento tiene leyendas y también claves. Solo tenemos que descifrarlas…
-Un momento, espera…te importaría explicarme cómo demonios vamos a descifrarlo!
-Muy fácil, en aquel documento hay unas cifras Otendor –repuse yo-.
-¡Ah, claro!...¿y eso que coño es? –Preguntó entre dientes-.
-Una clave… o clave criptográfica. Es una pieza de información que controla la operación de un algoritmo de criptografía. Habitualmente, esta información es una secuencia de números o  letras mediante la cual, en criptografía, se especifica la transformación del texto plano en texto cifrado, o viceversa…¿Entiendes?

Lola lanzó un silbido.

-Ton, permíteme  una pregunta…
-Si cariño.
-Dime una cosa. ¿Como sabes tú todo eso?
-Todos dominamos más de una materia…no creerás que mis habilidades se limitan únicamente a hundir empresas —respondí yo-.
-Humm…Y dime, ¿has pensado que todo eso puede ser solo una leyenda? –sugirió con tono desaprobador-.
-Sé que es algo real…no está solo en mi cabeza y mi corazón. Existe, Lola…y lo vamos a encontrar. Mi padre decía que : La fuerza de la vida no está en la convicción de las cosas o los hechos, sino en la perfecta infalibilidad de uno mismo para hacer posible lo improbable.
-Creo que ya sé de quién has heredado tu sentido de la certeza absoluta.
-No sé exactamente a que te refieres…
-Bueno,  tu estas seguro de que el tesoro existe al margen de lo que digan los demás…o los hechos.
-Si… pero no está solo en mi cabeza y mi corazón. Existe y lo noto tan cercano que lo huelo.
-Las personas no suelen hablar de ese modo ,¿lo sabes?
-Lo sé, pero yo no soy como el resto de la gente.
- Eso es una locura. ¿Has pensado en que hay que organizar una expedición a una isla deshabitada en medio del triangulo de las Bermudas?
-Tú descuida, Lola, yo me encargo de todo.
-Ton, solo espero que no te equivoques.
-Alguien dijo una vez que: “el que nunca ha cometido un error, probablemente nunca haya descubierto nada”.
-Lo dijo Samuel Smiles -replicó Lola-. También dijo que: “El entusiasmo es el poder de todas las grandes acciones”. Está claro que tú estás imbuido de su espíritu -remató con ironía-.

(Continuará…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario